Skip to main content

Me agrada mucho la forma en que el salmista escribe el texto del Salmo 2:7: “Jehová me ha dicho: Mi hijo eres tú”. La maravilla de este texto es que está hablando de nosotros, los creyentes, los que hemos aceptado ser llamados hijos de Dios  (1 Juan 3:1).

Ser hijo es una bendición

Ser hijo es una bendición, no obstante, ser hijo del Dios eterno y supremo, es extraordinario, el más magnífico don otorgado por Dios a la humanidad. Por eso este versículo del Salmo 2 resulta tan sorprendentemente halagador. Dios nos dice que desea ser nuestro padre, con todo lo que implica. Es una buena noticia, en realidad, es la más extraordinaria noticia que podemos recibir. No somos hijos de cualquier ser humano sino de Dios el altísimo, el mismo Creador del universo, y ante eso, cualquier comparación no tiene parangón.

Nuestra identidad

Ser hijo da identidad, nos permite sentirnos parte de una familia, al sabernos hijos sabemos que no somos huérfanos y que nuestras vidas están bajo el amparo de un padre amoroso, que no sólo procura lo mejor para nosotros, sino que se convierte en nuestro sustentador y guía.

Dichosos los que saben que Dios es nuestro Padre, aquel que nos cuida y nos trata con un cariño inconmensurable. Me encanta esas palabras de Jesús cuando dice: “Un solo Padre tenemos, y es Dios mismo” (Juan 8:41). Las personas que carecen de esa certeza vagan por este mundo sin rumbo y si tener la certeza total de lo que significa ser alguien que posee el mayor don otorgado a la humanidad, ser hijos de Dios.

Jesús nos muestra el carácter de Dios

Lástima que durante tantos siglos el enemigo de Dios se ha esforzado en tergiversar el carácter de Dios, y en ocasiones de la historia, pareciera que lo hubiera conseguido,  sin embargo, de una u otra forma Jesús, el exégeta de Dios, el que vino a revelarnos a Dios, nos muestra la verdadera naturaleza de un Dios que no busca castigar, fustigar, condenar, maltratar, ni doblegar a la humanidad, sino llamarla al amor y la santidad mediante su infinita bondad. Como dice el profeta: “Lo atraje con cuerdas de ternura, lo atraje con lazos de amor” (Oseas 11:4).

Un Padre amoroso

Dios como padre no actúa nunca con despotismo ni arbitrariedad, al contrario, su amor está constantemente llamando al pecador para que se cobije bajo sus brazos de amor, así como los polluelos que se cubren bajo las alas de la gallina (Salmo 91:4). Equivocamos el mensaje cuando creemos que la gente se convertirá por miedo, al contrario, ese mensaje aleja y hace que las personas no perciban la extraordinaria noticia de que en Dios todos somos hijos y Él un padre amoroso que nunca haría nada para dañarnos ni alejarnos de su amor.

Un padre respetuoso que nos perdona y restaura

Dios el padre, nos respeta, aún en las decisiones contrarias a su voluntad. No nos impone y nos deja actuar en libertad, porque no nos ha creado para la esclavitud sino para vivir de acuerdo a nuestras conciencias. Dios, nuestro padre amoroso, nos recibe cuando nos equivocamos y sale a nuestro encuentro con el fin de recibirnos, no para reprendernos ni hacernos sentir mal, tal como muestra esa extraordinaria parábola contada por Cristo, la llamada “del hijo pródigo” que regresa a su Padre, porque sabe que aun cuando se ha equivocado su progenitor le seguirá amando y le ofrecerá todo, tal como efectivamente lo hace al salir a su encuentro y no permitirle que viva lo que él ha planeado como castigo para su propia equivocación (Lucas 15).

El mensaje central del evangelio

Dios el padre, es lo más parecido que existe al Edén. Dios Padre es nuestro paraíso de descanso y solaz. Fuera de él sólo hay oscuridad. Sólo en Dios Padre nuestras vidas tienen descanso, porque para eso vino Jesús, a decirnos no teman, Dios les ama tanto que he venido yo a mostrárselo (Juan 3:16), ese y sólo ese es el mensaje central del evangelio.

Dr. Miguel Ángel Núñez. Pastor adventista ordenado; Doctor en Teología Sistemática; Licenciado en Filosofía; Orientador familiar. Ha escrito 60 libros y muchos artículos. Ha sido profesor universitario en Chile, Argentina, Perú y México. Consejero matrimonial y conferencista internacional. Reside en España.

 

Revista Adventista de España