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En un mensaje un tanto extraño, Pablo le dice a los de las iglesias de Galacia: “Aun en el caso de un pacto humano, nadie puede anularlo ni añadirle nada una vez que ha sido ratificado” (Gálatas 3:15). Es decir, si lo decidiste e hiciste el pacto, es tu deber mantenerlo. No puedes llegar y anularlo porque sí. Es difícil entenderlo para la pareja, pero el principio también es válido para una relación. El amor y el compromiso van juntos.

Amar sin comprometerse es como comer torta sin azúcar, por fuera puede verse lindo, pero cuando se prueba sabe mal. El amor exige compromiso, sin ese gesto, simplemente amar es un mal chiste.

El problema es que muchos huyen del compromiso como si fuera una antítesis del amor; cuando en realidad, sin comprometerse no es posible que el amor se mantenga en el tiempo. El amor, para desarrollarse, necesita seguridad, y eso lo da el compromiso, por esa razón en la Biblia el amor está relacionado con pacto, de otro modo, no se entiende a cabalidad.

Esto implica que el amor no es un juego, una persona normal evalúa lo que significa comprometerse y entiende el valor de lo que está en juego. Como diría el psicólogo Carl Rogers en su libro El matrimonio y sus alternativas (Barcelona: Editorial Kairos, 2005): “Una persona que ha sido afortunada en su desarrollo psicológico no asume compromisos sin considerar sus consecuencias. Tampoco tiende a comprometerse fácilmente para toda su vida, porque sabe que su propia personalidad es, hasta cierto punto, impredecible. Pero cuando ha considerado exhaustivamente una situación determinada puede asumir un compromiso realista, y mantenerlo”. Eso significa, renovar el compromiso todos los días, que es la única forma justa y lógica de mantener un pacto a largo plazo como el que habla Pablo en el versículo inicial.

Comprometerse es un ejercicio de la voluntad que se desarrolla en múltiples gestos cotidianos que reafirman la decisión que se ha tomado. Cuando en una relación de pareja no hay compromiso, se está expresando que no hay voluntad para afirmar el pacto que se ha hecho. Podríamos decir, que muchas parejas fracasan por falta de voluntad no por falta de afecto. No tienen la suficiente voluntad para hacer que la relación funcione o dicho de otro modo, no se han comprometido para que puedan efectivamente amarse.

Muchas parejas fracasan, precisamente, por falta de compromiso. No basta declarar ante un juez o un religioso “prometo”, es preciso probarlo diariamente. Sin esa acción cotidiana la promesa queda sólo en palabras y en este caso, las palabras están demás cuando la acción no la acompaña.

Si hago un pacto, lo mantengo. Si es mi intención expresa de mantenerlo, hago entonces las acciones necesarias para que lo que se ha prometido se cumpla. Esto da estabilidad a una pareja, porque les confirma que pase lo que pase, se mantendrán unidos porque el amor va acompañado de una acción concreta: comprometerse diariamente.

En la consulta es común encontrar como queja habitual en parejas que están en crisis, hablar de la falta de compromiso de uno o de ambos en la relación. El perder interés en trabajar por una relación hace que todo finalmente termine mal. Es como un jardín, para tener flores hermosas y un césped agradable, es preciso dedicarle tiempo, energía, trabajo, inteligencia y luego, es posible gozar de sus beneficios. Muchos quieren el amor, pero no están dispuestos a entregar lo que deben para hacer que funciones.

Quien ama y no se compromete, en realidad, no ama. El amor exige entrega y compromiso, de otro modo, no es amor. Puede ser pasión, infantilismo, sentimientos pasajeros, emoción, lo que sea, pero amor, no. El amor sólo perdura en el compromiso.

Revista Adventista de España