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Si existe un dios, tendrá que suplicarme que le perdone” [Un prisionero judío en un campo de concentración]. Esta frase puede sonar perturbadora para personas que no hemos enfrentado un holocausto, o no hemos pasado por la desesperante experiencia de vivir un genocidio, y experimentado la impotencia de no poder hacer nada. Sucumbir en la agonía del dolor, sin recibir una respuesta de Dios al sufrimiento humano, más que el silencio.

Sin embargo hubo también, en la Biblia, siervos de Dios que levantaron sus voces contra el mismo Dios a quienes servían. Tal es el caso del profeta Habacuc, quien enfrentó al Señor al ver como los injustos destruían a los justos. Desde la impotencia el profeta clamó:

“¿Hasta cuándo, Señor, he de pedirte ayuda sin que tú me escuches? ¿Hasta cuándo he de quejarme de la violencia sin que tú nos salves?” (Habacuc 1:2)”

¿Juzgar a Dios?

Esta pregunta intenta entender la intervención de Dios en el mundo, y pone en tela de juicio el dominio de Dios sobre la tierra. La creencia en un solo Dios, inevitablemente conlleva a la pregunta sobre la existencia del mal. Es decir, ¿cómo concebimos al mal dentro de un paradigma que posee un sólo Dios? O dicho otra manera más simple ¿cómo puede Dios permitir la destrucción de criaturas inocentes? Si uno cree que Dios está a cargo del devenir histórico, y de los eventos que suceden, ¿Cómo puede Dios permitir el sufrimiento de inocentes?

Desde el pensamiento hebreo las preguntas que se formulaban eran: ¿por qué hemos sido castigados una y otra vez en la historia? ¿Por qué Dios nos castiga tanto entre las naciones del mundo? Sin embargo, querer entender por qué Dios permitió que ciertos sucesos horribles sucedieran, es tener la arrogancia de decir que uno entiende, y tiene capacidad de juzgar, lo que Dios hizo o hace, y como todos sabemos nadie conoce a Dios porque Dios está más allá de lo que los humanos podemos entender. De alguna manera, el problema no es de Dios, sino del hombre que no puede tolerar el sin sentido. Debemos ser capaces de comprender que habrá cosas que nunca tendrán respuesta en esta tierra, solamente en la eternidad, y ser capaces de confiar en nuestro Padre como un niño. 

Silencio ante lo que no comprendemos

Tal vez por eso, en el dialogo que va a surgir entre Dios y Habacuc el profeta cierra su protesta exaltando el silencio de Dios: «…el Señor está en su santo templo; ¡guarde toda la tierra silencio en su presencia!» (Habacuc 2:20).  La palabra hebrea usada en Habacuc 2:20 significa «estar en silencio», o hacer «silencio». Se usa siete veces en el AT: [1] para mandar a la gente a abstenerse de hablar (Amós 6:10) o el que [2] llora (Nehemías 8:11); [3] para exigir respeto al Señor (Habacuc 2:20) y [4] en el dolor por los muertos (Amos 8: 3). Esta palabra tiene una función onomatopéyica, la cual adquiere la misma fuerza que la palabra inglesa «silent». De modo que podemos hablar sobre tres connotaciones del silencio:

  • El silencio es una invitación para que los moradores de la tierra reconozcan el poderío del Señor.

La retórica del pasaje, se contrapone contra el clamor de los idolatras hacia las cosas inanimadas que adoran emitan respuesta (Habacuc 2:19) «¡Ay del que le dice al madero: “Despierta”, y a la piedra muda: “Levántate”! Aunque están recubiertos de oro y plata, nada pueden enseñarle pues carecen de aliento de vida». Pero, Dios no necesita de gritos para actuar, en el silencio, él conoce todo lo que sucede y su justicia vendrá. Así, sucedió en el monte Carmelo; los 400 profetas de Baal por más que gritaron y se cortaban, no recibieron respuesta. Pero, Elías, en el silencio hizo una oración y el poder de Dios se manifestó. No tenemos necesidad de gritar nuestros problemas. Él trabaja en el silencio y restaura para que públicamente recibamos su respuesta.

  • Necesitamos aprender a esperar la respuesta.

En la eternidad tendremos todas las respuestas. Mientras tanto, debemos aguardar a que Él Señor salga de su Santuario en los cielos para venir a buscar a sus escogidos para poseer la tierra y reinar (Zacarías 2:11-13).  Mientras, Jesús está en el Santuario celestial intercediendo por los pecadores arrepentidos, limpiando al mundo con su sangre expiatoria derramada en la cruz. Ahora, en lugar de exigir respuestas, tal vez deberíamos callar y, tal como expresa el apóstol Pablo: “cerquémonos confiadamente al trono de la gracia para recibir misericordia y hallar la gracia que nos ayude en el momento que más la necesitemos” (Hebreos 4:16).

  • Es un tiempo de gracia, oncedida para que el pecador reconozca su pecado y busque la salvación (Isaías 42:14).

El silencio de Dios para los inicuos no es aprobación, sino terrible castigo (Sofonías 1:7-8). Es una advertencia a los moradores de la tierra, para que entendamos que el juicio de Dios vendrá y pagará a cada uno conforme a sus actos. Todos aquellos que dañen a su prójimo, los niños, los animales, en fin a la vida misma, rendirán cuentas a Dios. Él no estará siempre en silencio y cuando hable defenderá a los inocentes. “¡Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo!” (Hebreos 10:31).

Daniel A. Mora. Teólogo y escritor. 

Foto: Kristina Flour on Unsplash

 

Revista Adventista de España