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políticoEl último barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas, el CIS, ha ofrecido un dato muy revelador respecto a las preocupaciones de los españoles. El paro, como habitualmente, lidera el ranking, pero en estos momentos la segunda mayor preocupación de los españoles es la política en general y los políticos en particular.

Y es que, según la encuesta, la preocupación por la situación política en España ha alcanzado su máximo histórico. Este reciente dato sociológico ha traído a mi mente algo que escuché hace unos años. Y es que hay circunstancias que recordamos vívidamente por lo poco habituales que resultan.

Estaba escuchando la radio cuando el comunicador del programa matinal entrevistó a un político que estaba a punto de dejar el mundo de la política.

Antecedentes

Este hombre, cuyo nombre no voy a descubrir, entró en el mundo de la política cuando su éxito en la empresa privada estaba más que consolidado. De hecho, debido a la destacada responsabilidad que ocupaba en una importante compañía, su incursión a tiempo completo en la política le hizo perder dinero.

El presidente de gobierno le pidió ser ministro, y éste aceptó. Desde su posición como ministro de España evidenció una vez más las virtudes que le adornaban: por encima de todo, su capacidad para dialogar y para alcanzar acuerdos. Eran los mismos políticos contrincantes, organizaciones y empresas que trataron con el ministerio que dirigía, los que destacaban de él su enorme habilidad para llegar a consensos. Su capacidad para buscar y encontrar puntos de encuentro, incluso con los que estaban en las antípodas de sus planteamientos ideológicos y políticos, hacían de él alguien especial.

Este ministro, inteligente y brillante, dialogaba, buscaba el entendimiento y confiaba en que esa labor de acercamiento hacia los que se encontraban al otro lado de la mesa, fueran quienes fueran, se tradujera en pactos para el beneficio de la ciudadanía.

Y llegó la sorpresa

Y un día llegó lo que nadie se esperaba. Este ministro de contrastada solvencia y capacidad para el acuerdo no sólo dejaba el ministerio que atendía, sino que además abandonaba la política. La decisión cogió a todo el mundo con el pie cambiado. Nadie se lo esperaba, nadie lo veía venir. De hecho, el primer sorprendido fue el presidente de gobierno, que se vio en la necesidad de hacer una remodelación parcial de su gabinete.

Su dimisión y abandono de la política fue toda una sorpresa porque no había motivos aparentes para dejar el gobierno, y menos aún, el mundo de la política en el que tan bien se había desenvuelto en su corta trayectoria. Hasta ese momento había gestionado con eficacia su departamento, no había habido ningún escándalo que le obligara a dimitir, y hasta sus contrincantes políticos le veían con buenos ojos.

La jungla

En la entrevista que estaba concediendo a la emisora de radio, al ahora exministro se le hizo una pregunta, «¿Cómo definiría usted la política?» En un tono con el que transmitía decepción, respondió, «Para mí la política es como la jungla». Tanto su respuesta como el tono que utilizó me pareció muy interesante.

Una de las acepciones que tiene la palabra «jungla» es `aquello donde predomina la ley del más fuerte´. Alude a un entorno peligroso y amenazante. Para un hombre convencido de que un contrincante político no es un enemigo, que en la política hay que esforzarse por trabajar el entendimiento, por encontrar fórmulas para poner a las personas de acuerdo por el bien de la comunidad, indistintamente de los colores políticos que se tengan, para alguien así con ese perfil, es complicado sobrevivir en la política.

Las encuestas sociológicas no dejan bien a la clase política. Hoy son muchos los ciudadanos que expresan su hartazgo con ella, porque observan con estupor e indignación su polarización, su sectarismo y su radicalización ideológica. Son testigos preocupados y frustrados por la política «de trincheras» en la que la ideología está por encima del bien del ciudadano. Donde buscar el consenso y el acuerdo en favor de la gente parece una utopía. Y en esta guerra de desgaste todos perdemos, incluidos los políticos, ya que el desafecto de la población va aumentando año tras año.

