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Los números de Dios en mis manos. Parte 1

Introducción números

Dios nos creó con dos manos de cinco dedos en cada una. Primero, por los beneficios prensiles que conllevan. A diferencia de los primates, que tienen un pulgar corto y dedos largos que les permiten agarrarse con mucha fuerza a las ramas, el pulgar humano es más largo, con una musculatura mucho más desarrollada, y se opone a los demás dedos, que cuya longitud es más corta para lograr una pinza de alta precisión, especialmente entre el índice y el pulgar. Así, nuestra mano, con una alta sensibilidad en la yema de los dedos, unida a un cerebro inteligente, nos ha permitido desarrollar muchas ideas e inventos, manipulando herramientas muy delicadas con gran precisión.

Pero desde la más remota antigüedad, el hombre también ha utilizado sus dos manos, casi de forma instintiva para contar. Se contaba con los dedos, falanges, nudillos, zonas entre los dedos, o se inventaron variadas posiciones de los dedos para expresar diferentes números. También se pueden contar las tres falanges de cada dedo con el pulgar, comenzando por el índice y terminando con el meñique, obteniendo el número 12 o sistema duodecimal. Hoy tenemos sistemas para contar hasta un millón con los dedos de las manos.

En los números romanos, el signo I parece representar a cada dedo de forma individual; pero a la vez puede ser una metáfora de cualquier objeto señalado o contado. El término dígito deriva de la palabra latina que significa dedo, y que también habría dado lugar al término diez, y al sistema decimal, que viene determinado por los diez dedos de las manos.

Relación del cerebro con las manos

Es tan fuerte la ligazón del cerebro con las manos, que muchos estudios actuales demuestran que el cerebro acelera su pensamiento interactuando con los dedos. Así mismo, las regiones cerebrales asociadas con el tacto se activan cuando se realizan tareas numéricas, aunque no se usen los dedos para contar. Parece probado que interactuar físicamente con los objetos y las personas que nos rodean ayudan a nuestro cerebro a transformar los pensamientos, las elecciones que hacemos, y las percepciones que tenemos de las personas.[1]

Los números en la Biblia

En la Biblia descubrimos que para Dios los números son muy importantes. Toda la naturaleza y el Universo, desde lo microscópico a lo macroscópico, están llenos de números, matemáticas y geometrías perfectas. Cuando el pecado creó una brecha en la eternidad sin fin, introduciendo el tiempo, se hizo necesario calcularlo para dar esperanza a los hijos de Dios fijando los tiempos de la redención. Así, los siete días de la semana, el sábado, las siete fiestas de Israel que explicaban la historia de la salvación a lo largo del año, los años de remisión cada siete años, y los años jubilares cada siete por siete años; todo mostraba el tiempo prefijado por Dios para nuestra redención.

Debido a este uso repetitivo, el número siete en la Biblia adquiere un significado que va más allá de su mero valor numérico, convirtiéndose en un símbolo de la conclusión del tiempo final de la redención; y derivado de ello, de la perfección absoluta de un Dios que dirige la historia, concluyendo su proyecto salvífico en los tiempos prefijados por Él desde la eternidad remota. Por ello, el Apocalipsis, que nos cuenta el desarrollo final de esta historia de redención, se estructura en siete series de siete partes cada una (7×7=49);[2] llevándonos al año cincuenta, tiempo jubilar (Lv 25:8-10) donde Dios liberará a su pueblo y a la naturaleza de la esclavitud del pecado y de la muerte.  Recreará una tierra nueva y morará en medio de su pueblo para siempre (Ap 21:1-4).

Números que se calculan con los dedos de nuestras manos

Este uso repetitivo de algunos números bíblicos, con posibilidades de deducir una proyección simbólica, se da de forma bastante clara en 10 números de la Biblia: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 10, 12

Todos son números que se calculan con los dedos de nuestras manos. Son muy asequibles a todas las culturas, los usamos a diario, y hasta un niño los puede calcular. Pero además, nuestras manos en la Biblia se emplean como una metáfora de nuestras acciones (Ec 2:11; Is 3:11; Ap 9:20); también los pies, con diez dedos, son un símbolo del camino que seguimos (Job 23:11; Slm 119:101; Lc 1:79). Obras y caminos que deberían ser guiados prioritariamente por Dios, aunque pocas veces es así. Por esto, el Señor les pidió a los sacerdotes que todos los días lavasen sus manos y sus pies en la fuente del Santuario (Ex 30:17-21). También, resumió su ley en diez mandamientos que pudiéramos enumerar con nuestros dedos (Ex 20:1-17).

