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El lamentable final de la vida de Esteban coincide con el final de las setenta semanas que el ángel había anunciado como “determinadas para tu pueblo y tu santa ciudad” (Dn.9:24). El odio con el que silenciaron la voz del “varón lleno de fe y del Espíritu Santo” (Hch.6:5) influyó en aquel joven llamado Saulo que, según nos dice la Escritura, “estaba de acuerdo con ellos en su muerte” (Hch.8:1).

Circunstancias y oportunidades

El texto dice claramente que “ese mismo día se desató una gran persecución contra la iglesia en Jerusalén” (Hch.8:2), lo cual provocó que los creyentes fuesen esparcidos por las regiones de Judea y de Samaria. Es interesante ver y comprobar que las circunstancias de la vida, por difíciles que sean, pueden llegar a ser una oportunidad para el bien. Pablo nos recuerda esta idea cuando escribió: “Sabemos que todas las cosas cooperan para bien de los que aman a Dios” (Rom.8:28). La persecución religiosa contra los creyentes de Jerusalén permitió que el evangelio de Cristo llegase a “Judea, Samaria y hasta lo último de la tierra” (Hch.1:8).

El relato bíblico nos dice que “los que habían sido esparcidos por la tribulación que hubo con motivo de Esteban” (Hch.11:19), pasaron, entre otros lugares, por Antioquía. Allí, según podemos leer, se limitaron a anunciar la palabra exclusivamente a los judíos hasta que llegaron “unos varones de Chipre y de Cirene que, anunciando el evangelio del Señor Jesús, hablaban también a los griegos” (Hch.11:20).

Se les llamó Cristianos

No puedo dejar de señalar que lo que predicaron estos varones era el “evangelio del Señor Jesús”. No es de extrañar que fuera en Antioquía donde “por primera vez se llamase cristianos a los discípulos (Hch.11:26).  Durante un año, Bernabé y Pablo permanecieron en Antioquía y acudían a las sinagogas para anunciar a “Jesús, Salvador para Israel” (Hch.13:23). Pablo, lleno del Espíritu Santo, decía: “Por medio de él se os anuncia perdón de pecados, y que de todo aquello de que por la ley de Moisés no pudisteis ser justificados, en él es justificado todo aquel que cree” (Hch.13:39).

La gente de Antioquía, al oír esto, “se regocijaban y glorificaban la palabra del Señor” (Hch.13:48). Se les predicaba el evangelio de Cristo, el perdón de los pecados, la justicia de Cristo y eso les llenaba de gozo. Porque según el evangelio que se predique, el resultado puede ser muy distinto. Gracias a Dios, a los creyentes de Antioquía se los pudo llamar cristianos porque, desde el inicio, tuvieron claro que nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto: Jesucristo” (1ªCor.3:11).

Lamentablemente, había quienes pensaban diferente. El relato bíblico dice que “algunos que venían de Judea” enseñaban a los hermanos: “si no os circuncidáis conforme al rito de Moisés, no podéis ser salvos” (Hch.15:1). El propio texto nos aclara que estos que habían venido de Judea eran “de la secta de los fariseos, que habían creído” (Hch.15:5). Salvación por fe o por obras: el problema no era un asunto menor.

Gracia y gozo

Así pues, el liderazgo de aquella joven comunidad cristiana se reunió en Jerusalén para dilucidar este asunto, y allí Pedro afirmó: “Creemos que por la gracia del Señor Jesús somos salvos” (Hch.15:11). Posteriormente fueron Bernabé y Pablo los que relataron sus experiencias. Después, cuando ellos terminaron de hablar, fue Jacobo el que tomó la palabra: “No se moleste a los que de entre los gentiles se convierten a Dios” (Hch.15:19). El gozo que produce el evangelio de la gracia no puede ser perturbado por aquellos que, aferrándose a las formas, pretenden colocar sobre los que creen un “yugo que ni nuestros padres ni nosotros hemos podido llevar” (Hch.15:11).

Ayer fue Antioquía. Hoy, como ayer, necesitamos volver al Evangelio de Cristo. No hay otro (Gal.1:7). Es eterno (Apc.14:6) y, por lo tanto, no puede cambiar.

El Evangelio de salvación produce en nosotros, por la acción del Espíritu, “amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre y dominio propio” (Gal.5:22-23). Un carácter transformado “de gloria en gloria por la acción del Espíritu” (2ª Cor.3:18) a la imagen de Aquel que nos creó.

El Evangelio de Cristo nos señala a Jesús como “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn.1:29). El Evangelio nos hace sabernos salvos, amados en Cristo. Nos señala nuestra necesidad de Salvador y nos garantiza la suficiencia de su salvación. El Evangelio nos declara salvos por gracia, por medio de la fe en Cristo Jesús. Nos recuerda que Jesús es “poderoso para salvar a todos los que por medio de Jesús se acercan a Dios porque Él vive siempre para interceder por ellos” (Heb.7:25).

Cuando este Evangelio sea predicado en todas partes como testimonio de lo que Dios puede hacer en nosotros y por nosotros por la fe en Cristo, entonces Jesús podrá venir a reclamarnos como suyos.

En Antioquía se predicó este Evangelio. Los creyentes fueron llamados cristianos. Y en nuestras iglesias, ¿qué Evangelio se predica?

 

Autor: Óscar López, Pastor Presidente de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en España

Imagen: by Gift Habeshaw on Unsplash

Revista Adventista de España