Dios no quiere palabras vanas, liturgias complicadas, ni rituales vacíos. Quiere relación. No desea una religión de formas sin fondo, sino de fondo que constituya la forma. Contaba Anthony del Mello, en su libro La oración de la Rana 1, que un pobre campesino, que regresaba del mercado a altas horas de la noche, descubrió de pronto que no llevaba consigo su libro de oraciones. Se hallaba en medio del bosque y se le había salido una rueda de su carreta y el pobre hombre estaba muy afligido pensando que aquel día no iba a poder recitar sus oraciones. Entonces se le ocurrió orar del siguiente modo:
– He cometido una verdadera estupidez, Señor: he salido de casa esta mañana sin mi libro de oraciones y tengo tan poca memoria que no soy capaz de recitar sin él una sola oración. De manera que voy a hacer una cosa: voy a recitar cinco veces el alfabeto muy despacio y tú, que conoces todas las oraciones, puedes juntar las letras y formar esas oraciones que yo soy incapaz de recordar. Y el Señor dijo a sus ángeles:
– De todas las oraciones que he escuchado hoy, ésta ha sido, sin duda alguna, la mejor, porque ha brotado de un corazón sencillo y sincero*.
Cristo, Dios encarnado, vino a este mundo a salvarnos, pero también a mostrarnos el verdadero carácter del Padre, distorsionado por siglos de pecado, y a restaurar nuestra relación con Él, no solamente a través de su sacrificio en nuestro lugar, sino enseñándonos a vivir… enseñándonos a orar. Lucas 11:4 dice: Un día estaba Jesús orando en un lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: “Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos”. Y les dijo: “Cuando oréis, decid: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Sea hecha tu voluntad, como en el cielo así también en la tierra. “Danos hoy el pan nuestro de cada día. “Perdónanos nuestros pecados, porque nosotros también perdonamos a todo el que nos debe. Y no nos dejes caer en tentación y líbranos del mal”.
Esta fue la oración modelo que Jesús dio a sus discípulos. Jesús quiso que llamásemos Padre a Dios, de modo que pretendía una íntima cercanía entre nosotros y nuestro Creador.
Padre nuestro que estás en los cielos
La paternidad y en especial la maternidad, es un cariñoso don de Dios para que le conozcamos mejor. Podíamos habernos multiplicado de cualquier otro modo… pero Dios nos creó de manera que fuésemos capaces de gestar una vida, de atender a ese ser indefenso, de amar más allá de los límites que conocemos, de sacrificarnos por ese ser, de perdonar cada fallo, de levantarle cada vez que cae. Estoy segura de que Dios nos permitió ser padres para que comprendiésemos un poco mejor Su amor por nosotros.
Cuando alguien duda del amor de Dios, cuando alguien me dice que no sabe si será salvo… me invade una profunda tristeza y suelo preguntar: ¿Te salvaría Dios si fuera tu madre y tú quisieras ser salvo? ¿Cuál de todos tus pecados, y defectos de carácter, no te perdona tu madre? ¿Permitiría ella que, queriendo tu estar a su lado, te quedes lejos de ella? ¿Permitiría que fueras destruido para siempre, queriendo estar a su lado? Una vez que Cristo pagó con su vida el precio del pecado que nos separaba de Dios, lo único que puede alejarnos de Él somos nosotros mismos. Satanás está muy pendiente de eso, y nos susurra al oído “tu no vales nada”, “eres malo”, “Dios no puede quererte”, “Tu no puedes ser salvo”, “¿volviste a caer? no te levantes ¿para qué? no puedes evitarlo”, ¿te suena? Sin embargo todo eso son mentiras. Tu Progenitor, tu Padre, tu Madre, es tu origen y tu destino. Te levantará cada vez que caigas, te sostendrá cada vez que no puedas mas, te limpiará cada vez que te manches… Solo te pide que no te rindas. “Esfuérzate y sé valiente, Yo estoy contigo” (Josué 1:6-9)
Por supuesto, no entraremos en el cielo sucios de pecado. Pero es lo maravilloso del arrepentimiento. Dios nunca nos niega el perdón cuando somos sinceros (el único pecado irreconciliable es el pecado contra el Espíritu Santo: rechazar a Dios, y lo es simplemente porque Dios respeta nuestra libertad). El perdón es la lejía que limpia todas las manchas.
