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¿A quién no le gusta observar las estrellas? Hay quienes se apasionan por el estudio del universo. Se puede decir que al igual que las estrellas que recorren sus órbitas en forma determinada, la Biblia informa que los propósitos de Dios también tienen su momento. Dios reveló por siglos que está obrando para cambiar la situación de muerte en que se encontraban los seres humanos. Por ejemplo, a Moisés le reveló lo que iba a hacer, cómo lo iba a hacer, y los lugares en que lo estaría haciendo en los símbolos del culto judío a su persona expresado en el santuario y sus servicios; al profeta Daniel le reveló el cuándo, es decir, las fechas exactas en que empezarían a cumplirse esos actos en los lugares previstos.

Fue en cumplimiento de esos preanuncios que cuando el momento llegó, Jesús nació en Belén.

¿Para qué nació? Como bien se le explicó a Moisés, para ser el sustituto que traería una re vinculación de la humanidad con Dios. Esa es la razón por la que también la divinidad adoptó por la eternidad, como un símbolo de compromiso de Dios, la naturaleza humana. ¡Increíble! ¿Verdad? Comprender esto desbarata los sistemas religiosos existentes basados en alcanzar la salvación por las propias obras. Pero, ¿no es esa la forma en que nos salvamos? ¿Haciendo algo para que Dios vea lo bueno que somos? Lamento informarte que no. Entonces ¿cómo nos salvamos? Jesús nació para dejar esto bien en claro. La salvación es por fe en que Dios nos salva mediante Cristo.

Pero expliquemos un poquito la situación de la época de Jesús. Desde hacía siglos que Dios venía hablando al mundo por medio de la naturaleza, las figuras, los símbolos, los patriarcas y los profetas. En el propio lenguaje de los seres humanos.

Y, ¿qué pasaba con los sistemas religiosos de las diferentes naciones existentes en el tiempo que nació Jesús? Los hombres y mujeres estaban cansados de ceremonias y fábulas. Existía un anhelo por una religión que dejase satisfecho el corazón. Lo mismo que hoy, ¿verdad? Pero era difícil encontrar de nuevo la luz de la verdad. Las personas la buscaban con perplejidad y tristeza. Y deseaban intensamente conocer al Dios vivo. ¿Y quién no quisiera hacerlo? Lograrlo lleva a tener seguridad para librarnos del mayor enemigo, la muerte. Es decir, esa seguridad tiene que ver con la certeza de una vida más allá de la tumba.

¿Por qué la gente estaba insatisfecha con sus prácticas religiosas? ¿Qué era lo que la hacía sentir esa insatisfacción? Algunos pocos que entendían algo de la luz revelada de Dios, clamaban por el cumplimiento de las promesas. Y fue así que, en el tiempo anunciado mediante el profeta Daniel y los símbolos del santuario revelados a Moisés, Jesús nació. ¿Por qué clamaban las gentes? ¿Qué había pasado? En la Biblia se describe que el enemigo de Dios, Satanás, con sus errores y mentiras, había logrado que los seres humanos inventaran diferentes sistemas religiosos que los habían apartado de Dios durante muchos siglos. Su mayor triunfo fue lograr también pervertir la fe del pueblo de Israel. Todos los seres humanos, paganos e israelitas habían perdido el conocimiento de Dios al contemplar y adorar sus propias concepciones.

Pero, ¿en qué consistieron esos errores y mentiras? Consistieron en que prevaleció el principio de que los seres humanos pueden salvarse por sus obras. Este principio fue y sigue siendo el fundamento de toda religión pagana. Lo triste es que llegó también a ser el principio de la religión judaica. Cuando se adopta este principio, los seres humanos no tienen defensa contra el pecado porque no está en el ser humano el poder para librarse de su situación. Y Jesús nació para mostrar esos errores y mentiras.

Es triste la descripción que hace el Nuevo Testamento de cómo los mismos sacerdotes que servían en el templo habían perdido de vista el significado del servicio que realizaban. Se habían puesto a mirar el símbolo en lugar de su significado. Si hubieran puesto su mirada en el significado no habrían presentado las ofrendas de los sacrificios como actores de una pieza de teatro. Por eso nació Jesús.

Jesús respondió a la pregunta de cómo desbaratar los sistemas basados en la salvación por las propias obras. Cristo, como el Autor divino de la verdad, venía a separar la verdad que se encontraba mezclada con las declaraciones humanas. Fue esa mezcla la que provocó la incomprensión del principio de salvación de Dios. Por eso, Jesús definió nuevamente con claridad los principios del gobierno de Dios y el plan de redención: la salvación es por fe en el sustituto. Jesús explicó de nuevo la luz de las lecciones contenidas en el Antiguo Testamento desde la perspectiva de Dios.

Fue así que Dios estableció un límite al engaño que los seres humanos, por su propio pecado, se habían acarreado. Cristo al mirar el mundo, contempló su sufrimiento y miseria. Su mirada compasiva veía a los seres humanos víctimas de la crueldad satánica y de sus propias decisiones erradas. Su piedad notaba a quienes, Satanás corrompía, mataba y lograba que se perdieran. Era tal la situación que los agentes satánicos habían logrado incorporarse a los seres humanos. El Nuevo Testamento describe la forma triste en que los cuerpos de los seres humanos, hechos para ser morada de Dios, habían llegado a ser habitación de los demonios. De allí tantos milagros de Cristo para expulsarlos.

Y eso fue lo que contempló, Cristo, el Redentor del mundo. El pecado como ciencia y el vicio como parte de la religión

¡Lo grandioso es que Dios no exterminó a los seres humanos! Si lo hubiera hecho, Satanás hubiera conseguido la victoria en relación con su declaración de que los principios del gobierno divino hacen imposible el perdón. Pero, Jesús nació.

En lugar de destruir al mundo, Dios envió a su Hijo para salvarlo. Cuando el momento llegó, vino Jesús a restaurar en los seres humanos la imagen de su Hacedor. Nadie, sino Cristo, puede transformar el carácter arruinado por el pecado. Nadie, sino él, puede expulsar los demonios que dominan la voluntad. Su venida fue para asegurar nuestra resurrección, para que el carácter de la gloria de Dios se revele otra vez en los ser humanos.

Silvia C. Scholtus. Dra. en Teología. Coordinadora del Centro Histórico Adventista Universidad Adventista del Plata, Argentina

Foto: Janko Ferlič en Unsplash

 

Revista Adventista de España