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sábado más allá de la Ley¿Qué representa el sábado? ¿Por qué debemos guardarlo?

«Señor, digno eres de recibir la gloria, la honra y el poder, porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas» (Apocalipsis 4:11).

«Digno eres de tomar el libro y abrir sus sellos, porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje, lengua, pueblo y nación…» (Apocalipsis 5:9).

La Revelación bíblica vincula la adoración de las criaturas a dos hechos concretos: la creación y la redención.

Él creó. Y el redimió.

¡Alabado sea el Señor!

Adoramos y guardamos el sábado por la misma razón

Siempre me ha parecido maravilloso ver que estas dos mismas razones para adorar sean las que están presentes en el mandamiento divino acerca del sábado:

«Acuérdate del sábado para santificarlo. Seis días trabajarás y harás toda tu obra, pero el séptimo día es de reposo para Jehová, tu Dios; no hagas en él obra alguna, tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu criada, ni tu bestia, ni el extranjero que está dentro de tus puertas, porque en seis días hizo Jehová los cielos y la tierra, el mar, y todas las cosas que en ellos hay, y reposó en el séptimo día; por tanto, Jehová bendijo el sábado y lo santificó» (Exódo 20: 8-11).

«Guardarás el sábado para santificarlo, como Jehová, tu Dios, te ha mandado. Seis días trabajarás y harás toda tu obra, pero el séptimo día es de reposo para Jehová, tu Dios. Ninguna obra harás tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu sierva, ni tu buey, ni tu asno, ni ningún animal tuyo, ni el extranjero que está dentro de tus puertas, para que tu siervo y tu sierva puedan descansar como tú. Acuérdate de que fuiste siervo en tierra de Egipto, y que Jehová, tu Dios, te sacó de allá con mano fuerte y brazo extendido, por lo cual Jehová, tu Dios, te ha mandado que guardes el sábado» (Deuteronomio 5:12-15).

Se nos pide que guardemos el sábado exactamente por las dos razones por las que Dios merece la alabanza y la adoración: Él creó y el salvó.

Una señal de reconocimiento

El sábado es una señal de reconocimiento de lo que Dios ha hecho por nosotros. Así de simple. No es un tema legal. Tampoco es un asunto restringido al pueblo judío. No es algo abolido ni del pasado. El sábado no es antigua disposición ni es algo que quedara clavado en la cruz.

No, el sábado no es una cuestión legalista ni judaizante. El sábado es un regalo divino que señala y nos recuerda que Dios es Creador y Redentor. Nos creó y nos salvó por medio de la cruz. Este es el sentido del verdadero sábado bíblico. Una invitación a entrar en el reposo divino ya que sólo Él nos podía crear y salvar. En este sentido, el sábado es el mejor símbolo de la gracia divina.

El sábado nace en la creación y se manifiesta en la redención. En el primer sábado, Dios descansó de la obra de la creación. En el segundo, Jesús descansó de la obra de la redención.

Otra dimensión de los Diez Mandamientos

Una lectura atenta del texto bíblico nos permite descubrir una dimensión de los Diez Mandamientos que el mundo evangélico insiste en ignorar.

Nos situamos al pie del Sinaí. Allí el Señor se manifiesta de forma poderosa. El monte se estremece violentamente y arde en fuego que surge de la oscuridad. El sonido de la trompeta se hace cada vez más fuerte mientras Jehová desciende en medio del fuego que llena de humo y tinieblas toda la escena (Éxodo 19:18-19; Hebreos 12: 18-19).

La intención divina es comunicarse con el pueblo. Darse a conocer de una forma que sea inolvidable. En boca de Moisés, leemos que Dios se mostró «para probaros, para que su temor esté ante vosotros y no pequéis» (Éxodo 20:20).

El despliegue de poder es tan abrumador que, como veremos, el pueblo no lo podrá soportar. Así pues, Dios escoge cuidadosamente qué es lo que quiere que el pueblo escuche. Lo demás se lo dirá a través de Moisés, pero con el objetivo de dejar esa huella imborrable, su propia boca pronunciará los Diez Mandamientos.

«Habló Dios todas estas palabras: Yo soy Jehová, tú Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre…» (Éxodo 20: 1-2). «Estas palabras las pronunció Jehová con potente voz ante toda la congregación, en el monte, de en medio del fuego, la nube y la oscuridad, y no añadió más» (Deuteronomio 5:22).

Diez mandamientos después, el pueblo, muerto de miedo, le pide a Moisés lo siguiente: «Habla tú con nosotros, y nosotros oiremos; pero no hable Dios con nosotros, para que no muramos» (Éxodo 20:19).

Dios le dice a Moisés que ha oído las palabras del pueblo y afirma: «bien está todo lo que han dicho» (Deuteronomio 5:28). Entonces le pide a Moisés que se quede con Él, puesto que le dirá todos los mandamientos, estatutos y decretos que Moisés enseñará a Israel (v.31).

En el texto bíblico comenzamos a leer que Dios le dice a Moisés: «Así dirás a los hijos de Israel…» (Éxodo 20:22); «Estas son las leyes que les propondrás…» (Éxodo 21:1).

Primera gran diferencia:

Con los Diez Mandamientos, Dios habla y el pueblo escucha.
Con el resto de mandamientos, estatutos y decretos, Dios habla, Moisés escucha y transmite posteriormente al pueblo.

Pero esto no queda así:
Dios no sólo pronuncia los Diez Mandamientos, sino que los escribe en dos tablas de piedra con su propio dedo: «Sube a mí al monte y espera allá, y te daré tablas de piedra con la ley y los mandamientos que he escrito para enseñarles» (Éxodo 24: 12).
«Y dio a Moisés, cuando acabó de hablar con él en el monte Sinaí, dos tablas del testimonio, tablas de piedra escritas por el dedo de Dios» (Éxodo 31:18).
«Las tablas eran obra de Dios, y la escritura era escritura de Dios grabada sobre tablas» (Éxodo 32:16).