La Biblia nos sitúa

El riesgo que enfrentamos los creyentes es que la política puede convertirse en un instrumento de separación en las iglesias. La política que polariza a la sociedad también puede polarizar a los cristianos. Necesitamos darnos cuenta de que la acritud, la beligerancia, la oposición sistemática, simplemente por tener ideas políticas diferentes, igual que dividen a los políticos y a la gente de a pie, también pueden dividir a los que profesamos una fe cristiana, y eso debilita a la iglesia.

El mal uso de la política separa, daña, fractura, polariza. Y cuando esa mentalidad, esas actitudes poco constructivas, se introducen en la iglesia, ésta sufre porque las relaciones interpersonales entre creyentes se debilitan y enrarecen. Es Jesús el que afirma en Juan 13: 35, «En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si os amáis unos a otros». El Maestro es claro al respecto, para las personas que no forman parte de los seguidores de Jesús, la autenticidad del mensaje que les predican los cristianos está avalado o desacreditado por la clase de relaciones interpersonales que observan entre esos mismos que les quieren dar testimonio de su fe.

Los discípulos de Jesús, aman

El apóstol Juan trata de definir a Dios y en su mejor intento, inspirado por el Espíritu Santo, dice que «Dios es amor» (1ª Juan 4: 8). No es que Dios se defina por su amor, no es una característica de Él, es su esencia. Dios encarna el amor porque Él es amor. Como consecuencia, si los creyentes viven bajo la influencia e inspiración de ese Dios de amor, entonces lo proyectan sobre los demás.

Dicho esto, Jesús en Juan 13: 35 destaca el amor como prueba de discipulado. Si lo tienes, lo eres; si no lo tienes, no eres discípulo de Jesús. «Si alguno dice “yo amo a Dios”, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Porque el que no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve. Nosotros tenemos este mandamiento de él: El que ama a Dios, ame también a su hermano» (1ª Juan 4: 20). Leemos en Hebreos 11: 6, que «Sin fe es imposible agradar a Dios». Y a continuación, el autor de la epístola justifica la afirmación que acaba de hacer, «porque el que se acerca a Dios necesita creer que existe, y que recompensa a quien lo busca».

El planteamiento del apóstol Pablo es lógico: la carrera espiritual del individuo, que ahora es creyente, comienza con el creer, con la fe. Sin embargo, el apóstol Pablo afirma en 1ª Corintios 13: 13 que, entre la fe, la esperanza y el amor, «el mayor es el amor». Pablo presenta el amor por encima de la fe, como don superior, porque la mayor evidencia que existe de que un individuo ama a Dios es que ama: Al prójimo, a sí mismo, a otros miembros de iglesia, e incluso a sus enemigos (Mateo 5:43-44).

El reto

Si los creyentes permitimos que el juego político y su actual radicalidad polarizadora nos mediatice, tendremos iglesias impregnadas y manchadas de la misma polarización que se observa en la política y en la sociedad que nos rodea. Sabemos que desde la perspectiva bíblica ese no es el camino, no es el estado en el que las iglesias deben encontrarse para poder compartir el último mensaje de esperanza para este mundo antes de que Jesucristo cumpla su promesa y vuelva «para salvar a los que le esperan» (Hebreos 9: 28).

El ministro que dimitió de su cargo ministerial y que abandonó la política tiene un currículo impresionante, tanto que podría ser considerado un Leonardo Da Vinci del siglo XXI; desafortunadamente, la política española perdió un valioso elemento porque para él resultó una «jungla» de la que era mejor alejarse.

Nosotros, los seguidores de Jesús, tenemos que seguir creciendo a la imagen y semejanza de nuestro Salvador y Maestro, y si estamos en esa dinámica, con la inspiración y dirección del Espíritu Santo, por un lado, trataremos de impedir con nuestra influencia que la política y su acción polarizadora dañe de cualquier forma y manera a la Iglesia de Cristo; y por otro, nos esforzaremos porque esta mentalidad no se convierta en una rémora para la Misión que el Señor ha encomendado a sus seguidores.

Autor: Antonio Ubieto, pastor de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en Oropesa y Liria (España), y colaborador de La Voz de la Esperanza.
Imagen: Foto de Priscilla Du Preez en Unsplash 

Revista Adventista de España