La historia de la redención “digitalizada”

Pero lo más interesante, es que la historia de la redención ha sido “digitalizada” por Dios, resumiéndola en esos diez números que podemos contar con las manos. Sin duda, buscando que en el uso diario de nuestras manos y pies, recordemos todo lo que Él ha hecho para liberarnos de la esclavitud del pecado. Descubriendo en nuestros quehaceres diarios, cuál es nuestro deber esencial con el Creador y con el prójimo.

Debido a las características reducidas de este artículo, solo se hará un brevísimo resumen de los textos más llamativos que nos permiten, desde mi punto de vista personal, deducir la proyección simbólica de cada uno de los números. Este artículo no es de numerología, ni pretende aportarles significados místicos o misteriosos a los números -como hacen la cábala o la gematría-, sino que su objetivo es resaltar las proyecciones simbólicas que la revelación parece darle de forma continuada a determinados números.

Invitamos a nuestro amable lector a realizar su propia investigación de los muchos textos implicados en el significado de cada uno de los números. Además de las combinaciones que resultan de la suma o multiplicación de varios de ellos, y la consiguiente ampliación del mensaje simbólico que surge de la suma de sus significados, y a extraer conclusiones prácticas que le ayuden en su experiencia de salvación.

La redención en los dedos de las manos

  1. DIOS

números 1La idea más repetida en la Biblia sobre el numero uno es que representa al Dios único: “Oye, Israel: Jehová, nuestro Dios, Jehová uno es” (Dt 6:4; Mc 12:29,32; Ro 3:30; Ga 3:20; Stg 2:19). Un Dios, y un Señor, Jesucristo (1 Co 8:4,6; Ef 4:5). Un único mediador (1Ti 2:5), que “con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados” (He 10:14). Y un solo Espíritu (1Co 12:13; Ef 4:4).

Así que el número uno apunta al único Dios, en tres personas, empeñado en salvar al hombre mediante el sacrificio y la resurrección de Cristo (Jn 3:16). Por esto Jesús también es el primero en los orígenes de la existencia, como el “primogénito de toda creación” (Col 1:15); el primero como redentor siendo el “primogénito entre muchos hermanos” (Ro 8:29); y el primero en resucitar como “el primogénito de entre los muertos, para que en todo tenga la preeminencia” (Col 1:18).

Se suele señalar el número uno, levantando hacia el cielo el índice. Pero cuando se cuenta con los dedos, generalmente se comienza por el pulgar de la mano derecha. Así que vamos a usar el pulgar derecho como símbolo numérico del uno. Es el único dedo mencionado por su nombre en la Escrituras, porque sobre el lóbulo de la oreja, el pulgar de la mano y del pie del lado derecho, se ponía la sangre de un carnero, en la consagración de los sacerdotes y del sumo sacerdote (Ex 29:20; Lv 8:23). Exactamente lo mismo se hacía con la purificación del leproso (Lv 14:14-25), pero en este caso, se añadía aceite sobre la sangre en los tres lugares (14:28).

La sangre

La sangre representa la expiación por nuestros pecados, que Dios nos ofrece por pura gracia a todos los seres humanos mediante la muerte y resurrección de Jesús en la Cruz (1 Jn 1:7). Siendo el lado derecho el más importante (Mc 16:19), Dios pide a todos los que se consagran a Él (sacerdotes), y a los que ha librado del pecado (leprosos), que le dediquen lo mejor de ellos mismos (derecha).

La sangre y el aceite en la oreja derecha implica escuchar en primer lugar a Jesús que nos redimió, y en segundo lugar al Espíritu Santo que quiere santificar nuestra vida (Ap 3:20). La sangre y el aceite en el pulgar de la mano derecha indica que todo lo que hago y lo que poseo debe ser puesto al servicio de Dios y del prójimo (Mt 22:37-39). Siguiendo fielmente sus caminos, como indica la sangre y el aceite en el pulgar del pie derecho.

Así que el dedo pulgar me recuerda cada día que Dios es uno. Que debo servirle en primer lugar a Él (1 Re 17:13). Porque él es mi Creador y mi redentor, que justifica (sangre) y santifica (aceite) mi vida.

