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“Y clamaban a gran voz, diciendo: ¿Hasta cuándo, Señor, santo y verdadero, no juzgas y vengas nuestra sangre en los que moran en la tierra” (Apoc. 6: 10). “Y oi al ángel. . . que decía: Justo eres tú, oh Señor. . . porque has juzgado estas cosas. Por cuanto derramaron la sangre de los santos y de los profetas, también tú les has dado a beber sangre, pues lo merecen ” (Apoc. 16: 5, 6).

Apocalipsis: ¿un despliegue de violencia retributiva?

No pocos reniegan del Apocalipsis a causa del despliegue de violencia retributiva que exhibe. Se preguntan cómo condice eso con el mensaje de amor y de perdón proclamado por Jesús durante su ministerio terrenal. ¿Es el Cordero de Dios  que “no abrió su boca cuando fue llevado al matadero” (Isa. 53: 7; Hech. 8: 32-35) el mismo que inspira terror a quienes piden a los montes que los oculten de él en Apocalipsis 6:15-17 ?¿No fue Cristo mismo quien dijo mientras era crucificado: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” (Luc. 23:34)[1]? ¿Cómo, pues, se explica que en Apocalipsis 1:7 se haga a los que lo crucificaron objeto de una resurrección especial a fin de que lo vean volver en gloria? ¿Cómo se entiende que el Dios del Apocalipsis no sólo no reprenda a los mártires por pedirle que los vengue de sus victimarios sino que les prometa vindicación (Apoc. 6:11)?

El contenido del Apocalipsis, como el de todo el Antiguo Testamento, la principal fuente literaria de Juan, está modelado en los términos de un típico pacto entre dos reyes del antiguo cercano oriente. Juan y su público original estaban familiarizados con esos acuerdos que incluían privilegios y responsabilidades de ambas partes, así como consecuencias en caso de deslealtad o traición.

Las siete cartas a las siete iglesias

Las cartas a las siete iglesias son precisamente siete documentos de ese tipo entre Dios y su pueblo. También lo es el rollo con siete sellos que el Cordero abre en los capítulos 5 y 6 para mostrar, en parte, las consecuencias de la apostasía de su pueblo y los juicios retributivos de Dios sobre la mayoría apóstata y sobre los opresores de la minoría fiel.[2] En las trompetas, a su vez, la intervención divina correctiva, restauradora y retributiva es más severa, aunque todavía está atenuada con misericordia. Cuando los impíos de dentro y fuera del pueblo de Dios cierran irreversiblemente su corazón a todo intento divino de redención, son librados finalmente a la acción irrestricta del mal en la persona del diablo y sus ángeles caídos o demonios (Rom.1: 23-28; 2 Tes. 2:9-12; Apoc. 16: 12-14). Esta fase final del gran conflicto entre el bien y el mal es representada en el Apocalipsis como el derramamiento de siete copas repletas de la ira justiciera de Dios.

En la Biblia, se suele hacer a Dios responsable de lo que permite de manera limitada (la acción del mal y las consecuencias de las malas acciones humanas) pero encauza hacia el cumplimiento de su voluntad benévola original. Expresiones como: “Y le fue dado o permitido hacer esto o aquello durante cierto tiempo” que aparecen en Daniel y Apocalipsis son claros ejemplos de ello (véase Dan. 1:2; 7:4-6, 25; 8:12-14, 24; Apoc. 13:5, 6).

La justicia es de Dios

Por otra parte, el clamor de las víctimas de injusticias pidiendo a Dios vindicación para sí  y retribución para sus enemigos no es privativo del Apocalipsis. Los salmos conocidos como “imprecatorios” contienen reclamos imperiosos a Dios contra los malvados (ej.: Sal. 58: 10; 98: 1; cf. Gén. 4: 11; 1 Sam. 24: 12; 2 Crón. 24: 20-22; Mat. 23: 29-38).

