Cuando era niño, me encantaba jugar al «verdadero o falso». Siendo el quinto de siete hermanos, en los momentos en que estábamos todos en casa jugábamos al escondite y al «pique en el aire», que consistía en salir corriendo y subir a algo antes de que nos tocaran para estar a salvo. También jugábamos a «la pega», que consistía en correr a toda velocidad y hacer todo lo posible para no ser alcanzado; con solo un toque en la ropa era suficiente.
De todos los juegos, aparte de bañarnos en el riachuelo que pasaba frente a nuestra casa, el que más me gustaba era «verdadero o falso». Nos sentábamos en el enorme salón de nuestra casa de la montaña o con los primos en casa de la abuela María, formábamos un círculo y cada uno decía algo que los demás debían adivinar si era falso o verdadero.
«Verdadero o falso»
En aquel momento no podría decir por qué me gustaba tanto ese juego, pero parecía ser una manera de conocer cosas y a las personas. Desde pequeños, nuestra mamá hacía énfasis en que fuéramos veraces en todo y, jugando, descubríamos quién era capaz de percibir detalles que a veces estaban a la vista, pero la mayoría no notaba. Se trataba de cosas sencillas, como un nuevo brote en un árbol, una flor en el camino, un nido de pájaro, una azada, un hacha o una hoz que alguien había dejado fuera de su lugar, o si las vacas estaban en un pasto u otro.
Sin darse cuenta, las personas, cuando se sienten cómodas, dejan traslucir su verdadero yo. Dentro de los juegos, con una percepción infantil, descubríamos si alguno prefería la verdad o si tendía más a la búsqueda persuasiva del engaño.
Eran apenas juegos infantiles sin mayor trascendencia en aquel momento, pero, a lo largo de la vida, el recuerdo de aquel juego se hizo fundamental para que no nos conformáramos con lo que nos decían: teníamos que verificar si lo que nos decían era la verdad o si nos estaban engañando con argumentos o una historia convincente.
Analiza tus creencias
Hoy te quiero invitar a hacer un análisis de tus creencias. ¿Estás seguro de que lo que sigues, lo que te enseñaron, es la verdad? ¿Cuentas con la máxima autoridad jamás habida en nuestro mundo?
La máxima verdad es Dios, puesto que Él es el Creador de todo cuando existe. Por tanto, la mayor verdad estará en su revelación escrita: la Biblia.
Te invito a realizar un análisis que te ayude a distinguir entre la Ley Divina y las tradiciones o manipulaciones humanas de la verdad.
En un mundo lleno de tradiciones religiosas y prácticas heredadas, es vital diferenciar lo que proviene directamente de Dios de lo que ha sido introducido por instituciones humanas.
Este artículo busca resaltar las diferencias entre la ley divina establecida en la Biblia y las interpretaciones posteriores que han desviado a generaciones de la verdad original.
El cuarto mandamiento: un memorial de la Creación
El sábado, establecido por Dios en el relato bíblico de la creación, es mucho más que un día apartado para la adoración. En Génesis 2:2-3, Dios bendijo y santificó el séptimo día como un monumento, un memorial de Su obra creadora en seis días literales. Este concepto se reafirma en Éxodo 20:8-11, donde el cuarto mandamiento insta a acordarse de guardar el sábado como una señal de autenticidad divina, un recordatorio eterno de que Él es el Creador.
Sin embargo, a lo largo de la historia, un poder político-religioso ha intentado transferir la santidad del sábado al domingo, el primer día de la semana, bajo la excusa de conmemorar la resurrección de Cristo. El problema es que esto no tiene fundamento bíblico ni autorización divina; se basa única y exclusivamente en una iniciativa humana que contradice lo que el propio Cristo estableció como Su memorial. De hecho, el profeta Amós nos recuerda en 3:7: «Porque no hará nada Jehová el Señor, sin que revele su secreto a sus siervos, los profetas».
Cristo no dejó esto abierto a interpretaciones, sino que estableció un único memorial para recordar Su vida, muerte y resurrección: la Santa Cena, diciendo claramente: «Haced esto en memoria de mí» (Lucas 22:19; 1 Corintios 11:24-25).
Advertencias proféticas sobre manipulaciones de la verdad
La Biblia, a través de sus profetas y apóstoles, advierte sobre un poder que intentaría manipular la verdad divina. En Daniel 7:25, se menciona que el «cuerno pequeño» intentaría «cambiar los tiempos y la ley». Esto ocurre, según la profecía bíblica, en la época del Imperio Romano.
Jesús, en Mateo 24:24, advirtió sobre falsos profetas y grandes engaños, mientras que Pablo, en 2 Tesalonicenses 2:3-4, habló del «hombre de pecado» que se exaltaría a sí mismo por encima de todo lo que es llamado Dios.
El llamado personal: «Analizarlo todo y retener lo bueno»
Más allá del análisis histórico y teológico, este mensaje es un llamado personal. La Biblia nos exhorta a «examinarlo todo y retener lo bueno» (1ª de Tesalonicenses 5:21). Sin embargo, «lo bueno» no es lo que nos agrada o se ajusta a nuestras preferencias personales, sino aquello que tiene valor eterno y está fundamentado en la verdad divina.
Cada persona enfrenta una decisión trascendental: aceptar la verdad que proviene de Dios o dejarse guiar por tradiciones humanas. Está en juego la salvación eterna.
Nuestra responsabilidad es buscar con humildad, analizar con cuidado y vivir en conformidad con la voluntad de Dios. Solo por la gracia y la sangre preciosa de Cristo podemos ser incluidos entre los salvos.
Que Dios nos bendiga a todos, y que su Santo Espíritu nos guíe a toda la verdad.
Autor: Amarildo Guimaraes, pastor de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en España.
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