  1. EL PRÓJIMO

números 2El número dos apunta en la Biblia, por un lado a la división, y por otro, a la unión. En primer lugar, el dos nos recuerda la libertad que Dios nos ha dado para escoger entre dos posibilidades: el bien o el mal (He 5:14); la luz y las tinieblas (2Co 6:14); la vida y la muerte (Dt 30:19) lo santo y lo profano (Lv 10:10); Dios o Satanás (Stg 4:7); etc.

La pinza de precisión que se forma al unir el pulgar con el índice, o con los demás dedos, es un recordatorio constante de cómo Dios ama a cada ser humano de este mundo (1+4), “para que todo aquel que crea en Él no se pierda, sino que tenga vida eterna” (Jn 3:16). Pero también indica cómo debo amar y servir al prójimo, porque “el que ama a Dios, ame también a su hermano” (1Jn 4:21).

números 3

¿Qué podría hacer la mano sin el pulgar? Jesús dijo: “separados de mí nada podéis hacer” (Jn 15:5). Seríamos como los setenta reyes con los pulgares cortados que recogían migajas debajo de la mesa del rey cananeo Adoni-bezec “señor de la brecha” (Jc 1:7). Un nombre muy sugerente de lo que Satanás ha logrado con el pecado: separarnos de Dios (Ef 2:14) y esclavizarnos hasta la muerte (Ro 6:16). En la antigüedad esta práctica pretendía inutilizar al individuo para la guerra.

Pero de forma metafórica, al cortar nuestros pulgares de manos y pies, el enemigo busca eliminar a Dios de nuestra vida.  Mediante mil distracciones, o mucho trabajo, nos impide aferrar “la espada” de la Palabra de Dios (Ef 6:17); apartándonos de la única fuente de expiación (sangre pulgar) y de transformación (aceite pulgar). Así nos mantiene “bajo su mesa”, en la oscuridad, hambrientos, debilitados, alienados, desequilibrados en nuestro caminar, y a cuatro patas, como Nabucodonosor mientras se mantuvo separado de Dios (Dn 4:25).

Es vital estar unidos a Dios

Esta triste historia nos recuerda que es vital estar unido a Dios (Dt 6:5). Como en el buceo, que uniendo el índice con el pulgar se indica “todo bien”. Nuestra vida espiritual solo irá bien si está “escondida con Cristo en Dios” (Col 3:3). Pero como ya se ha dicho, la unión con Dios conlleva de forma inevitable la unión con mi prójimo (Lv 19:18; Mt 19:19; 22:39). Porque si Dios nos amó primero, y por esto le amamos (1Jn 4:19), la consecuencia ineludible es el amar al otro como a nosotros mismos (Mc 12:31, 33).

Por esto Jesús dijo que “donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18:20). No dijo donde este “uno” reunido en mi nombre, sino mínimo dos. Porque la Biblia no aprueba la religión del YO, sino la religión del servicio a Dios, y al prójimo. Por esto Jesús siempre envió a sus discípulos de dos en dos (Lc 10:1; Mc 11:1), para ayudarse mutuamente. Y en el juicio celestial, dos o tres testigos (Dt 17:6; He 10:28; Ap 11:3) darán testimonio de si hemos realizado o no esa obra de amor y servicio al otro (Mt 25:31-40).

Si el número dos se alcanza sumando el dedo índice al pulgar, también, el índice extendido es el gesto natural con el que señalamos. Gesto que sin duda realizó Juan el Bautista, cuando señalando con su dedo a Jesús dijo “¡Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo! (Jn 1:29). Y desde ese momento, Jesús nos señaló el cielo, mostrándonos al Padre (Jn 14:9) y la dependencia absoluta a su voluntad que le permitió triunfar sobre el mal.

Sigamos Su ejemplo

Si no sigo Su ejemplo, y como Caín apunto el dedo índice hacia mí, caeré en la religión ególatra del YO, alimentando el egoísmo, el orgullo y a la esterilidad espiritual. Algo que preocupa mucho al apóstol Pablo cuando recuerda a cada discípulo de Cristo, que no deje de congregarse como algunos tienen por costumbre (He 10:25).

El único antídoto contra esta tendencia egocéntrica es señalar con el índice a mi prójimo. No para acusarlo o criticarlo (Is 58:9), sino para recordar el deber ineludible de amarlo y servirle. Por eso, para las Escrituras, el dos es la unidad mínima de la familia (Gn 2:24), pero también de la iglesia en su misión salvífica (Mc 6:7).

