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Una lección

Crecí en un barrio de pescadores. La mayoría vivía al día, con lo justo y necesario para sobrevivir. Eso significaba que el día que algún pescador no podía salir a la mar, tenía dificultades para alimentar a su familia. Las casas eran de madera, por eso lo que más se temía eran los incendios. Uno de los vecinos, llamado Juan, tenía un hábito: Todos los días llegaba con más pescado que el que necesitaba para él y su familia. Lo que lo que le quedaba lo llevaba directamente a las familias de los pescadores que ese día no habían salido a pescar. Era una especie de ángel de la guarda disfrazado de pescador.

Un día se produjo un incendio y la casa de Juan ardió. En pocos minutos todo quedó reducido a cenizas. Los vecinos intentaron apagarlo, pero no se pudo hacer nada. Al poco rato de ocurrido el incidente comenzó un movimiento de colaboración espontánea. Algunos llegaron con palas y carretillas para retirar los escombros. Otra persona apareció con un camión. Poco a poco los vecinos llegaron con todo lo necesario para comenzar a construir. En dos días la casa estaba totalmente reconstruida. Luego la broma del barrio era que todo había quedado mejor, y que las cosas que Juan y su familia recibieron superaron con creces la calidad de las que tenían antes.

Cuando das…

Nunca he olvidado esa lección. El apóstol Pablo escribió: “Cada uno cosecha lo que siembra” (Gálatas 6:7). Las implicaciones de esas palabras son muchas.

Una de ellas es que el bien o el mal que has sembrado siempre regresa a ti. No puedes escaparte. Es parte de la vida, y asumirlo es lo que hace sabias a las personas.

Cuando el apóstol dijo que lo que sembramos eso segamos, no se refería a algunas cosas sino a TODO. Nada escapa a la siembra y la cosecha. No es posible sembrar discordia sin recibir lo mismo. Igualmente si se actúa con bondad, tolerancia y paciencia.

Cuando das amor lo recibes de vuelta con creces. Pero también, cuando siembras odio. Si solo se entendiera ese concepto, las dificultades serían otras.

Si entregas tiempo, muchos te dan su tiempo en algún momento. Pero si sólo das quejas y mezquindades tarde o temprano recibes lo mismo a cambio. Muchas personas no lo entienden y eso complica su existencia.

Cuando promueves tolerancia, recibes a cambio comprensión y buena voluntad. Pero si lo que das es lo contrario la gente, tarde o temprano, se olvida de ti. Las personas amables, antes o después, avanzan más que el arrogante y cargado de soberbia.

Cuando generas empatía, otros están dispuestos a comprenderte. Pero si produces indiferencia, al cabo del tiempo, recibes eso mismo. Los que escuchan son escuchados, aunque ese momento se dilate en el tiempo.

Si realizas actos de compasión con personas que están sufriendo, en algún momento te es devuelto lo mismo. Porque la vida es un gran ciclo. La generosidad siempre es recompensada. De una forma u otra, las personas terminan entendiendo quién merece recibir compasión y bondad.

Cuando escuchas a otra persona en sus dolores y sufrimientos, en algún momento se te devuelve lo mismo. Aunque sea un extraño el que te regale el cariño que has otorgado.

La ley de siembra y cosecha

La vida es como un gran ciclo donde todo, en algún momento, vuelve. Un boomerang que regresa a ti de la misma forma en que lo has lanzado.

Por esa razón procura sembrar bondades, para que no tengas que cosechar otra cosa que no sea la paz de la equidad y la bondad. Intenta generar comprensión, amistad, compasión, bondad… porque en algún momento tú mismo lo necesitarás.

El escritor Thomas Carlyle escribió: “Si se siembra la semilla con fe y se cuida con perseverancia, sólo será cuestión de tiempo recoger sus frutos”. Así mismo es con la vida. No hay opción, no podemos escapar a las consecuencias de lo que hacemos. Se cosecha exactamente lo que se siembra, porque tarde o temprano en la vida todo regresa.

Por si a alguien se le pasa por la cabeza, luego de leer lo anterior, estas ideas no tienen nada que ver con el karma, tan popularizado en oriente, sino con la ley de siembra y cosecha.

Es cierto que a algunas personas, aunque actúen bien, no suele venirles el bien que quisieran. Pero en la suma y resta de la vida siempre es posible encontrar mayores bendiciones otorgadas a quienes obran de una forma proactiva y positiva. Al fin y al cabo, no se cosechan patatas si se ha sembrado maíz. Del mismo modo, si se quiere cosechar bien, es necesario, previamente haber sembrado el bien.

Autor: Dr. Miguel Ángel Núñez. Pastor adventista ordenado. Doctor en Teología Sistemática; Licenciado en Filosofía y Educación; Escritor; Orientador familiar.
Imagen: Photo by Warren Wong on Unsplash

4 comentarios

  • LPB dice:

    No siempre se cosecha.

