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Uno de los principios inamovibles de la Reforma es la separación de la Iglesia y el Estado. Mezclar los asuntos espirituales con los intereses materiales tuvo como efecto la corrupción de la iglesia. Los reformadores no estaban dispuestos a volver a cometer semejante error. Lutero escribió: “No temas. La cruz de Cristo hay que llevarla. Más podemos nosotros con nuestras oraciones que todos nuestros enemigos con sus jactancias”.

Lutero tenía claro que la Reforma triunfaría gracias a Dios y no a las armas del poder secular o político. El papa había convencido al emperador para que defendiese su causa en Alemania, y Carlos V hizo todo lo posible para satisfacer las demandas del pontífice. El problema de estos aliados es que no entendían que su lucha no era contra el reformador y sus doctrinas, sino contra el Dios que inspiró al reformador y al que las doctrinas señalaban. “Vez tras vez había parecido inevitable la inmediata destrucción de los que se atrevían a oponerse a Roma; pero en el momento crítico, los ejércitos de Turquía aparecían en la frontera oriental, o bien el rey de Francia o el papa mismo, celosos de la creciente grandeza del emperador, le hacían la guerra; y así, entre el tumulto y las contiendas de las naciones la Reforma había podido extenderse y fortalecerse”.

Spira y el nacimiento del protestantismo

En 1529 el emperador convocó una segunda dieta o encuentro en Spira. A pesar de que la libertad (tolerancia) religiosa había sido implantada legalmente, un edicto del emperador la anuló. Los estados evangélicos no quisieron tolerar tal atropello de sus derechos y reclamaron la libertad que previamente se les había concedido. El encuentro entre papistas y reformadores se saldó con un acuerdo que satisfizo únicamente a los primeros. Se acordó que en los lugares donde ya se había abrazado la fe reformada no se predicaran temas controvertidos. Además, en otros lugares no se permitiría, a los creyentes católicos, abrazar la fe luterana.

Este edicto significaba el fin de la Reforma. Era una prohibición explícita de la libertad de expresión y una paz extraña que volvía a someter a todo el imperio bajo el dominio de Roma. Los príncipes alemanes no se someterían a tal ley: “En asuntos de conciencia la mayoría no tiene poder”, dijeron rechazando el deseo que se les imponía de silenciar sus conciencias ya iluminadas por la Palabra de Dios. Con poder y con valentía, confiados en la providencia divina, estos príncipes protestaron contra la autoridad arbitraria de la iglesia y también contra la intromisión del magistrado civil. Esta protesta ocasionó que fueran conocidos como “protestantes”. Los principios del protestantismo son claros: “el poder de la conciencia por encima del magistrado, y la autoridad de la Palabra de Dios por encima de la iglesia visible”.

La protesta de Spira fue un solemne testimonio contra la intolerancia religiosa y una afirmación del derecho de todos los hombres a adorar a Dios según los dictados de su propia conciencia”. Tal resolución fue abrazada por toda la Alemania evangélica como expresión de su fe. La Reforma era ya imparable porque había “edificado sobre Cristo, y las puertas del infierno no podían prevalecer contra él”.

Autor: Óscar López. Presidente de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en España.

Revista Adventista de España