  1. EL EVANGELIO

Si el uno es Dios, y el dos nuestro deber con Él y con el prójimo, el tres nos habla del mensaje que debemos vivir y transmitir al otro. Jesús [1] envío a sus discípulos de dos en dos [2] a predicar el evangelio [3], haciendo “discípulos a todas las naciones [4], bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo (Mt 28:19).

Cada pareja de discípulos deben presentar a los tres autores de la salvación y su proyecto para rescatar de la esclavitud del pecado a todas las naciones de la tierra; representadas por el número cuatro, que veremos a continuación. Finalmente el bautismo es la señal pública e individual de la libre aceptación del mensaje, además de ser la puerta de entrada al discipulado y a la misión de servicio y testificación que conlleva.

Por ello el número tres siempre apunta en las Escrituras al mensaje de salvación dirigido por un Dios trino. Tres pisos tenía el arca de Noé donde él y su familia se salvaron del diluvio (Gn 6:16); tres días de camino llevaron Abraham e Isaac hasta el monte Moria, donde el sacrificio de Isaac era un tipo casi perfecto del antitipo de la cruz (Gn 22:1-14); tres espacios tiene el Santuario (Ex 40:17-34), que representan las tres facetas de la salvación en Cristo (1Cor 1:30); lo mismo representan las tres vestiduras que revisten al Sumo sacerdote, tipo de Cristo (Ex 28:2-4).

Tres fiestas

También tres veces al año debía presentarse todo israelita delante de Yahvé para celebrar tres fiestas (Pascua, Pentecostés y Tabernáculos), que representaban el inicio y la conclusión del plan de la redención (Ex 23:14-17); tres días y tres noches en el sepulcro precedieron la resurrección de Cristo (Mt 12:40); tres ángeles vuelan por lo alto del cielo anunciando al mundo el evangelio eterno (Ap 14:6-12).

El dragón, la bestia, y el falso profeta, representan en el Apocalipsis 16:13 una falsa trinidad satánica que también quiere alcanzar al mundo con un falso mensaje de salvación. Por eso, de la boca de cada uno de ellos salen “tres espíritus inmundos semejantes a ranas”, que se moverán libremente por las muchas aguas (naciones) sobre las que reina Babilonia, convenciéndolas con un proyecto contrario a Dios.

  1. TODA LA TIERRA

A pesar de esta feroz oposición, la predicación del evangelio eterno finalmente alcanzará a todas las naciones de la tierra (Mt 24:14; 28:19). El número cuatro apunta a esta dimensión global derivada de los cuatro puntos cardinales, denominados en las Escrituras cuatro vientos o cuatro ángulos de la tierra (Jr 49:36; Ap 7:1).

Tanto Israel como la iglesia deben predicar el evangelio [3] a los cuatro ángulos [4] de la tierra (3×4=12). Por ello Dios necesita organizar a su pueblo siguiendo ese patrón, en un campamento con doce tribus, situadas en cuatro grupos de tres tribus en cada punto cardinal en torno a su Santuario (Nm 2). Curiosamente, este mismo patrón (3×4=12) aparece prediseñado en las manos, porque con el pulgar contamos las tres falanges de nuestros cuatro dedos, sumando 12.

También el gran Mar de bronce del templo de Salomón, que representa la misión sacerdotal del pueblo de Dios (1Pe 2:9), tiene cuatro grupos de tres bueyes de bronce, mirando hacia los cuatro puntos cardinales (1Re 7:23-25).  Jesús sigue el mismo modelo, escogiendo doce apóstoles que terminen esta misión hasta el fin (Lc 6:13). Para ello inspira cuatro evangelios, que cuentan su misión salvífica, adaptándola a las culturas predominantes de la tierra conocida.

Luchas en los cuatro vientos

Por supuesto, el enemigo ha intentado desbaratar este plan de evangelismo mundial a lo largo de la historia. Para ello ha provocado luchas en los cuatro vientos, haciendo surgir cuatro grandes bestias del mar (Babilonia, Medo Persia, Grecia y Roma); cuatro imperios que dominaron el mundo, persiguiendo, y dispersando al pueblo de Dios (Dn 7:3, 7,19; 12:7).

Pero finalmente Jesús va a ganar la batalla a las bestias, y en su segunda venida juntará a sus escogidos de los cuatro vientos de la tierra (Mt 24:31; Mc 13:27), trasladándolos a la Nueva Jerusalén. Una ciudad celestial con doce cimientos y doce puertas (Ap 21:12, 14). “Tres puertas al oriente, tres puertas al norte, tres puertas al sur, tres puertas al occidente” (Ap 21:13), por las que entrarán los salvos que a lo largo de los siglos aceptaron el proyecto de salvación (3×4=12).

