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Los números de Dios en mis manos Parte 2

Los números de Dios en mis manos

  1. NO POR OBRAS

Para poder contar el número seis se necesitan por primera vez ambas manos, y casi todas las personas lo hacen sumando el pulgar de la mano izquierda. El número seis es un claro referente de todas las obras del hombre. Creado por Dios el sexto día (Gn 1:27), se le dan los seis días de la semana para hacer todas sus obras. Pero debe cesar todo trabajo el día séptimo, sábado, para dedicárselo completamente a Dios (Ex 20:9; Dt 5:13).

Pero cuando contamos con nuestros dedos para sumar seis, generalmente miramos las palmas de nuestras manos, y este segundo pulgar izquierdo con el que sumamos seis aparece en posición contraria al pulgar derecho (Dios). Este pulgar izquierdo no se le unge con sangre y aceite. Además en el juicio Jesús pondrá a su izquierda a “los cabritos”, que representan a los que no le amaron a él ni al prójimo (Mt 25:33,41-46). Este pulgar izquierdo, que aparece junto a otros cuatro dedos, recuerda “al Dios de este mundo” (2 Co 4:4), la serpiente, creada el sexto día (Gn 1:24), que siempre ha querido usurpar el lugar de Dios.

El séptimo día de Dios

Por ello Satanás siempre le ha susurrado al hombre que desobedezca a Dios (Gn 3:4), rechazando su gracia y sus mandamientos (Dn 7:25), sustituyendo el séptimo día (sábado) por el domingo, primer día de las obras humanas. El diablo repudia el siete, porque señala al Dios creador y redentor (Ex 31:16-17; Dt 5:15). Es como si no quisiese ir más allá del seis (viernes), “regresando al primero (domingo)”, girando en un círculo sin fin en torno a las obras humanas.

No es casualidad que las dos religiones con más adeptos del mundo guarden, una el viernes [6], y la otra el domingo [1]. Pero solo el séptimo día ha sido santificado por Dios para entrar en su reposo. Por eso, Apocalipsis 14:11 dice que los que adoran a la bestia y a su imagen “no tienen reposo de día ni de noche.”

Las obras y la gracia de Cristo

Esta obsesión satánica por las obras humanas [6] conlleva rechazar la gracia de Cristo [5], poniendo las obras como único mérito para alcanzar la salvación. Esta idea llevó a nuestros primeros padres a confeccionar delantales de hojas de higuera (Gn 3:7) para cubrir la desnudez provocada por el pecado. También hizo que Caín ofreciese los mejores frutos de su huerto (4:3) sobre el altar, en vez del cordero que ofreció su hermano Abel, conforme al pedido de Dios (4:4). Esto llevó a Caín al odio y al asesinato de su hermano (4:8), transgrediendo el sexto mandamiento (Ex 20:13). Desde entonces, la salvación por las obras meritorias humanas es el fundamento de todo el paganismo.

Entre los creyentes, las obras meritorias [6] son una cuña metida entre la gracia [5] y la perfección de Dios [7], desvirtuando la gracia y creando un engañoso espejismo que nos hace creer que podremos alcanzar la perfección mediante muestras buenas obras. Esta idea desvió a Israel a lo largo de toda su historia, llevándolos a matar a Jesús, como hizo Caín con su hermano. Posteriormente también contaminó gran parte del cristianismo, abandonado la sola gracia –que defienden todas las Escrituras–, y que más tarde fue el motor de toda la Reforma protestante (siglo XVI). Hoy, diversas formas de “justificación por las obras” contaminan también al pueblo remanente.

Pero la Biblia es clara, toda nuestra naturaleza está completamente contaminada por el pecado, y para Dios todas nuestras buenas obras son como trapos de inmundicia (Is 64:6). Por eso Jesús preguntó “¿acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los abrojos?” (Mt 7:16).

