El mundo necesita personas verdaderamente fieles a Dios. Íntegras, firmes en sus principios como la brújula al Polo Norte, pero llenas de amor y compasión por los demás. La verdadera fidelidad no nace del orgullo ni de la imposición, sino de una vida rendida a Dios, moldeada por Su amor.
Ser fieles como la brújula al Polo significa reflejar el carácter de Cristo: firmeza en los principios, pero compasión en el trato con los demás. Solamente quienes aprenden a amar como Jesús amó pueden vivir una santidad auténtica, que no juzga para condenar, sino que se inclina para levantar.
Dice Elena de White:
«La mayor necesidad del mundo es la de hombres que no se vendan ni se compren; hombres que sean sinceros y honrados en lo más íntimo de sus almas; hombres que no teman dar al pecado el nombre que le corresponde; hombres cuya conciencia sea tan leal al deber como la brújula al Polo Norte; hombres que se mantengan de parte de la justicia aunque se desplomen los cielos.
Y muy a menudo olvidamos la segunda parte de la misma cita:
»Pero semejante carácter no es el resultado de la casualidad; no se debe a favores o dones especiales de la Providencia. Un carácter noble es el resultado de la autodisciplina, de la sujeción de la naturaleza baja a la superior, de la entrega del yo al servicio de amor a Dios y al hombre. Es necesario inculcar en los jóvenes la verdad de que sus dones no les pertenecen. La fuerza, el tiempo, el intelecto, no son sino tesoros prestados. Pertenecen a Dios, y todo joven debería resolverse a darles el uso más elevado». (Elena de White, La educación. Página 57)
Este es mi texto preferido, de todos los escritos de Elena G. White. Ese tipo de hombres, y de mujeres, tienen un denominador común: Están íntimamente conectados a Cristo y han decidido, en sus corazones, serle fieles. Así deberíamos ser cada cristiano.
Entrega del yo al servicio de amor a Dios y al hombre
El texto debe ser entendido en todo su contexto, o corremos el peligro de no comprenderlo correctamente. El mundo necesita personas inconmovibles en sus principios, pero deben ser, como dice el texto: «el resultado de la autodisciplina, de la sujeción de la naturaleza baja a la superior, de la entrega del yo al servicio de amor a Dios y al hombre».
Es relativamente fácil romper un palo, pero es mucho más difícil romper un junco. No debemos perder nunca nuestra fidelidad a Dios, pero debemos entender que esa fidelidad conlleva amar a Dios y a los demás. Eso nos hace flexibles con los otros, comprensivos, compasivos… nos lleva a Amar (sí, así, con mayúscula) a los demás con el Amor de Dios, tal como hacía nuestro Maestro.
Como seres humanos no podemos evitar juzgar a los demás, pero ¡cuidado! Porque «con la misma medida con la que juzguemos seremos juzgados» (Mateo 7:2). Juzgar para criticar y creernos mejores en nuestra «santidad» es alejarnos del ejemplo de Jesús. Si juzgamos a alguien en nuestro corazón, que sea para Amarle, aceptarle y ayudarle, con respeto y compasión. Ya sabes… «El único momento en el que un hombre puede situarse por encima de otro, es para ayudarle a levantarse». Es lo que nos enseñó Jesús con su ejemplo.
Jesús es nuestro maestro
Jesús es nuestro modelo. Él no era inflexible con los demás, les amaba y estaba siempre dispuesto a conducirles al Padre. Pablo también «se hacía gentil» para alcanzar a los gentiles. Ninguno rebajó su fidelidad, principios o valores un ápice, pero tampoco los impusieron o alardearon de ellos. Fueron juncos para con los otros, a fin de no «romperse» para ellos, sino llevarlos a Dios: su Polo Norte, su destino.
El Señor es santo y perfecto, pero es también Amor y bondad. Si obviamos ese detalle, corremos el riesgo de convertirnos en fanáticos dictadores, impositivos, faltos de amor y prepotentes en nuestra supuesta santidad, y Jesús no era así. La fidelidad a Dios, y la búsqueda de la santidad, de Su mano, no pueden estar reñidas con el Amor, ya que «si no Amamos, no conocemos a Dios» (1ª de Juan 4:8). Y si amar, como seres humanos, implica aceptación, comprensión y compromiso; Amar como Dios Ama implica mucho más, y es a lo que debemos aspirar.
Un cristiano que no Ama no es realmente un cristiano, por mucho que diga que lo es o que se empeñe en aparentarlo.
Olvida el postureo de santidad y Ama
El verdadero cristianismo es fidelidad a los Mandamientos y a Dios, pero no es un postureo de santidad en el que situarse por encima de los otros; es aprender a Amar como Jesús Ama y estar dispuestos a aceptar a los demás ayudándoles en lugar de criticarles.
Todos los dones son de Dios, pero recordemos que, de todos los dones, el más importante es el Amor. En su discurso sobre los dones espirituales, Pablo ponderó el valor de ese principio. Lo introdujo como «un camino aún más excelente» (1ª de Corintios 12:31); lo enfatizó junto con cualquier habilidad o servicio (1ª de Corintios 13:1-3) y explicó su permanencia superior sobre cualquier otro don (1ª de Corintios 13: 8). Además, alabó su valor, aun sobre la fe y la esperanza, porque Amar es el mejor camino para conocer realmente a Dios, puesto que «Dios es Amor» (1ª de Juan 4:8).
«Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el Amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el Amor». (1ª de Corintios 13:13)
«En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis Amor los unos con los otros». (Juan 13:35)
Ser fieles como la brújula al Polo implica, además de lo obvio, ser como Jesús y aprender a Amar como Él nos Amó. Cualquier tipo de fidelidad menor a esa, está incompleta.
Necesitamos aprender a Amar a Dios y a los demás con Su ayuda. Únicamente así obedeceremos realmente los Mandamientos y seremos verdaderamente fieles. Debemos reflejar el carácter de Jesús, o nos perderemos en las formas como los fariseos.
Cristo es nuestra brújula y nuestro Polo; nuestro guía, nuestro camino y nuestro destino.
Autora: Esther Azón. Teóloga y comunicadora. Redactora y coeditora de la Revista Adventista en España.
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