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He perdido la cuenta de los días que han pasado desde que ‘esto’ empezó. Son los que, como mínimo, hace que no abrazo a aquellos que amo.

Días en los que la incertidumbre, el miedo, la preocupación o la inquietud revolotean por mentes y corazones.

Son, como muchos dicen, días raros.

Y es que, sin buscarlo ni esperarlo, el mundo se ha vuelto patas arriba. Lo que hace tres meses nos habría sonado a ciencia ficción, a fake new o idea de conspiracionistas, se ha tornado en realidad. En nuestro día a día. Amenazando con quedarse de nuevas formas, llamémoslas crisis, límites o control. A la espera de una vacuna que nos permita volver a la ¿normalidad?

En medio de todo ello, los especialistas hacen sus cábalas. Vaticinan un futuro complejo: aumento de las diferencias socioeconómicas, crisis política y social, empeoramiento a nivel de salud. Todo ello aderezado con un muy probable aumento del sufrimiento emocional. Tanto es así, que hay quien afirma que 1 de cada 4 personas experimentará, tras esto, un problema de salud mental[1].

¿Por qué?

Hace poco leí que el sufrimiento es una de las pocas cosas que iguala a la humanidad. Da igual de dónde vengas, el color de los números de tu cuenta bancaria, tus ideales o la religión que profesas.

Nadie está libre de sufrir.

Y es que el dolor, cuando hace su aparición, rompe esquemas. Porque es ‘fácil’ asumir las consecuencias lógicas de nuestros actos (por ejemplo, una multa por ir a 150km/h por la autovía).

Sin embargo, cuando la lógica no responde a lo que sucede, en nuestro corazón surge un ‘¿por qué?’ que busca una respuesta. Para los creyentes, dicha búsqueda tiende a proyectarse en ‘lo alto’. Llegando, incluso, a pensar que Dios puede habernos abandonado. O, aún peor, poniéndole a Él como origen del mismo: como castigo, como retribución, como prueba[2].

Cuando el sufrimiento se presenta, enturbia nuestra mirada. La torna negativa, dificultando la toma de perspectiva. Generando en el que sufre la sensación de que su situación se ha estancado.

Que no hay cambio y, quizá, tampoco solución.

Surge, entonces, una pregunta: ¿quién le ha otorgado ese poder? ¿por qué llega, el sufrimiento, creyéndose con la potestad de arrebatarnos visión, sentido y esperanza? ¿tenemos algo que decir al respecto? ¿es verdad, tal y como intenta convencernos, que estamos solos en ésto?

¿Cómo?

Me vais a permitir que responda con dos historias.

Dos historias que se encuentran en un contexto cuyo nombre puede ser sinónimo de sufrimiento: los campos de concentración.

La primera de es la de Ester (Etty) Hillesum. Sabemos su historia porque dejó un diario en el que relató sus vivencias, sus sueños, sus deseos y su fe. En él contó cómo una situación crítica (la guerra) hizo que su fe creciese, permitió su (re)encuentro con Dios. Así mismo, explica cómo durante su estancia en los campos de concentración encontró la forma de vencer al sufrimiento. Hacerle ver que su poder sobre ella no era absoluto. Porque encuentra en sus aliados (familia, oración, esperanza) un refugio y un motivo para seguir luchando (a pesar de). Fue ella quien afirmó:

“esta vida es maravillosa y grande. Y a cada infamia, a cada crueldad, hay que ponerle una buena dosis de amor y buena fe… tenemos derecho a sufrir, pero no a sucumbir al sufrimiento”

La segunda historia es de alguien más conocido: Viktor Frankl. A diferencia de Etty, él pudo ‘salir’ de los campos de concentración. En el camino, sin embargo, se quedaron todos los que amaba. Será después de su experiencia cuando escriba uno de sus libros más conocidos[3] y funde la llamada logoterapia[4]. En su relato, habla de por qué el sufrimiento no tiene derecho a arrebatarnos el sentido. Aún más, afirma que éste, el sufrimiento, puede ser una forma de encontrarlo. ¿Cómo? Lo hace por medio de historias. Contando cómo le marcaron aquellos que “visitaban los barracones consolando a los demás y ofreciéndoles su único mendrugo de pan”, o esos que entraron en las cámaras de gas “musitando una oración”[5]. Basándose en ellas, afirma que cuando llega un sufrimiento ineludible, está en nuestras manos transformarlo en oportunidad. Arrebatándole el poder que él, el sufrimiento, se ha otorgado (el de arrebatarnos visión, sentido y esperanza) y decidiendo qué vamos a hacer con él.

