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Marcos 4: 30-34

LA SEMILLA DE MOSTAZA, UNA PARÁBOLA PARA LA COMUNIDAD

Vivimos en una comunidad global. Gracias a Internet y a los teléfonos móviles estamos siempre a tan solo unos minutos de descubrir las últimas noticias y las últimas tendencias. Incluso tenemos un vocabulario nuevo para esta nueva era de la comunicación con nuestras comunidades virtuales y con nuestros seguidores las 24 horas del día. Palabras como “tweetear,” “googlear,” “Face Time,” “postear en Facebook” y “vídeos virales” han pasado a formar parte del vocabulario cotidiano. En un mundo de tanta velocidad, donde nuestras necesidades se suplen al instante, no es sorprendente que podamos perder de vista las intenciones que Dios tiene con relación a este planeta, al que llamamos nuestro hogar. ¿Es sorprendente, acaso, que aunque aparentemente estamos siempre conectados, en realidad estamos más solos de lo que nos damos cuenta? Frecuentemente vemos que las personas se juntan para cenar o para salir juntas, y casi todas están conectadas de forma virtual con alguien que está muy lejos, e ignoran por completo a las personas que tienen justo enfrente. Han pasado a la historia los días en los que se esperaba que conocieras a todas las personas que viven en tu calle, y sin embargo, decimos ser amigos de personas que viven esparcidas por todo el mundo, y nunca hemos visto a cara a cara a muchas de ellas. Esta falta de contacto físico ha afectado todos los estratos sociales, sin importar en qué parte del mundo vivimos. Y definitivamente ha afectado a nuestra comunidad eclesiástica.

El Diccionario de la Real Academia Española (DRAE) define la comunidad como el “conjunto de las personas de un pueblo, región o nación” o el “conjunto de personas vinculadas por características comunes”, o el “conjunto de naciones unidas por acuerdos políticos y económicos”. Hoy, muchos dejan de reunirse para adorar, prefiriendo “ver un sermón por Internet”, mientras que otros echan raíces en una iglesia concreta de una congregación porque les gusta la flexibilidad de estar con sus amigos. Se me ha ocurrido, al observar este fenómeno durante los últimos años, que muchos de nosotros no nos hemos dado cuenta de que esta manera de vivir no es un reflejo de lo que la Biblia nos enseña acerca de la comunidad.

Un pasaje de la Escritura que resalta nuestra necesidad de recalibrar y de repensar nuestra comprensión de lo que es esta comunidad se encuentra en Marcos 4:30- 32:

“También dijo: «¿Con qué vamos a comparar el reino de Dios? ¿Qué parábola podemos usar para describirlo? Es como un grano de mostaza: cuando se siembra en la tierra, es la semilla más pequeña que hay, pero una vez sembrada crece hasta convertirse en la más grande de las hortalizas, y echa ramas tan grandes que las aves pueden anidar bajo su sombra.»”

Las multitudes que seguían al Mesías no sabían con certeza qué era el Reino de Dios’, y con frecuencia Él utilizaba historias y parábolas para explicar e ilustrar lo que quería dar a entender. Podía entenderse la confusión de ellos, porque como pueblo descendiente de Abrahán, de Isaac y de Jacob, se sentían desafiados por la ocupación y por la opresión de los romanos, y esperaban que el Mesías prometido les trajera salvación. Estas multitudes habían escuchado y habían respondido al llamado de Juan el Bautista. Conocían el milagro en el bautismo de Jesús. Cada demonio que había sido sacado, cada persona que había sido curada, o las alimentación milagrosa de miles de personas, despertaban la esperanza en ellos de que posiblemente éste era el Salvador Prometido. Cuando Jesús declaró que el Reino de Dios había llegado, muchos esperaban que éste fuera el rey-guerrero que los libraría, y que restablecería a Israel como reino. Había una gran expectación en cuanto a qué llegaría a ser de su comunidad. ¿Cuáles son vuestras expectativas acerca de Jesús? ¿Se fundan éstas en lo que Él ha hecho en vuestras vidas, o solo en lo que vosotros habéis querido que Él hiciera?

¿QUÉ ES EL REINO DE DIOS?

