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Semana de oración Conecta 2019.  Reflexión para el 11 de mayo.

Disfruta de la revista completa de esta semana de oración AQUÍ.

Somos adventistas y estamos proclamando la cercanía del glorioso día de Cristo, nuestro Redentor. ¡Oh, cuánto anhelamos ese día cuando veremos a Cristo cara a cara! ¡Será inolvidable! Efectivamente, toda la eternidad recordaremos ese instante: «en un abrir y cerrar de ojos» (1 Cor. 15: 52), la voz de Cristo llamará de lo profundo de la tierra a los que recibirán cuerpos inmortales. Imagínate: luz celestial, cánticos angélicos y vacaciones de 1.000 años en la Nueva Jerusalén. Es inconcebible lo que nos espera, algo que «ningún ojo ha visto» (1 Cor. 2: 9). Y todo está preparado para nosotros, los que venceremos la tibieza espiritual y nos sentaremos con Cristo en su trono. «Al que salga vencedor le daré el derecho de sentarse conmigo en mi trono» (Apoc 3: 21).

Bueno, cada vez que hablamos de su pronta venida, en la trayectoria de predicaciones proféticas adventistas, inclinamos la balanza hacia ciertas señales: guerras, calamidades, hambruna, terremotos, e incluimos la predicación del evangelio al final de todo.

¿Nos damos cuenta de que falta algo? Pocas veces he oído hablar de esto como un asunto profético… ¡Qué triste!

La realidad es que no se percibe como una de las señales sustanciales que acontecerá muy cerca del final de los días. Hay que predicar sobre un estado lamentable en el mundo: el amor se congelará. Así lo profetiza la voz amorosa de Cristo: «El amor de muchos se enfriará» (Mat. 24: 12). El amor de mucha gente. No de todos. Lo positivo es que el amor no desaparecerá. Pero los corazones se endurecerán. Así nos lo dice el apóstol Pablo: «en los últimos días […]. La gente estará llena de egoísmo y avaricia,… despiadados, enemigos de todo lo bueno» (2 Tim. 3: 1-3).

¿Cómo puede resurgir el amor verdadero hacia Cristo?

I. Amando, porque así te dejarás llevar

Aparece el debate: si es mandamiento, es obligatorio. Si es un consejo, es para tomarlo o dejarlo según las circunstancias. Por mucho que nos cueste aceptarlo Cristo relaciona el amor con el deber. El amor es un mandamiento porque cuando amas sufres, sacrificas, soportas (1 Cor. 13) incluso cuando no es justo. Va más allá de lo razonable.

Sin amor no se puede vivir. La novedad en el mandamiento brilla porque Cristo se pone como ejemplo. ¡Eso lo facilita! «Como yo». Es una acción visible. El primer paso lo da Cristo. Él nos ama en su plan de rescate (Apoc. 13: 8) aun sabiendo que le daremos la espalda. No condiciona su dadivosidad en función de nuestra respuesta.

Amar como Cristo es lanzarse para liderar la vía de la reconciliación. Para Cristo, romper el egoísmo tuvo un precio incalculable. Las primeras evidencias fueron que lo perdió todo en una cruz. Ser colgado en la oscuridad por gente que se burlaba de él y escupía en su santa cara. Morir entre ladrones y criminales, como lo proclamaba Isaías: «Se le asignó un sepulcro con los malvados, y murió entre los malhechores aunque nunca cometió violencia alguna, ni hubo engaño en su boca» (Isa. 53: 9).

Reflexionamos en ello: es difícil amar así. De hecho, seamos francos: ES IMPOSIBLE. Ese amor no proviene de nosotros. Nadie quiere experimentar golpes e insultos. Todos tenemos límites. Pero, ahí está el Hijo de Dios, manso y humilde. ¡Precioso en su manera de tratar con los pecadores! Buscando a los perdidos por los cuales vino a dar su vida.

Amar «como yo», implica, verlo en la Última Cena, amando hasta el fin; es decir, humillándose por no perder a ningún Judas traidor, y por no dejar fuera a ningún Pedro cobarde.

Así «como yo», podría significar que, si quieres ser pescador de hombres, deberás dejar tu barco en la orilla. Ese barco… tu comodidad y tu lógica.

Para volver al amor que una vez tuvimos, ese amor que nos conquistó el alma cuando conocimos a Cristo, deberíamos renunciar a nuestros argumentos egoístas. Meditar más en la salvación espiritual de los demás. Cuando nos dejemos atraer por su amor, seremos llevados lejos de la indiferencia.

«El pecador puede resistir a este amor […]; pero si no se resiste, será atraído a Jesús» (CC, pág. 27).

II. Amando, porque así llegarás a ser más sensible

¡Qué bonito es el amor! Te enamoras y estás envuelto en sueños. Estás volando… No quieres aterrizar. Esquivas los obstáculos. Te sientes motivado para aguantar lo que sea. Sí, ¡el amor es dulce! ¿Qué conviene más, que te amen o que seas amado?

