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¿Qué se revela cuando Cristo vive en nosotros?

Efesios 1: 1-17

Benjamín Franklin quería convencer a los habitantes de Filadelfia de que iluminaran las calles de noche. El científico, inventor y fundador estadounidense tenía buen sentido común: las luces de la calle protegerían del delito y proporcionarían comodidad para las actividades nocturnas. Aunque fue muy persuasivo, no logró convencerlos.

Franklin decidió mostrar a sus vecinos cuán convincente puede ser una sola luz. Compró un farol atractivo, limpió el vidrio y lo colocó en un soporte extendido en el frente de su casa. Cada noche encendía la mecha. Los transeúntes se daban cuenta de que el cálido resplandor los ayudaba a no tropezar con las piedras de la calzada. Pronto, hubo otros que pusieron faroles en el frente de sus casas. Finalmente, toda la ciudad estaba bien iluminada.

Hijos de la Luz

El apóstol Pablo escribió: “Porque en otro tiempo erais tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor; andad como hijos de luz (porque el fruto del Espíritu es en toda bondad, justicia y verdad), comprobando lo que es agradable al Señor. Y no participéis en las obras infructuosas de las tinieblas […] Mas todas las cosas […] son puestas en evidencia por la luz […] Por lo cual dice: Despiértate, tú que duermes, y levántate de los muertos, y te alumbrará Cristo. Mirad, pues, con diligencia cómo andéis” (Efe. 5: 8-15).

El contraste entre la luz y la oscuridad es un recordativo de que ocurre algo radical en nuestra vida cuando recibimos a Jesús en nuestro corazón. Ya no somos lo que una vez fuimos (2 Cor. 5: 17); somos luz (Efe. 5: 8; comparar con 5: 14; Fil. 2: 15; 1 Tes. 5: 5).

El texto no dice que en otro tiempo estábamos en tinieblas y que ahora estamos en la luz; dice que en realidad somos luz (Efe. 5: 8). Nuestra vida, no solo nuestro entorno, ha sido cambiada de la oscuridad a la luz. La conversión (el reavivamiento) no es otra cosa que despertar del sueño, resucitar de la muerte y salir de la oscuridad a la luz de Cristo para vivir como luz.

Esta transformación tiene lugar en el Señor, la Luz del mundo (Juan 8: 12; 9: 5).

Una distinción clara

Esta transformación de la oscuridad a la luz tiene tres aspectos: nos diferenciamos de la oscuridad (Efe. 5: 3-7; 11); vivimos como hijos de luz (vers. 8-10); nuestra vida sale a la luz y transforma a los demás (vers. 11-14; Mat. 5: 15, 16).

Una publicidad de las impresoras Epson muestra una página completa de una manada de cebras. Están tan apiñadas que todo lo que se ve es una página llena de franjas de color blanco y marrón rojizo. Un recuadro verde a la izquierda dice: “Con impresoras comunes, se ven las franjas de la cebra”. Un recuadro similar a la derecha anuncia: “Con nuestra impresora, se ve a la mujer sobre la cebra”.

De repente buscas a la mujer difícil de ver a primera vista. Está allí, vestida con un buzo con capucha, a rayas de color blanco y marrón rojizo haciendo juego. Los tonos piel de su rostro hacen juego con las narices de las cebras. Está monatada sobre una de ellas y, una vez que la vemos, es fácil ubicarla. Sin embargo, al principio es casi imposible distinguirla. Está increíblemente bien camuflada.

No es así con los hijos de luz. La distinción entre la luz y las tinieblas no puede camuflarse ni desdibujarse. Nuestra separación de las tinieblas morales de la cultura contemporánea debiera ser tan clara que nadie nos pasara por alto: “Pero fornicación y toda inmundicia, o avaricia, ni aun se nombre entre vosotros, como conviene a santos; ni palabras deshonestas, ni necedades, ni truhanerías, que no convienen, sino antes bien acciones de gracias […] Y no participéis en las obras infructuosas de las tinieblas, sino más bien reprendedlas; porque vergonzoso es aun hablar de lo que ellos hacen en secreto” (Efe. 5: 3-12).

No es una lista completa, pero refleja nuestro mundo, que engendra vulgaridad descarada y falta de respeto general para casi todo. Es un mundo cada vez más desvergonzado, abierto y descarado, en su mentalidad amoral del “todo vale” y de lo “políticamente correcto”, un mundo que ya casi no sabe sonrojarse.