Si amamos a nuestro Progenitor (Padre y Madre), y vivimos Sus consejos y Su amor, intentaremos no mancharnos, pero si nos manchamos Él nos limpia. Es por eso que lo único que puede separarnos de Dios, lo único que puede hacer que no seamos salvos, es nuestra propia elección. Dios es Padre, y como tal nos ama y desea pasar la eternidad con nosotros, comenzando desde ya.
Santificado sea Tu nombre
Al santificar el nombre de Dios queremos que nuestra vida refleje a Dios, ya que en la Biblia el nombre es una señal de posesión, de hecho, Dios cambia los nombres de aquellos con los que hace un pacto en la Escritura. Queremos ser suyos y reconocemos su santidad.
Además los nombres en la Biblia definen algún rasgo de la persona o de lo que se espera de ella. Ej. Jonás: Paloma; Noé: Descanso (confianza); Daniel: Dios es mi juez, etc. por tanto, al santificar el nombre de Dios, estamos reconociendo todo lo que Él es: el único que existe por sí mismo y gracias a quien existe todo; nuestro creador; sustentador; salvador; padre; etc.
Pero aún hay más. Al santificar el nombre de Dios y reconocer quien es Él, estamos diciendo quienes somos nosotros. Si somos suyos, debemos comportarnos como tales. Si no, somos mentirosos. No importan las palabras, sino las acciones. Debemos honrar a Dios con nuestra manera de ser y de vivir. A eso, y no a otra cosa, se refiere el mandamiento “No tomarás el nombre de Dios en vano” no es, como dicen algunas denominaciones, “jurar” o usarlo inapropiadamente (que también), sino que va mucho mas lejos. Si te dices seguidor de Dios (A.T.) o seguidor de Cristo (cristiano en el N.T.), debes tratar de vivir como tal. Eres embajador de tu Dios y de tu Cristo. La gente no le ve a Él, pero te ve a ti. Es una enorme responsabilidad imposible de cumplir sin una estrecha relación con el Señor, diaria y transformadora por la acción del Espíritu Santo en nosotros. Fallaremos, seguro, pero volveremos a intentarlo. Somos Suyos, reconocemos Su santidad, reconocemos Su nombre, y viviremos para mostrarlo al mundo. ¿Cómo? Sin tantas palabras… viviendo intentando aprender a amar como Jesús amó y ama, de Su mano. Juzgando menos, y amando y ayudando más. Imitando el carácter y la vida de Jesús (para lo cual debemos estudiar nuestra Biblia con mucha oración, y si es posible… no estaría de más “El Deseado de todas las gentes” y “Mente, carácter y personalidad” de la autora Elena G. White, entre otras obras suyas). Es muy peligroso no investigar el carácter de Cristo en nuestra Biblia, porque podemos crearnos una imagen de Jesús que no se parezca nada al verdadero…. con el peligro que eso supondría sobre nuestra imagen de Dios, nuestra relación con Él y con los demás…
Venga tu reino
Con “venga tu reino” le decimos al Señor que hemos comprendido que existen dos realidades, y que vamos a vivir en esta esperando Su regreso para poder vivir con Él para siempre. Le decimos que nuestra vida tiene una perspectiva diferente, que ahora ya no vemos la vida de manera lineal, sino desde arriba, desde su perspectiva. Esto es solamente un segundo de la eternidad. Todos los problemas y el sufrimiento son una microscópica parte, de una cuerda eterna. Por tanto nuestra manera de enfocar la vida es afrontar lo que venga, dependiendo de Dios y aprendiendo a confiar en Él, seguros de que Sus promesas se cumplen.
Hay desgracias que pueden subsanarse aquí, pero hay otras que solamente tendrán reparación cuando Cristo vuelva. Enfadarnos, encerrarnos en nosotros mismos, vivir sin esperanza, solamente nos hará daño. Seres amargados y tristes. Podemos escoger. Tenemos ante nosotros la Vida y todo lo que eso conlleva: fin del dolor, de la injusticia, del abuso, de los problemas…
De la mano de Dios, no es que se solucionen todos los problemas (aunque si la mayoría) es que tenemos fuerzas para afrontarlos y seguir adelante esperando ese bendito momento en el que le veamos aparecer en las nubes de los cielos. A veces Dios no “puede” cambiar ciertas circunstancias terribles provocadas por el pecado, pero siempre puede transformarnos a nosotros y darnos la fuerza para vencer, a pesar de todo.
