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A pesar de ser el regreso de Jesús la nota tónica del men­saje de Guillermo Miller, no comenzó a predicar una fecha definida hasta el verano de 1844. En diciembre de 1842 había expresado la creencia de que el Señor vendría entre el 21 de marzo de 1843 y la misma fecha de 1844.

Según sus cálculos, los 2.300 días de Daniel 8: 14, terminarían al fin del año judío de 1843,  o que sería el 21 de marzo de 1844. To­das las congregaciones religiosas del país suponían que el día del  juicio se establecería mediante la segunda venida de Jesús. Era natural, por tanto, que los adventistas supusieran que el Señor volvería al final de aquel período profético.

Pero pasó el mes de marzo de 1844, y Jesús no vino. Entonces los  creyentes que no estaban del todo consagrados al mensaje se pusieron  en contra de él. Hicieron todo lo posible para estorbar a los que se aferraban a la doctrina de la pronta venida del Señor y del mensaje de la hora del  juicio. De esta manera dijeron en su corazón: «Mi  Señor  se tarda  en venir». [1]

Muchos adventistas renunciaron a su fe

Con todo, muchos de los creyentes adventistas no renunciaron a su fe. Reconocieron francamente que se había cometido un error, pero hicieron notar que en la parábola de las diez vírgenes se daba a entender que habría un periodo de tardanza. Estudiaron diligentemente y oraron fervorosamente en busca de mayor luz.

El Sr. S.S. Snow llegó a la conclusión de que así como los tipo s que señalaba a la segunda venida de nuestro Salvador fueron observados por los judíos el día diez del séptimo mes del año sagrado judío, también los 2300 días terminarían el día diez del séptimo mes (del cómputo judío), o sea el 22 de octubre de 1844.

Entonces, ¿cómo habían llegado a ese período de tardanza? – Cometieron el error de contar los 2300 días desde la primavera en vez del otoño. El decreto de restaurar y reconstruir Jerusalén fue dado primeramente por Ciro, luego fue renovado por Darío y terminado por Artajerjes Longimano en el séptimo año de su reinado. Entró en vigor en el otoño del año 457 A.C. Por consiguiente, los creyentes adventistas señalaron el 22 de octubre de 1844 como el día definido en que Jesús debía venir.

En la primavera algunos de los creyentes estuvieron tan convencidos de que el Señor vendría antes del invierno que no sembraron sus campos. Algunos de los que sembraron y plantaron estaban tan seguros de que Jesús volvería ese otoño que no segaron sus mieses. Otros, se decía, salieron para cortar heno, pero se sintieron completamente incapaces de hacerlo y dejaron sus sembrados en pie para mostrar su fe por sus obras. Ciero creyente adventista tenía un vecino muy solícito quien se ofreció para arrancarle las papas, y le dijo: «Puede ser que usted las necesite más tarde» «¡No! -contestó aquel hombre de fe- voy a dejar mi campo de papas para que predique mi fe en el pronto aparecimiento del Señor».

Los apóstatas volvieron 

Pero no fue sino en julio cuando comenzó a sentirse la bendición de Dios en conseguir que los apóstatas volviesen y creyesen en una fecha definida, dejando ver un cambio marcado en su vida. Estos movimientos se realizaron en distintas partes de los estados de Nueva Inglaterra. En el congreso de Exeter, New Hampshire, todas estas influencias se unieron en un gran movimiento, y se extendieron rápidamente a todos los grupos de creyentes de Norte América.

En la parábola de las vírgenes, se levantó a medianoche el pregón: «He aquí el esposo viene; salid a recibirle». Este despertar de los creyentes adventistas, portadores del clamor definido de que Cristo vendría el 22 de octubre de 1844 fue el pregón de medianoche. Comenzó en julio, a la «medianoche» del periodo de tardanza.