¿Por qué no hemos estado enseñando y predicando sobre esto antes, especialmente viendo que éste fue el mensaje de Jesús durante más de tres años mientras viajaba por los polvorientos caminos de Galilea? El primer mensaje de Jesús después de ser bautizado fue: “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado” (Mateo 4:17- 18; Marcos 1:15) Esta afirmación revela que había una nueva comunidad, una nueva sociedad, un nuevo estilo de vida, que estaba siendo firmemente establecido por Jesús. Esta nueva comunidad iba a fructificar con Jesús como su dirigente, su jefe, su líder, su Rey.

El método de enseñanza de Jesús no era desconocido. Los rabinos, los maestros religiosos y sus contemporáneos, a menudo usaban historias y parábolas para explicar ideas teológicas. El tipo de historia favorito de Jesús con frecuencia estaba encapsulado en sus parábolas. Una parábola es una historia simple, con personajes y actividades familiares que ilustran un principio. No todos los que escuchaban estas historias podían entenderlas con facilidad. De hecho, con cierta frecuencia Jesús contaba parábolas a las grandes multitudes, y muchos se iban sin estar seguros de qué significaban. Él, sin embargo, les explicaba en privado a sus discípulos el significado de aquellas parábolas. Al procurar entender el “reino de Dios” debemos escudriñar esta historia más de cerca. Los que venían a ver y a escuchar a Jesús nunca se iban chasqueados porque Él frecuentemente utilizaba cosas ordinarias, comunes, de la vida misma y de la experiencia de los galileos para enseñarles acerca de Dios. ¿Os los podéis imaginar de pie a la ribera del río Jordán, en las playas del mar de Galilea, o sentados en los cerros polvorientos escuchando a Jesús durante horas y horas? ¿Alguna vez os habéis sentido emocionados por ir a clase? ¿Alguna vez habéis querido ser los primeros en llegar para conseguir un buen sitio? Así deben haberse sentido muchos de los que iban a escuchar a Jesús. Estaban emocionados, esperando con ansias oír qué cosas interesantes les iba a estar enseñando ese día sobre Su Reino.

El marco de este texto nos coloca en medio de una de las sesiones de enseñanza de Jesús desde la proa de una barca de pesca, en el Mar de Galilea. No sabemos con certeza cuánto tiempo llevaba la gente reunida allí, ni sabemos qué hora del día sería. Lo que sí sabemos es que la multitud había venido a escuchar a Jesús, y Jesús no los decepcionaba. Algunas de las historias registradas en el capítulo 4 de Marcos tienen un enfoque agrario, un enfoque hacia el “crecimiento de las cosas”: el sembrador esparciendo su semilla (Marcos 4:1-20); y la parábola de la semilla (Marcos 4:26-29).

Cuando miramos este breve pasaje, es posible que nos distraigamos, debido a su simplicidad aparente, y así perdamos la importancia del mensaje. Jesús le dice al público atento que el Reino de Dios es como una semilla de mostaza. Jesús afirma que esta semilla crece y se hace más grande que todas las demás hierbas y arbustos del huerto. En las versiones de Lucas y de Mateo de esta historia, Jesús se refiere a la mostaza madura como a un árbol.

“Les contó otra parábola: ‘El reino de los cielos es como un grano de mostaza que un hombre sembró en su campo. Aunque es la más pequeña de todas las semillas, cuando crece es la más grande de las hortalizas y se convierte en árbol, de modo que vienen las aves y anidan en sus ramas.’” (Mateo 13:31-32)

“–¿A qué se parece el reino de Dios? –continuó Jesús–. ¿Con qué voy a compararlo? Se parece a un grano de mostaza que un hombre sembró en su huerto. Creció hasta convertirse en un árbol, y las aves anidaron en sus ramas.” (Lucas 13: 18-19)