¿Sabías qué…?

  • Si no amas, no sentirás el amor de Dios. Porque «el que no ama no conoce a Dios» (1 Juan 4: 8).
  • Si no das tú el primer paso, el otro no podrá experimentar el perdón de Dios. «[…] recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti […] reconcíliate con tu hermano» (Mat. 5: 23-24).
  •  Si no amas a tus adversarios, no experimentarás el amor verdadero. «Amad a vuestros enemigos […] para que seáis hijos de vuestro Padre» (Mat. 5: 44-45).

Podrás dar mucho de tus recursos a los demás sin estar motivado por el amor. «Y si entrego mi cuerpo para que lo consuman las llamas, pero no tengo amor, nada gano con eso» (1 Cor. 13: 3).

El amor de Cristo te lleva a servir sin considerar los riesgos. Cuando amas te vuelves vulnerable. Sin embargo, ¡hay una certeza! El amor de Cristo traerá sus frutos; «Después de su sufrimiento, verá la luz y quedará satisfecho» (Isa. 53: 11). Quizás, no en el momento; lo normal es que pase un periodo considerable. ¡Pero los frutos aparecerán! Es una inversión segura.

Nuestras iglesias deben ser lugares de refugio donde las personas encuentren paz y seguridad frente a la violencia. Si amasemos como Cristo, tendríamos tanto que dar: sinceridad, transparencia y seguridad. Cuando amas, prepárate para encajar lo inesperado. Si amas, verás que muchas cosas no están contempladas en tu agenda. Por más inaceptable que parezca, no tengas temor en sentir el amor. El amor es de Dios.

«Muchos que profesan amar al Salvador, no se aman unos a otros» (HAp, pág. 439).

III. Amando, porque eso es darte a los demás

Dar la vida por los demás… ¿Cuántos minutos, horas y días pasamos con los que amamos? No los contabilizamos. El tiempo no existe y la eternidad se nos hace corta. Una madre que se despierta cada noche para cuidar a su pequeño. Un padre que trabaja con la esperanza de un futuro mejor. Un hermano que busca una tarta para sorprender a su hermano en su cumpleaños. Una hija que llama a su padre para preguntarle cómo se encuentra. Cosas pequeñas, sin demasiado esfuerzo, pero que son vida. Existencia entregada al bienestar de los demás. ¡Amar es hermoso!

Cada acto de amor es una muerte a las exigencias de nuestra naturaleza caída. En realidad, no hay amores peligrosos. Cuando contemplamos a Cristo en la cruz algo ocurre en nuestro interior. Sentimos que queremos entregarnos por completo para servirle. Quizás no tengamos todos los conocimientos y nos falte mucho por crecer en todos los aspectos. Pero, ¡qué maravilloso es esto! Puedes sentir que Dios te ama y que esto da sentido a tu vida.

Hay una cruz grande y triunfante: la cruz de Cristo que nos salva a todos. Dios no necesita otras cruces para salvar a la humanidad. Hay poder en el sacrificio de Cristo para salvar a cualquier persona que cree. Nuestros actos buenos no salvan a nadie. Si hay algo bueno en nosotros es porque Cristo nos amó.

Cristo nos indica cuál es el amor verdadero. Va hasta lo último. Supera cualquier prueba. Lucha para hacer todo lo bueno. El amor auténtico significa buscar la justicia de Cristo más allá de los esfuerzos humanos (Mat. 5: 20). Aceptar que sin Cristo estamos perdidos. Admitir que el otro tiene la misma oportunidad que yo para salvarse incluso cuando nos hiere.

«Únicamente cuando amemos a Dios en forma suprema, será posible amar a nuestro prójimo imparcialmente» (DTG, pág. 559).

Conclusión

El amor tibio hacia Cristo lo superamos cuando no oponemos resistencia a la atracción divina; cuando admitimos que es positivo ser sensible al dolor que nos rodea; cuando estamos dispuestos a sacrificarnos por los que no lo merecen.

¡Que el amor de Cristo reine en nuestra iglesia!

DINÁMICA DE GRUPO

Mira a tu alrededor y busca la persona que menos conoces. Acercaos el uno al otro y plantearos las siguientes preguntas:

  1. ¿Cuál consideras que es tu mayor logro?
  2. ¿Por qué será que hasta ahora nos hemos conocido tan poco?
  3. Contaros algún recuerdo bonito de vuestra infancia.
  4. Responde a la pregunta: ¿Cómo será posible que nuestro amor hacia Cristo vuelva a crecer?

MOMENTOS DE ORACIÓN

  1. Orar por un corazón lleno de amor hacia los que no comparten la misma fe que nosotros.
  2. Oración por los pastores, para que sean conocidos por su amor desinteresado.
  3. Orar para que, antes de condenar, amemos con disposición a darlo todo por la recuperación de los que yerran.

Autor: Richard Ruszuly. Secretario Ministerial de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en España. 
Imagen: Revista Semana de Oración Conecta 2019 + Fernando @cferdo en Unsplash

 

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