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El mito y la realidad

Tradicionalmente se enseña que los obsequios de navidad son un recuerdo de los reyes magos (que no eran ni reyes ni magos) y que llevaron obsequios a Jesús.

La realidad es muy diferente a ese mito. La tradición de entregar obsequios en navidad procede del siglo III y nació originalmente como una idea en la mente de Nicolás de Bari, obispo de Myra, una ciudad del Asia Menor, en la actual Turquía.

Nicolas de Bari procedía de una familia con mucho dinero. Quedó huérfano de padre y madre, y con una inmensa fortuna, a los 19 años tomó la decisión de hacerse sacerdote y pensó que era impropio tener tanto dinero habiendo tanta necesidad, por esa razón comenzó a regalar su dinero de manera anónima, esto con el fin de que la gente no se sintiera comprometida con él.

Siendo obispo pensó que la mejor forma en que los niños podrían comprender el regalo que significa para la humanidad el que Jesús naciera, comenzó a darles obsequios a los niños para que pudieran entender, aunque fuera por analogía la alegría que significaba recibir a Jesús.

Una anécdota muy conocida es que Nicolás de Bari (conocido así por haber sido sepultado en la ciudad italiana de Bari), es que en una ocasión se enteró de un hombre que había sido rico y que había perdido todo. Él tenía tres hijas, y eran los tiempos que para lograr que alguna hija se casara era necesario pagar una dote. El hombre estaba muy afligido porque no tenía el dinero suficiente para poder lograr que alguna de sus hijas se casara. Es una lástima que esto hubiera existido, pero, aunque parezca extraño aún es práctica habitual en muchos rincones del mundo, especialmente de Oriente Medio y de Asia.

Una noche, Nicolás, fue de incógnito a la casa de este hombre con la intención de llevarle un pequeño saco con monedas de oro. Al llegar no supo dónde colocar las monedas, hasta que vio colgadas de una ventana algunos calcetines que habían dejado allí para que se secaran, así que sin tardar puso en uno de esos calcetines la bolsa con monedas.

Cuando llegó la ocasión de que la segunda hija se casara, Nicolás hizo lo mismo, para alegría de esa familia que no sabía quién era su benefactor. Cuando fue el momento de la tercera hija, el padre, estuvo por semanas, atento cerca de los calcetines para espiar a quien le había dado tanto. Una noche lo sorprendió y la sorpresa fue mayor cuando se enteró que era el obispo de su ciudad, Nicolás. Allí le hizo una promesa, que si alguna vez recuperaba su fortuna haría lo mismo, entregar parte de lo que tenía a personas que lo necesitaban y lo haría sin que nadie se enterase.

La tergiversación de la historia

En algún momento, algo que comenzó como una buena idea en la mente de un hombre piadoso se tergiversó totalmente.

Los regalos se han convertido en un gran dolor de cabeza, especialmente cuando no se entiende el sentido original que éstos tenían, que era hacerles entender a los niños por analogía que significaba recibir a Cristo como el gran regalo del cielo.

Los calcetines se transformaron en botas rojas, puestas sobre las chimeneas.

Y, por obra de comerciantes y novelistas, Nicolás de Bari, se transformó en Papá Noel o Santa Claus, una tergiversación que nada tiene que ver con el personaje histórico que hacía obsequios de manera anónima y regalaba como una forma de que la alegría del obsequio les recordara la alegría de Jesús, el gran regalo del cielo para la humanidad.

Recuperar el sentido

Es probable que no podemos luchar con los mitos absurdos que se han introducido como Santa Claus que tiene características incluso divinizadas. Sin embargo, es posible darles a los niños y a los adultos una explicación y aplicación diferente para los regalos. Recordar que Jesús es nuestro obsequio sublime, que nos da alegría y nos recuerda que la existencia tiene sentido exclusivamente por su presencia.

Jesús es el obsequio, entre tanta parafernalia, es importante no olvidar y recordarlo.

Foto: (cc) Asenat29/Flickr.

Revista Adventista de España