No cabe duda: Dios pronunció esas palabras y Él las escribió con su propio dedo en dos tablas de piedra. Esta información es suficiente como para entender la importancia que el texto bíblico le da a esta parte de la Escritura.

A continuación, con las dos tablas en las manos, Moisés baja del monte para encontrarse a su pueblo entregado a la más vil idolatría. Tal es la frustración de este hombre de Dios, que tira las tablas de la escritura divina y las rompe.

Dios ya las había escrito una vez; ¿lo volvería a hacer? ¿Le pediría a Moisés que esta segunda vez se encargara él?

La Escritura señala que «Jehová dijo a Moisés: prepara dos tablas como las primeras, y escribiré sobre esas tablas las palabras que estaban en las tablas primeras que quebraste» (Éxpdo 34:1).

Así fue la primera vez. También la segunda. Dios pronunció estas palabras en una inverosímil manifestación de sí mismo. Las escribió en tablas de piedra. No una vez, sino dos.

Todas las demás palabras, todo lo que Él no pronunció a oídos del pueblo, sino a oídos de Moisés para que éste se lo dijera a la congregación, fue responsabilidad del mensajero escribirlo: «Jehová dijo a Moisés: ‘Escribe tú estas palabras, porque conforme a estas palabras he hecho un pacto contigo y con Israel» (Éxodo 34:27).

Segunda gran diferencia:

Los Diez Mandamientos son escritos por el dedo de Dios en dos tablas de piedra. Las dos veces.
El resto de mandamientos, estatutos y decretos son escritos por Moisés.

Pero esto no queda aquí:
Hablando del Arca que habría de quedar en el Lugar Santísimo del Santuario, Dios le dice a Moisés: «En el Arca pondrás el Testimonio que yo te daré» (Éxodo 25:16).
«Yo escribiré en esas tablas las palabras que estaban en las primeras tablas que quebraste, y tú las pondrás en el Arca» (Deuteronomio 10:2).
«Allí había un incensario de oro y el Arca del pacto cubierta de oro por todas partes, en la que había una urna de oro que contenía el maná, la vara de Aarón que reverdeció y las tablas del pacto» (Hebreos 9:4).

La ubicación de estas palabras pronunciadas y escritas por Dios es también única. Las tablas en el Arca. El resto de mandamientos, estatutos y decretos fuera de ella: «Tomad este libro de la Ley y ponedlo al lado del Arca del pacto de Jehová, vuestro Dios» (Deuteronomio 31:26).

¿Queda alguna duda? ¿Es el sábado algo exclusivamente de la ley de Moisés, como insisten en señalar los evangélicos? Una lectura atenta del texto no permite tal interpretación.

No, los adventistas no guardan el sábado porque están bajo el viejo pacto o porque son legalistas o judaizantes. Lo hacemos porque sigue estando vigente puesto que sigue siendo señal de lo que ha sido siempre: de Creación y Redención.

Finalmente… no es un asunto legal, sino relacional

No es un asunto meramente legal, sino profundamente relacional. El sábado nos recuerda que todo se lo debemos a Él. No guardamos el sábado para salvarnos, sino que reposamos en el sábado gracias a la obra completa de redención de Cristo en la cruz.

El mismo Jesús señaló claramente no que no había venido para anular la ley, sino para cumplirla (Mateo 5:17). En el Sermón del Monte Jesús recuperó el verdadero significado de la ley mediante el «oísteis que fue dicho, pero yo os digo» (Mateo 5:21, 27). El pacto de Dios no son meras palabras, sino un reflejo precioso de su carácter. Toda la ley se puede resumir en el amor. Amor a Dios y amor al prójimo (ver Deuteronomio 6:5; Levitico 19:18, 34; Mat. 19:19; 22:37, 39; Romanos 13:9-10; Gálatas 5:14; Santiago 2: 8).

Dios es amor (1ª de Juan 4:8). El cumplimiento de su ley es el amor (Romanos 13:10). Guardamos el sábado porque lo amamos. Lo hacemos porque lo honramos como Creador y Redentor. No hacerlo significaría deshonrarlo y eso es algo que, por mucho que nos presionen, no vamos a hacer.

Termino con estas palabras del Conflicto de los Siglos: «Desde el origen de la gran controversia en el cielo, el propósito de Satanás ha consistido en destruir la ley de Dios. Para realizarlo se rebeló contra el Creador y, aunque expulsado del cielo, continuó la misma lucha en la tierra. Engañar a los hombres para inducirlos luego a transgredir la ley de Dios, tal fue el objeto que persiguió sin cejar. Sea esto conseguido haciendo a un lado toda la ley o descuidando uno de sus preceptos, el resultado será finalmente el mismo…

»El último gran conflicto entre la verdad y el error no es más que la última batalla de la controversia que se viene desarrollando desde hace tanto tiempo con respecto a la ley de Dios. En esta batalla estamos entrando ahora; es la que se libra entre las leyes de los hombres y los preceptos de Jehová, entre la religión de la Biblia y la religión de las fábulas y de la tradición…

»Ninguno de los errores aceptados por el mundo cristiano ataca más atrevidamente la autoridad de Dios, ninguno está en tan abierta oposición con las enseñanzas de la razón, ninguno es de tan perniciosos resultados como la doctrina moderna que tanto cunde, de que la ley de Dios ya no es más de carácter obligatorio para los hombres» (Elena G. de White, El Conflicto de los Siglos, capítulo 37).

Autor: Óscar Lopez, presidente de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en España. 

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