El poder del Espíritu Santo en nosotros

No puede surgir perfección de la naturaleza degenerada con la que todos los seres humanos hemos venido a este mundo, a menos que por el poder de Espíritu santo la vida de Cristo sea implantada en nosotros (Mensajes Selectos, Tomo 3, 225). Solo entonces seremos “hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas” (Ef 2:10). Ya no son nuestras buenas obras, sino las de Cristo, implantadas en nosotros por la obra y el poder del Espíritu Santo. Y son una clara consecuencia de la salvación, no un medio para alcanzarla, como pretendía Caín.

Esta deformación de las obras, que se plasma en el número seis, se reitera en los descendientes de Caín que solo alcanzan hasta la sexta generación, citándose todos los oficios que desarrollaron en esa última generación y que terminó destruida por el diluvio (Gn 4:17-22). Solo Noé, descendiente de Set, se aferró a la gracia de Dios (Gn 6:8), quien le indicó la construcción de un arca donde fueron salvos él y su familia.

Pero el mal es insistente hasta el fin, y Jesús avisa que “como fue en los días de Noé, así también será en los días del Hijo del hombre” (Lc 17:26). Poco después del diluvio volvió a desarrollarse esta idea en torno a Babel, y más tarde en Babilonia, que desarrolló un sistema numérico sexagesimal. Su origen, se cree, surge al contar con el pulgar las doce falanges de una mano, levantando un dedo de la otra mano cada vez, por cinco dedos levantados dan sesenta.

El sistema sexagesimal 

Los caldeos aplicaron el sistema sexagesimal a la seudociencia religiosa que unía las matemáticas, la astronomía, la geometría, la adivinación y el espiritismo. La astrología babilónica creó el “camino de la Luna”, una banda imaginaria celeste de 360 grados por donde se desplazaba la luna (Sin) y el sol (Shamas) a lo largo del año, por delante de una serie de 18 constelaciones, hoy llamadas constelaciones del zodiaco; que en la época de Nabucodonosor (604-562 a.C.) se redujeron a 12, para igualar el número de constelaciones al de meses o “lunas nuevas”.

Cada mes era una “casa”, que ocupaba un segmento del cielo con una extensión de 30 grados/días de arco. En cada casa había tres habitaciones de 10 grados/días, donde vivían los tres dioses de cada constelación, con un total de 36 dioses anuales. La suma de todos ellos del 1 al 36 daba el número del dios principal: 666.

Debido a esto, la imagen que Nabucodonosor levantó en la llanura de Dura, para que fuese adorada por todas las naciones de su imperio, medía 60 x 6 codos = 360 (Dn 3:1). Esto indica que en esa imagen estaban representados todos los dioses de Babilonia y su Dios principal: Marduk. Quien adoraba esa imagen, se postraba ante todo el panteón pagano babilónico. Por eso los caldeos que denuncian a los amigos de Daniel ante el rey dicen “no adoran a tus dioses ni adoran la estatua de oro que has levantado” (Dn 3:12).

Paralelismo concéntrico

Entonces el rey les preguntó: “¿Es verdad, Sadrac, Mesac y Abed-nego, que vosotros no honráis a mi dios ni adoráis la estatua de oro que he levantado?” (v.14). Y los tres jóvenes contestaron: “has de saber, oh rey, que no serviremos a tus dioses ni tampoco adoraremos la estatua que has levantado” (v.18). Esto forma un paralelismo concéntrico:

A  CALDEOS:  “tus [36] dioses”  (v 12)

        B  REY :    “mi dios [666]”   (v. 14)

A’  HEBREOS:  “tus [36] dioses” (v. 18)

Apocalipsis profetiza, que hoy, al igual que entonces, está por levantarse una falsa trinidad satánica, que impondrá en todo el mundo un falso evangelio que se caracteriza por el número 666 (Ap 13: 18). Este triple seis, indica un falso evangelio [3] que rechaza la gracia de Dios [5] y que se fundamenta en las obras humanas [6] como único medio de salvación. Los que acepten este proyecto, al igual que los descendientes de Caín, finalmente serán destruidos en un mar de fuego y azufre (19:20; 20:10).