Es importante notar que el árbol de mostaza no era el árbol que más podía crecer en el huerto, porque los olivos suelen crecer por encima de las otras plantas. De modo que la lección para los oyentes es que el Reino de Dios no se determina por el tamaño de la semilla. Los oyentes estaban familiarizados con el hecho de ser discriminados por la clase gobernante por el hecho de estar su país sojuzgado y ocupado por Roma. Al seleccionar el grano de mostaza como ilustración, Jesús les deja saber que a Él le interesaba más cómo ellos terminaban que cómo comenzaban. La semilla de mostaza que era común en Palestina era la de la mostaza negra, y se cultivaba en los huertos y en los campos. Las plantas podían alcanzar una altura de hasta tres metros, pero crecían de la semilla más pequeña de todas las que se cultivaban en aquella época.1 La semilla de mostaza se usaba como metáfora del potencial. En la semilla había un gran potencial de crecimiento, y entre los oyentes también había un gran potencial. Ellos necesitaban aprender cómo desarrollar este potencial. ¿Cómo podrían llegar a ser parte del Reino?

LA AGRICULTURA EN LUGAR DE LA GUERRA

“Es como un grano de mostaza: cuando se siembra en la tierra, es la semilla más pequeña que hay.” (Marcos 4:31) Jesús simplemente dice que el Reino de Dios es como la semilla de la mostaza. Jesús era contracultural. Él usaba analogías de la agricultura para demostrar el plan de Dios para la humanidad, que era la antítesis de las expectativas de la nación, que esperaba a un Mesías guerrero. Él usa esta historia para cambiar el paradigma, en la mente de sus oyentes, de pelear a cultivar; de la guerra a la adoración, del César a la comunidad, de batallar con la ley a la gracia. Un comentarista bíblico, R. P. Martin, dice: “Aún así, todo lo concerniente al ministerio de Jesús controvertía con su comprensión de quién debía ser su Líder. En cambio, Jesús quería imbuir en sus mentes la perspectiva de que el camino a su gloria futura estaba ligado al camino de la cruz, con su experiencia de rechazo, de sufrimiento y de humillación.”2 Jesús dijo: “YO SOY el camino, la verdad y la vida. Nadie viene al Padre, sino por mí.” (Juan 14:6). Las semillas guardan dentro de sí el germen de la vida. Sin embargo, para que la semilla produzca vida, tiene que morir. Jesús dice en Juan 12:24: “Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda solo. Pero al morir, lleva mucho fruto.” El tamaño de la semilla no es lo que determina su crecimiento ni su función. Sin embargo, las semillas pequeñas maduran más rápidamente, y pueden ser esparcidas más deprisa. Esta pequeña semilla crece y se hace un árbol que es formidable en su tamaño y en la cantidad de sombra y de protección que suple a todos los que buscan allí abrigo y protección. Dios te ha creado, semilla, para que seas parte de su Reino sempiterno. Él ha puesto dentro de ti todo lo que es necesario, no solo para tu subsistencia, sino también para el esparcimiento del evangelio. ¿Estás dispuesto a morir, a morir al ‘yo’, a tus propios deseos, a tus propios planes, para que Dios pueda llevarte a la gloria?

Como ya he mencionado, el público de Jesús tenía experiencia con la agricultura – más de la que nosotros tenemos – lo que significa que Él no necesitaba explicar las condiciones necesarias para que la semilla creciera. Si bien es cierto que nosotros podríamos buscar en Google toda esa información acerca de la agricultura y de cómo crecen las cosas, si nos falta la experiencia, posiblemente no comprendamos por completo todas las lecciones en la analogía de Jesús. La semilla pasa por un proceso llamado “germinación” para poder abrirse a la vida que lleva dentro de sí. Hay tres condiciones básicas que le permiten a la semilla “germinar”: (1) el embrión tiene que estar vivo. A esto lo llamamos la viabilidad de la semilla. (2) Las condiciones de latencia que impiden la germinación deben superarse para que la semilla pueda germinar. (3) Tienen que existir todas las condiciones necesarias para la germinación.3

Una vez que se cumplan las condiciones, la semilla germina, y una nueva vida, una plántula inmadura, comienza a crecer. La plántula crecerá y se tornará en una planta madura. Jesús salta de la semilla a la planta madura sin describir el proceso que lleva a la planta a la madurez. Entonces, en el versículo 32 de Mateo 13, afirma: “Aunque es la más pequeña de todas las semillas, cuando crece es la más grande de las hortalizas y se convierte en árbol, de modo que vienen las aves y anidan en sus ramas.” (Mateo 13:32)

