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¿Qué ocurrió en 1844 según la Profecía Bíblica? A mediados del siglo XVIII, el llamado siglo de las luces, nació un movimiento cultural e intelectual, primordialmente europeo, conocido como la Ilustración, que duró hasta los primeros años del siglo XIX. Los pensadores de la Ilustración sostenían que el conocimiento humano podía combatir la ignorancia, la superstición y la tiranía para construir un mundo mejor. A esto se añade que, entrados en el siglo XIX, Karl Marx y Friedrich Engels publicaron en 1848 el Manifiesto Comunista, donde se reflejan ya las bases del marxismo. Charles Darwin publicó en 1859 El origen de las especies, y en 1844 nació Friedrich Nietzsche, el filósofo de la muerte de Dios y de la Teoría del Superhombre.

Una gloriosa expectativa

En este contexto del pensamiento humano, en 1844 se cumplió la profecía más larga de la Biblia, anunciada en los capítulos 8 y 9 del libro de Daniel, escrita en el siglo VI a. C. y estudiada por numerosos investigadores de la Escritura en tiempos recientes. Más de sesenta personas de comienzos del siglo XIX, repartidas en cuatro continentes y de la rama cristiana protestante, esperaban entre 1843 y 1847 el punto terminal de este importante período profético. Y casi todos publicaron sus expectativas antes de que el primer libro de William Miller fuese publicado en Nueva York, en 1836[1].

Las profecías de Daniel 8 y 9, que constituyen juntas un sólido mensaje profético, son muy valiosas por cuanto presentan a Cristo como nuestro sacrificio expiatorio, consumado en el Calvario en el primer siglo de la Era Cristiana, y como nuestro sacerdote mediador desde su ascensión a los cielos. Su estudio provocó un gran reavivamiento nacional en los Estados Unidos, que afectó a todo el mundo. Muchos líderes y miembros de iglesias cristianas comenzaron a estudiar y predicar el gran acontecimiento de la segunda venida de Cristo a este mundo, en la década de 1830 y especialmente desde 1840 a 1844.

Pero ocurrió lo inesperado. Después de que William Miller y Samuel Snow calcularan con exactitud el cumplimiento de Daniel 8,14 para el 22 de octubre de 1844, cuando había llegado el tiempo de que el santuario fuera purificado y, por consiguiente, el momento glorioso de la segunda venida de Cristo en gloria y majestad, Cristo no vino. La expectativa plena de ilusión de muchos que habían abandonado sus trabajos, cosechas y otros compromisos terrenales, porque Cristo estaba a las puertas, no se cumplió. Cristo no regresó en la fecha esperada. ¿Qué había pasado?[2]

Fue un error, pero no de cálculo, sino de interpretación

Para este grupo de cristianos ansiosos por contemplar la esperanza bienaventurada del regreso del Salvador, la gloriosa expectativa se transformó en penosa decepción. ¿Por qué? Algunos creyeron que el error se debió a un error de cálculo, pero no fue así porque modernos estudiosos de las profecías certifican que el cálculo hecho por los milleritas fue correcto. Decenas de cálculos hechos con anterioridad, que anunciaban el cumplimiento de los 2300 días de Daniel 8,14 entre 1843 y 1847, avalan el cálculo más preciso de William Miller y Samuel Snow, que lo anunciaban para el 22 de octubre de 1844.

El error consistió en la interpretación del acontecimiento. Fue un error debido al desconocimiento de la doctrina del santuario. La cristiandad de la época entendía el santuario celestial, como la tierra o la iglesia. Muy pronto, por medio del estudio de libros como Hebreos y Levítico en relación con Daniel y el libro de Apocalipsis, llegaron al descubrimiento de la doctrina del santuario celestial y a la compresión de la obra del sumo sacerdote el Día de la Expiación (cf. Lv 16), en el santuario israelita. Entonces, en 1844, había llegado el momento de la purificación o expiación del Santuario celestial y de los pecados confesados por el pueblo de Dios. Jesús había pasado del Lugar Santo al Lugar Santísimo del santuario que está en el cielo (cf. Dn 7,9-22)[3].

Correcta interpretación de Daniel 8 y Apocalipsis 14

De acuerdo con la correcta interpretación de Daniel 8,14 y Apocalipsis 14,6-12, dos importantes acontecimientos estaban comenzando a cumplirse simultáneamente en 1844. Uno de ellos había comenzado a cumplirse en el cielo; el otro, en la tierra. En el cielo, de acuerdo con el libro de Daniel y la Epístola de Pablo a los Hebreos, Jesús había pasado del Lugar Santo al Santísimo. Se iniciaba el Juicio Investigador y la obra de expiación del pecado del santuario celestial y de los redimidos.

En la tierra, bajo la dirección del Espíritu Santo, surgió un movimiento que amaba el advenimiento de Jesús, una comunidad de personas establecida sobre la sólida base de las Escrituras, con la misión específica de predicar “el evangelio eterno… a los moradores de la tierra, a toda nación, tribu, lengua y pueblo” (Ap 14,6). Desde entonces, se han estado anunciando al mundo tres verdades bíblicas fundamentales: (1) Dios es el Creador; (2) su santa ley constituye la base del gobierno del Universo y (3) la hora de su Juicio había llegado a partir de 1844 (cf. Ap 14,6-12).