Solo los que como Noé, se centren únicamente en la gracia de Cristo y su perfecta justicia, alcanzarán “la victoria sobre la bestia y su imagen, sobre su marca y el número de su nombre, y estarán de pie sobre el mar de vidrio, con las arpas de Dios” (15:2). 

  1. CONSUMACIÓN Y PERFECCIÓN

Como ya se ha explicado en la introducción, el número siete califica con la perfección, la plenitud, la consumación y el cumplimiento a todo aquello con lo que se asocia, tanto bueno como malo. Esto se inicia en la Biblia con la semana de la creación en siete días, que no solo nos lleva a la consumación de toda la creación (Gn 2:1), sino a la consumación del plan de la redención.

Recordemos que en el contexto profético bíblico, un día representa un año (Nm 14:34; Ez 4:6), pero en determinados contextos también puede representar 1000 años (Sal 90:4; 2Pe 3:8). Así que la semana de la creación, estaría tipificando un plan de siete mil años para terminar con el pecado en el universo.

Si bien, este aspecto de la creación se explicará en otro artículo, hay muchas evidencias tipológicas que avalan esta premisa. Judas señala que el patriarca Enoc, que era el “séptimo desde Adán”, profetizó que el Señor vendría con sus millares de ángeles para hacer juicio contra todos los impíos (Jds 1:14-15). Este séptimo patriarca fue llevado al cielo sin gustar la muerte (Gn 5:24), como un tipo de todos los que serán arrebatados vivos cuando Cristo venga (1Ts 4:17). En el AT todos los ritos y fiestas que tenían que ver con la expiación del pecado están marcadas con el número siete.

El número siete

Siete fiestas anuales tipificaban toda la historia de la redención. Comenzando por la Pascua que tipifica la muerte de Jesús en la cruz y terminando con la séptima fiesta, de las Cabañas, que representa su 2ª venida. También el día de la Expiación, que tipifica el juicio preadvenimiento, se realizaba el séptimo mes (Lv 23:27). Cada siete años era sabático (Dt 15:1), y cada siete veces siete años, era un año jubilar (Lv 25:8-10), donde todos los esclavos eran liberados y la tierra volvía a sus legítimos dueños. Los problemas con la limpieza del pecado también están englobados en periodos de siete.

Cuando el sumo sacerdote, o toda la congregación de Israel cometían un pecado, la sangre del becerro ofrecido por el pecado debía ser rociada siete veces delante del Señor, frente al velo del lugar Santísimo (Lv 4:3-21). El leproso purificado era rociado siete veces con sangre (Lv 14:7). Naamán tuvo que lavarse siete veces en el Jordán para ser limpio de su lepra (2 Re 5:10).

Todo esto nos indica que la eliminación completa del pecado solo tendrá lugar al final de siete periodos, que parecen estar tipificados en la semana de la creación. Un tipo de esto se ve en la ciudad de Jericó, que fue destruida y quemada, después de rodearla siete veces, y el último día siete veces más; todo un símbolo del mundo rebelde, que ha agotado su tiempo de gracia pero sigue amurallándose hasta el cielo, desechando la salvación, (Jos 6:3-4).

Paralelismo concéntrico de siete bloques

Así mismo, todo el Apocalipsis, que explica el desarrollo final del plan de la redención, está construido siguiendo el plan salvífico de las siete fiestas de Israel, formando un paralelismo concéntrico de siete bloques, de siete partes cada uno (7×7=49). Esto nos lleva al año 50, el año del jubileo, cuando todos los esclavos y la tierra eran liberados. Todo un tipo de la consumación del plan de salvación.

El ser capaz de anunciar desde el principio, los tiempos y cumplimientos invariables de un proyecto salvífico de tal magnitud, asocia al número siete la absoluta perfección de Dios. “…Yo soy Dios; y no hay otro Dios, ni nada hay semejante a mí, que anuncio lo por venir desde el principio, y desde la antigüedad lo que aún no era hecho” (Is 46:9-10).