En Palabras de Vida del Gran Maestro leemos: “El germen que se halla en la semilla crece en virtud del desarrollo del principio de vida que Dios ha implantado en él. Su desarrollo no depende del poder humano. Tal ocurre con el reino de Cristo. Es una nueva creación. Sus principios de desarrollo son opuestos a los que rigen los reinos de este mundo.” (54.3)

Reflexionemos una vez más sobre lo que oyeron los galileos que estaban escuchando la analogía sobre la siembra. Debemos procurar descubrir las pistas que se esconden en el relato. Los galileos sabían cuál era el valor de la semilla de mostaza. Merecía la pena cultivarla. La aseveración de Jesús afirma que ellos eran verdaderamente los escogidos de Dios. Y su tarea era el mostrar el amor de Dios al mundo. Jesús, Dios con nosotros, ahora estaba enmarcando de nuevo su concepto del “reino.” Hoy en día a los jóvenes también se les invita a vivir de forma contracultural y a rechazar a la pseudocomunidad y las amistades ficticias creadas en el espacio cibernético que parecen estar llamando con cada trino y cada pitido de nuestros dispositivos electrónicos. Jesús te está llamando a algo mejor. Él te está llamando a convertirte en la comunidad que está diseñada según el patrón ideal de Dios para nosotros. Las implicaciones, tanto para los que escuchan este mensaje ahora como para los que lo escucharon en aquel entonces, son que estamos siendo invitados a cambiar nuestra manera de pensar, y a crecer. Para que la planta crezca de una plántula a una planta madura, el jardinero riega, alimenta, echa estiércol, quita las malas hierbas y poda las plantas para mantener un ambiente óptimo de crecimiento. Las semillas producen plantas, y las plantas producen más semillas. De una única semilla sabemos que tendremos más plantas de mostaza. Muy sencillo. Pero con el Mesías, las cosas nunca son sencillas.

EL REINO EN LUGAR DEL NACIONALISMO

Si bien es cierto que las parábolas eran historias teológicas con ilustraciones contemporáneas, las historias de Jesús con frecuencia dejaban a los oyentes pensando, medio confundidos. Dice en Marcos 4:33- 34: “Y con muchas parábolas semejantes les hablaba la Palabra, según podían oír. Sin parábolas, no les hablaba. Pero a sus discípulos en privado les declaraba todo.” Debido a nuestro método de querer complacer a todos, y a no excluir a ninguno, esto nos parece injusto. Pero Jesús parecía estar muy cómodo con el misterio que rodeaba sus enseñanzas.

Nos queda una pieza importante de información sobre la cual reflexionar: la definición del reino. Un reino es un “estado cuya organización política es una monarquía”. (DRAE) Hay que recordar que los que escuchaban la historia de Jesús esperaban, sobre todas las cosas, que este “reino” del que Jesús hablaba, destronara a los romanos, y devolviera a Israel su gloria antigua, semejante a la de los tiempos de David y de Salomón, y que introdujera un período de seguridad y de paz, y un mundo donde se adorara a Jehová. Seamos honestos. Se puede argumentar que Israel era nacionalista; es decir, sentían una feroz lealtad hacia su país, y se sentían sumamente orgullosos de formar parte del mismo. Podría ser que Israel creyera que era mejor y más importante que cualquier otro país. Un reino tiene que tener un gobernante; la gente le jura lealtad a ese monarca, quien a su vez, promete proteger y cuidar de sus súbditos. Jesús les ofrece la oportunidad de creer y de confiar en el Soberano Dios en vez de en su herencia. También nosotros, como jóvenes y adultos, tenemos que estar atentos para no aferrarnos a nuestras perspectivas personales a expensas del crecimiento en el Reino de Dios. No podemos preocuparnos más por las tradiciones adventistas que por el crecimiento en el Reino de Dios.

