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Mirando hacia atrás, siendo consciente que lo mejor está todavía por venir, siento nostalgia por ciertos tiempos pasados. Sé que la Biblia dice que “no hay sabiduría en preguntar sobre la causa de que los tiempos pasados fueran mejores” (Ecl. 7:10), pero mi nostalgia no es por los tiempos ya pasados, sino por las personas que un día estuvieron y ya no están.

Me explico.

Funeral tras funeral, parte de la vida de la iglesia ha consistido en decir “hasta pronto” a aquellos que ya descansan en el Señor. Hemos despedido a veteranos y veteranas, y llorado al ver marchar a amigos y amigas que se fueron demasiado pronto. Hemos sido golpeados al tener que decir adiós a jóvenes que nos dejaron inesperadamente. La enfermedad y la muerte no hacen acepción de personas y, aunque no lloramos como los que no tienen esperanza, sentimos profundamente su ausencia.

Aunque me entristece pensar en ciertas personas que ya descansan, no es de ellos que quiero escribir hoy. Al fin y al cabo, a los que ya descansan en Jesús les está reservada “la corona de vida, que el Señor ha prometido a los que le aman” (Stg. 1:12; 2ª Tim. 4:8). Ya tienen su recompensa. Duermen pero pronto la voz de Arcángel los resucitará y, juntos, “viviremos siempre con el Señor” (1ª Tes. 4:17).

Los que dejan de congregarse

Las ausencias que me producen nostalgia son aquellas de los que un día creyeron, vivieron la fe, formaron parte de nuestra vida en la iglesia pero hoy ya no están. Antes de seguir escribiendo, necesito que entiendas que no estoy diciendo que el que no está en la iglesia se va a perder. No estoy hablando de algo que solo Dios puede decidir. Estar en la iglesia no es garantía de salvación al igual que alejarse de la misma no es sinónimo en absoluto de perdición.

La Biblia me dice que hay quienes, a pesar de tener posibilidades de hacerlo, tienen por costumbre “dejar de congregarse” (Heb. 10:25). Los echo de menos. Ya no están. Se han alejado o los hemos alejado. No lo sé. Cada caso es distinto. Lo que la Biblia me dice es que “el que crea estar firme, mire que no caiga” (1ª Cor. 10:12). La Palabra me advierte que, aunque algunos retrocedan, “el justo vivirá por la fe” y que los que “tienen fe para preservación del alma, no son de los que retroceden para perdición” (Heb. 10:38-39).

Dejar de congregarse, en este contexto, puede ser sinónimo de “caer” o de “retroceder para perdición”. Repito, no estoy diciendo que todos los que no van a la iglesia se van a perder. Creo importante volver a señalar este aspecto. El texto que leemos en Hebreos 2:1 me ayuda a explicar lo que siento estos días: “Por tanto, debemos prestar mucha mayor atención a las cosas que hemos oído, no sea que marchemos a la deriva”. Si hay un tiempo en el que conviene prestar aún mayor atención a lo que hemos creído, es hoy. No quiero que nadie marche a la deriva pero esa es la dirección de los que dejan de prestar atención a la Palabra de Dios.

Vivir aguardando, con esperanza, a Cristo

En estos tiempos difíciles de los que habla en varias ocasiones la Escritura, es importante vivir “aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo” (Tito 2:13). No perder de vista que el que prometió volver, lo hará. Que “aunque la visión tarde en cumplirse, espera, porque, sin duda, vendrá y no se retrasará” (Hab. 2:3). El apóstol Pablo, comentando este pasaje de Habacuc, añade: “no perdáis vuestra confianza, que tiene gran galardón; porque es necesaria la paciencia y obtener la promesa. Aún un poquito, y el que ha de venir vendrá, y no tardará” (Heb. 10:35-37).

Ten paciencia. Persevera. No dejes de creer. Sigue mirando a Jesús. No te rindas. Vale la pena esperar.

Siento nostalgia por los que no están. Son muchos los que un día llenaron nuestras iglesias y hoy, por muchas razones que no pretendo analizar aquí, ya no están. Amigos. Padres. Madres. Hermanos o hijos. Algunos ya no creen. Se alejaron de la iglesia. Les hemos fallado o simplemente se cansaron de esperar. Las iglesias, en muchos casos, siguen llenas, pero no podemos reemplazar el vacío de los que ya no están. Se les quiere. Aunque no se lo haya sabido decir, hoy lo escribo: me gustaría verlos volver.

Muchos volverán

Pongo mi confianza en el Señor porque sé que muchos volverán; que “el Señor los llamará de la tierra del enemigo y los traerá a su tierra” (Jer. 37:21). Sé que “cuando el Señor sea levantado, a todos atraerá a sí mismo” (Jn. 12: 32) y que el que a él viene, él no lo echa fuera (Jn. 6:37). Me comprometo a “levantar a Jesús” con mi predicación, mi actitud y mi testimonio.

Aunque siento nostalgia y echo mucho de menos a los que ya no están, sé que el Dios en el que creo “quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad” (1ª Tim. 2:4). Creo que la “gracia de Dios se ha manifestado [poderosamente en Cristo] para ofrecer salvación a todos los hombres” (Tito 2.11) y que, aunque algunos se han alejado, serán “recibidos a misericordia” (1ª Tim. 1:13) que es precisamente lo que hace que yo siga en la iglesia.

Estoy triste pero esperanzado. Echo de menos pero vivo confiado.

Las semillas darán fruto. El “trabajo en el Señor no es en vano” (1ª Cor. 15:58). Muchos volverán a casa y con ellos nos gozaremos por la eternidad.

Óscar López Teulé. Presidente de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en España.
Imagen: Photo by Shamim Nakhaei on Unsplash

 

Revista Adventista de España