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Una tarea imponente, pero no imposible

Al considerar la última tarea que Jesús dejó a sus seguidores (Mat. 28:18­20), tenemos que reflexionar en las estrategias, o las técnicas, que debemos adoptar con el objetivo de llevar a cabo una misión tan imponente. Nos enfrentamos a los retos de alcanzar naciones no evangelizadas y diferentes grupos étnicos, ade­más de la creciente secularización de las naciones occidentales. En los últimos años, el surgimiento de la espiritualidad neopagana plantea nuevos retos y oportunidades para nuestros esfuerzos evangelizadores.

¿Cómo podemos, entonces, alcanzar al mundo para Jesús? Yo sostengo que, por encima de los métodos o las técnicas, un paso más importante en este proceso es obtener una comprensión clara de la misión que Jesús nos legó. Las Escrituras muestran que Jesús tenía una visión lúcida de su misión. En el contexto de su encuentro con Zaqueo, Jesús ilustró, y luego declaró, un aspecto crucial de su misión. Y dado que la misión de Jesús es nuestra misión, debemos reflexionar sobre la historia del encuentro de Jesús con el recaudador de impuestos.

La declaración de misión de Jesús

La historia de Zaqueo ilustra y establece la misión de Jesús. Este publicano tenía un deseo intenso de ver a Jesús. Él debió de haber pensado que solo Jesús podía darle lo que el dinero no podía comprar; así que planificó una manera de encontrarse con él. Sin embargo, quería pasar desapercibido, no ser visto. Mezclarse con la multitud y tratar de vislumbrar el rostro de Jesús desde la distancia no funcionaría, ya que Zaqueo era pequeño de estatura. Así que, buscó una manera creativa. Averiguó por cuál camino llegaría Jesús, se adelantó corriendo y se subió a un sicómoro. Zaqueo no conocía la declaración de misión de Jesús, por lo que pensó que había encontrado una manera excelente de ver a Jesús pasando desapercibido.

Zaqueo supuso que era el único que quería encontrar y ver a Jesús. Pero ahora, al ver que Jesús lo observaba, y al escucharlo mencionar su nombre, Zaqueo se dió cuenta de la situación y pensó: Parece que no soy yo el que está buscando y que quiere ver a Jesús, sino que es Jesús el que está buscándome y que quiere verme. “Cuando Jesús llegó a aquel lugar, mirando hacia arriba lo vio, y le dijo: ‘Zaqueo, date prisa, desciende, porque hoy es necesario que me hospede en tu casa’ ” (Luc. 19:5).

¿Qué has dicho, Jesús? ¿Me tienes que visitar? ¿Por qué dices que “es necesario”? ¿Por qué yo? ¿Tienes pensado castigarme por mis defectos y maldades? ¿Cuál es tu intención? ¿Cuál es el propósito principal de tu deseo de venir a visitarme?

Cuando la gente vio que Jesús visitaba la casa del recaudador de impuestos, comenzó a murmurar, diciendo que “había entrado a hospedarse en casa de un hombre pecador“ (vers. 7). Es importante destacar que Jesús terminó la visita explicando por qué era “necesario” hacerla. Y lo hace revelando su declaración de misión: “Porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” (vers. 10).

Es como si Jesús hubiese dicho: “Por favor, cuando trates de interpretar mis acciones, hazlo a la luz de mi misión, mi propósito de vida y mi ministerio: he venido para buscar y salvar, no para buscar y castigar”.

Nuestra misión

Jesús invita hoy a sus seguidores a iden­tificarse con su declaración de misión. Él está buscando socios, individuos que estén dispuestos a hacer su propia declaración de misión. Es el deseo supremo de nuestro Redentor tener, en nosotros, personas que hagan de la declaración de misión de Cristo una realidad viva. ¿Cómo se verían nuestras iglesias si cada miembro tuviera la misma declaración de misión? ¿Qué ambiente, o atmósfera, prevalecería en nuestras iglesias? ¿Cómo se sentirían nuestros jóvenes en nuestras congregaciones?

Lamentablemente, muchos jóvenes tienen la impresión de que, a menudo, los adultos en nuestras iglesias toman solo una parte de la declaración de la misión en serio, específicamente, la parte de buscar y traer, pero no la parte que habla de salvación, de amor y cuidado, como lo hizo Jesús. Cuando miramos las estadísticas de conservación de muchas de nuestras congregaciones, se hace obvio que tenemos que cambiar. Necesitamos de una reforma que nos lleve a la completa declaración de misión de Jesús.

