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No se suele hablar mucho del “Complejo de Cenicienta”, pero muchas mujeres lo padecen. No se valoran a sí mismas, y viven esperando que venga alguien a rescatarlas y las haga sentir valiosas, o dependen del valor relativo que tenga el marido o compañero para sentirse importantes o queridas. Su autoestima depende de un factor externo, no nace en ellas como individuos. No crean las situaciones de valoración, dependen siempre de alguien o de otros para que las cosas sean distintas.

Son mujeres con el deseo inconsciente de ser cuidadas, protegidas y dirigidas, porque en el propósito de encontrar cuidado y protección, la mayoría termina cediendo su capacidad de dirigir sus propias vidas. Entregan el dominio de su existencia a otra persona, porque temen tomar su vida en sus manos y hacerse cargo.

Muchos varones, precisamente por sus propios problemas personales, narcisistas o ególatras, encuentran atractivo el ser deseados especialmente por ser protectores, cuidadores y quienes tienen la voz líder de la relación. Sin embargo, este tipo de vínculo, no sólo es insalubre, tiene la potencialidad de ser altamente destructivo.

El miedo a la independencia hace que muchas mujeres terminen en relaciones donde poco a poco van siendo reducidas a mero adorno, sin voz ni voto, ni capacidad de dejar dicha relación.

No sólo se da en mujeres pobres, que cuando encuentran a un varón que las puede sacar de dicha situación se aferran a él haciendo concesiones de las cuales después se arrepienten, sino también en mujeres profesionales que se les enseñó que el lugar de la mujer es otro, no el de sobresalir ni competir en igualdad de condiciones con los varones, por lo tanto, desarrollan mecanismos de culpa por querer tener exito, o aún más, cuando lo llegan a ser, por serlo más que sus esposos o compañeros.

Una relación de equidad no puede basarse en una valoración dependiente. Si alguien cree que su valor depende de la persona con la que se ha casado o unido en pareja, entonces, tiene un serio problema de autoestima porque no es capaz de entender que el valor más importante es el que nos concedemos a nosotros mismos. Si espero que me valoren para sentirme valorado, entonces, soy dependiente de un factor subjetivo, caprichoso y a menudo, manipulador.

Cenicienta encuentra su lugar sólo cuando viene el “príncipe a salvarla”, cuando un agente externo la rescata de su situación y le ofrece una alternativa diferente. Muchas mujeres tienen marcada esa idea en su mente y viven en función de ser valoradas por ese alguien que algún día vendrá a rescatarlas.

El valor de uno mismo nace en nosotros. Cada individuo tiene el deber para consigo mismo de amarse. Es preciso que entendamos el valor que cada uno de nosotros tenemos. Cuando los individuos no logran captar este concepto tan simple y a la vez tan complejo, se convierten en dependientes de otro.

Cenicienta es esclava de su dependencia. No puede liberarse, está atada a una situación que la supera. Es verdad, abandona la vida que tenía, pero no por su propia iniciativa, ni porque entendió el valor que tenía como persona, sino porque vino otra persona a rescatarla. El “complejo de Cenicienta” lo único que logra es que algunas personas entiendan que sólo podrán cambiar de vida cuando otro, una persona ajena, un extraño venga y las rescate.

Dios nos da un valor inmenso a cada uno. No es justo que no nos valoremos, más aun considerando que Jesucristo dio su vida para darnos vida. Fuimos y somos tan valiosos a los ojos de Dios que todo el universo está pendiente de las decisiones que tomamos, especialmente en lo que se refiere a valorarnos a nosotros mismos.

Revista Adventista de España