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Vivimos en una época en la que el desarrollo científico y tecnológico alcanzado es extraordinario. Por ejemplo, hoy existen instrumentos que pueden determinar con bastante exactitud cuándo se producirán ciertos fenómenos meteorológicos. Además, se están desarrollando dispositivos cerebrales inalámbricos que permitirán a las personas con limitaciones de movilidad muscular controlar sus sillas de ruedas o sus ordenadores a través del pensamiento. Por si fuera poco, se perfeccionan las sondas espaciales para que puedan explorar los rincones del universo. Se intenta llegar a la medicina personalizada a través del diagnóstico precoz basado en el estudio de los genes. Sin embargo, a los científicos les resulta algo complicado crear un dispositivo electrónico o alguna prueba psicológica que permita medir con exactitud el cariño. Determinar hasta dónde ese sentimiento que experimentan los seres humanos es verdadero, duradero y verificable.

Fórmula para medir el amor.

Un periódico digital publicó una interesante noticia: «Descubierta la fórmula matemática del amor eterno». Después de dar algunas explicaciones, se presentaba la siguiente fórmula:
L = 8 + .5Y – .2P + .9Hm + .3Mf + J – .3G – .5(Sm – Sf)2 + I + 1.5C

No sabemos hasta qué punto una fórmula de esta naturaleza puede contener la realidad.

El amor es difícil de medir y de definir, pero es necesario.

El amor no solamente es difícil de medir, sino hasta de definir, porque las emociones y los sentimientos son percepciones de estados internos y no son fáciles de describir. El cariño se vive, se siente, pero definirlo es muy complicado, porque es algo diferente en cada ser humano. No obstante, eso no significa que la gente no lo necesite. El cuidado y el cariño son necesidades básicas. Cuando los elementos esenciales (agua, alimento, calor, oxígeno) están por debajo de ciertos límites, se pueden producir enfermedades y hasta la muerte física; asimismo, cuando el cuidado y el cariño son insuficientes, el ser humano puede ver comprometida su salud emocional.

La iglesia, el lugar ideal para proporcionar cuidado y cariño.

Las iglesias iCOR están pensadas como espacios para ofrecer a todos sus asistentes una cantidad aceptable de cuidados y cariño para vivir en comunidad. La iglesia no solo debe ser un lugar para orar y estudiar la Palabra de Dios, algo que es fundamental, sino que debería satisfacer las necesidades emocionales básicas de quienes ahí se congregan.

Debería potenciar su faceta como lugar de encuentro de la familia espiritual. Y es fundamental dentro de esa familia que los cuidados y el cariño se refuercen. Dios, que conoce bien las necesidades del ser humano, aconseja por medio del apóstol Juan: «Queridos hermanos, amémonos los unos a los otros, porque el amor viene de Dios, y todo el que ama ha nacido de él y lo conoce. El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor. […] Queridos hermanos, ya que Dios nos ha amado así, también nosotros debemos amarnos los unos a los otros. Nadie ha visto jamás a Dios, pero si nos amamos los unos a los otros, Dios permanece entre nosotros, y entre nosotros su amor se ha manifestado plenamente» (1 Juan 4: 7, 8, 11, 12). Una evidencia de que Dios vive en nosotros se da cuando nos cuidamos y nos demostramos cariño mutuamente.

Cómo potenciar la manifestación de cuidado y cariño en la iglesia.