Pero no puedo terminar este breve análisis del número siete, sin señalar que para poder contar con nuestras manos este fascinante número que habla de consumación y perfección, hay que sumar a los cinco dedos de la primera mano, dos dedos de la segunda (5+2= 7). Esto equivale a decir, que la gracia de Cristo [5], sumada al amor a Dios por encima de todas las cosas [2] y al prójimo como a uno mismo [2], da como resultado la perfección [7] que Dios espera ver en sus hijos, y la consumación [7] de toda la vida cristiana. El apóstol Pablo resume así esta transformación a imagen de Cristo “de modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es: las cosas viejas pasaron; todas son hechas nuevas” (2 Co 5:17).

  1. NUEVA VIDA

Ser una nueva criatura en Cristo, amando a Dios y al prójimo, con todo nuestro corazón, es la nueva vida que el Señor quiere que sus hijos vivan ya aquí, para poderla continuar después, por la eternidad, en la Nueva Jerusalén. Es lo que Jesús le expresó a Nicodemo cuando le dijo: “Os es necesario nacer de nuevo” (Jn 3:7), porque el “el que no nace de agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios” (Jn 3:5). El bautismo nos abre las puertas a esa nueva vida en Cristo, pero el Espíritu es el que va a hacer posible que la vivamos plenamente; y también es el que nos sella para el día de la redención (Ef 4:30).

Nueva vida y el número ocho

Este concepto de un nuevo comienzo, una nueva vida, un nuevo nacimiento en esta vida, que precede a la nueva existencia en la eternidad, se expresa en la Biblia a través del número ocho. El octavo día se menciona muchas veces en las Escrituras, con la connotación de un nuevo comienzo aquí, pero también como símbolo de la nueva vida en la eternidad.

Señalando el nuevo nacimiento en Cristo, todo niño era circuncidado al octavo día (Lv 12:3). Se extirpaba el prepucio, símbolo de la naturaleza pecaminosa (Col 2:11), y entraba a formar parte de la comunidad del pueblo de Dios. Algo que se ratificaba cuando el padre le ponía nombre ese mismo día (Lc 1:59), señal de un nuevo comienzo, y recordatorio del nombre nuevo que Cristo les da a todos los salvos escritos en el libro de la vida (Is 62:2; Ap 3:12).

Aarón y sus hijos, solo pudieron iniciar su ministerio sacerdotal, después de siete días de consagración encerrados en el Tabernáculo (Lv 8:33; 9:1). También los primogénitos de los animales para el sacrificio pasaban siete días con su madre, y al octavo día debían ser entregados a Dios (Ex 22:30; Lv 22:27). El leproso que se había curado pasaba siete días fuera de su tienda, y al octavo día acudía al santuario donde el sacerdote hacía expiación por él, quedando limpio (Lv 14). Toda impureza duraba siete días, y solo al octavo era purificada (Lv 15).

Un nuevo comienzo

Tipificando un nuevo comienzo para el pueblo de Dios, ocho personas se salvaron en el arca, iniciando un nuevo mundo después del juicio universal del diluvio (1Pe 3:20). El altar de los holocaustos, que como hemos visto simboliza nuestro mundo condenado a la destrucción por fuego, se inauguraba con una ceremonia de expiación y purificación que duraba siete días (Ez 43:26). Cada día se repetían los sacrificios de un becerro, un macho cabrío, y un carnero, todos sin defecto, cuya sangre era puesta en los cuatro cuernos del altar (43: 18-26).