Al comienzo, la predicación de una fecha definida para la segunda venida de Cristo levantó una oposición general; sin embargo, parecía acompañar a su proclamación un poder irresistible. En todas partes producía un profundo escudriñamiento de corazón y muchos apartaban sus afectos de las cosas de este mundo, confesaban sus faltas y elevaban a Dios penitentes súplicas implorando perdón y aceptación. A medida que se acercaba el 22 de octubre de 1844, cuando sólo faltaban unas pocas semanas o días, los mensajeros demostraron aún más fervor en sus llamamientos a sus amigos y vecinos. Las despedidas eran de los más solemnes.

En una reunión general, la última que esperaban celebrar en esta tierra, se estrechaban los hermanos mutuamente la mano señalando cada uno la reunión final en la gran asamblea en la Nueva Jerusalén.

Los donativos afluyeron en copiosa abundancia. Se repartieron miles de revistas y folleros. Algunos de los que habían retenido su dinero rogaban en los últimos días a los directores de la obra que los recibieran.  -Ya es demasiado tarde. Ahora no queremos dinero- Eran las palabras de rechazamiento. No pensaban volver nunca más a publicar otra página de literatura.

Llegó el día

Finalmente llegó el día. Había miles de personas que esperaban. No habían hecho provisión terrena alguna para el tiempo posterior a esa fecha. Ni siquiera habían pensado: «¿Y si Cristo no viene?» Con una ansiedad expectante se reunían en las casas de oración, esperando oír de un momento a otro, la «voz del arcángel» y la «trompeta de Dios», y ver a Jesús, su Rey que debía venir para llevarlos consigo. Algunos de los que no se habían unido a los creyentes adventistas se sintieron solemnizados por la fervorosa sinceridad, y observaban con aprehensión el día fijado. Otros siguieron burlándose.

En cierto lugar, mientras los creyentes estaban reunidos, elevando súplicas a Dios, los mofadores se reunieron alrededor de la casa. Dos de los más atrevidos se vistieron de largas ropas blancas, subieron al techo de la casa, cantaron himnos y se mofaron. De este incidente surgió la calumnia de que los creyentes se habían vestido de mantos de ascensión para esperar la venida del Señor.

Pasó el día y no vino el Salvador. ¿Qué podía significar esto? Ciertamente el Padre celestial debe haber mirado con ternura y amor a sus acongojados hijos. Pero ellos sabían en quien habían creído, y podían decir con Job: «Aunque me mate, en Él confiaré». Por supuesto, para algunos la prueba fue demasiado severa; pero los fieles directores permanecieron noblemente en su puesto, impartiendo consuelo y aliento al pueblo chasqueado, sintiendo ellos mismos dolor en su corazón.

La verdadera causa del chasco

¿Cuál fue la verdadera causa del chasco? «Los errores que existían desde hacía largo tiempo en la iglesia les impidieron (a Guillermo Miller y sus asociados) interpretar correctamente un punto importante de la profecía. Por eso, si bien proclamaban el mensaje que Dios les había confiado para que lo diesen al mundo, sufrieron un desengaño debido a un falso concepto de su significado». El error «provenía de que él había aceptado la creencia popular relativa a lo que constituye el santuario». (El Conflicto de los Siglos. Pág. 401)

A pesar de que muchos se volvieron atrás, hubo algunos que estaban tan seguros de que habían sido dirigidos por Dios, que no podían resolverse a volver atrás. Estaban desilusionados, pero no desanimados. Nuevamente examinaron sus cálculos de la profecía de los 2300 días, pero no hallaban ningún error en ellos. Estaba fijada exactamente por el nacimiento y la crucifixión de Cristo. El tiempo estaba correctamente calculado y la palabra de Dios no podía fallar. Se presentó entonces la pregunta: «Qué es el santuario». [2]

El primero en obtener luz sobre el asunto fue Hiram Edson, del oeste de Nueva York. La mañana que siguió al 22 de octubre de 1844, él estaba pidiendo luz a Dios , cuando le vino como un relámpago el pensamiento de que el santuario del periodo de los 2300 días era el santuario celestial. Luego se tuvo en la casa de Hiram Edson una reunión que resultó ser una gran bendición, pues animó los corazones y unió los esfuerzos.

