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El bautismo es un momento maravilloso en la vida de un cristiano, pero es tan solo el punto de partida. Ese recién nacido debe ser cuidado y amado para que permanezca en el seno de su familia de la iglesia. 

El bautismo simboliza la muerte de Cristo por nuestros pecados. Cuando participamos de un bautismo estamos presenciando, por un lado, la muerte frente al pecado y también el nacimiento a una nueva vida. En verdad, el bautismo, es un símbolo cargado de una gran enseñanza: el creyente acepta la muerte de Cristo en su lugar, muere al viejo hombre y nace a un nuevo ser comprometido con Dios y dispuesto a reflejar el carácter y las obras de Cristo.

«Porque somos sepultados juntamente con él, para muerte, con el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria de su Padre, así también nosotros andemos en nueva vida». (Romanos 6:4)

¡Ojalá que todos los que se bautizan permanezcan para siempre en Cristo! Invirtamos mayor tiempo, mayor planificación e incluso varias reuniones de diaconado y ancianato para enfocarnos en cómo podemos retener a los nuevos miembros. Tenemos un desafío impresionante por delante: busquemos equilibrar las fuerzas de nuestras comunidades; que, por un lado, salgamos a hacer misión, y por otro, planifiquemos la permanencia en la fe de los que se reúnen en los templos y las casas.

¿Cómo podemos hacer que los miembros permanezcan en la iglesia?

La parábola del Hijo pródigo

 

A esta pregunta le debemos dar la máxima importancia. Después de meses o años de trabajo estamos en la pila bautismal con la persona. Todo está lleno de emoción. Las manos tiemblan y el corazón palpita con fuerza. Muchas miradas están enfocadas en los candidatos a punto de entrar en las aguas. Pero todo se puede echar a perder si no buscamos dar la máxima importancia a este acontecimiento y a lo que viene después.

Para conservar a quienes se bautizan debemos hacer que la iglesia se tome el evento del bautismo como una gran fiesta, según la que encontramos en las palabras del buen Salvador, relatando la parábola del hijo pródigo. El padre de la parábola, lleno de misericordia, que representa a Dios el Creador, da la siguiente orden a sus servidores:

«Sacad el mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies. Y traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta». (Lucas 15:22-23)

Expliquemos brevemente el simbolismo de estas palabras:

El mejor vestido: confianza en Dios, a pesar de las caídas

Como servidores de Cristo debemos ayudar a los que se acercan a nuestra comunidad para que puedan aceptar las ropas de la salvación de Cristo; las ropas blancas de Cristo, su justicia y no nuestras obras imperfectas. El mejor vestido es la justicia de Cristo que cubre nuestras deformidades. Debemos esforzarnos como miembros más veteranos para ver a los nuevos miembros como coherederos del reino igual que nosotros. Vestir a los nuevos conversos con las ropas blancas es darles el crédito de equivocarse y levantarse por la sangre en Cristo.

«Andarán conmigo en vestiduras blancas, porque son dignas». (Apocalipsis 3:5)

Anillo en su mano: un estrecho círculo de amor fraternal

Cada nueva persona en una comunidad adventista debe recibir un proceso de discipulado. Alguien tiene que seguir de cerca los pasos tímidos en la fe de los que recientemente se bautizaron.

Debemos crear un proceso de vinculación con las actividades de la iglesia y buscar involucrarlos con sus dones y acciones. El lema de cada iglesia al recibir nuevos miembros debe ser: Hay lugar para ti en la amplia viña del Señor. Una persona que no aporta nada a su comunidad pronto se enfriará en su espiritualidad.

«Y andad en amor, como también Cristo nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante». (Efesios 5:2)

Calzado en sus pies: delegando responsabilidades

La iglesia debe ser un lugar donde las personas reciben y entregan responsabilidades. Eso comúnmente lo llamamos delegar. Deleguemos en las personas tareas pequeñas y a medida que crezcan aumentemos esas tareas. Si delegas, debes confiar en la persona, pero por encima, debes de supervisar y analizar sobre el estado de las cosas.

No delegamos para olvidarnos. Delegamos para avanzar juntos y crecer en el amor de Dios.

No delegamos para quitarnos de encima tareas secundarias. Delegamos porque confiamos en el crecimiento y la dedicación de la persona a quien acompañamos en su crecimiento.

«Y calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz». (Efesios 6:15)

«¿Y cómo predicarán si no fueren enviados? Como está escrito: ¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian la paz, de los que anuncian buenas nuevas». (Romanos 10:15)

Becerro gordo: en Cristo existe abundante perdón y poder

Muchos motivos nos pueden apartar la vista de Cristo. Hagamos planes serios para acercar a las personas a Cristo: grupos de oración, semanas de reavivamiento, etc. En Cristo existe abundancia de gracia y perdón para levantarnos, incluso vencidos. No limitemos el poder de Cristo por nuestras actitudes. Miremos a las personas con ojos de esperanza. Llevemos a las personas a la cruz de Cristo. Si estamos con Cristo en las iglesias, las personas volverán más a menudo para encontrarse con el Señor. Hay abundancia y rocas promesas de salvación en la sangre de Cristo.

«Más el herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre Él, y por su llaga fuimos nosotros curados». (Isaías 53:5)

Hagamos fiesta: compartir las bendiciones con alegría

Unos de los primeros frutos del Espíritu Santo en la vida del nuevo creyente son el amor y la alegría. El cariño, la risa, la buena disposición y el buen ambiente de verdadera fraternidad deben caracterizar a una comunidad llena de vida espiritual. ¿Cómo va a querer irse alguien de una comunidad alegre que se ama? Cuando las sombras aparecen en la comunidad debemos preguntarnos si será porque el rebaño no es alimentado correctamente con el cuerpo y la sangre de Jesús. Y aquí no me refiero únicamente a tomar los emblemas santos, sino más bien a una costumbre del pueblo, a dedicarse a VIVIR, predicar y enseñar la totalidad de la Palabra de Dios. Cuando la alegría en el pueblo de Dios desaparece es porque la Palabra de Dios ya no está siendo la base de su vida cristiana.

«Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno comiera de este pan, vivirá para siempre». (Juan 6:51)

«Estas cosas os he hablado, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido». (Juan 15:11).

Por todo eso, hagamos del bautismo la mayor alegría del año, pero, además, conservemos en la iglesia a cada alma, a cada joven, cada niño, ¡que no se quede ni uno en esta tierra! ¡Todos al cielo y ninguno fuera del arca de la salvación!

Autor: Richard Ruszuly, pastor secretario ministerial de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en España. 

 

Revista Adventista de España