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Altar de piedraSi construimos nuestro altar de adoración, Dios nos encontrará allí y nos guiará día a día por el resto de nuestra vida.

El verano después de mi segundo año en la secundaria, mis padres decidieron que necesitaba un cambio de aires. Sabían que debían llevarme a mí, un joven de 17 años con los ojos bien abiertos y problemas para controlar la ira, a un lugar mejor; de lo contrario, me metería en problemas.

Siempre tuve afinidad por las palabras y el lenguaje. Sobresalía en cualquier materia relacionada con el inglés o la escritura, y esto comenzó a una edad temprana. Entonces, cuando me encontré con la música Hip Hop, que irrumpió en escena a fines de la década de los ’60 y principios de los ’70, me cautivó. Me pasé de dosis de los juegos de palabras de Run-D.M.C., The Fat Boys, LL Cool J, Eric B. y Rakim, entre otros. A la música se sumó una nueva moda llamada breakdance, y estaba doblemente fascinado. Era algo fresco. Urbano. Era yo.

«Al contemplar, somos transformados», escribía a menudo Elena G. White, basándose en el consejo del apóstol Pablo en 2 Corintios 3:18.[1] Esto fue definitivamente así en mi caso. Había sido cambiado por lo que estaba introduciendo en mis oídos y poniendo frente a mi cara. Rapeaba en un grupo pequeño, bailaba breakdance con mis amigos y soñaba con el estrellato pop. Todavía iba a la iglesia con mis padres, participaba activamente en los Conquistadores y la Sociedad de Jóvenes, pero estaba perdiendo el rumbo. Mis padres podían verlo, y cualquier otra persona que quisiera mirar con el suficiente detenimiento también.

Mis padres encontraron el antídoto perfecto para mis problemas: el Colegio Adventista Pine Forge con internado en las colinas de Pine Forge, Pensilvania, EE.UU. Estuve de acuerdo en ir –en realidad no tenía elección– de cierta manera estaba contento de dejar atrás el drama de mi colegio público. Me consolaba pensando que aunque estaría lejos, no estaría lejos de la música que amaba. Poco sabía en ese momento que había otra cosa que tendría un impacto aún mayor en mi vida, que simplemente mi nuevo colegio.

Dos tomos de Mente, carácter y personalidad

Mientras mi padre preparaba nuestro automóvil para el viaje al Colegio Adventista Pine Forge, me dio los dos tomos de uno de los libros de Elena G. White. A mi papá le encantaban sus escritos, y rociaba generosamente sus conversaciones con las citas dondequiera que encontrara un oído atento. Lamentablemente, también conocía a fanáticos de ella menos cuidadosos que invocaban sus escritos sin siquiera respirar para someter a golpes a cualquiera que sintieran que estaba fuera de lugar. No pasó mucho tiempo para que la belleza y la dulzura de los consejos de Elena G. White se perdieran en mí durante mis primeros años de adolescencia. Sin embargo, acepté el regalo de mi padre y me fui.

Cuando finalmente abrí los dos tomos de Mente, carácter y personalidad, me sucedió algo. No puedo explicarlo del todo, pero de alguna manera llegué a la intersección entre desear un cambio personal en mi vida y los recursos para comenzar ese cambio. Sabía que me había metido en cosas malas en mi colegio anterior, y Pine Forge era mi oportunidad de romper con mi vida pasada y empezar de nuevo, a pesar de mi corta edad.

Nada transformó más mi vida en ese momento que la Biblia y los libros que mi padre me dio. Cuando estaba llegando a la mayoría de edad, inmerso en la cultura de la ciudad, sentí que Dios comenzaba a señalar las cosas difíciles que me retenían, como la música. Estaba creciendo en un hogar en el que Dios era amado, la adoración era constante y la vida de iglesia apreciada, pero aun así comencé a perder el rumbo. Necesitaba ayuda. Necesitaba un caminar más profundo con Dios.

«El estudio de la Biblia y la mente»

Quería desesperadamente ser un buen estudiante, y aquí Dios obró a través de Elena G. White para proporcionarme las herramientas que necesitaba no solo para cambiar mi vida espiritual sino también para convertirme en un gran triunfador académico. Fue durante este período de mi vida que leí esto: «Como poder educador la Biblia no tiene rival. Nada impartirá tal vigor a todas las facultades como el exigir a los estudiantes que capten las estupendas verdades de la revelación.

La mente se adapta gradualmente a los temas sobre los que se le permite detenerse. Si se la ocupa solo con cosas comunes, con la exclusión de temas grandiosos y elevados, se empequeñecerá y debilitará. Si nunca se le exige que luche con problemas difíciles o se esfuerce por comprender verdades importantes, después de un tiempo casi habrá perdido el poder de crecer».[2] Esta sola declaración transformó mis hábitos de estudio de la Biblia. Le di prioridad al estudio de la Biblia, y los resultados que experimenté fueron asombrosos. Mi mente se calmó y mi capacidad para captar conceptos difíciles en mis estudios aumentó considerablemente.