Después de estos siete días, “del octavo día en adelante, los sacerdotes sacrificarán sobre el altar vuestros holocaustos y vuestras ofrendas de paz. Así me seréis aceptos, dice Jehová, el Señor” (v. 27). Esta inauguración tipificaba la expiación constante que Cristo ha mantenido por nuestro mundo hasta el final de la historia de la redención. Cuando finalice esta obra, “al octavo día”, como símbolo de un nuevo comienzo, se iniciará para todos los redimidos de este mundo, la eternidad, en un universo sin pecado. Pero la historia de la redención se seguirá estudiando “a través de las edades sin fin…”:

“…nuevas verdades se desplegarán continuamente ante la mente admirada y deleitada. Aunque las aflicciones, las penas y las tentaciones terrenales hayan concluido, y aunque la causa de ellas haya sido suprimida, el pueblo de Dios tendrá siempre un conocimiento claro e inteligente de lo que costó su salvación” (La segunda venida y el cielo, 148).

La fiesta de las Cabañas

La última de las siete fiestas anuales de Israel era la de las Cabañas, se celebraba en el séptimo mes, y recordaba el tiempo en que vivieron en tiendas hasta que entraron en Canaán (Lv 23:33-43). Pero también tipifica el tiempo de la segunda venida de Cristo, cuando nos traslademos a la Canaán celestial, en un viaje intergaláctico que durará siete días (Primeros Escritos, 15-16).

Por esto el texto que reglamenta esta fiesta dice que el “séptimo mes, cuando hayáis recogido el fruto de la tierra, haréis fiesta a Jehová por siete días; el primer día será de descanso, y el octavo día será también día de descanso” (Lv 23:39). Después de la gran cosecha de salvos incontables que marcharán con Jesús al cielo, será el tiempo de descanso definitivo del pueblo de Dios, y dará comienzo la eternidad. Todos los que acepten y sean transformados por el evangelio [3] de la gracia [5] de Cristo, vivirán con él para siempre en la Nueva Jerusalén (3+5=8).

  1. TOTALIDAD

No he olvidado el número nueve, solo que su significado, hoy en día, no es deducible de los textos bíblicos según mi investigación. No así el número diez, con el que usamos todos los dedos de nuestras manos. Por ello, el diez es un número, que también en la Biblia, refleja lo completo y la totalidad de todo aquello a lo que se asocia, positivo o negativo.

Asociado con lo negativo, las diez plagas sobre Egipto fueron la consumación de los juicios de Dios sobre esta nación; “…porque yo enviaré esta vez todas mis plagas sobre tu corazón, sobre tus siervos y sobre tu pueblo, para que entiendas que no hay otro como yo en toda la tierra” (Ex 9:14). Según el profeta Daniel, diez reinos dividieron al Imperio Romano (Dn 7:24) no para que identifiquemos esas diez naciones, sino porque Roma quedó totalmente dividida hasta el día de hoy.

Pronto, “diez reyes que todavía no han recibido reino (…) le entregarán su poder y autoridad a la bestia” (Ap 17:12-13).   Lo que indica que en un futuro próximo, todas las naciones de la tierra se unirán para darle el dominio del mundo al poder papal, por un breve tiempo. El apóstol Pablo especifica diez pecados que nos van a excluir del reino de Dios (1 Co 6:9-10); con lo que quiere mostrar que todo pecado al que me aferre me va a separar de Dios.

Los Diez mandamientos de Dios

Dentro de lo positivo, hay diez mandamientos, como hay diez dedos en cada mano, porque son todos los mandamientos de Dios (Ex 20:1-17). El propio número implica aceptar la totalidad, sin disminución, ni modificación. El diezmo representa la totalidad de lo que le debemos a Dios, en respuesta a todo lo que Él nos da. Diez generaciones de los hijos de Dios dieron un completo testimonio del evangelio eterno al mundo prediluviano, antes que fuese destruido por las aguas (Gn 5:3-32).

Abraham es la décima generación después del diluvio, llamado por Dios para dar testimonio del verdadero Dios en Canaán. Diez siervos deben negociar diez minas, mientras su Señor regresa (Lc 19:12-26). Una parábola que muestra como Dios ha provisto para todos sus siervos, todo lo necesario para terminar la obra mientras el regresa (Servicio Cristiano, 272).  De la misma forma, las diez vírgenes representan a la totalidad del remanente que debe preparar al mundo para la venida del esposo (Mt 25:1-13).