Una verdadera prueba de fe

En ese momento histórico, en torno a 1844, se había cumplido también el mensaje profético de Ap 10. El libro pequeño del profeta Daniel había sido sellado “hasta el tiempo del fin” (Dn 12,4 y 9); y ahora, en este período del siglo XIX, cuando la humanidad necesitaba conocer “el evangelio eterno” el libro de Daniel fue desellado (cf. Ap 10,2 y 9-10). El libro fue bien estudiado, “masticado”, y finalmente digerido, hasta llegar a comprender el significado de la amarga experiencia del chasco experimentado el 22 de octubre de 1844. Ap 10 lo había anunciado junto con estas palabras finales: “Es necesario que profetices otra vez sobre muchos pueblos, naciones, lenguas y reyes” (Ap 10,11). El mensaje revelado y comprendido, debía ser llevado a todo el mundo como se explica con mayor detalle en Ap 14,6-12.

El llamado chasco de los milleritas en 1844, fue comparable al de los discípulos frente a la cruz del Calvario; aunque la decepción fue mucho mayor para los que estaban siguiendo a Jesús. “Cuando Cristo entró triunfalmente en Jerusalén, sus discípulos creían que estaba a punto de subir al trono de David y de libertar a Israel de sus opresores. Llenos e esperanza y de gozo anticipado rivalizaban unos con otros en tributar honor a su rey… Pocos días pasaron antes que fueran testigos de la muerte atroz del Salvador y de su sepultura. Su expectación no se había realizado, y sus esperanzas murieron con Jesús”[4].

La Ley de Moisés

Sin embargo, con aquellos que superaron la prueba de fe en la cruz del Calvario, el Señor estableció las bases de la Iglesia Apostólica. Ahora, en 1844, la decepción de los que esperaban la segunda venida de Cristo, puso a prueba a quienes iban a conformar la plataforma de base para iniciar un Movimiento Mundial que llevaría “el evangelio eterno” al mundo entero (cf. Ap 14,6 y Mt 24,14), antes de que Cristo regrese en gloria y majestad. “Porque del Hijo del Hombre vendrá en la gloria de su Padre con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno conforme a sus obras” (Mt 16,27). Entonces, la expiación del pecado de cada redimido ya habrá sido completada por Cristo mismo en el santuario celestial, justo antes de su regreso[5].

Poco tiempo más tarde, el 7 de febrero de 1846, Enoch Jacobs publicó un interesante artículo en el Day-Star Extra bajo el título: “La Ley de Moisés”. Para ese tiempo, la posición de los pioneros estaba bastante madura. Por medio del estudio de la Biblia, O. R. L. Crosier y sus colegas (Hiram Edson y el Dr. F. B. Hahn), habían preparado respuestas a las preguntas: (1) ¿qué ocurrió el 22 de octubre de 1844? Y (2) ¿cuál era el santuario que necesitaba ser purificado? El resumen de sus conclusiones más importantes, tal como fueron presentadas en “La Ley de Moisés”, es este:

El Santuario que necesitaba ser purificado:

  1. Existe un santuario literal en el cielo.
  2. El sistema hebreo del santuario era una representación visual completa del plan de salvación que fue diseñado según el santuario celestial.
  3. Así como los sacerdotes tenían un ministerio de dos fases en el santuario del desierto, de forma típica, Cristo tiene un ministerio de dos fases en el celestial. La primera fase comenzó en el Lugar Santo en el momento de su ascensión, mientras que la segunda comenzó el 22 de octubre de 1844, cuando Cristo pasó del primer departamento del santuario celestial al segundo. Así, el día de la expiación en el santuario verdadero, antitípico o celestial, dio comienzo en esa fecha.
  4. La primera fase del ministerio de Cristo tenía que ver con el perdón; la segunda implica eliminar definitivamente todo vestigio de pecado, y la purificación del santuario y del pueblo de Dios de forma individual.
  5. Tanto la fase del perdón, como la de purificación de Dn 8,14, a partir de 1844, se realizan por medio de la sangre de Cristo (no con fuego).
  6. Cristo no regresaría a la tierra hasta completar su ministerio en el Lugar Santísimo del santuario celestial[6].

Autor: José A. Ortiz, pastor y profesor de Teología en la FAT (Facultad Adventista de Teología de Sagunto, España). 

NOTAS

[1] Cf. Preguntas sobre Doctrina, 264-266.

[2] Cf. Richard W. Schwarz – Floyd Greenleaf. Portadores de Luz, 35-49.

[3] Cf. La Historia de Nuestra Iglesia, 153-157.

[4] El Conflicto de los Siglos, 456.

[5] Cf. Notas Biográficas de Elena G. de White, 66-70.

[6] Cf. George R. Knight. Una Historia Resumida de los Adventistas del Séptimo Día, 25-27.

Hay un comentario

  • Luis Mamani Villca dice:

    Felicidades por este hermoso artículo mediante el cual podemos enriquecer nuestro conocimiento y fortalecer nuestra razón de existir como iglesia adventista del séptimo día.
    Desde Sucre, Bolivia
    Cordialmente,
    Luis Mamani Villca

Revista Adventista de España