Generalmente los reinos se gobernaban con poderío militar y con consejeros que proveían sabiduría al rey acerca de cómo gobernar a sus súbditos. Por lo tanto, una vez más, Jesús va contracultura y crea un reino donde el Rey muere por sus súbditos para que ellos puedan vivir. Él pelea por nosotros, no por un reino terrenal, sino por un reino hecho a la semejanza del Reino celestial de Dios, donde todos los súbditos le juran lealtad por su amor, por su aprecio hacia el Rey. Cuando nosotros aceptamos a Jesús y aceptamos su autoridad como rey, nuestra fe crece, y se convierte en un lugar a donde otros pueden acudir y encontrar reposo en Jesús.

LAS IMPLICACIONES PARA NOSOTROS HOY

¿Estamos nosotros reflejando ese reino de Dios en la tierra? ¿Se han cumplido las condiciones espirituales centrales de modo que puedas crecer como la semilla de mostaza? Para que esto ocurra (1) Jesús tiene que estar ‘vivo’ dentro de ti, haciendo de este modo que tu fe sea sostenible. (2) No puedes permitir que nada ni nadie lleve a tu fe a dormitar, impidiendo de esta manera su crecimiento. (3) Tienes que quitar de tu ambiente todo lo que pueda impedir que el Espíritu Santo avive el crecimiento de Jesús en tu corazón.

Del mismo modo que la semilla de mostaza no puede crecer en una tierra que no cumpla con las condiciones correctas, esta semilla de mostaza espiritual no puede crecer ni reproducirse ni proveer abrigo sin las condiciones correctas. Yo agradezco profundamente que Jesús está disponible para ayudarnos a obtener el ambiente y las condiciones óptimas para que crezcamos, nos desarrollemos y maduremos. Si estas condiciones no se han alcanzado en vuestras vidas, ¿no os gustaría pedirle a Jesús hoy que corte, que saque, que quite las malas hierbas de nuestras vidas para asegurarnos de que el reino de Dios comienza a crecer donde estamos? Y para los que podéis asegurar que las condiciones espirituales se cumplen, no penséis que os habéis escapado. Así como la planta necesita ser cuidada por el hortelano para asegurarse de que alcanza la madurez, nosotros también, y sí, tú también, debemos someternos a la mano del hortelano. Jesús es el hortelano. Necesitamos someternos a Él mientras mantiene el entorno óptimo a través de todas las circunstancias de nuestra vida para que podamos crecer. Él nos podará, nos quitará las malas hierbas, nos alimentará, nos nutrirá. No podemos controlar ni las condiciones ni Su tiempo. ¿Estás sometiendo tus planes diariamente a Jesús? ¿Aceptas cuando Él permite que otros obtengan “las cosas que tú quieres” antes que tú? ¿Eres capaz de ser agradecido sin importar los retos que tengas que afrontar?

El mundo está en una necesidad urgente de comunidades auténticas que le insuflen vida. Como seguidores de Jesús, nos toca compartir las buenas nuevas de que Dios desea proveer esto a cada persona de este planeta. Hoy, nuestro reto y nuestra invitación es que seamos semillas de mostaza que crecen y se convierten en plantas de mostaza, para que las personas con las que interactuamos en nuestras iglesias, en nuestras familias, en nuestras escuelas, y en nuestras comunidades, vengan y encuentren refugio y descanso.

Notas:

1 Myers, A. C. (1987). The Eerdmans Bible Dictionary (738). Grand Rapids, MI: Eerdmans.

2 Martin, R. P. (2003). Messiah. In C. Brand, C. Draper, A. England, S. Bond, E. R. Clendenen & T. C. Butler (Eds.), Holman Illustrated Bible Dictionary (C. Brand, C. Draper, A. England, S. Bond, E. R. Clendenen & T. C. Butler, Ed.) (1115). Nashville, TN: Holman Bible Publishers.

3 https://en.wikipedia.org/wiki/Seed

 

PREGUNTAS PARA COMENTAR

  1. ¿Cómo ha cambiado tu comprensión de la frase “el reino de Dios”?
  2. ¿Qué barreras encuentras en tu casa/iglesia/comunidad que impiden tu crecimiento de una semilla de mostaza a una planta de mostaza?
  3. Comenta con tu grupo soluciones prácticas o tangibles que sirvan para crear una comunidad auténtica en lugar del mundo virtual de Facebook, Google+ y Twitter.
Revista Adventista de España