Pero ¿Qué significaba la purificación del santuario? Nuevamente se dirigieron a la Biblia, especialmente a la epístola a los Hebreos, y también este punto se les esclareció. ¿No había sentado Dios claramente que los ritos judíos del santuario terrenal eran tipos de los del celestial? Ahora comprendían que al volver Jesús al cielo, fue constituído Sumo Pontífice nuestro. Había estado ministrando en el primer departamento, pero ahora, según Daniel 8:14, al terminar los 2300 días en 1844, nuestro Sumo Pontífice había entrado en el «santísimo» para purificar el santuario.

Un mensaje dado en su momento

«Los que habían proclamado la purificación del santuario para 1844 habían dado el debido mensaje a su debido tiempo, pero estaban equivocados en cuanto al acontecimiento que se realizaría entonces. Dios había permitido que su pueblo fuese puesto a prueba tocante a la cuestión de un tiempo fijo a fin de que fuese revelado lo que había en sus corazones» (El Conflicto de los Siglos. Pág 402) «Había sido el propósito de Dios esconder el futuro y traer a su pueblo al punto de la decisión. Si no se hubiese predicado un tiempo definido para la venida de Cristo, no se hubiera llevado a cabo la obra que Dios había señalado que se hiciese» (Early Writings. Pág. 246).

Hablando de la fijación de una fecha para la segunda venida de Cristo la sra. White dice en la página 75 del mismo libro: «El tiempo no ha sido una prueba desde 1844, y nunca volverá a serlo. El ¡Señor me ha mostrado que el mensaje del tercer ángel debe ir y ser proclamado a los hijos esparcidos del Señor, pero no debe depender de un tiempo. Vi que algunos estaba excitándose inútilmente por la predicación de un tiempo; pero el mensaje del tercer ángel es más poderoso de lo que el tiempo puede ser. Vi que este mensaje puede mantenerse sobre su propio fundamento, y no necesita que tiempo alguno lo fortalezca. Avanzará con gran poder y hará su obra, y será abreviado en justicia».

Hubo muchos entre los primeros creyentes adventistas que siguieron sosteniendo que debía haber algún error en el cómputo de la profecía de los 2300 días. Quizá, después de todo, los 2300 días no habían terminado en 1844. Estos fijaron aún otras fechas para la venida de Cristo, y con el tiempo se dividieron en distintos grupos, dando énfasis, sin embargo, cada uno de ellos, a la enseñanza bíblica respecto a la próxima venida del Salvador. Pero los adventistas que oraron y estudiaron a fin de saber en qué consistía el suceso que ellos estaban seguros que había acontecido el 22 de octubre de 1844, formaron el grupo que llegó a constituir la iglesia de los adventistas del séptimo día.

Autora: Emma E. Howell. Tomado de su libro El gran movimiento adventista. Publicado por los Departamentos de Educación y de Jóvenes Misioneros Voluntarios de la División Sudamericana de los Adventistas del Séptimo Día . Casa Editora Sudamericana. No contiene publicación del año. 

NOTAS:

[1] Lee Mateo 24 como también: Elena G. White, El Conflicto de los Siglos, páginas 352-358, 381-383. Nota que la última de estas señales en el cielo se vio apenas dos años después de que Guillermo Miller comenzara a predicar. Teniendo en mente lo que Mateo 24 da como señales de la segunda venida de Cristo, lee el capítulo 25 vers. 1-13. Mucho realce se le daba a la parábola de las diez vírgenes en las predicaciones del advenimiento en aquellos tiempos. Parecía derramar luz sobre la prueba que estaban pasando los adventistas.

[2] Lee: Elena G. White, Testimonios Selectos, Tomo 2. Páginas 209-212.

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Revista Adventista de España