  1. Reconocer el valor y la importancia de los demás. Cuando entendemos que los niños de la iglesia, los jóvenes, los ancianos y todas las personas que asisten a ella son preciosos para Dios, nuestra actitud debe cambiar. «Aquel que dio su vida para redimir al hombre ve en cada ser humano un tesoro de valor inestimable»(1). Debemos animarles a verse a sí mismos como personas valiosas. Que cada persona en la iglesia sienta que es importante para el resto de los hermanos y que es necesaria para el buen funcionamiento de la congregación.
  2. Empatizar y orar por otros. El Diccionario de la lengua española define empatía como la «capacidad de identificarse con alguien y compartir sus sentimientos». Para ponernos en la piel del joven que viene a la iglesia, del anciano que ya padece los achaques de la edad o de la mujer que ha quedado sola por alguna circunstancia, lo primero que tenemos que hacer es observar, escuchar y hablar para conocer sus situaciones personales. Debemos aprender a respetar las emociones de los otros; aunque les animemos, nunca debemos tratar de restarle importancia a lo que les pasa, ni darles lecciones de cómo se deben hacer las cosas, o ponernos como ejemplo de lo que nosotros haríamos. No debemos juzgar o criticar sus actuaciones porque limitamos la posibilidad de que nos abran sus corazones. La empatía es una habilidad social muy importante, por lo que hay que procurar desarrollarla (Mateo 7: 12). La mejor forma de empatizar con otra persona es rogar a Dios que nos ayude a comprenderla y amarla.
  3. Fortalecer la autoestima. La iglesia ha de ser un espacio de crecimiento espiritual y emocional. Cuando evitamos términos negativos o críticas destructivas hacia nuestros semejantes, les estamos ofreciendo la oportunidad de crecer y de autoafirmarse. En cambio, cuando potenciamos las mejores cualidades de nuestros hermanos en la fe les estamos ayudando a edificar una autoestima saludable.
  4. Perdonar y apoyar. Como cualquier otra comunidad, la iglesia no es perfecta. Hay miembros que ocasionan daño de vez en cuando y otros tropiezan y caen, pero eso no nos ha de mover a rechazarlos. Se debe perdonar y aprender a pedir perdón. Hay que aprender a borrar los rencores y resentimientos, así como a restaurar las heridas. Los hermanos deben sentir que, aunque se han equivocado, les seguimos amando y deseamos lo mejor para ellos. El perdón trae grandes beneficios a la iglesia porque produce la transformación de las personas, les hace crecer, restablece la paz y la armonía y permite que fluyan las bendiciones de Dios. Una vez establecido el perdón, es importante continuar sosteniendo a las personas que han errado. Dicha actitud revelará la autenticidad de nuestro perdón.
  5. Transmitir afecto. La sensación que nos invade cuando alguien tiene un gesto afectivo hacia nosotros no es simplemente una reacción sentimental. El amor (aunque no logremos definirlo bien) se trasmite de forma física a través de un canal de neuronas y nervios que hay en nuestro cuerpo. Esas fibras nerviosas muy finas envían señales al cerebro haciendo que la persona se sienta bien. Se ha estudiado que los padres que no saben trasmitir afecto a sus hijos pueden causarles problemas en el desarrollo de su personalidad. Como miembros de la gran familia espiritual, trasmitamos afecto a través de las palabras, los actos y los cuidados que nos damos unos a otros. El apóstol Pedro nos anima con estas palabras: «Sobre todo, amaos los unos a los otros profundamente, porque el amor cubre multitud de pecados» (1 Pedro 4: 8).

Sugerencias prácticas para expresar nuestros cuidados y cariño.

1. Las palabras. Exprésate amablemente, agradece lo que otros hacen por ti, valora el trabajo que cada persona realiza en la iglesia, desde el diácono que saluda en la puerta hasta la hermana que anuncia el himno o el joven que, a pesar de las atracciones que la sociedad le ofrece, elige venir a la iglesia. En las palabras hay poder para bien y para mal, ¡úsalas para la edificación! Una palabra de estímulo, de reconocimiento y de ánimo tiene un poder inestimable.

2. El contacto físico. Un apretón de manos, un abrazo apropiado o una palmada en el hombro trasmiten fraternidad y cariño.

3. El empleo de tu tiempo. Visita a los hermanos, sobre todo a los que están pasando por situaciones complicadas; pasa tiempo con ellos, deja que se expresen y escucha sus inquietudes, temores, anhelos y deseos. Esto ayudará a potenciar los lazos fraternos. Disfruta de la compañía de los hermanos y permite que ellos también lo hagan con la tuya.

4. El interés por todos. Es cierto que a veces podemos entendernos y relacionarnos mejor con algunas personas, sin embargo, no trates a unos de manera que otros se sientan relegados o discriminados. Interésate por todos por igual.

Solo podremos transmitir cuidados y cariño en la medida en que cada uno nos relacionemos con la fuente del amor: «Así, cuando amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos, sabemos que amamos a los hijos de Dios» (1 Juan 5: 2). Dios te bendiga en este día para que te sientas cuidado y amado por él y puedas ayudar a otros para que también lo experimenten.

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(1) Elena White, El ministerio de curación, pág. 120.

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Para compartir

  1. ¿Cómo definimos y percibimos el amor?
  2. ¿En qué aspectos nos sentimos queridos y apreciados en el seno de la iglesia?
  3. ¿Cómo podemos expresar cariño y cuidado a los hermanos de iglesia?
Revista Adventista de España