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La iglesia es el cuerpo de Cristo. Somos sus manos, sus palabras, sus acciones. Somos sus siervos y nuestra principal misión es llevar a otros a conocerle. 

El Señor Jesús vino a nuestro mundo enviado por el Padre celestial. Una de las enseñanzas de Cristo es que nosotros también recibimos una misión. Especialmente para con los casos delicados. Igual que el Hijo fue comisionado por Su Padre para rescatar a las personas perdidas y sin rumbo, esa es también nuestra tarea hoy. 

Cristo nos envía a servir, nacidos de nuevo por el Espíritu, para proclamar su evangelio. Solamente Jesús tiene poder para liberar a las personas de las ataduras del pecado.

Además, el Maestro nos envía a servir de manera especial a sus siervos: “Así como el Padre me envió, también yo los envío a ustedes” (Juan 20:21), y aquí, nosotros como diáconos y diaconisas nos podemos sentir incluídos.

Muchos se excusan de poner sus dones al servicio de Cristo porque otros poseen mejores dotes y ventajas. Ha prevalecido la opinión de que sólo los que están especialmente dotados tienen que consagrar sus habilidades al servicio de Dios. Muchos han llegado a la conclusión de que únicamente cierta clase favorecida recibe talentos, y que esto excluye a los demás, que por supuesto no son llamados a participar de las tareas ni de los galardones. Pero no es ésta la enseñanza de la parábola. Cuando el señor de la casa llamó a sus siervos, dio a cada uno su trabajo.” (Camino a Cristo, 82)

Esperar y actuar

El Señor nos presenta su visión sobre el mundo nuevo: “edificarán casas, y morarán en ellas” (Isaías 65). No debería ser algo para el mundo futuro, sino acción activa y desafiante para el presente. Lo que anhelamos para el nuevo mundo debemos hacerlo realidad ahora. La espera, aunque sea escatológica debe irrumpir en el presente para hacer el reino de Dios real aquí. Si cuidamos la creación y a las criaturas, también estamos cumpliendo con la misión. Si en la comunidad local logramos elevar la santidad, la integridad y el amor fraternal en las relaciones de los miembros de la iglesia, también cumplimos con el plan del Señor.

Creando lugar para el testimonio público

La iglesia, por su propia existencia, da testimonio de su misión: un pueblo que se congrega para alabar a Dios. Para que esas reuniones se lleven a cabo, los diáconos cumplen su servicio de esperanza. Ellos hacen posible que los congregados puedan ofrecer testimonio público, aunque sea interno, de lo que Dios ha hecho en nosotros a través de Cristo. El servicio de acomodamiento, recibimiento, limpieza, asistencia, acompañamiento y acondicionamiento en las iglesias es un trabajo que los diáconos y las diaconisas prestan a su comunidad.  Este servicio tiene que ver con el testimonio misionero externo más de lo que suponemos generalmente. El ministerio de diaconía crea el espacio para la predicación del evangelio.

Velando por alcanzar el propósito divino

Sirviendo a los demás directamente, sin esperar recompensas a cambio, los diáconos participan en la misión de Dios. Al servir, damos testimonio de Cristo que vino no para ser servido, sino para servir. Estamos llamados a promover la dinámica del servicio por encima de las clases sociales o divisiones culturales, regionales y nacionales. No solo es proclamar que Cristo viene pronto, sino mostrar el camino del servicio abnegado que lleva a las personas a un encuentro real con el Cordero de Dios. Los diáconos y diaconisas hacen posible que podamos tocar la realidad celestial a través de la abnegación y el sacrificio en los cultos divinos. Esa es la misión del servicio de diaconía: servir a la iglesia.

Para proveernos lo necesario, nuestro Padre celestial tiene mil maneras de las cuales nada sabemos. Los que aceptan el principio sencillo de hacer del servicio de Dios el asunto supremo, verán desvanecerse sus perplejidades y extenderse ante sus pies un camino despejado.”  (El Ministerio de Curación, pág. 382)

Autor: Richard Ruszuly, secretario ministerial de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en España
Imagen: Photo by Priscilla Du Preez on Unsplash 

 

Revista Adventista de España