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Tiempos complicados son los que estamos viviendo

Vivimos tiempos difíciles que según las profecías seguirán empeorando (ver las palabras de Jesús, “principio de dolores”, en Mateo 24:8) hasta llegar a un punto tan duro que nadie podrá vender o comprar sin tener la marca de la bestia “sobre su mano” (Apoc. 13:16). La vida se volverá tan difícil que la fe será puesta a prueba. Las economías serán afectadas y las dificultades surgirán sin darnos tiempo de reaccionar.

Se nos anuncia: “En el último gran conflicto de la controversia con Satanás, los que son leales a Dios, se verán privados de todo apoyo terrenal. Porque se niegan a violar su ley en obediencia a las potencias terrenales, se les prohibirá comprar o vender.” (DTG, 97).

En este contexto de engaño y confusión de los tiempos finales, el sistema babilónico antiguo que pretendía destronar a Cristo -representado a través de los grandes poderes que destruyen la fe por medio del materialismo-, se vuelve actual la voz del ángel que grita “¡Salid de ella, pueblo mío!” (Apoc. 18:4). El Señor es grande y poderoso.

Salid de Babilonia pueblo remanente

Y oí otra voz del cielo que decía: salid de ella pueblo mío, para que no seáis participes de sus pecados”. (Apoc. 18:4)

Y el dragón se paró frente a la mujer que estaba para dar a luz, a fin de devorar a su hijo tan pronto como naciera. (…) La mujer huyó al desierto.” (Apoc. 12:4-6).

¡Es sorprendente la huida de la mujer (iglesia) en la profecía!

Ella no se para delante de la serpiente para batallar, sino que se va lejos del enfrentamiento con un enemigo tan astuto. Cristo mismo, en el enfrentamiento con el diablo, al ser tentado por tres veces (Mateo 4) se defendió únicamente con un “¡Escrito está!”. La Palabra de Dios debe ser nuestro fundamento a la hora de salir de Babilonia. En su enfrentamiento con Satanás, Cristo, en la posición del arcángel Miguel, escoge la vía de la prudencia sin proferir juicio de maldición contra el enemigo (Judas 1:9).

¡Cuidado! ¡No te arrojes al precipicio!

Cristo nos da la pauta a seguir delante de un enemigo tan astuto: No caigamos en la trampa de ir al campo de batalla, sin preparación, con un adversario tan mentiroso.

¡La lucha contra Satanás es de Cristo!, y llega a ser nuestra únicamente cuando, por fe, nos aferramos a sus méritos. Si vencemos será por su gracia e intervención divina. Por eso nuestra única defensa es invocarla. Cristo venció al enemigo en la cruz. Desde allí gritó “¡consumado es!” (Juan 19:30). Y con esas palabras nos dio la seguridad de la victoria. Lo ha vencido, y lo derrotará tantas veces como sea necesario.

En la gran batalla de Apocalipsis se nos presenta a Miguel con sus ángeles, quienes luchan y triunfan contra Satanás y sus seguidores. No tenemos seguridad frente a las artimañas de Satanás. Una de sus más poderosos armas es el engaño. Por eso, el mandamiento del Señor es salir de Babilonia. A menos que resistamos a la tentación, escapando de sus engaños, no podremos salir victoriosos.

La salvación consiste en huir hacia Cristo

Salir huyendo de Babilonia es nuestra salvación. Huir a los brazos de Cristo es nuestra protección. En la última noche antes de la destrucción, los ángeles le piden a Lot y a su familia, con un grito insistente y largo: “¡Levantaos, salid de este lugar! (…) ¡Daros prisa!” (Gén. 19:14-22). Y Lot y su familia huyen para salvar sus vidas…

Huir de Babilonia no significa comprar una casa en medio de la selva. Me gustaría que lo fuera, pero es más que eso. Salir de Babilonia tampoco es salir de la iglesia adventista. Mira lo que dice la mensajera del Señor: “Hermano mío: He sabido que usted pretende que la iglesia adventista del séptimo día es Babilonia y que todos los que quieren ser salvos deben salir de ella. No es el único a quien el diablo ha engañado en este asunto. Durante los últimos cuarenta años un hombre tras otro se ha levantado pretendiendo que el Señor lo ha enviado con el mismo mensaje; permítame que le diga, como les he dicho a ellos, que este mensaje está proclamado es uno de los engaños satánicos destinados a crear confusión entre las iglesias” (Iglesia Remanente, 89).

