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Multitud de lámparas alumbraban la habitación en que nos hallábamos congregados en la parte superior de la casa.

Sentado en el antepecho de la ventana estaba un joven llamado Eutiquio, quien, como se alargaba la plática de Pablo, comenzó a dormirse. Vencido ya completamente por el sueño, cayó desde el tercer piso abajo. Cuando lo recogieron, estaba muerto.

Pablo bajó rápidamente y se tendió sobre él. Lo tomó luego en sus brazos y les dijo: — ¡No os preocupeis, está vivo!” (Hch 20,8-11)

Episodio tan conocido como fascinante, escrito por Lucas, un médico especialista en detalles. Intercalado en un libro lleno de vivencias y milagros en el poder del Espíritu Santo, más necesario que nunca.

Permíteme que juegue con la narración y que, más allá del texto, busquemos tres enfoques y nos hagamos preguntas, aprovechando que un joven aparece en escena.

1. ¿Qué hacía Eutico en la ventana? ¿Tenía sitio entre los demás o era el único sitio disponible? Seguro que las lámparas de aceite que brillaban en el lugar habrían consumido parte del oxígeno, y la ventana era el único sitio donde se podía respirar aire fresco.

¿Y en nuestras iglesias? Sé que es complejo, porque a veces convivimos 3 o 4 generaciones muy diferentes entre sí pero, en nuestros formatos y estructuras, ¿hay lugar para nuestros jóvenes? Si no hay sitio y los jóvenes se caen, creo que somos, en cierta medida, responsables por ello. Alternativa: “Entra, siéntate con nosotros, tenemos un espacio para ti, no te quedes en la ventana.”

2. Aquella improvisada fiesta espiritual, en formato despedida, fue muy intensa, familiar y emotiva. Hacía falta dialogar, contestar preguntas y eliminar dificultades entre los cristianos de Troas, por eso Pablo se alargó tanto.

¿Y si hacemos nuestras predicaciones mirando hacia las ventanas? Es allí donde se sientan nuestros jóvenes, desde donde perciben sus realidades y necesidades, donde hablan su lenguaje. Ojalá que nuestras predicaciones sean tan vivas y relevantes que mantengan a nuestros jóvenes despiertos. El sueño puede ser peligroso y traer desgracia (Rom 13,11).

3. Eutico significa “afortunado”, como tantos jóvenes que han tenido la posibilidad de conocer a Dios. Posiblemente alguien conocido por todos. ¿Y nosotros? ¿Tenemos idea de quiénes son los Euticos en nuestras iglesias? ¿Conocemos sus problemas, sus sueños, sus preocupaciones? ¿Conocemos sus nombres? ¿Y si nos sentamos en las ventanas con ellos? De paso los cuidamos del peligro, y escuchamos qué hay detrás de sus nombres, quiénes son en realidad.

¿Y si aún así se nos caen? Haz como Pablo, al estilo de Elías y Eliseo (1 R 17,21; 2 R 4,34): Baja rápidamente a donde hayan caído, ora profundamente al Señor y abrázalos con fuerza, que perciban tu calor y presencia. En esta ocasión el milagro se produjo (Lucas testifica de ello). En nuestras comunidades también puede producirse, no nos durmamos y abramos bien los ojos a las valiosas generaciones que emergen entre nosotros.

Revista Adventista de España