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“Gracia y paz a vosotros. . . de Jesucristo, el testigo fiel” (Apoc. 1: 4-5).

Si hay un tema que se destaca en el Apocalipsis, es sin duda el de la testificación. Martus y sus derivados, las palabras griegas traducidas como “testigo” y “testificar” o “dar testimonio”, aparecen numerosas veces en el libro y de comienzo a fin.[1] De ellas proviene también nuestra palabra “mártir”. En vista de su significado original, y contrariamente al sentido exclusivo que adquirió en nuestro idioma con el correr del tiempo, “mártir” es simplemente sinónimo de “testigo” en el Apocalipsis y no significa allí siempre ni necesariamente “persona a la que se le quita la vida por sus convicciones religiosas”.

Tampoco significa, por supuesto, “persona que se suicida con explosivos para matar a otros”. Martús significa simplemente “persona que comunica a otros aquello de lo que ha sido testigo directo”. Lamentablemente, existe a veces cierta superposición entre el primer sentido y el último, a saber, cuando el testimonio de un testigo le cuesta la vida. En ese caso, la muerte del testigo llega a ser su testimonio supremo, aunque no su único testimonio ni el más poderoso. La muerte no es lo que convierte a una persona en un mártir (“testigo” en griego). Es, en cambio, el efecto colateral e indeseado de su testimonio fiel.

“Martús” = Testigos vivientes

Este sentido amplio de la palabra, que incluye ciertamente la muerte aunque como excepción y no como regla, se hace evidente por el hecho de que casi todas las veces que es usada en Apocalipsis se refiere claramente a testigos vivientes, no a testigos muertos. Apocalipsis 2: 13; 6: 9; 11: 7 y 20: 4 son las únicos textos donde el testimonio fiel de los cristianos está explícitamente vinculado con la muerte (sólo cuatro de las quince veces que la familia de palabras aparece en el libro).

Jesús, el testigo fiel

En el Apocalipsis, Jesús no es llamado “el testigo (martús) fiel” por su muerte en la cruz. Cristo no fue un mártir en el sentido actual y restringido de la palabra pues nadie le quitó la vida, sino que la depuso voluntariamente como rescate por todos los pecadores arrepentidos (Mat. 26:53; Juan 10:15-18; 19:10, 11). El es el testigo fiel porque nadie estuvo tan cerca de Dios como él (Juan 1:18), y porque nadie pudo decir como él “el que me ha visto a mí ha visto al Padre. . . Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí” (Juan 14: 9-11). En otras palabras, nadie estuvo en mejores condiciones de dar testimonio de quién y cómo es Dios.

Por su parte, Juan se define a sí mismo en Apocalipsis 1: 2 como un martus (testigo) de la palabra de Dios, un testigo tanto de Jesús, la Palabra viviente (Juan 1:1-4, 14; 1 Juan 1:1-5), como del contenido del Apocalipsis, aunque Juan no murió como consecuencia de su testimonio hasta donde sepamos. Así como nadie estuvo tan cerca de Dios el Padre como Dios el Hijo, ningún ser humano estuvo tan cerca de Jesús, la Palabra viviente, como su discípulo amado (Juan 13:23; 19:26; 20:2; 21:7, 20, 24). Ambos, Jesús y Juan, eran los eslabones perfectos en la cadena revelacional divina (Apoc. 1: 1, 2).

Testigos vivos

A su vez, los cristianos fieles de todas las épocas son llamados “testigos” (marturoi) en el Apocalipsis no porque siempre mueran como consecuencia de su testificación, sino porque están dispuestos a ser testimonios (marturia) vivientes sin importar las consecuencias, incluyendo la muerte (Apoc. 2:10).

Morir por ser un testigo de Dios requiere sin duda un gran valor, aunque no un valor mayor que el necesario para vivir como un testigo fiel. Además, una vida entera de testimonio fiel es sin duda capaz de producir un efecto mayor y más perdurable en otros que la muerte de ese mismo testigo. Una ofrenda que se consume lentamente tiene efectos más duraderos sobre quienes la observan que un puñado de incienso que arde y se extingue en un momento (Rom. 12: 1; 2 Cor. 3: 2, 3; Efe. 5: 2; Fil. 1: 21-26; Gál. 2: 20).

La pérdida de vista de este hecho explica, por ejemplo, la actitud de algunos cristianos del siglo segundo que fueron con sogas para horca alrededor de sus cuellos a solicitar al gobernador romano de Asia (actual Turquía) que les diera muerte por su fe. Veían el martirio como su gran oportunidad de testificar. El asombrado magistrado los hizo marcharse diciéndoles que se arrojaran en algún precipicio del camino si tanto deseaban morir.[2]

Testimonio

Si algo busca Dios en el Apocalipsis no es testigos muertos, sino personas cuyas vidas sean un testimonio viviente de quién y cómo es Él. En las palabras de LeRoy Edwin Froom: “Un mártir es alguien que está convencido de la verdad y la manifiesta tanto en su vida como en la muerte. Los fuegos de la persecución no hacen a los mártires; simplemente, los revelan. El hombre que no sea ya un mártir nunca dará su vida por la verdad. Los mártires murieron no para transformarse en tales, sino porque ya lo eran”.[3]

Una oración para hoy: Jesús, Testigo fiel, ayúdame a representarte de manera fidedigna con mi vida cada día.

Referencias:

[1]Apoc. 1: 2, 5, 9; 2: 13; 3: 14; 6: 9; 11: 3, 7; 12: 11, 17; 19: 10; 20: 4; 22: 16, 18, 20.

[2]W. H. C. Frend: Martyrdom and persecution in the early church (Garden City, Nueva York: Doubleday, 1967), 220, 221; cf. Ignacio de Antioquía, Carta a los romanos 7: 2. Acerca de la tendencia a la búsqueda del martirio en algunos círculos cristianos primitivos, véase también Paul Middleton,“Early Christian voluntary martyrdom: A statement for the defence”, The Journal of Theological Studies, nueva serie, vol. 64, 2, octubre 2013, 556-573, especialmente 572, 573.

[3]La venida del Consolador (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2010), 2ª ed., 95.

Hugo Cotro. Pastor, doctor en Teología y docente universitario de destacada trayectoria. Actualmente ejerce su ministerio como profesor en la Universidad Adventista del Plata, Entre Ríos, Rep. Argentina.

 

Revista Adventista de España