Venga tu reino es, sin duda, un reconocimiento del poder y los planes perfectos de Dios y una declaración de nuestra intención de confiar en Él. Pase lo que pase.
Sea hecha tu voluntad, como en el cielo así también en la tierra
A través de estas palabras reafirmamos nuestra pertenencia y dependencia de Dios. Le confirmamos como el Rey de nuestra vida, aquí y por toda la eternidad. Decimos que sabemos que en la guerra entre el bien y el mal, Dios tiene razón y Satanás se equivoca. Reconocemos que Su voluntad es mejor que la nuestra, siempre, también para nuestra vida. Porque Dios es tan cariñoso que está presente en cada uno de los segundos de nuestro día a día, si se lo pedimos. Hasta los detalles mas pequeños cuida, cuando estamos conectados a Él y le damos, de ese modo, el “permiso” para actuar en nuestra existencia.
Su voluntad es que seamos salvos y le ayudemos a salvar a otros, (Dios no necesita nuestra ayuda para salvar a nadie, pero el hacerlo fortalece nuestra relación con Él), que seamos felices y hagamos felices a los demás, que seamos amados y amemos, que seamos perdonados y perdonemos.
Su voluntad es que el amor, que es su carácter, llene el Universo generando paz y felicidad a todos los seres que ha creado. Por eso el gran conflicto está a punto de terminar. (Es maravilloso analizar dicho conflicto en la Biblia, especialmente en las profecías, así como también en el libro “El Conflicto de los Siglos de la autora Elena G. White”).
Su voluntad es que tu y yo, y todos nuestros seres queridos, vivamos para siempre con Él. Pero también tiene una voluntad para cada una de nuestras vidas, lo que llamaríamos un propósito. Dios es muy detallista. Si tenemos una relación personal, real, con Él, nos guía en el día a día, en las cosas pequeñas, en los detalles, en las elecciones que hacemos, hacia esa voluntad máxima.
Si, porque Dios puede ayudarnos a tomar decisiones, a elegir caminos, profesión, pareja… Cuando le abres la puerta al Señor, llena tu ser y tu vida. Te conduce y te guía. Eso si, para que pueda guiarnos la relación debe debe ser intensa, y debemos tener en cuenta Su manera de obrar. Él nunca obliga, nunca dictamina. Solo ofrece y aconseja.
Cuando era mas joven, pedía a Dios “señales luminosas” que marcaran mi camino. Deseaba hacer Su voluntad por sobre todas las cosas… pero no era fácil conocer cuál era. Quería claridad… y nunca me la dio. Sin embargo si yo le pedía consejo y ayuda, el Espíritu Santo me inspiraba y hacía que viera el camino que se abría ante mi.
Mi madre tiene, como todas las madres, un extenso repertorio de frases sabias, y una de ellas es: “El camino es por donde puedes andar”. Dios abre caminos. Satanás también. ¿Cómo diferenciarlos? Viviendo de la mano del Señor. El camino del enemigo suele ser el más sencillo, mas rápido y mas bonito, a primera vista. El de Dios siempre, siempre, está de acuerdo con Sus rasgos de carácter. Él nunca aprobara algo ilegal o moralmente incorrecto, y le dan igual las excusas. Para Dios el fin no justifica los medios ¿Sabes por qué? Porque Dios es Todopoderoso, no necesita artimañas para lograr sus objetivos o cumplir sus propósitos. Es dueño de todo el dinero, el tiempo, los recursos… del mundo. Si quieres hacer Su voluntad, solo necesitas una cosa: fidelidad a Su carácter perfecto.
¿Puede Dios guiar mi vida, a pesar de todos los problemas? Lee la historia de José.
¿Puede Dios ayudarme a encontrar la pareja adecuada? Lee la historia de Isaac y Rebeca.