En respuesta a esos clamores, Dios mismo promete, por medio de Moisés y en el lenguaje forense y retributivo típico de la cultura semítica: “Mía es la venganza y la retribución[3]” (Deut. 32: 35; Heb. 10: 30; Apoc. 18: 20-24).

La aplicación de justicia únicamente es viable para Dios, quien no se equivoca y agota toda instancia posible para que el ofensor se arrepienta de su maldad, cambie de conducta y salde su deuda con sus víctimas, cuando esto es posible, y con la sociedad (Rom. 12: 19).

La misericordia de Dios

En este sentido, la manera como Dios nos trata, o no nos trata, a pesar de nuestras faltas es el mejor ejemplo de cuán paciente es con los que obran mal, agotando toda y cada posibilidad de hacerlos recapacitar antes de permitir que cosechen las consecuencias plenas de su maldad.  Esto significa que la justicia retributiva del Apocalipsis es la de un Dios “lento para la ira y grande en misericordia y verdad” (Sal. 86: 15), uno que dice: “¿Quiero yo la muerte del impío? ¿No vivirá si se apartare de sus caminos?. . . convertíos, pues, y viviréis” (Eze.18: 23, 32), y: “Os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia” (Deut. 30: 19).

Finalmente, el lugar donde uno está determina en buena medida lo que ve y cómo lo ve. Por ejemplo, bastaría que una persona de condición muy humilde cambiara de estatus para que dejara de sentirse cómoda con una política gubernamental asistencialista basada en los impuestos a los ingresos y las ganancias ajenos, algo que antes, cuando se beneficiaba de ello, le parecía normal y justo. Lo mismo ocurriría en el caso inverso. A su vez, muchas personas opuestas a la pena de muerte o a la justicia popular extrajudicial y sumaria probablemente se volverían sus más ardientes defensores si alguno de sus seres amados fuera víctima de un crimen aberrante. De igual manera, si el clamor registrado en Apoc. 6 representa el de quienes murieron a instancias del judaísmo, del imperio romano y de la iglesia medieval, sólo un Anás o Caifás, un emperador como Dioclesiano o un inquisidor como Torquemada no se sentiría identificado con el reclamo de justicia de aquellos.

Una oración para hoy:

“Dios amoroso y justo, haz que la injusticia nunca me sea indiferente, ni la de otros ni la mía, ni la que padezco ni la que veo a otros padecer. Ayúdame a confiar en tu justicia perfecta y a esperar confiado tu vindicación, a no ocupar tu lugar como Juez ni pretender que tú hagas la parte que me toca en favor de la justicia”.

Hugo Cotro. Pastor, doctor en Teología y docente universitario de destacada trayectoria. Actualmente ejerce su ministerio como profesor en la Universidad Adventista del Plata, Entre Ríos, Rep. Argentina.

Foto: Pxhere.com

Notas:

[1]Estas palabras de Jesús no figuran en varios de los más antiguos manuscritos griegos del Nuevo Testamento (cf. Novum Testamentum Graece, eds. E. Nestle et al. [28 rev. ed., 2 korrigierter Druk; Stuttgart: Deutsche Bibelgesellschaft, 2012], 283 ). Aún así, a la luz de pasajes como Mateo 21:33-45; 23:29-38, la petición de Jesús a su Padre no habría sido elevada en favor de los líderes del judaísmo palestinense responsables de su muerte, sino de las masas ignorantes manejadas por aquellos (ver Hech. 6: 8 a 7: 60), y tal vez de algunos soldados romanos como el centurión (Mar. 15:39).

[2]Véase Elena de White, Palabras de vida del gran Maestro (Mountain View: Publicaciones Interamericanas, 1971), 236; Comentario bíblico adventista, 1a ed. (Boise> Publicaciones nteramericanas, 1987), 7:787.

[3]“Dar lo merecido” (versión de Ausejo).

 

 

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