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«Pruébese cada uno a sí mismo». (1 Corintios 11: 28)

Participamos durante años siendo miembros de la iglesia en las ocasiones festivas de conmemoración del servicio de la Santa Cena. Preparamos la mesa con manteles blancos y adornamos el estrado con símbolos de la última cena: espigas de trigo, uvas, panes y algunos diseños de cruz, recordándonos lo que sucedió en la noche que el Salvador fue traicionado y abandonado por sus discípulos. Hay música especial, sermones que tratan sobre la importancia del Cordero que nos salva, y una atmósfera en general solemne, mezclada con armonía de pensamientos alrededor del sacrificio salvífico.

Pero eso no siempre fue así de maravilloso. En una iglesia, de los tiempos del apóstol Pablo, la iglesia de Corinto, había problemas graves, donde cada uno «traía su santa cena», es decir, su comida, y cada uno comía lo suyo sin importarle las otras familias (1 Cor. 11: 20-22).

En la iglesia de Corinto había discusiones en torno a quién cocinaba o preparaba mejor la cena del Señor, perdiéndose de vista que la cena del Señor no consiste tanto en lo que se come, sino en no perder de vista el significado del pan que representa el cuerpo de Cristo. La cena del Señor en la iglesia debería ser una cosa distinta a los grandes banquetes. Pablo, indica la necesidad de ver la cena del Señor como un evento distinto a las competiciones de quién es mejor que los demás, donde se descartan los partidos y las ganancias personales de cualquier tipo. La cena del Señor debería ser el lugar donde todos los presentes pierden su orgullo y el único ganador es Cristo.

Dignidad en la Cena del Señor

La indignidad no trataría de centrarse en la persona o en sus capacidades de obedecer, sino en el enfoque que damos al acto en sí. El propósito de la Santa Cena está configurado en lo que Cristo hizo por nosotros en la noche de su traición. Cristo tomó pan, lo más sencillo, lo más completo, lo más nutritivo, lo más accesible para todos, y lo dio a sus discípulos. Es Cristo quien se da a los demás. Y solo Cristo es digno para darnos ese pan.

Destacar la memoria del Cristo que se entrega por nosotros es la trayectoria que propongo, y no lo que nosotros hemos hecho o hayamos podido hacer por Cristo. Si delante de la mesa del Señor comienzo a estudiarme, y me doy cuenta de que Cristo es el único digno de ser alabado, no juzgaré a nadie de los que se acercan a la mesa.

En la primera Santa Cena, el Señor estaba rodeado de todos sus discípulos. En ese momento, Cristo lava los pies de cada uno de ellos, incluso, con un amor especial, al que lo iba a traicionar y a otro que más tarde lo iba a negar. Cristo se entrega a todos en la noche más cruel, la noche de su amarga traición, para enfatizar su obra de salvación, «en que, siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros». (Rom. 5: 8). Ninguno de los que estaban allí era digno de participar en tal acto. Ellos estaban luchando por ver quién merecía ser el mayor. Cristo les da la lección de humildad, mostrando a través del lavamiento de los pies que el mayor es el que sirve a los demás.

Dignidad en Cristo

Cristo invita a todos los pecadores a reconocer que, si no fuera por él y su sacrificio, nadie estaría en condiciones de estar presente a la mesa del Señor. Si alguien se sintiera digno de participar, perdería la sensibilidad de un corazón humilde y comprensivo con los más débiles. Pero, sobre todo, la percepción de que no existe nadie en la comunidad con derecho a participar en la Santa Cena. Por eso, Pablo enfatiza en lo que recibió de parte del Señor, que podría ser por visión directa o testimonio de los demás apóstoles: quién tiene derecho de partir el pan es solamente Cristo. Solo Él es digno, por hacerse nuestro Salvador.

En millones de voces de ángeles sin pecado, y en coros angelicales se entona: «El Cordero que fue inmolado es digno de tomar el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza».(Apoc. 5: 12)

El Cordero es digno porque tiene PODER para nacer de nuevo a una persona a través de su Espíritu;
El Cordero es digno porque tiene las RIQUEZAS y pagó por nosotros su preciosa sangre para redimirnos;
El Cordero es digno porque fue hecho SABIDURÍA para todos los que eligen su camino verdadero;
El Cordero es digno porque es la FORTALEZA de los que acuden a él en las tempestades;
El Cordero es digno porque la HONRA le rodeó al humillarse por levantar a los derribados;
El Cordero es digno porque la GLORIA es suya al abandonar lo infinito e inconmensurable, perfecto para vestirse de lo finito y humano imperfecto;
El Cordero es digno porque la ALABANZA le pertenece por los siglos.

Conclusión

Cuando nos centramos en la dignidad del Cordero, desaparecen la luchas y tensiones en nuestras comunidades. Sí, subrayamos la importancia de participar en la Santa Cena tomando los emblemas del pan y vino, no como un festejo de nuestros logros espirituales, sino como un anhelo mayor de permanecer en Cristo, porque el que se alimenta de Cristo, vivirá con Cristo para siempre.

Autor: Richard Ruszuly, secretario ministerial de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en España.
Imagen: Shutterstock

Revista Adventista de España