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Actualmente es común escuchar frases que hacen énfasis en que las personas restauren la confianza en sí mismas. Es común oír “tú puedes”, “puedes lograr todo lo que te propongas”, “ten fe en ti mismo” y otras más. Incluso se dan cursos para desarrollar la confianza en uno mismo para lograr el éxito en la vida. Esta confianza en uno mismo parte de aceptarse como uno es. Si promueve algunos cambios, son solo para lograr mayor confianza en uno mismo. Es mediante estos conceptos, que se suelen enmascarar las debilidades propias y considerar que son las “diferencias” que nos hacen “únicos” y “valiosos”. En cierta medida esto no está mal, pero hay una línea muy sutil entre lo que está bien y lo que está mal. Y es aquí donde Jesús tiene algo que decirnos.

Primero lo primero. ¿Qué tipo de éxito deseas en la vida? Un éxito para el aquí y ahora, o un éxito que trasciende esta vida y se extiende a la eternidad con Dios.

Una vez que respondas a esta pregunta, estarás listo para entender la propuesta de Cristo.

La propuesta de Cristo

El texto bíblico dice que Jesús propuso a sus discípulos la desconfianza de uno mismo para lograr el éxito en la vida cristiana. Un éxito que se mide con la eternidad.

Quizás te preguntes, ¿cómo es eso? Me gustaría ilustrarlo con un análisis de los últimos momentos en que Jesús pasó con sus discípulos antes de ir a la cruz y que se registran en los capítulos 14 al 16 del evangelio de Juan. El relato registra que mientras Jesús pasaba unos momentos de retiro junto con sus discípulos celebrando la pascua en el aposento alto, aprovechó para comentarles algunos detalles de lo que iba a suceder. Luego mientras salieron del lugar y se dirigían al monte de los Olivos mantuvo un diálogo interesante.

Un diálogo interesante

Primero. En el aposento alto les reveló que uno de ellos lo traicionaría.

Segundo. Mientras iban hacia el monte les dijo “todos vosotros os escandalizaréis de mí en esta noche” (Mat 26:31). Y apoyó esta declaración en un texto bíblico profético, “Heriré al Pastor, y las ovejas de la manada serán dispersas” (Zacarías 13:7). Los discípulos se asombraron de esta declaración. ¡No solo lo traicionaría uno, sino todos! Con tristeza recordaron que anteriormente, cuando estaban en la sinagoga de Capernaúm y Jesús habló de sí mismo como el pan de vida, muchos se ofendieron y dejaron de seguirlo.

En esa ocasión anterior sus discípulos le aseguraron lealtad y Jesús les había dicho, “¿No os elegí yo a vosotros doce, y sin embrago uno de vosotros es un diablo?” (Juan 6:70). Y en ese momento de retiro de Jesús con sus discípulos, Pedro volvió a asegurar a Jesús que él lo seguiría fielmente, “aunque todos se escandalicen, yo no” (Marcos 14:29) y también lo hicieron el resto de los discípulos. Jesús echó por tierra esta confianza que Pedro tenía en sí mismo, y le anticipó proféticamente “Te aseguro que hoy, en esta noche, antes que el gallo cante dos veces, me negará tres” (Marcos 14:30). Pedro atónico por la declaración de Jesús y porfiado en su confianza propia, le aseguró que iría a la muerte por él y que no lo negaría.

No estar preparados para la prueba

La confianza que los discípulos tenían en sí mismos les hizo negar las declaraciones de quien sabía todo. Esto hizo que no estuvieran preparados para las pruebas. La tentación llegaría y, entonces, entenderían su debilidad.

Nuestras declaraciones de fidelidad a Dios pueden estar motivadas por buenas intenciones y ser plenamente sinceras, pero a menos que entendamos nuestras propias debilidades para depender de Cristo, no podremos salir airosos de las pruebas.

Nuestro corazón contiene ocultas muchas cosas que cuando salen a luz sin haberlas conocido antes, provocan nuestra ruina.

Cristo vio en los discípulos amor propio y tal seguridad que los llevaría a superar su amor por él. Había algunas cosas que debían comprender: (1) que tenían muchas flaquezas; (2) pecados sin confesar; (3) negligencia espiritual; (4) temperamentos no santificados; (5) temeridad para exponerse a la tentación.

Pedro y el resto de los discípulos necesitaban desconfiar de sí mismos, y comprender mejor lo que significaba desarrollar una fe más profunda en Cristo.

Lo que todos los discípulos necesitaban ante la revelación de Jesús sobre lo que sucedería, era humildad para suplicarle que los guardase de la prueba, que como pastor los mantuviera como sus ovejas. Pedro olvidó recordar que cuando se estaba hundiendo en el mar de Galilea tuvo que clamar, “Señor, sálvame” (Mateo 14:30). Siempre nos cuestan recordar las experiencias anteriores para sortear las nuevas, y Pedro se sintió ofendido al pensar que Jesús desconfiaba de él en esta nueva ocasión. Si en vez de verlo como un ataque personal que hería su amor propio, hubiera recordado que Jesús veía las cosas secretas de su corazón y hubiese clamado “Señor, sálvame de mí mismo”, quizás el desenlace histórico que se registra en la Biblia sería diferente.

Un anticipo del perdón divino

Jesús debió haberlos mirado con gran compasión. Aunque les advirtió con anticipación, la realidad era que no podría salvarlos de la prueba que vendría.  Pero les aseguró que estaba por romper las cadenas de la muerte y que su amor no les faltaría. Les declaró que después que resucitara, los vería en Galilea (Mateo 26:32).

¡Qué gran amor el de Jesús! Antes que lo negasen les aseguró su perdón. Y les siguió explicando la importancia de mantenerse unidos a él con la ilustración de la vid y los pámpanos. Jesús deseaba una unión vital y estrecha con sus seguidores. Es la única forma en la que se obtiene vida para vencer cualquier debilidad que tengamos escondida en lo profundo de nuestro corazón. La debilidad del pecador se une a la fuerza de Cristo cuando se establece este vínculo estrecho. Y se logra éxito en la vida cristiana.

Una vez que esta unión se forma, debe mantenerse. Hay que llegar a ser parte de la vid. Este vínculo se puede lograr solo mediante la intervención de Dios por su Espíritu. Así como Dios en Cristo se hizo participante de la naturaleza humana, este vínculo hace que los seres humanos lleguen a ser participantes de la naturaleza divina.

Resumen

Cuando más confiemos en nosotros mismos, menos conoceremos como Dios nos conoce. Debemos desarrollar la humildad de la fe para ver lo que Dios ve en nosotros como potencialmente peligroso y tener la disposición para clamar “Señor, sálvame de lo que se encuentra oculto en mi corazón, sálvame de mí mismo, sálvame para que tu gracia se muestre en mí, sálvame para que pueda estar tan estrechamente unido a ti que pueda recibir tu paz”. Solo así tendremos éxito en la vida cristiana que se proyecta a la eternidad.

Silvia C. Scholtus de Roscher. PhD Teología en Nuevo Testamento. Centro de Historia Adventista. Universidad Adventista del Plata.

Foto: Mikail Duran en Unsplash

 

Revista Adventista de España