A lo largo de su ministerio, Jesús hizo hincapié en la importancia de amar, perdonar y cuidar. Por eso no se avergonzó de mezclarse con quienes eran considerados pecadores y marginados por la sociedad; por eso dejó a la multitud que lo seguía para ir a visitar a Zaqueo, el recaudador de impuestos. También es interesante observar que el Evangelio de Lucas no registra ninguna clase de reproche mientras Jesús estaba en la casa del pecador Zaqueo. Jesús, simplemente, compartió su amor y aceptación.

Mirando a Jesús, Zaqueo entendió: “¡La intención de Jesús para mí no es otra que ayudarme y salvarme!” Este amor de Cristo no solo convirtió a Zaqueo, sino también lo llevó a reformar su vida en una vida santa.

Elena de White escribió: “Cristo vino a poner la salvación al alcance de todos. Sobre la cruz del Calvario, pagó el precio infinito de la redención de un mundo perdido. Su abnegación y sacrificio propio, su labor altruista, su humillación, sobre todo, la ofrenda de su vida, atestiguan la profundidad de su amor por el hombre caído. Vino a esta tierra a buscar y salvar a los perdidos. Su misión estaba destinada a los pecadores de todo grado, de toda lengua y nación. Pagó el precio para rescatarlos a todos y conseguir que se le uniesen y simpatizasen con él. Los que más yerran, los más pecaminosos, no fueron pasados por alto; sus labores estaban especialmente dedicadas a aquellos que más necesitaban de la salvación que él había venido a ofrecer. Cuanto mayores eran sus necesidades de reforma más profundo era el interés de él, mayor su simpatía y más fervientes sus labores. Su gran corazón lleno de amor se conmovió hasta lo más profundo en favor de aquellos cuya condición era más desesperada, de aquellos que más necesitaban su gracia transformadora” (Testimonios para la iglesia, t. 5, p. 568).

La vida de Cristo muestra claramente que a través del amor y la atención se logra transformar vidas con más éxito que a través de sermones, confrontación o crítica. Como reitera Elena de White: “Debemos esperar encontrar y tolerar grandes imperfecciones en aquellos que son jóvenes inexpertos. Cristo nos ha invitado a tratar de restaurar a los tales con espíritu de mansedumbre, y nos tiene por responsables si seguimos una conducta que los impulse al desaliento, la desesperación y la ruina. A menos que cultivemos diariamente la preciosa planta del amor, estamos en peligro de volvernos estrechos y fanáticos, faltos de simpatía y criticones, estimándonos justos cuando distamos mucho de ser aprobados por Dios” (ibíd., p. 570).

Las iglesias cálidas y que se preocupan por sus miembros son lugares donde la gente se siente aceptada independientemente de las circunstancias. Este tipo de iglesias son lugares a los que la gente quiere ir, y llevar a sus amigos y vecinos. Y si, además de esto, cada miembro se convierte en una persona que irradia el amor de Cristo, él o ella será un centro de influencia viviente para Cristo y su Reino.

Jesús no solo dio su vida por los pecadores: ministró a quienes encontraba, satisfa­ ciendo sus necesidades físicas, mentales, emocionales y espirituales. Dedicó mucho tiempo para atender a la gente y sanarla. Sí, su objetivo final era salvarlos, darles vida eterna. Pero él sabía que la salvación solo se acepta cuando es ofrecida por alguien que ama, que cuida y que satisface nuestras necesidades.

Nuestro compromiso

No olvidemos nunca la declaración de misión de Jesús. Esta debe convertirse tam­bién en nuestra declaración de misión. Si queremos alcanzar este mundo para Cristo, tenemos que seguir su ejemplo.

Necesitamos más amor mutuo, más amor por los que yerran, más amor por los jóvenes, más amor por nuestro prójimo, más amor por los que aún no conocen a Cristo; más amor por Dios mismo, más amor por su Palabra; más amor y aceptación por su declaración de misión.

Las personas que experimentan el amor de Cristo no pueden evitar amar a los demás y testificarles. ¡Oremos para que la misión de Cristo llegue a ser también la nuestra! Con la misión de Cristo, también tenemos su promesa de estar con nosotros hasta el fin; y de bendecir nuestros esfuerzos para su gloriosa cosecha. “Porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Luc. 19: 10).

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Preguntas para reflexionar y participar

1. Si pudiera reducir la declaración de la misión de Cristo a una sola palabra, ¿cuál sería?

2. Jesús no abrigaba prejuicios. ¿Puede decirse lo mismo de sus seguidores hoy en día? ¿Por qué sí o por qué no?

3. ¿Conoce usted a alguien que haya respondido al amor de Dios y experimen­ tado salvación como resultado de una demostración de amor? Describa la experiencia brevemente.

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