Doy gracias al que me fortaleció, a Cristo Jesús, nuestro Señor, porque, teniéndome por fiel, me puso en el ministerio, habiendo yo sido antes blasfemo, perseguidor e injuriador; pero fui recibido a misericordia porque lo hice por ignorancia, en incredulidad. Y la gracia de nuestro Señor fue más abundante con la fe y el amor que es en Cristo Jesús. (1ª Timoteo 1:12-14).
Pablo afirma que todo lo que hizo mal, intensamente mal, lo hizo por ignorancia. Fue la misericordia divina la que le permitió ver su mala conducta y corregir el curso de su vida para convertirse en apóstol, en instrumento de salvación a los gentiles. Hacerlo por ignorancia no excusa el hacerlo mal. Pablo, profundo conocedor de la ley ceremonial, sabe que si una persona peca, o hace alguna de todas aquellas cosas que por mandamiento de Jehová no se han de hacer, aun sin hacerlo a sabiendas, es culpable y llevará su pecado… y el sacerdote le hará expiación por el pecado que cometió por ignorancia, y será perdonado. (Levítico 5:17-19).
Esta misma idea, el propio Pablo la expresa en el libro de Hebreos, cuando hablando del lugar santísimo afirma que en la segunda parte sólo entra el sumo sacerdote una vez al año, llevando la sangre que ofrece por sí mismo y por los pecados de ignorancia del pueblo. (Hebreos 9:7).
Ignorancia o el estado previo a la iluminación por el Espíritu Santo
La Biblia deja claro que hay un antes y un después en la vida del creyente. Pedro habla de la ignorancia de los hombres insensatos (1ª Pedro 2:15). También dice que, como hijos obedientes, no os conforméis a los deseos que antes teníais estando en vuestra ignorancia. (1ª Pedro 1:14).
Al igual que Pablo, todos tenemos un pasado de ignorancia del que vamos saliendo a medida que la luz de la verdad resplandece en nuestros corazones. Paralelo a la santificación, la iluminación del Espíritu en nuestra vida es un proceso diario. Jesús afirmó que Él (el Espíritu Santo) os enseñará todas las cosas. (Juan 14:26). Es a través de los dones del Espíritu que lo oculto de su corazón se hace manifiesto. (1ª Corintios 14:25). Es el Espíritu el que todo lo escudriña. (1ª Corintios 2:10) y, por lo tanto, es Él quien nos puede convencer de pecado, de justicia y de juicio. (Juan 16:8).
El peligro de la ignorancia es negarse a reconocerla. Es entristecer al Espíritu impidiéndole hacer por nosotros lo que nadie más puede hacer. Negar al Espíritu o pecar contra el Espíritu es perder la única oportunidad de recibir el perdón por aquello que nos negamos a reconocer.
Así pues, queridos amigos, en esto del Evangelio, queda claro que hay un antes y un después.
Pero también hay un durante. Y de eso quiero hablarte brevemente.
La iluminación progresiva
La Biblia nos presenta a un hombre elocuente y con sólidos conocimientos de las Escrituras. (Hechos 18:24). Natural de Alejandría, Apolos llegó a Éfeso para enseñar diligentemente lo concerniente al Señor. (v. 25).
Me encanta este hombre. Poderoso y elocuente… Pero inexacto. Dice el texto que Priscila y Aquila, colaboradores y compañeros de Pablo, estaban presentes cuando Apolos realizaba su ministerio. Entonces, lo tomaron aparte y le expusieron con más exactitud el camino de Dios (v. 26). Gracias a Dios por los Priscila y Aquila de la vida. Son aquellas personas que, con amor, saben reconocer el don y el llamado de la persona que, a pesar de estar siendo usada por el Señor, necesita crecer en la verdad.
Pablo afirma algo interesante: Sabemos, hermanos amados de Dios, que Él os ha elegido, pues nuestro evangelio no llegó a vosotros en palabras solamente, sino también en poder, en el Espíritu Santo y en plena certidumbre. (1ª Tesalonicenses 1:5). El Evangelio puede llegar a las personas en palabras solamente (mera información); pero también en poder (acción transformadora). En el Espíritu Santo (iluminación y crecimiento) y en plena certidumbre (convicción y fe).
Y lo que se me pide es que reciba ese evangelio. Que lo abrace, lo disfrute y lo interiorice. Que haga su obra en mí a la vez que, mediante la iluminación del Espíritu, crezco en la gracia mientras ofrezco lo que tengo a los que están a mi alrededor.
Hoy no soy lo que seré, pero por la gracia de Dios, tampoco soy lo que fui. Sigo andando con la mirada puesta en Jesús. Le pido dejar aquello que me dominó para centrarme en ser lo que Él me predestinó a ser. Hoy, mientras camino entre el ayer y el final, sigo creciendo. Por tanto, nosotros todos, mirando con el rostro descubierto y reflejando como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en su misma imagen, por la acción del Espíritu del Señor. (2ª Corintios 3:18).
Que así sea.
Autor: Óscar López, presidente de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en España
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