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Dios nos reveló en la Biblia importantes instrucciones para que nuestras familias puedan ser felices. En los personajes y en las familias de la genealogía de Mateo 1 están todas las lecciones para lograrlo: el noviazgo, la educación de los hijos, los consejos de los padres y la importancia de la religión, los hábitos y las prácticas de la juventud. Quizá parezca algo extraño obtener enseñanzas de una genealogía, pero debemos recordar que esta es una especie de radiografía genética de los miembros que componen una familia.

Analicemos, entonces, este interesante árbol genealógico.

Abraham engendró a Isaac

Como judío que escribe para judíos, Mateo establece en primer término la relación que existe entre Jesús y Abraham (Mateo 1: 2). La familia del gran patriarca de Israel no fue del todo ideal. Encontramos en ella dos esposas y un hijo (Ismael) que causó discordia. Abraham tuvo que aprender la primera lección para tener una familia feliz: una fe completa en Dios y una paciencia sufrida.

Él había recibido la promesa de una larga descendencia a los 75 años, pero «apresuró los trámites» y tuvo un hijo con Agar a los 86. Hubo de esperar veinticinco años para recibir lo que Dios le había prometido. Pero esto no es todo, Isaac se casó con Rebeca a los 40 años, pero tuvo a Jacob y Esaú a los sesenta. Es decir, Abraham tuvo que esperar hasta tener 160 años para ver a sus nietos (85 años después de lo que Dios le había prometido) (Génesis 12: 4; 16: 16; 21: 5; 25: 20, 26). Pero, durante ese tiempo, la fe de Abraham creció y se fortaleció. Fue un gran padre y, como tal, nos dejó una segunda enseñanza para lograr un matrimonio armonioso: los cónyuges deben practicar la misma fe.

Génesis 24: 3 relata la peticioón que le formuló a su siervo: Debía elegir una esposa para Isaac dentro del pueblo de Dios. Era mucho más fácil buscar una compañera para su hijo entre las mujeres cananeas que rodeaban sus campamentos. Pero los atajos y los caminos rápidos suelen conducir a ninguna parte. Como vemos, ya en aquella época era complicado encontrar una pareja dentro de la iglesia. No obstante, es allí donde debemos buscarla.

Un hijo mentiroso y otro fuera de la iglesia

Al entrar en el hogar de Isaac y Rebeca nos damos cuenta de que aun los esposos que comparten el mismo credo no están exentos de problemas: Jacob mentía y Esaú se casó con mujeres paganas (Génesis 25: 27-34; 27: 1-40; 28: 6-9). Nos encontramos ante nuestra tercera enseñanza: la experiencia espiritual no se transmite genéticamente de padres a hijos. Cada integrante de la familia (más allá del culto familiar) debe tener su comunión personal con Dios.

Desde luego que los padres consagrados y fieles educarán mejor a sus hijos que los que no lo son; y llegará el tiempo, si los hijos así lo deciden, en que las enseñanzas de la niñez volverán a cobrar vida. Lamentablemente, esto no ocurrió con Esaú, pero sí con Jacob.

Él dejó atrás sus tretas y mentiras, y formó un hogar con doce hijos. Esta familia tuvo innumerables problemas (peleas entre las esposas, siervas que daban a luz hijos y la envidia de los hermanos hacia José, entre otros), pero fue bendecida por Dios y de ella surgieron las doce tribus de Israel. Lección número cuatro: no importa cuántos inconvenientes interpersonales existan en nuestro círculo íntimo, Dios los puede transformar en una bendición si cada miembro de la casa permite que él more en su corazón (Génesis 50: 10).

Dos madres prostitutas

Dice Mateo 1: 3 que Judá engendró de Tamar a Fares y a Zara, Judá fue uno de los hijos más destacados de Jacob. No solo fue quien intercedió por José, también es quien da nombre al pueblo judío. Pero Judá fracasó en la educación de sus dos primeros hijos. Er hizo lo malo ante los ojos de Jehová, y Dios le quitó la vida. Su esposa (Tamar) fue dada a Onán, pero este derramaba su semen en el suelo para no dar descendencia a su hermano (Génesis 38: 1-10). Es deber de los padres guiar a los hijos por el camino correcto. Esta es la lección número cinco.

El tercer hijo de Judá se llamó Sela, y como no fue dado por esposo a Tamar, esta se hizo pasar por prostituta, para concebir un hijo de Judá (Génesis 38: 14-30). De esa unión nacieron los mellizos que integran la genealogía de Jesús.