Ningún capítulo de esta increíble recopilación de Elena G. White de dos tomos me impactó más que el capítulo 11 del tomo 1, «El estudio de la Biblia y la mente». Después de leerlo, comencé a estudiar la Biblia con intención y precisión. Esa experiencia fue el comienzo de mi «vida de altar» con Dios.

Mi vida de altar

Uno no necesita poseer un altar físico para adorar a Dios. De hecho, si un seguidor de Jesús vive en una comunión constante, ferviente y empapada de la Biblia con Dios, él o ella ha erigido un altar tan real como el que Elías construyó en el Monte Carmelo (1° Reyes 18).

La vida de altar incluye la conexión y el compromiso personal con Dios, y esto se verá en su consistencia en la adoración a Dios. Jesús le dijo a la mujer junto al pozo que Dios estaba buscando adoradores: «Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren» (Juan 4:23).[3]  Dios en realidad está buscando personas que quieran adorarlo.

Nada transformará tanto la vida de uno como una vida devocional vibrante. Mi vida de altar comenzó tarde en la secundaria, y pronto llegaron los beneficios. Me gradué con notas bastante altas en mi último año. Mientras me preparaba para ir a la universidad, sabía que los próximos cuatro años darían forma al resto de mi vida. Sabía que me esperaban decisiones muy importantes y quería hacer lo correcto. También sabía que si no trabajaba intencionalmente en desarrollar mi vida devocional, no tendría éxito en la vida. Podría tener una buena carrera, tal vez incluso lograr algo de fama, pero ¿cumpliría el propósito de Dios para mí? Me aterrorizaba la posibilidad de no hacerlo, así que prioricé mi experiencia de adoración con Dios desde el comienzo de la universidad.

Paso 1: FIJA UNA HORA

Si pensamos que estamos demasiado ocupados para separar tiempo para adorar a Dios, estaremos demasiado ocupados. El tiempo devocional personal es la brújula que Dios usa para establecer la dirección de nuestras vidas. Si lo perdemos, nos desviaremos del rumbo, rápido. Cuando los israelitas fueron liberados del cautiverio egipcio, Dios ordenó a Moisés que le dijera al pueblo: «Ofrecerás uno de los corderos por la mañana, y el otro cordero ofrecerás a la caída de la tarde» (Éxodo 29:39). La adoración debía ser el sujetalibros espiritual de la vida de los israelitas, una forma de ordenar sus pasos mañana y tarde, día a día. Según Elena G. White, esta conexión con Dios es fundamental: «No hay en nuestra naturaleza impulso alguno ni facultad mental o tendencia del corazón, que no necesite estar en todo momento bajo el dominio del Espíritu de Dios».[4]

Planifiquemos nuestro tiempo con Dios y nunca lo rompamos. Si la vida se interpone en el camino, como sucede a menudo, comienza de nuevo con Dios. Si establecemos un tiempo para estar con Dios, ¡Él se reunirá con nosotros cada vez!

Paso 2: ELIGE UN LUGAR

Viví en el internado de varones en el campus de la Universidad de Oakwood (Huntsville, Alabama, EE. UU.) en mi primer año de universidad. Mi habitación se convirtió en el lugar donde construí mi altar de vida. Mis adoraciones no eran largas, pero eran significativas. Tuve la suerte de tener un compañero de cuarto que también tenía una vida de altar. Nos dábamos espacio para adorar. Al despertarnos temprano en la mañana, no hablábamos mucho. Él necesitaba tener su culto, así que yo le daba su espacio. Él a su vez hacía lo mismo por mí. Poco sabía que estaba construyendo hábitos devocionales que durarían toda la vida. Todavía me encuentro con Dios al principio y al final de cada día.

Tal vez el lugar de nuestro altar sea una habitación, un banco, un prado o un campo. O quizás el lugar de nuestro altar sea móvil, cambiando cada día. Haz lo que te funcione mejor, ¡pero encuentra un lugar y pasa tiempo con Dios allí!

Cuando intentamos erigir nuestra vida de altar, pronto descubrimos que nuestra vida es bastante «ruidosa», llena de distracciones. Según varios estudios recientes, nuestros teléfonos inteligentes son probablemente la mayor distracción que enfrentaremos en nuestra vida espiritual: la mayor amenaza para nuestra vida en el altar y para nuestro bienestar general. Se dice que el usuario promedio de las redes sociales pasa dos horas y 27 minutos al día en las redes, y los dispositivos móviles representan el 50 por ciento de ese tiempo.[5] Una organización de investigación de Internet descubrió que, según datos autoinformados, la persona promedio toca, hace clic, navega y desliza el dedo en su teléfono un promedio de 2617 veces al día. Los usuarios más frecuentes tienen un promedio de 5427 toques por día.[6]

Nuestros teléfonos inteligentes no solo ofrecen múltiples métodos de comunicación (voz, texto, Zoom, redes sociales y correo electrónico), sino que también sirven como radio, discoteca, periódico, club de baile, biblioteca, cámara, GPS, cine, herramienta bancaria y mucho, mucho más.