En relación con ello, escribe:

“…en multitud de ocasiones, son las circunstancias excepcionalmente adversas o difíciles las que otorgan al hombre la oportunidad de crecer espiritualmente más allá de sí mismo…”[6]

No quiere decir con ello que el sufrimiento sea el único medio para ello. Todo lo contrario. Pero cuando el dolor no puede ser evitado, tampoco tiene derecho a arrebatarnos lo esencial: el sentido de nuestra existencia. Ese que nos otorga visión y esperanza.

El que nos permite preguntas, así como búsqueda de respuestas.

El que busca aliados, personas que son soporte y refugio. Que iluminan la oscuridad y aclaran la visión.

El que genera miradas que, ante la oscuridad, buscan la luz. Aunque parezca poca.

Y es que…

He perdido la cuenta de los días que han pasado desde que ‘esto’ empezó. Que son los que, como mínimo, he estrechado mi relación con Dios. He encontrado en él la paz que este mundo no da. He orado por Zoom. Por Skype. Por WhatsApp. He redescubierto promesas que, en la ‘estabilidad’ de los días ‘normales’, daba por sentadas.

Entonces, el sentido ha hecho su aparición. Ese que, como decía V. Frankl, permite soportar cualquier cómo.

Jesús ya anticipó que los días por aquí, por este mundo, serían complejos: “Yo os he dicho estas cosas para que tengáis paz. En este mundo tendréis aflicciones, pero ¡tened ánimo! Yo he vencido al mundo” (Juan 16:33). Y, frente a ello, no prometió soluciones instantáneas. Hizo algo mejor:

  • Afirmó, con la vehemencia de los que aman, que nos acompañaría en el camino (Mateo 28:20). En los baches y en los valles. En los días de lluvia y en los de sol.
  • Se comprometió, como los que cuidan con el corazón en la mano, a darnos consuelo (Mateo 5:4), reposo (Mateo 11:28) y capacidad de resiliencia (Isaias 40:30-31).
  • Prometió, como los que sueñan con el reencuentro, que no dejaría de tocar corazones (Apocalipsis 3:20)[7]. Porque su sueño, su anhelo, es el de compartir la Eternidad con nosotros. Allí donde no habrá más muerte, ni sufrimiento ni dolor (Apocalipsis 21:14).

Y es que, seguir a Jesús no implica ausencia de dolor.

No.

Seguir a Jesús supone encontrar, en medio del sufrimiento, una luz que, aún cuando pueda parecer pequeña, otorga sentido, visión y esperanza. Esos que, compartidos, iluminan (a veces, hasta deslumbran).

¿Cómo hacerlo? Sencillo, sólo hay que responder a una solicitud: sígueme (Juan 21:22).

Así es como se tornará en una labor de equipo. Ese que se forma en la relación horizontal (con los otros) y vertical (con el Padre).

Equipo que permite el descanso, pero no la derrota.

Porque su base está en el amor, en la fe; y su meta en el Cielo.

Autora: Sonia Pedrosa Armenteros, médico especialista en psiquiatría y máster en terapia narrativa.
Imagen: https://unsplash.com/photos/tVIv23vcuz4

NOTAS:

[1] Charlson, F., van Ommeren, M., Flaxman, A., Cornett, J., Whiteford, H., y Saxena, S. (2019). New WHO prevalence estimates of mental disorders in conflict settings: a systematic review and meta-analysis. The Lancet, 394(10194), 240-248. https://doi.org/10.1016/s0140-6736(19)30934-1
[2] A pesar de que, como dice Santiago 1:13, ‘Dios está fuera del alcance del mal, y él tampoco instiga a nadie al mal’. EGW afirma que “Son muchos los que se quejan de Dios porque hay tanta necesidad y dolor en el mundo; pero Dios no quiso nunca que existiese esta miseria” (Ministerio de Bondad p.17) y, por último, afirma en Jeremías 29:11, “Porque yo sé los planes que tengo para vosotros» —declara el Señor— «planes de bienestar y no de calamidad, para daros un futuro y una esperanza”
[3] El Hombre en Busca de Sentido
[4] Psicoterapia que se basa en la búsqueda de sentido de la experiencia humana y en cómo el ser Humano, a lo largo de su existencia, puede hallarlo.
[5] Extractos del texto del libro El Hombre en Busca de Sentido de V. Frankl
[6] p.97, ídem
[7] Y que éste sería el motivo de ‘retraso’ (2 Pedro 3:9)

Revista Adventista de España