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“Ven aquí, y te mostraré la sentencia contra la gran ramera, la que está sentada sobre muchas aguas” (Apoc. 17: 1).

En Apocalipsis 1: 10, Juan contempló en espíritu, es decir, en visión,[1] el desenlace de la historia humana y la intervención final de Dios en ella.[2] Ahora, en el capítulo 17, ve en visión a una mujer sentada sobre muchas aguas (vers. 1, 15), sobre una bestia feroz de múltiples cabezas y cuernos (vers. 3) y sobre siete montes (vers. 9), que representan reyes o reinos (vers. 10), “pueblos, muchedumbres, naciones y lenguas” (vers. 15; cf. 18: 3, 9).

“Sentarse”

La acción de “sentarse” es el factor común que vincula a las tres descripciones y hace que las aguas, los montes y la bestia funcionen como sinónimos, es decir, como distintas representaciones de una misma realidad: los “pueblos, muchedumbres, naciones y lenguas” del versículo 15, los “reyes y moradores de la tierra” del versículo 2. En el Antiguo Testamento, las altivas naciones paganas son a veces representadas como montes.[3]

En consonancia con ello, el libro apocalíptico intertestamentario 1 Enoc describe metafóricamente a los reinos de la tierra cuya altivez impía sería abatida por el Mesías en ocasión del juicio final como montes de oro, plata, cobre y hierro.[4] A su vez, los montes, collados o “lugares altos” eran los sitios donde el Israel apóstata del Antiguo Testamento figuradamente se prostituía y cometía adulterio contra Dios al adorar a otros dioses.[5] Por su parte, las muchas y poderosas aguas son en el Antiguo Testamento una frecuente metáfora de las naciones paganas beligerantes animadas de una voracidad insaciable de conquista.[6] Lo mismo ocurre con las bestias feroces.[7]

“Sentarse” es en la visión de los capítulos 17 y 18 un claro eufemismo por “cohabitar”,[8] algo semejante a lo que ocurre en nuestro idioma cuando decimos que alguien “se acostó”, “durmió”, “estuvo” o “vivió” con otra persona. Ello resulta claro no sólo a la luz de algunos textos afines del Antiguo Testamento (ej. Jer. 2: 20; 3: 2, 3),[9] sino también por el paralelismo existente entre los verbos “sentarse” y “fornicar” a lo largo del capítulo 17. La bestia actúa, pues, en la escena simbólica como el consorte ilegítimo de la mujer.[10]

Babilonia, Sodoma, Egipto…

El capítulo 17 revela aún más información acerca de la misteriosa mujer insaciablemente infiel. Dice que su nombre simbólico es “Babilonia” (vers. 5), lo que trae inmediatamente a la mente la antigua capital del imperio babilónico erigida a ambos lados del Éufrates (“sentada sobre muchas aguas”), fuente de su riqueza por medio del comercio internacional que convocaba a los mercaderes de todo el Cercano Oriente (ver Jer. 51: 13). En Apoc. 11: 8, la misma “gran ciudad”[11] simbólica es también llamada Sodoma (ver Isa. 1: 1, 10; 3: 9) y Egipto. Se dice allí que en ella “fue crucificado nuestro Señor”, lo cual no ocurrió, por supuesto, en Sodoma, en Egipto, en Babilonia o en Roma, sino en Jerusalén.[12]

Esta simbiosis o asimilación entre la mayoría apóstata del pueblo de Dios a lo largo de la historia y las naciones paganas (agentes de Dios para corregir a su pueblo descarriado y objeto a la vez de su misión redentora mediante unos pocos fieles como Daniel) es ciertamente llamativa. Se trata de una verdadera consubstanciación y apropiación de identidad. De alguna manera, Sodoma, Egipto y Babilonia lograron perpetuar su esencia moralmente disolvente dentro de buena parte del pueblo mismo de Dios.

Babilonia en el corazón

Tal el caso de Lot y sus hijas, de la multitud mixta salida de Egipto, y de muchos que decidieron permanecer en Babilonia tras su caída (cf. Apoc. 18: 4) o volver a Judea llevando a Babilonia en su corazón. Y el mismo fenómeno volvería a ocurrir cuando la esencia pagana del Imperio Romano fuera incubada por la iglesia cristiana en su seno mismo tras la muerte de los apóstoles, a lo largo de la Edad Media y aun en nuestros días dentro del cristianismo nominal.

Una oración para hoy: Cordero de Dios, ayúdame a ser parte de tu esposa fiel que espera tu regreso como una novia ataviada para su marido. Que tu llegada no me tome por sorpresa. Quiero entrar pronto a las bodas contigo, como lo hicieron las vírgenes prudentes.

Hugo Cotro. Pastor, doctor en Teología y docente universitario de destacada trayectoria. Actualmente ejerce su ministerio como profesor en la Universidad Adventista del Plata, Entre Ríos, Rep. Argentina.
Imagen: Photo by chuttersnap on Unsplash

NOTAS:

[1]Cf. 4: 2; 17: 13; 21: 10; cf. 2 Cor. 12: 2-4 (en sómati: en cuerpo o corporalmente en implícito contraste con en pnéumati: en espíritu, en visión).

[2]Cf. 6: 17; Joel 2: 11; Mal. 3: 1, 2.

[3]Ej.: Sal. 46: 2, 3, 6; 83: 2, 14 (cf. Apoc. 8: 8); Isa. 2: 2; Jer. 51: 24-26 (cf. Apoc. 8: 8); Eze. 34: 6, 13; Hab. 3: 6,10.

[4]Caps. 52, 53; cf. Dan. 2; Apoc. 8: 8.

[5]Jer. 17: 2, 3; Eze. 16: 15, 16; 23: 30; cf. Apoc. 2: 20-23; 6: 15-17; Isa. 24: 19-23; Ose. 10: 8.

[6]Sal. 46: 3, 6; Isa. 17: 12, 13.

[7]Ej. Jer. 4: 7; 50: 17; Eze. 34: 8, 13, 28, 29; Dan.7.

[8]Otros ejemplos de este pudor lingüístico típicamente bíblico son las expresiones “conocer”, “salir de los lomos”, “descubrir la desnudez”, etc.

[9]Las prostitutas se sentaban a la entrada de las ciudades, junto al camino, en busca de clientes (Gén. 38: 14, 15, 21; Jer. 3: 2). Cf. la expresión “y Lot estaba sentado a la puerta de Sodoma” en Gén. 19: 1 como una posible desaprobación implícita de la presencia de Lot en la impía ciudad. “La presencia de Lot en la puerta constituye una crítica para con quien era de otra manera justo y piadoso (2 Ped. 2: 8). Después de trasladarse a la llanura de Sodoma (Gén. 13: 11), Lot decidió hacer de Sodoma misma su lugar de residencia (13: 12), y ahora llega al punto en el que las actividades, el bullicio y la agitación son vistas por él con cierto interés tolerante” (H. C. Leupold, Exposition of Genesis [Columbus, Ohio: The Wartburg Press, 1942], 555, 556), mi traducción; cf. Elena G. White, Patriarcas y profetas, 163-166.

[10]Amy J. Levine y María Mayo Robbins eds. A Companion to the Apocalypse of John (Londres: T. & T. Clark, 2010), 10.

[11] La “gran ciudad” simbólica aparece en Apoc. 11: 8; 16: 19; 17: 18; 18: 10, 16, 18, 19, 21, vinculando así temáticamente los cuatro capítulos.

[12]Cf. 18: 20, 24; Mat. 23: 30-37; Luc. 13: 33, 34.

 

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