Tras la lectura del libro “Dios envió a un joven” (del autor C.B. Haynes), entendí que mi miedo a equivocarme y no hacer la voluntad de Dios era infundado. Comprendí que si decides vivir de Su mano no hay una opción, hay muchas opciones; que respeta mi libertad y debo aprender a respetarla también, y que si me equivoco Él hace puentes.
No sé si te servirá, pero en este sentido, me ayudó reflexionar en una frase: “Si Dios es tu co-piloto, tal vez deberías cambiarle el asiento”. Si realmente quieres hacer Su voluntad, debes situarte tan cerca que puedas escuchar el susurro de Su voz. Él no elegirá el camino, ni la pareja, por ti. Tu lo harás, pero no lo harás solo. Él te inspirará pero tú decidirás.
Danos hoy el pan nuestro de cada día
Dios cuida de nuestras necesidades, si se lo pedimos, así como cuidó las de Jesús, sus discípulos, los profetas bíblicos, etc. Con “danos hoy el pan nuestro de cada día” le estamos pidiendo al Señor que nos sostenga, hoy igual que ayer y que mañana. Nuevamente confiamos en Él y en su cuidado. “Cuida las aves, cuidará también de mi” (Mateo 6:25-34)
La verdadera pregunta sería ¿Cómo nos da Dios el pan? Es cierto que dio maná del cielo a los israelitas, pero más allá de ese momento puntual, solos por el desierto, son otras personas las que nos dan pan. Dios mueve los corazones para que aprendamos a dar. Jesús alimentó a multitudes con peces, pan y fe “darles vosotros de comer”. Si somos hijos del mismo Dios, estamos llamados a obrar igual. Dios nos da nuestro pan a través de otros, y nosotros estamos llamados a dar también a los demás.
Alimento físico, y alimento espiritual. Nutrir nuestro cuerpo, nuestra mente y nuestro plano emocional. Dios nos creó como un todo indisoluble. Lo que afecta al cuerpo afecta a la mente y a las emociones, y al revés. Un saludable plato de lentejas puede caernos fatal si lo comemos preocupados o tristes. Por eso, cada día, pidámosle al Señor pan para alimentar nuestra vida, pero también Su presencia a través del estudio de la Biblia, de la oración y de la ayuda a los demás, para alimentar todo nuestro ser.
Pidámosle también que nos haga generosos, para que seamos Sus manos dispuestas a dar a los demás.
Perdónanos nuestros pecados, porque nosotros también perdonamos a todo el que nos debe
Para Dios no hay nada más importante que las relaciones. El amor a Él y a los demás. Y el pecado se encarga, vez tras vez, de romperlas. El perdón es el pegamento que une las relaciones rotas… aunque a veces queden cicatrices. El Señor nos pide que seamos capaces de perdonar a los demás, como Él nos perdona. Pero nos cuesta. Cuando nos han hecho daño, nos cerramos. Cuando se ha roto la confianza, es difícil restablecerla.
Un jarrón se rompe, y puedes pegar los pedazos, pero nunca volverá a quedar igual. La restauración de Dios es completa, la nuestra… parcial. Sin embargo, igual que estamos llamados a aprender a amar de verdad, como Él ama, estamos llamados a perdonar de verdad, como Él perdona. Es un camino hacia adelante y hacia arriba. Estamos llamados a poner lo máximo de nuestra parte.
Y el perdón, tiene mucho que ver con el amor. No perdonamos igual a un desconocido, ni siquiera a un amigo, que a un hermano o a un hijo. Nuestra capacidad de perdonar está muy relacionada con nuestra capacidad de amar. Y esa capacidad, limitada, solamente puede ensancharse con ayuda de Dios, cuya capacidad es ilimitada. Cuanto más cerca de Dios, mayor capacidad para amar y perdonar.
El nos perdona todo, siempre. Nos restaura totalmente y se relaciona con nosotros como si nunca hubiera ocurrido. Así deberíamos hacer los seres humanos. Esa es nuestra meta, nuestro ideal.
Eso si. Debemos comprender que, en este mundo de pecado, el perdón no siempre lleva aparejada una restauración de la relación. El perdón y la paz que da es posible siempre, pero la restauración de la relación depende de ambas partes… y solamente es posible cuando ambas se dejan transformar por el poder de Dios. A veces el daño ejercido por una de las partes ha sido tan terrible que, aunque cambie, la víctima no puede creerlo. Ha quedado tan destrozada emocionalmente y psicológicamente, que no es posible la restauración de la relación, y no debemos juzgar ni presionar. Solo orar, apoyar y respetar. El respeto es la primera forma de amar.
