Skip to main content

Papá, mamá, abuelo, son las únicas palabras que creo recordar escuchar.

Tenía tres años cuando cambió mi vida. Fue cuando me quedé sordo profundo y todo por un “susto”. Sí, lo dije bien, un “susto”. Te preguntarás ¿cómo es eso?. Nuestros oídos están compuesto por una cadena de huesecillos muy diminutos, es tan delicado, que en un niño se multiplica su delicadeza.

Un día, con tres años, mientras dormía, mi madre cocinaba fuera de la casa; de repente una ráfaga de viento cerró la puerta y las ventanas de la habitación. Yo me desperté de un sobresalto y comencé a llorar. Al no atenderme mi madre de inmediato, intenté levantarme y abrir esa gigantesca puerta. Pero no había forma de abrirla, además, yo era muy pequeño.

El miedo invadía mi cuerpo y más lloraba. Pasaron minutos, horas, no lo recuerdo, caí desmayado del sobresalto y a partir de ese momento, dejé de escuchar.

Mi familia se preocupó muchísimo, me llevaron a todos los lugares para ver que había pasado, médicos, practicantes, hasta brujos, porque llegaron a pensar que podía ser por una maldición.

El diagnóstico fue que el nervio auditivo que conecta mis oídos con el cerebro fue dañado en aquel momento. Y quedé sordo profundo con más del 66% de discapacidad y todo a la edad de tres años.

Desde entonces, mi familia siempre me sobreprotegió en todos los sentidos. En las crisis familiar, económicas y hasta en lo social. Era un joven sin educación, sin estudios. Mi pasatiempo era ser agricultor y ganadero. Mi familia me consideraba como la “mascota” de la casa. Suena raro y hasta fuerte, pero mi familia no sabía cómo ayudarme. Ellos creían que yo era un inútil por ser sordo, incapaz de autorealizarme como persona y les daba pena. Eran inconscientes del daño que me hacían, pero a pesar de eso yo era un niño feliz en mi mundo del silencio.

A la edad de 12 años, yo quería acompañar a mis hermanos mayores al colegio, quería aprender a leer, pero el profesor tampoco sabía cómo atenderme. Entraba en la clase provocando un escándalo tremendo, como si de un animal se tratase, el profesor se alteraba, pero mis hermanos le decían al profesor que yo era Sordomudo* y que no me regañara. Y la verdad es que no me regañaba. Cuando el profesor enseñaba, yo me limitaba a copiar a los compañeros. Intentaba escribir palabras, pero me salía muy mal la caligrafía y no entendía nada de lo que escribía. Observaba, ajeno a tener una disciplina, inconsciente de lo presente y del futuro.

A la edad de 18 años, una señora llamada Elisa vino a Canarias desde la península con el objetivo de ayudar a niños/as sordos/as de la isla y orientar a familias para que esos niños/as tuvieran una mejor educación. Esta señora me enseñó la Lengua de Signos y no solo me enseñó eso, sino además a leer y a escribir. Gracias a ella, pude convertirme en un hombre hecho y derecho.

Me consiguió una beca de estudios en Madrid y pude formarme. Durante tres años, mi experiencia lejos de casa, hizo que fuera una persona independiente, me formé culturalmente; fui la tercera persona de toda España con una discapacidad auditiva en obtener el carné de conducir. Conseguí el título de delineante, y posteriormente trabajé como tal para el gabinete de constructores del Gobierno de Canarias. Luego me dediqué a la enseñanza de personas sordas. Fue un cambio muy radical, pero esos niños sordos necesitaban a alguien que les enseñara lo más importante de esta vida: cultura, educación y valores.

Lo más importante de mi experiencia, Dios nunca me abandonó, siempre tuve esas ganas de superación a pesar de las personas y dificultades que me rodeaban.

Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente; no temas ni desmayes, porque Jehová tu Dios estará contigo en dondequiera que vayas” (Josué 1: 9).

Me casé con una mujer sorda y tuvimos tres hijos oyente y maravillosos.

Ahora puedo dar gracias a Dios, porque conocimos la iglesia. A pesar de que nadie sabía LSE, pude enseñar a miembros de la iglesia mi lengua a cambio de que ellos me enseñaran la Palabra de Dios. Gracias a ese esfuerzo que hicimos entre todos, ahora soy diácono en mi Iglesia. Lo más importante de todo esto y de mi historia, es que ahora el Ministerio de Sordos comienza abrir puertas y ojos para aquellos que no escuchan.

La sordera puede aparecer en cualquier momento, ya conocéis mi historia. Tengo 76 años y soy un hombre muy feliz a pesar de mi discapacidad. Solo deseo que mi Creador venga y poder reunirme con mi esposa, mi familia y seres queridos. Deseo que podamos ser felices eternamente, sin discapacidad, sin dificultad de entendimiento, sin barreras de comunicación. Cristo y yo hablando, escuchando su voz, qué maravilloso será eso.

Decenas de personas sordas necesitan que abras los ojos y que pongas a trabajar tus manos para que puedan conocer a Jesús. ¡
Dos Ojos para entender es lo que necesitamos! ¡Ayudar a abrirlos es el desafío del Ministerio de Sordos!

*Sordomudo: es un término trasnochado e incorrecto que resulta molesto para el colectivo sordo. Ellos pueden comunicarse a través de la lengua de signos y también de la lengua oral (en su modalidad escrita, hablada y cada cual en función de sus habilidades).

2 comentarios

  • Margarita Llabrés dice:

    Solo me sale decir: “Gracias, Taida, por acercarnos a un mundo desconocido para todos”. Yo doy gracias a Dios porque tu padre me enseñó lo poco que sé del lenguaje de signos; y digo lo poco que sé porque a pesar de saber tan poco, ya me ha ayudado en mi trabajo con una mujer sorda y de origen ruso, con la cual podía comunicarme. Gracias a que alguien como José, que me enseñó algo de este mundo. Gracias, Taida. ¡Sigue su obra!

    • Taida Lucía Rivero Herrera dice:

      Gracias por tu testimonio, Margarita. Como habrás visto, y algunos verán, no importa si eres oyente, ciego, sordo, cojo… todos tenemos derecho a conocer y elegir querer aceptar a Cristo o no. Pero lo importante es que les llegue la información. Me alegra que las enseñanzas de mi padre te hubieran ayudado a evangelizar a esa persona sorda. Sigue practicando aunque sea poco lo que sepas, porque estoy segura de que Dios te bendecirá y tus manos se convertirán en fuentes del evangelio.
      Un abrazo preciosa, y miles de bendiciones para ti y tu familia.

Revista Adventista de España