Como herramienta de distracción, los teléfonos ingeligentes no tienen comparación en la historia. Nuestra vida de altar nunca se pondrá en marcha hasta que silenciemos nuestro espacio, y eso se refiere especialmente a nuestros teléfonos inteligentes y tabletas. Claro, podemos usarlos como parte de nuestra experiencia devocional, pero sería mucho mejor renunciar a ellos por completo durante el tiempo de adoración. Lee la Biblia y fijate si hay una actitud para cambiar o adoptar, una persona para servir o a Jesús para ver. Toca un instrumento y canta en voz alta a Dios. Lee un libro devocional a la antigua usanza y pasa un momento tranquilo en oración, meditando en lo que lees.

Después de su gran triunfo en el Monte Carmelo, Elías enfrentó amenazas de muerte por parte de la reina Jezabel. El siervo desamparado escuchó el suave susurro de Dios, después del viento, el terremoto y el fuego (1° Reyes 19:11–13). Es en los momentos tranquilos de la vida donde Dios habla más fuerte.

Paso 4: Seguir el ejemplo de Jesús 

Ninguna persona en las Escrituras tuvo una vida de altar más poderosa que Jesús. En medio de una vida ajetreada de ministerio diario, amenazas constantes y ataques fulminantes del diablo, Jesús hizo tiempo para largos momentos de oración y adoración. El que era igual al Padre (Filipenses 2:6) todavía pensaba que era importante estar quieto y saber que Dios es Dios.

Jesús entendió desde temprana edad que su llamado requería una conexión constante con su Padre. Esta era la única manera de llevar los pecados del mundo a la cruz. Elena G. White describió la vida de altar de Jesús: «La Majestad del cielo, mientras se ocupaba de su ministerio terrenal, oraba mucho a su Padre. Frecuentemente pasaba toda la noche postrado en oración. A menudo su espíritu se entristecía al sentir los poderes de las tinieblas de este mundo, y dejaba la bulliciosa ciudad y el ruidoso gentío, para buscar un lugar apartado para sus oraciones intercesoras . . . Mientras que sus discípulos dormían, su divino Maestro pasaba toda la noche orando. El rocío y la escarcha de la noche caían sobre su cabeza inclinada en oración. Ha dejado su ejemplo para sus seguidores».[7]

Jesús anhelaba la comunión con su Padre. Este fue un hábito que desarrolló temprano en su vida en la Tierra y continuó hasta que ascendió al cielo. Fue la fuente de su poder y el secreto de su paz mientras estuvo aquí. Así como Jesús dependía de su Padre para todo, nosotros también debemos depender de él: «Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, este lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer» (Juan 15:5).

El tiempo que dediquemos a construir nuestra vida de altar será un tiempo bien empleado. Si construimos y nos apoyamos en el altar de la oración, Dios nos encontrará allí y nos conducirá, nos guiará y nos bendecirá. Si nuestro altar de oración es seguro y certero, a partir de ese momento podemos tener la seguridad y convicción que Dios nos encontrará allí y nos conducirá por el resto de nuestras vidas.

Autor: Dwain N. Esmond (M.A., Universidad Estatal de Pittsburg, Kansas, EE. UU.) es director asociado del Centro White en la Asociación General de los Adventistas del Séptimo Día en Silver Spring, Maryland, EE. UU. 

Publicación original: Dwain N. Esmond, “Construyendo nuestra vida en el altar,” Diálogo 34:3 (2022): 13-16

Notas y referencias

[1] Por ejemplo: en sus libros Palabras de vida del gran Maestro (Mountain View, California: Paceific Press Publishing Association, 1971), 289.2; y El conflicto de los siglos (Miami, Florida: Asociación Publicadora Interamericana, 2007), 543; así como en muchos de sus manuscritos.
[2] Elena G. White, Mente, carácter y personalidad (Miami, Florida: Asociación Publicadora Interamericana, 2007, t. 1, p. 101).
[3] Todos los pasajes bíblicos en este artículo son citados de la versión Reina-Valera 1960 de la Biblia. Escritura tomada de la Reina-Valera 1960 ® © Sociedades Bíblicas en América Latina, 1960. Renovado © Sociedades Bíblicas Unidas, 1988. Utilizado con permiso.
[4] Elena G. White, Historia de los patriarcas y profetas (Miami, Florida: Asociación Publicadora Interamericana 2008, p. 395).
[5] “Daily Time Spent on Social Networking by Internet Users Worldwide desde 2012 to 2022”.
[6] “Putting a Finger on Our Phone Obsession”. “Los investigadores reclutaron una muestra demográficamente diversa de 94 usuarios de Android de su grupo de más de 100.000 participantes y crearon una herramienta para teléfonos inteligentes para rastrear la interacción de cada usuario durante 5 días, las 24 horas del día [la encuesta no incluyó a los usuarios de teléfonos o tabletas de Apple]. Alrededor de dos tercios de las personas encuestadas participaron cinco días; el resto participó de dos a cuatro días”.
[7] Elena G. White, Testimonio para la iglesia t.2, p. 450.
Revista Adventista de España