Confiemos en Jesús

Huir de Babilonia es dejar de confiar en nosotros mismos y confiar en Cristo; salir de Babilonia es dejar de creer que somos mejor que los demás, y aceptar que todos los que creen en Cristo serán salvos. “Todo el que invoque el nombre del Señor será salvo” (Rom. 10:13).

No formar parte de Babilonia significa correr lo más rápido posible a los brazos de Jesús, y buscar su presencia en los lugares donde es invocado su nombre y se presentan la totalidad de sus enseñanzas.

La mejor protección frente a los engaños de los últimos días es huir de nuestra propia falsa seguridad. Seamos victoriosos como José, que huyó delante de la tentadora esposa de Potifar (Gén. 39). Seamos triunfantes como Pablo, que fue bajado en una canasta sobre el muro de la ciudad de Damasco para ponerse a salvo (Hechos 9:25). Seamos ganadores como David, cuando huía delante del rey Saúl (1 Samuel 19:11).

Evita el enfrentamiento

La iglesia tiene que evitar el enfrentamiento con un enemigo tan poderoso. A la mujer de Apocalipsis “Se le dan alas de águila” (Apoc. 12:14). Las alas representan la rapidez con la que la iglesia tiene que huir delante de la serpiente. Eso debió haber ocurrido al comienzo, cuando nuestra antepasada Eva fue ganada con astucia (Gen. 3:1-6). Ahora vemos una mujer, una iglesia, que en lugar de dudar de la Palabra, se va corriendo al desierto. Prudencia, inteligencia, sabiduría, moderación, y sobre todo no movernos en una dirección diferente de la proclamación de la gracia del evangelio, que no tiene barreras para salvar a cualquiera que cree en Cristo. “No desecho la gracia de Dios, pues si por la Ley viniera la justicia, entonces en vano murió Cristo.” (Gal. 2:21).

Luchar en contra de las circunstancias difíciles hará que perdamos la batalla. La aflicción o la persecución no deben ser nuestro objetivo para ver si estamos o no en la fe. No busquemos los conflictos para demostrarnos que realmente somos fieles al Señor. Perderemos la batalla. Por eso, debemos seguir el ejemplo del águila. A la mujer se le dan alas para volar. Lejos. Rápido. En la tormenta se eleva por encima de las nubes para hallar seguridad donde hay luz y tranquilidad.

Nosotros también podemos hallarnos rodeados de dificultades, desaliento y oscuridad. Nos cerca la falsedad, la calamidad, la injusticia. Hay nubes que no podemos disipar. Luchamos en vano con las circunstancias. Hay una sola vía de escape. Las neblinas y brumas cubren la tierra; más allá de las nubes brilla la luz de Dios. Podemos elevarnos con las alas de la fe hasta la región de la luz de su presencia.” (Ser semejante a Jesús, 236)

Confiemos en el Señor y salgamos de la Babilonia de nuestro egoísmo

Tenemos argumentos y razones para confiar en el Señor en las más grandes dificultades. Pero hay momentos cuando la huída significa victoria, y la humildad triunfo.  Eso me hace recordar la noche de la última plaga cuando el Señor, a través de Moisés, insiste en que nadie salga de sus casa. Así lo declara el Señor a su pueblo: Que ninguno de vosotros salga de las puertas de su casa hasta la mañana” (Éx. 12:22).

¿Qué es esa casa donde está el cordero pascual preparado para ser comido, sino la iglesia en su santa cena? ¿Qué significa no salir hasta mañana, sino esperar unidos para que pase la noche del mundo y resplandezca la mañana de la gloria?

Se insiste tanto en nuestros días en que la salvación es individual, y que cada uno se salvará por su fe… Esto es cierto. Pero no te olvides, que no te salvarás solo tú, sino otros muchos que se llaman tus hermanos, y que si no crecemos juntos en la unidad de la fe (Efesios 4:13) no podremos gozar del cielo.

Salgamos de la Babilonia de nuestras indiferencias y egoísmos y demos lugar a la luz del evangelio que nos estimula a las buenas obras, al amor fraternal y a las reuniones en las congregaciones (Heb. 10:25). Una persona que piensa solamente en su salvación propia, sin preocuparse por sus hermanos, peca de falta de amor. No ve a Dios. Nunca lo verá. Ni aquí, ni en la Tierra Nueva (1 Juan 4:20-21).