El perdón, sin embargo, es posible y necesario siempre, para nuestra salud mental, emocional, social y espiritual. Puede tardar un tiempo, y es normal, pero con Dios es absolutamente posible. Cuanto más en conexión estemos con Él, más fácil nos resultará perdonar, por su gracia.
Y no nos dejes caer en tentación y líbranos del mal
Pedimos, en la parte final del Padre nuestro, que el Señor nos ayude a permanecer a su lado, conectados a Él, porque sin Él no tenemos defensa posible ante el “león rugiente” del enemigo.
Podemos ser tentados, y lo somos cada día. Satanás nos estudia, nos conoce bien y sabe cuales son nuestros puntos débiles para atacarnos, destruirnos y dañar a Dios. Si, porque no se trata de nosotros, se trata de Dios. La mejor manera de dañar a un padre es tocar a su hijo.
Pero nuestro Padre es Todopoderoso, y si permanecemos conectados a él, a través de la oración constante y el estudio de Su palabra, podemos resistir la tentación. Jesús es nuestro ejemplo. Él era 100% Dios y 100% hombre pero sin pecado (por eso en teología se le llama el 2º Adán), y podía pecar igual que Adán cuando fue tentado. El enemigo diseñó las tentaciones especialmente para Él, como hace con cada uno de nosotros. No todos tenemos las mismas. ¿Su secreto para no caer? Permanecer unido al Padre. Esa misma defensa está también, hoy, a nuestro alcance.
El mal daña, destruye… es el antagónico al bien, al amor, a Dios. Es la oscuridad donde no hay luz. Pero una pequeña llama es capaz de destruirla. Si permanecemos conectados a Dios, a través de la oración, el enemigo no puede sumergirnos en la oscuridad, y si lo hace, solo tenemos que pedir ayuda al Padre, que vendrá raudo a nuestro rescate.
Cuando conocemos a Dios, sus leyes, sus consejos de amor, reflejados en la Biblia (leída en clave de amor, item que incluye la revelación progresiva, esto es la adaptación pedagógica de Dios al ser humano para revelase y revelar Su plan) Él cambia nuestra vida, porque nos cambia a nosotros. Nuestros gustos, nuestras aficiones, lo que vemos, lo que escuchamos, lo que decimos.. todo cambia. Nos libra del mal, del que nosotros podemos provocarnos, provocar a los demás, pero también la manera de vivir que Él nos propone nos protege del mal que abunda en la sociedad (aunque no nos libra del sufrimiento que provoca ese mal, cuando nos afecta indirectamente. De eso nos saca nuestra confianza en Dios y Su mano poderosa que nos levanta).
Dios es la luz. Y la luz vence siempre a la oscuridad.
La oración, un estilo de vida
El Padre nuestro es la oración modelo, no porque debamos repetir como loros cada una de sus palabras, o letras, sino porque debemos VIVIRLA. La oración es relación, es hablar con Dios como con nuestro padre, madre, mejor amigo. Abrirle el corazón, vaciarlo y permitir que Él lo llene.
Es una vía de dos sentidos. Nosotros le hablamos, Dios nos inspira. Nos arrodillamos cargados de pesares, y nos levantamos llenos de esperanza. Dios no habla con palabras humanas. Solo quien tiene una relación personal, real, con Él conoce Su voz. Es algo que no se puede explicar. Hay que vivirlo.
El Padre nuestro es la oración modelo, pero más que una oración Jesús nos estaba enseñando una manera de vivir que resulta totalmente imposible sin relación. Y eso es precisamente la oración: relación.
La verdadera oración trasciende las palabras… es un estilo de vida, de conexión con Dios, de entrega y transformación, cada segundo de nuestra vida.
Te desafío a vivir “conectado” a la verdadera Fuente de Vida. “Enchúfate a Jesús” y atrévete a vivir en constante actualización. No existe nada igual.
Esther Azón. Teóloga y comunicadora. Productora TV, guionista y redactora web en HopeMedia. Editora de la Revista Adventista de España y ANN España.