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Si no se han dado cuenta, la reina y yo tenemos mucho en común. Ambas somos mujeres. Ambas tenemos endoesqueletos. A las dos nos siente bien el color rosa. Las dos estuvimos en Melbourne a finales de octubre de 2011. Incluso más, las dos estuvimos en Fed Square a la misma hora el mismo día mientras estábamos en Melbourne. Las dos viajamos en un tranvía aquel día.

Hasta aquí llegan las similitudes. Después de todo, ella es la reina de Inglaterra. Yo no. Tuve que pagar el billete de tranvía, mientras que ella tuvo el tranvía real enterito para ella sola, y su esposo y algunos más, pero dudo que acabara con la nariz en la axila de ningún extraño en plena hora punta como sí me ocurrió a mi. Su rostro aparece en las monedas en un buen número de países del mundo, mientras que el mío no. A ella le quedan bien las pamelas, mientras que si yo me pongo una, parece que algo del espacio exterior hubiese aterrizado en mi cabeza y estuviese intentando devorar mi pelo. Por si fuera poco, no soy de la realeza, aunque cueste creerlo.

No piensen que realmente me gustaría serlo, al menos aquí en la tierra. Parece ser una situación tensa.

Sólo hay que mirar la horrible forma en la que algunos monarcas salieron de escena en la historia.

Julio César no prestó atención a las idus de marzo y fue apuñalado 23 veces. Una teoría popular sobre el asesinato de Eduardo II implica un “póquer rojo vivo” (una Kniphofia). Hubo decapitaciones en la Revolución Francesa y fusilamientos en bodegas en la Revolución Rusa.

También aparece Enrique VIII quien es “famoso” por su relación divorcio-decapitación-muerte-divorcio-decapitación-supervivencia con sus esposas. Así que el riesgo no era solamente por el hecho de ser rey, también por estar casada con uno, o incluso estar demasiado relacionado con la realeza al punto que alguien quisiese desesperadamente llegar a gobernar. Se dice del emperador romano Nerón que le encantaba el cianuro. Pero, obviamente, no para él mismo.

Gracias a Dios, vivimos en una época más civilizada donde, si eres de la realeza, o simplemente tienes que vivir con los paparazzi haciéndote fotos cada vez más, la prensa te criticará por cada vestido y un sinfín de aburridas tareas que tengas que realizar.

Aún así, a pesar de esto, la gente desea pertenecer a la realeza o llevar el estilo de vida que conlleva, incluso a pesar de que muy pocos de nosotros lleguemos a ostentarla. Hay posibilidades de llegar a ser parte de la familia real y no tiene nada que ver con la suerte o con casarse con un príncipe holandés con el que tropezarse en una noche en Circular Quay, Sydney.

Tiene que ver con abrazar el regalo gratuito provisto para nosotros por Jesucristo cuando murió en la cruz por los pecados del mundo. Al escoger esto, llegamos a ser hijos del Dios-Rey celestial.

En la Biblia, en Gálatas 4:4-7 leemos: “Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley, para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos … Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero.” Si creemos en Jesús, le amamos y seguimos, se nos ofrecerá una “corona incorruptible de gloria” (1 Pedro 5:4). Si escogemos estar en comunión con Él, nos convertimos en herederos del Rey de reyes, y, estoy segura, de que no habrá roles en ello, y tampoco tendrá fin.

Revista Adventista de España