Finalmente el apóstol Pablo menciona diez poderes que no podrán separarnos del amor de Dios; en el sentido de que todo lo que se oponga al amor de Dios por nosotros fracasará. En respuesta a este increíble amor, Jesús nos pide: “Si me amáis, guardad mis mandamientos” (Jn 14:15). Los cuatro primeros mandamientos me piden que ame a Dios con todo mi corazón, con toda mi alma, y con toda mi mente; el quinto mandamiento me dice que ame de la misma manera a mi familia; y los cinco mandamientos finales que ame a mi prójimo como a mí mismo; “haz esto y vivirás” (Lc 10:28).

Conclusión

Dios planificó su plan de redención hasta el último detalle, pero también la creación de nuestro mundo y de sus criaturas. Especialmente conociendo en su omnisciencia, que finalmente caería bajo el poder del enemigo. Por ello, Dios diseñó toda la creación para vivir en un mundo perfecto, pero a la vez se planificó su supervivencia en un mundo caído y hostil. Si Dios no hubiese concebido el post-Edén con todo detalle, hace miles de años que nuestro mundo con todo lo que contiene hubiese desaparecido en el caos. Porque el mal solo busca la destrucción a toda costa. Así que, ¿por qué seguimos vivos?

El perfecto equilibrio que alcanzan todos los ecosistemas terrestres, el sistema inmune que salva todos los días nuestros organismos de morir bajo la más mínima infección, el sudor, el dolor, la menstruación, etc. Millones de sistemas complejos como estos nos gritan que todo fue planificado hasta sus más ínfimos detalles por un Creador que nos ama más que a su propia vida.

También concibió un cuerpo que nos permitiera sobrevivir a miles de años de degeneración física. Pero también se crearon sistemas con los que pudiésemos vislumbrar y recordar el plan de salvación. Un plan que Dios fue explicando progresivamente en su palabra. Mostrándonos, que gran parte de lo creado, ha sido hecho así, para recordarnos constantemente el amor y la redención que nuestro Creador nos ofrece. El apóstol Pablo tenía muy claro todo esto:

“Lo invisible de él, su eterno poder y su deidad, se hace claramente visible desde la creación del mundo y se puede discernir por medio de las cosas hechas. Por lo tanto, no tienen excusa” (Ro 1:20).

Cinco dedos en cada mano y pie

Creó nuestras manos y nuestros pies con cinco dedos cada una. Las hizo así, para que recordáramos que su gracia [5] debe guiar siempre lo que hacemos y el camino que seguimos. El haber asociado de forma congénita los números a nuestras manos, y el haber explicado posteriormente, a través de la inspiración, su relación intrínseca con el plan de la redención es una forma de recordarnos diariamente un resumen de los principios que rigen nuestra relación con Dios y con el prójimo.

Así que cada día, cuando hagas cosas con tus manos, cuando saludes, acaricies, o juntes tus manos en oración recuerda, que los números de salvación de Dios están en esas manos, y te muestran cuales deben ser tus prioridades absolutas en tus quehaceres diarios.

Los números de Dios en mis manos

Jesús dejó que destrozaran sus manos y sus pies en una cruz, para que tú no destroces tu vida en obras equivocadas y caminos que llevan a la muerte. Dejó que horribles clavos traspasaran sus manos y sus pies para poder darnos sus obras perfectas, guiando nuestros pies por sendas de justicia (Slm 23:3). Dejemos que él tome nuestras manos y nuestros pies. Que los unja con su sangre y con el aceite de su Espíritu. Para que en todo lo que hagamos recordemos nuestro deber hacia él y con nuestro prójimo. Proclamemos con el salmista:

En cuanto a las obras humanas, por la palabra de tus labios yo me he guardado de las sendas de los violentos. Afirma mis pasos en tus caminos, para que mis pies no resbalen” (Slm 17:4-5)

Autor: Sergio Martorell, secretario de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en España. 

 

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