    EN LO ESPIRITUAL, cito un refrán que Jesús mismo utilizó en sus enseñanzas: “uno es el que siembra y otro el que cosecha” (Juan 4:37). ¿Deberían sentirse decepcionados los que se han fatigado trabajando y no han recogido ningún fruto? ¿Deberían sentirse perplejos quienes han recogido los frutos del trabajo de otros? Si la motivación para sembrar es cosechar, sin duda que así ocurrirá. Pero Jesús mueve nuestra vista hacia una motivación de orden superior: “mi alimento (es decir, el combustible que mueve el motor de mi vida) es hacer la voluntad del que me envió y terminar su obra” (Juan 4:34). En este planteamiento no tiene cabida el egoísmo propio que “sin querer, queriendo” se genera cuando nuestro objetivo es la cosecha.

    EN LO PERSONAL: está claro que para cosechar patatas hay que sembrar patatas. Faltaría más. Pero puedes sembrar patatas y no cosechar nada. Cuántos cultivos han sido arrasados por las inclemencias del tiempo, los ladrones, las plagas… Y cuántas vidas se han visto truncadas por desgracias así de naturales… simplemente porque el mal está instalado en este mundo. Y eso condiciona que las “reglas del juego” no sean tan básicas como que el bien genera bien y el mal genera mal.
    El bien o el mal que has sembrado siempre regresa a ti… pero no necesariamente en esta vida. Por eso hay un juicio en los cielos. Los malvados recibirán su recompensa, y los justos por la gracia de Dios serán salvos. Los salmos plantean en multitud de ocasiones esta verdad. Me gusta especialmente el resumen del salmo 73:16-17: “Traté de entender por qué los malvados prosperan, ¡pero qué tarea tan difícil! Entonces entré en tu santuario, oh Dios, y por fin entendí el destino de los perversos”.

    El mal que hay en el mundo no solo es el responsable de trastornar mi comodidad personal, mi felicidad aquí en la tierra. Afecta a miles de millones de seres humanos, animales, vegetación y hasta los cimientos de la tierra; en definitiva, a toda la creación. Reconozco que yo no soy el centro de este conflicto cósmico. Independientemente de mi destino, es necesaria una restauración completa, arrancar el mal de raíz de una vez por todas.
    El motivo por el que vivir una vida llena de comprensión, amistad, compasión, bondad… no es que tú mismo en algún momento lo puedas necesitar. Eso es egoísta. Mi motivación es que Jesús imprima en mi vida su carácter, que pueda continuar en mí la obra que vino a realizar a esta tierra y por la que tanto se esforzó. Mi forma de tratar a las personas no es más que una consecuencia de lo que Jesús hace cada día en mi vida, transformándome a su semejanza de tal forma que pueda ver en el otro a un hijo de Dios (sea cual sea la actitud de esa persona hacia mí).
    Así mismo, el motivo por el que desear la salvación no debe surgir del egoísmo (el premio del cielo o el miedo al castigo), sino del profundo anhelo de vivir para gloria y honra de nuestro Redentor. Es la única respuesta posible de quien se encuentra cara a cara con el infinito amor de Dios revelado en su Hijo. “El amor de Cristo nos constriñe” (2 Corintios 5:14), es decir, nos motiva, nos impulsa, nos apremia. Y el texto sigue: “Cristo murió por todos, para que quienes viven, ya no vivan más para sí mismos, sino para aquel que murió y resucitó por ellos”.

    Ni la ley de la siembra y la cosecha, ni el deseo de que me traten bien, ni los boomerangs pueden competir contra el efecto del AMOR DE DIOS. Esa es la verdadera fuerza capaz de convertir el evangelio en poder para salvación.

    • Muchas gracias por comentar. Entendemos el concepto que ha querido transmitir el autor, pero ciertamente la justicia que esperamos no es de este mundo. Hacemos el bien y lo hacemos por amor, no por cosechar. Cristo es nuestro mayor ejemplo. Sembró bien, amó mucho y cosechó muerte en una cruz, PERO por la justicia y el amor infinito de Dios, esa muerte nos dará vida eterna. Bendiciones.

  • Luis Bueno dice:

    Agradezco el comentario de LBP, y lo encuentro esclarecedor. El Señor no nos ha encargado hacer crecer la iglesia. Nuestro encargo es claro, y no depende de los resultados que podamos ver: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” (Marcos 16:15). Esa es nuestra obra. Hacer crecer la iglesia es la obra de Dios: “El Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos” (Hechos 2:47). El fin del mundo será como los días de Noé, quién nos representa. El mandato de Noé no era hacer crecer la iglesia, algo que probablemente habría logrado suavizando su mensaje y proporcionando entretenimiento y bienestar temporal, en lugar de predicar y vivir el mensaje encomendado por Dios. Eso no es incompatible, sino complementario con la ley de la siembra y la cosecha.

Revista Adventista de España