Al final del milenio Satanás también reunirá a los suyos de los cuatro ángulos de la tierra para atacar la ciudad de los santos, “pero de Dios descendió fuego del cielo y los consumió” (Ap 20:7-9). Después de esto Dios creará nuevos cielos y una tierra nueva (Ap 21:1) para los redimidos de todos los tiempos; “una gran multitud, la cual nadie podía contar, de todas las naciones, tribus, pueblos y lenguas” (Ap 7:9).

  1. POR GRACIA

¿Cómo han logrado la salvación todos los individuos de esta gran multitud incontable, que estaban “muertos en sus pecados” (Ro 6:13), pero han terminado morando con Dios por la eternidad en la nueva Jerusalén? La única respuesta está en la misericordia y el gran amor con que Dios nos ha amado.

Realmente nadie en este mundo le da a Dios ninguna razón para amarnos, pero Él lo hace al precio de su vida, regalándonos su perfección a cambio de nuestra imperfección (Ro 3:23-24). A esta transacción en la que el ser humano caído no aporta absolutamente nada, se le llama gracia (Ef 2:8), y resume el evangelio que tiene que predicarse a todas las naciones. “Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos)” (Ef 2:4-5).

La gracia de Dios está señalada en la Biblia por el número cinco. La mano extendida hacia el cielo con los dedos abiertos ya está pidiendo misericordia y gracia en el lenguaje no verbal. El pulgar, el uno (Dios), se une al cuatro (1+4=5), que como ya hemos visto representa nuestro mundo caído y la impotencia del hombre; pero también a su pueblo, a través de las doce falanges de los cuatro dedos (1+4[12]=5).

Cinco piedras

Esta fórmula aparece constantemente en la Biblia. El Sumo sacerdote Aarón, tipo de Cristo, y sus cuatro hijos (en números 1+4=5), representando cada uno a un grupo de tres tribus del campamento de Israel. Casi todas las medidas del Santuario, que representa el plan de la redención centrado en Cristo, son múltiplos de cinco. David, tipo de Cristo, se enfrentó solo al gigante Goliat y lo venció, salvando a su pueblo, que no ayudó en nada a esta victoria (1Sm 17).

Esto se recalca en las cinco piedras que el joven pastor tomó del arroyo, pero solo con una derribó al gigante, mientras las otras cuatro permanecían a salvo en su zurrón (17: 40,49). Solo Cristo es la piedra (Sal 118:22; Is 28:16; Mt 21:42) que hirió mortalmente la cabeza de Satanás (Gn 3:15), mientras protegía a su pueblo bajos sus alas (Jos 4:5,9; Is 41:10; Mt 23:37).

En el Tabernáculo del desierto, el cordero [1] moría en un altar de 5 codos por lado [4], donde el fuego encendido por Dios no se apagaba nunca. Tenía cuatro cuernos en sus esquinas, sobre los que se ponía la sangre expiatoria. Los cuernos, representan el poder del animal, pero en los libros proféticos representan naciones (Dn 7:24; 8:20; Zac 1:18-21; Ap 17:12). Así que los cuernos, en las cuatro esquinas del altar, representan a las naciones de los cuatro ángulos de la tierra, condenadas a la destrucción del fuego por su pecado (2Pe 3:7).

Pero la sangre del cordero sobre los cuatro cuernos indicaba que Dios ha entregado a su propio Hijo, para pagar el precio de la muerte por fuego, y salvar por gracia a todos los que lo acepten como su Salvador. Esto se resume magistralmente en Juan 3:16: “Porque de tal manera amó Dios al mundo [altar con cuatro cuernos], que ha dado a su Hijo unigénito [cordero], para que todo aquel que en él cree, no se pierda, más tenga vida eterna” (en números 4+1=5).

Autor: Sergio Martorell, secretario de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en España. 

NOTAS:

[1] G. VALLÉE-TOURANGEAU – F. VALLÉE-TOURANGEAU, “Why the best problem-solvers think with their hands, as well as their heads”, https://theconversation.com/why-the-best-problem-solvers-think-with-their-hands-as-well-as-their-heads-68360 [acceso: 29.12.2021]

[2] J. B. DOUNKHAN, Los secretos del Apocalipsis (Florida 2008) 12.

Artículo relacionado: Los números de Dios en mis manos. Parte 2

 

Revista Adventista de España