Permanezcamos en la casa de Dios

Permanezcamos en el interior de la casa que ha sido sellada con la sangre del cordero. La iglesia donde los creyentes se reúnen es el lugar donde Él manifiesta su presencia como el cordero que quita nuestros pecados (Juan 1:29).  Nosotros, como iglesia y comunidad de hermanos y hermanas, debemos permanecer unidos bajo la sangre de Cristo, quien nos salva y protege. Todo el que en la sangre de Cristo encuentra salvación, saldrá fuera de Babilonia y permanecerá en la casa de Dios, refugio de los que dependen de Cristo (Salmos 100:4).

Cristo es la puerta de su iglesia, que debe estar abierta para cualquier pecador que quiera entrar por ella para hallar gracia y oportuno socorro.

La organización de la iglesia, con el mejor orden posible, se convierte en un desierto caótico donde Cristo no es elevado como el único que tiene poder para salvar. Por eso, en la iglesia adventista, desde nuestros púlpitos, debemos elevar a Cristo como el único sumo sacerdote que reparte misericordia y gracia (Heb. 4:14-16).

Más de Cristo

Los pastores que no predican sobre Cristo no pueden llevar al rebaño a pastos frescos. Parece que se escucha un grito en nuestras iglesias de tanta sed y hambre del Cordero de Dios como hay. Prediquemos y proclamemos que Cristo tiene poder para salvar a todo el que a Él se acerca.

En una noche memorable, delante de Nicodemo, el Maestro hizo una declaración maravillosa:

Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, para que todo aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna.” (Juan 3:14-15)

En la profecía a la mujer se le da alas para volar al desierto (Apoc. 12:14). En el desierto Cristo debe ser elevado. Una iglesia debe ser un desierto donde las codicias de este mundo no existan. La iglesia debe ser el lugar donde Cristo nos transforma en personas cubiertas por Su justicia. Una persona entra en la iglesia pecadora, pero debe salir justificada por la sangre de Cristo.

La puerta angosta

Cristo es la puerta angosta que lleva a la vida. Es angosta, no porque Cristo quiere que pocos sean salvos. Él quiere que los millones y millones que habitan la tierra sean salvos (Tito 2:11). La puerta es angosta porque Él no obliga a nadie a aceptar sus enseñanzas. Él da libertad. Él muere para que nosotros seamos libres de escoger, incluso sabiendo que la mayor parte de la humanidad no lo elegirá como Salvador. Sin embargo, cuando tú escoges a Cristo, entras por la puerta angosta de la transformación que realiza el Espíritu Santo en tu interior. No es fácil renunciar al yo con tendencia pecaminosa que te guía y dejar que el Señor dirija tu vida. Ahora formas parte de un pueblo distinto, y en tu corazón se va instalando la pureza celestial conforme vas conociendo mejor a Cristo.

Diferencias y discriminaciones

No quiero ser testigo de ningún tipo de discriminación entre nosotros. Lejos de nosotros deben estar las luchas por poder. Si tienes más belleza física, eso viene de Dios; si eres más rico, eso es la bendición de Dios para ser un siervo de los que sufren; si eres más inteligente, eso es don de Dios para ponerlo al servicio de su iglesia; pero nunca las cosas que tenemos, somos o pensamos, deben crear división entre nosotros. Por encima de la ropa, el color o la descendencia, somos hijos e hijas del Señor, recuperados del mundo para constituirnos en un pueblo diferente. Un pueblo de amor, paz y verdad en Cristo al que todos los que nos conozcan quieran pertenecer. 

Con el corazón, puro y redimido, quiero decir contigo hoy:  Siempre serviremos a Jehová, el creador del cielo y de la tierra. ¡Nada nos apartará de Él! (Romanos 8:38-39)

Cristo orando por nosotros

En las últimas horas de su vida Cristo oró en el jardín de Getsemaní por la unidad de los discípulos y de la iglesia a través de las edades. Me son tan queridas sus palabras: “Pero no oro solamente por estos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno;” (Juan 17: 20-21).

El proyecto de Dios para con su iglesia es maravilloso. Seamos un lugar de refugio para todos los pecadores. Levantemos a Cristo en nuestras vidas y la gente será atraída hacia el incomparable Señor de nuestra vida.

De nuevo escucho a Cristo: “Y yo, cuando sea levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo” (Juan 13:32). Escuchemos esa voz de Cristo. La razón de abrir e inaugurar iglesias debe responder a esa única razón: Levantar a Cristo y a Él crucificado.

 

Sermón presentado en la inauguración de la iglesia de Sants en Barcelona, 19 de octubre de 2019.

Autor: Richard Ruszuly, secretario ministerial de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en España
Imagen: Photo by Katerina Kerdi on Unsplash

Revista Adventista de España