Pero no es Tamar la única mujer de dudosa reputación que integra esta lista. En Mateo 1: 5 aparece Rahab. Esta mujer (ramera y pagana) ayudó a los espías de Israel en la conquista de Jericó (Josué 2: 1-24). Como recompensa, ella y su familia no murieron en el ataque del ejército hebreo. El cordón rojo que pendía de su ventana era la señal para la salvación, era la esperanza de una nueva vida para Rahab y los suyos. Y de esa ventana se desprende la sexta lección: la gracia de Dios alcanza a todas las familias, en cualquier tiempo y lugar, más allá de la clase de vida que hayan tenido los miembros que la componen. ¡Cuántas familias formadas en “Jericó”, vinieron a la iglesia y hoy son pilares de ella!

Una familia real

Con sorpresa, notamos que Rahab no es la única mujer extranjera que aparece en esta genealogía. En el versículo 6 nos encontramos con Rut, la moabita. Gracias al buen testimonio de su suegra, Noemí, Rut no solo decidió que Jehová sería su Dios, sino también que uniría su vida con un hombre israelita. La relación entre Rut y Booz fue del todo ejemplar. Antes de casarse, cuando Booz estaba durmiendo, ella fue y se acostó a sus pies (Rut 3: 1-14); es decir, de manera perpendicular, no paralela. Y cuando Booz se dio cuenta de esto, la llamó “mujer virtuosa” (Rut 3: 11), y así durmieron toda la noche. Aquí hallamos la séptima lección para una familia feliz: las relaciones sexuales solo tienen lugar dentro del matrimonio. Esa institución es el marco establecido por Dios para la felicidad completa de los cónyuges.

De la descendencia de Rut nació el rey David (Mateo 1: 5, 6). Las grandes victorias militares de este pequeño gran pastor de ovejas devenido en poderoso monarca no alcanzaron a cubrir las miserias de su conflictiva familia. Amnón, el primogénito, violó a su hermana y fue muerto por orden de Absalón (2 Samuel 3: 2; 13: 1-29). Por su parte, Absalón se rebeló contra David y se autoproclamó rey (2 Samuel 14, 15, 16). En medio de una guerra contra el ejército de su padre, fue asesinado a manos del rudo Joab (2 Samuel 18: 12-15).

Por su parte, David tomó a Betsabé, mujer de Urías, tras enviarlo a la vanguardia en la batalla para que la muerte lo alcanzara (2 Samuel 11). David no fue un marido fiel ni un padre ejemplar, a pesar de su amor a Dios.

A través de las ventanas de los lujosos palacios de Jerusalén, divisamos la octava lección: el éxito social y espiritual de los padres no garantiza que estos puedan educar hijos a su medida y con sus mismos valores. Esto se debe a que, muchas veces, las personas con grandes responsabilidades sociales o eclesiásticas se preocupan demasiado por los demás y descuidan su propio rebaño. David estuvo tan ocupado ganando batallas contra enemigos extranjeros, que no pudo obtener victorias dentro de su propio hogar.

No obstante, fue él quien educó a Salomón, el hombre más sabio de la tierra. Salomón se constituyó en el gran constructor de Israel y un hombre admirado por su sabiduría y sus enseñanzas. El libro de Proverbios refleja sus valiosas instrucciones para padres e hijos.

Pero Salomón tampoco pudo transmitirle genéticamente la sabiduría a su hijo Roboam (Mateo 1: 6). En medio de una crisis política del reino de Israel, Roboam prefirió escuchar a los amigos de su juventud, antes que aceptar los sabios consejos de Salomón. El resultado fue una rebelión interna y la consecuente división entre el reino del norte y el reino del sur (2 Reyes 12: 1-24).

Entre las airadas voces de protesta israelitas se escucha la novena lección: el consejo de los padres cristianos o personas mayores consagradas a Dios es siempre mejor que las “novedosas” o “innovadoras” propuestas de quienes tienen nuestra edad.

El hijo que cambió el mundo

Al continuar leyendo esta genealogía, nos encontramos con un carpintero sin recursos, proveniente de una desprestigiada aldea de montaña, y una doncella. A ellos, Dios les encomendó la educación y el cuidado del Mesías. «Y Jacob fue padre de José, que fue el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado el Cristo» (Mateo 1: 16).

Sin dinero, sin grandes talentos y muchas veces sin entender la misión de su hijo, ambos dieron a Jesús una educación superior y lo ayudaron a prepararse para su ministerio terrenal. Y fue él quien cambió la historia del planeta y salvó a la humanidad.

Última lección: no importa quiénes somos, ni en dónde vivimos ni con cuánto dinero contamos. Al enseñarles a nuestros hijos acerca del amor de Dios y prepararlos para su servicio, les estaremos dando lo mejor. Y en el futuro podrán ser luminarias en la iglesia y estandartes en una sociedad que padece de un raquitismo ético y moral alarmante.

Revista Adventista de España