Debemos caminar como hijos de luz (Efe. 5: 3; comparar con 1 Ped. 1: 13-16); una vida santa llena de “bondad, justicia y verdad” (Efe. 5: 9). Debemos fijar nuestra atención en discernir lo que es aceptable al Señor (vers. 10). Es algo que solo el poder regenerador del Espíritu Santo hace posible (Tito 3: 3-5; 1 Cor. 6: 9-11).

Sin embargo, la luz santa que irradia de nuestra vida nos enfrenta con el mundo, y con las decisiones y las preocupaciones prácticas de nuestra vida diaria. Nuestra vida manifiesta pureza, modestia, respeto y decencia, lo que afirma la dignidad de los demás y nos da un corazón para el bienestar de ellos.

Nuestro mayor desafío es tener el coraje no solo de ser diferentes, sino también de ser una influencia transformadora para los que nos rodean. La luz no solo revela lo que oculta la oscuridad; todo lo que toca puede asumir la calidad de la luz: “Mas todas las cosas, cuando son puestas en evidencia por la luz, son hechas manifiestas; porque la luz es lo que manifiesta todo” (Efe. 5: 13).

Los que nos rodean pueden ser expuestos y transformados por la calidad espiritual moral de nuestra vida. Cuando la luz se pone al descubierto y es aceptada, transforma. Como con Jesús, nuestra luz perfora la oscuridad y la domina (Juan 1: 4-9; comparar con Isa. 60: 1-5). Cuanto más oscuras las tinieblas, más resplandecemos como luz, para Jesús y su reino de luz. Este brillo no es solo doctrinal o teológico, sino moral; nuestra vida transformada por la mente de Jesús: cómo tratamos a los demás, nuestras actitudes, pureza, bondad, respeto (Mat. 5: 16; 1 Juan 2: 6, 9, 10; comparar con 1 Juan 3: 18).

Para glorificar a Dios

Se cuenta la historia de unas velas que se negaban a salir de un armario para iluminar durante una tormenta eléctrica. Todas ponían excusas para no dar su luz. Cuando el esposo dice a la esposa que las velas no van a trabajar, ella le explica: “¡Oh, son velas de iglesia!”

Tal es la tendencia a ocultar nuestra luz. Pero, Cristo nos llama a hacer brillar la cualidad moral de nuestra vida como una vela sobre una colina, de una forma tan clara y radical que los demás vean a Dios y quieran glorificarlo (Mat. 5: 15, 16). Se nos invita a permanecer en una conexión dinámica con Aquel que dijo: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Juan 8: 12).

No somos llamados a aislarnos del mundo, sino a vivir de un modo diferente al de nuestros amigos y conocidos no cristianos. No podemos compartir sus actitudes y comportamientos sexuales; sus posturas hacerca del dinero; o su modo de hacer bromas, contar historias o dedicarse a las indirectas verbales. Nosotros somos diferentes; somos luz.

El novelista y dramaturgo británico David Lodge estaba asistiendo a la representación de una de sus creaciones –una sátira–, la noche del 22 de noviembre de 1963. La audiencia del teatro se reía, mientras un actor de la obra aparecía para una entrevista de trabajo con una radio transistor pegado al oído, demostrando la indiferencia displicente del personaje. El actor, entonces, bajó el volumen de la radio y buscó una emisora para que las noticias, la música o los anuncios publicitrios se escucharan como trasfondo, mientras continuaba la obra. Sin embargo, esa noche apareció una voz en la radio con un anuncio de último momento: “Hoy, el presidente estadounidense John F. Kennedy ha sido asesinado…”

La audiencia lanzó un grito ahogado, y el actor cambió inmediatamente la emisora, pero demasiado tarde. En una frase, la realidad del mundo exterior había hecho añicos el mundo artificial del teatro. Después de eso, todo lo que ocurrió sobre el escenario parecía superficial e irrelevante.

Una sola luz en la oscuridad es abrumadora. El mayor poder sobre la Tierra para cambiar a los demás es la influencia del ejemplo personal, nuestra vida santificada que brilla en medio de las tinieblas morales que nos rodean.

¡Deja la luz encendida!

Preguntas para reflexionar y compartir

1. Medita en tu experiencia cristiana. ¿Qué personas, en un momento u otro, demostraron lo que significa vivir como “hijos de luz”? ¿Cómo lo hicieron?

2. Si tus amigos o vecinos tuviesen que señalar algo en lo que tu vida se distingue porque vives en la luz, ¿qué observarían?

3. Si los cristianos son “la luz del mundo” (Mat. 5: 14), ¿por qué parece que nuestra influencia está disminuyendo en la sociedad en general?

Revista Adventista de España