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“Pero es necesario que el obispo sea irreprensible, marido de una sola mujer, sobrio, prudente, decoroso, hospedador, apto para enseñar”. (1 Timoteo 3:2) 

Un trato igual y respetuoso

La elegancia forma parte del ministerio pastoral. Es un arte saber comportarte con las personas. Todos los que formamos la comunidad de fieles somos de diferentes culturas y pueblos. La comunidad eclesiástica no es algo hermético. La puerta de la iglesia está abierta para cada persona, y al formar parte de la comunidad, traemos nuestra herencia familiar: costumbres, ideas y filosofías. Dentro de esa amplia variedad, colmada de diferencias, y enriquecedora variedad, estamos llamados, los líderes de la iglesia, a servir.

El decoro del anciano (o anciana), el saber estar en todas las situaciones y comportarse respetuosamente con todos, es la clave para mantener unidad y armonía en la iglesia. Si representamos a Cristo delante de la iglesia, y la sociedad, debemos desarrollar esta cualidad en nuestro carácter.

Peligros de la falta de decoro

Algunos de los peligros de la falta de respeto y el “saber estar” podían ser:

  • No avanzar para salir de la misma mentalidad.

Debemos esforzarnos para no entablar diálogos solo con los que comparten nuestros puntos de vista. Haciendo esto alcanzaremos sólo a los que son nuestros amigos. La visión de un servidor de la iglesia debe ser la de llegar a todas las mentalidades, y eso, es un desafío continuo. Eso implica lectura de diferentes libros que nos ejerciten la imaginación, comprensión, y la disposición de aprender.

  • Quedarse dentro de las mismas afinidades.

Es fácil compartir puntos de vista con los que tenemos cosas que nos gustan en común, pero luchemos por salir de la comodidad de los gustos personales. Un anciano debe ser empático. Debemos ponernos en el lugar del otro. Necesitamos canalizar nuestros intereses para hallar puentes hacia los hermanos. Es cierto, que compartimos la misma fe, pero hay otros asuntos fuera de la vida de iglesia, que deberíamos tener en cuenta a la hora de aproximarnos a la congregación. El hecho de tener la misma fe, no significa que compartamos los mismos gustos. Por eso, para mantener relaciones saludables debemos mostrar interés por aquello que hace diferente, y especial, a cada uno de los hermanos.

  • La diferencia de edad.

El anciano debe saber adaptarse especialmente a los niños y jóvenes. Saber, y sobre todo estar dispuesto. Debe facilitar las actividades, y motivar la implicación, de los jóvenes en la iglesia. Necesitamos que la iglesia sea un lugar donde los jóvenes se sientan implicados. Si no encuentran su lugar dentro de la iglesia, lo buscarán fuera de ella. El joven debe saber que la iglesia es su hogar. El anciano decoroso dará un trato especial a los jóvenes.

  • Respeto independientemente de la categoría social.

Deberíamos servir a todos por igual. Nadie debe sentirse excluido por formar parte de una u otra categoría social. El anciano debe ser el factor igualador que garantice esa igualdad en la diferencia. Todos somos iguales, porque todos somos diferentes. El respeto es básico para la convivencia, y es la base del amor. No hay diferencias en Cristo. Todos cabemos en la casa del Señor.

Nadie debe sentirse excluido por el color de su piel, o por falta de estudios. Muchos intelectuales son bastante menos sabios que muchos que no han tenido la misma oportunidad de formación en la sociedad actual. Solemos olvidar que la verdadera sabiduría la da Dios. El Señor es Padre de todos, y el trato sin discriminaciones del anciano debe mostrarse en su mano tendida para cualquier actividad de la iglesia. Hay lugar para todos en la viña del Señor.

Las personas sabias son conscientes de que pueden aprender mucho de cualquier persona. Todos sabemos mucho, solo que no todos sabemos de las mismas cosas. Únicamente los necios se creen inteligentes. Los realmente listos son conscientes de que cuanto más conocen, se dan cuenta de que ignoran mucho más. El conocimiento es tan amplio, abarcante e infinito como el propio Dios.

Decoroso como Cristo, abiertos al mundo de los demás

Este requisito, “decoroso”, es algo que me hace pensar en Cristo y en su manera de tratar a los demás.

Saber comportarse en todas las circunstancias es complicado, porque cada persona es un mundo. Cada uno tenemos conceptos, ideologías e incluso prácticas, distanciadas de lo que para otros es aceptable desde un punto de vista religioso o denominacional. Y por si eso fuera poco, la comodidad nos hace querer permanecer dentro de nuestro mundo, ajenos al del otro. El nuestro siempre es mejor.

Valoramos solamente lo nuestro, lo que a mí me gusta, la comida con la que crecí, la música a la que estoy acostumbrado, la ropa que me parece la más adecuada, la predicación con la que más me identifico y un sin fin de situaciones, relaciones y aficiones que forman parte integrante de mi persona. Sin embargo, Cristo renunció a su mundo para que nosotros seamos salvos. Ese sentir, esa práctica, este hecho claro, de que Cristo renunció a su propia intimidad, gloria y posición debe motivarnos para poder establecer armonía y paz en las iglesias.

El respeto es el primer escalón

Y es que abrirnos al mundo del otro es sacrificado. Salir de tu mundo no es irte a un largo viaje físicamente. Eso sería fácil. Luchar para alcanzar a las almas perdidas, pastorearlas y cuidarlas, significa abrir tu mundo, y aceptar al otro, ajeno y diferente, para poder salvarlo y aportarle cariño y cuidado espiritual. Solamente así podremos llevarle a los pies de Cristo. Así es como el propio Jesús alcanzaba a los hombres: amándoles tal como eran, para que pudieran ser transformados por su amor. El respeto es el primer escalón de la escalera del amor. 

Reflejando el carácter de Cristo

Ser un anciano decoroso es nuestra meta, y debemos comenzar por respetar los corazones que no piensan como nosotros. Los líderes estamos llamados a amar, y hacer el bien, incluso a los que intentan dañarnos. Nuestra máxima responsabilidad es reflejar el carácter de Cristo. Paciencia con los que se burlan, respeto para los que nos rechazan, cariño para quienes nos odian… Reflejar el carácter de Jesús no es fácil, de hecho es tan difícil que solamente es posible de Su mano y bajo la influencia constante del Espíritu Santo. En numerosas ocasiones deberemos confiar en el Señor y hacer el bien, incluso al ser enterrados por rumores y habladurías inciertos. El Espíritu Santo cerrará las heridas y nos dará la fuerza para permanecer de pie, si cada mañana y cada noche, cada instante, postramos nuestro corazón de rodillas ante el Señor.

No temas enfrentar el desafío. Con Cristo somos vencedores. Que el Señor te bendiga querido líder en tu obra de edificación espiritual. ¡Haz puentes para llegar a los inalcanzables! De hecho, si lo miras bien, Cristo es el puente. ¡Cristo es capaz de unir nuestros mundos en Él!

“Porque él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación.” (Efesios 2: 14).

Richard Ruszuly. Secretario Ministerial de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en España. 

Foto: rawpixel en Unsplash

 

Revista Adventista de España