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Foto: (cc) Vincent Diamante/Flickr. Esquina: Pedro Torres.

Maravilla ver y oír el debate sobre el estado de la nación. Todo el mundo tiene razón, todos los líderes políticos se consideran vencedores del embate. Cada líder dice lo que su grupo parlamentario quiere oír, cruzando agudas acusaciones, pero no se escuchan entre ellos.

Lo que se supone tendría que ser un diálogo constructivo se convierte en una concatenación de soliloquios partidistas. Di lo que quieras que responderé lo que me dé la gana. Y todos se cargan de razones al final… desde el principio.

Cuando Dios anticipó la crisis a Faraón (ver Génesis 41), pidió consejo para vadear la hambruna, pero sólo recibió “soliloquios” de parte de los así llamados magos y sabios. Sólo hubo uno que, reconociendo su incapacidad, fue habilitado para despejar la duda y aportar la solución a la crisis:

José respondió al faraón: No soy yo, sino Dios, quien dará al faraón una respuesta propicia” (Gn. 41:16 BLP).

En este episodio se muestran dos patrones:

  1. Problema, falta de reconocimiento de incapacidad (no escuchar, o responder lo que no se pregunta), inhabilitación.
  2. Problema, reconocimiento de incapacidad (escuchar y responder honestamente), habilitación.

En época de Jesús se repitieron, escuchó a cuantos se cruzaron en su camino, dejando que mostraran si su pregunta era un soliloquio, o no.

El joven rico (Mt. 19:16-22) tenía su crisis, y fue a parlamentar con Jesús. Hizo una pregunta, Jesús respondió, y el joven se marchó. El joven no buscó la verdad, sino amoldar su verdad a su convicción o conveniencia. Hizo un soliloquio sobre el estado de su alma. “Di lo que quieras, que haré lo que me dé la gana” aunque muestre aparente interés. Aparentemente fue “inhabilitado”. Me gusta saber que Jesús no respondió el soliloquio con otro.

Nicodemo (Jn. 3:1-21), también rico, en crisis espiritual, y parlamentario con Jesús. Acostumbrado a los largos debates del sanedrín, evadió el momento agudo con una pregunta socarrona. A pesar de ser menos correcto que el anterior, sus intenciones diferían. En su ironía estaba implícito el reconocimiento de incapacidad. Irónico, pero honesto. Fue habilitado (Cf. Jn. 7:50-52; 19:38-40). Jesús convirtió su soliloquio en un diálogo constructivo.

Mi pregunta hoy es: ¿Cómo actúas en tu debate sobre el “estado de la nación”? ¿Cómo actúas ante el “debate sobre el estado de tu alma”? Cuando otros te dirigen soliloquios, ¿respondes con otro, o escuchas e intentas honestamente convertirlo en un diálogo?

Revista Adventista de España