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Estos días se confunde lo ficticio con lo real, la fábula con la historia, lo imaginado con la vida. Es la última temporada, la más esperada, de la serie más relevante. Los comentarios se nutren de las diferentes posibilidades de final y los spoilers son rehuidos con vaderretros casi existenciales. Lo común es comentar acerca de dragones, caminantes blancos, nieve y Nieve, puzzle de personajes y emociones. Y, sin embargo, así lo indican las monas del supermercado, vivimos momentos de Pascua.

Antes de que un león fuera el símbolo de los Lannister lo fue de la tribu de Judá (Gn 49:9). Y antes de que una inmensa retahíla de reyes y reyezuelos poblaran nuestro imaginario, David fue rey. Un rey tan apasionado como imperfecto, un rey con corte y cortesanos, un rey entre poderes y contrapoderes. Conocemos su vida y sus obras, y sabemos que representa una dinastía que derivaría en el verdadero Mesías. No es momento, por tanto, de detenernos en detalles de su persona sino en algunos de los que le rodearon, y se posicionaron física y políticamente en torno a su trono.

Detrás del trono

Betsabé era una nena mona, aburrida y casada con un extranjero mercenario. Había construido su existencia en torno a las formas. Y prefería una rayita de kohl a un rollo de la Torah, una túnica de lino a una olla de cerámica cardial, tomar el sol en la terraza expuesta a voyeurs a hilar lana en la rueca de su habitación. Era una chica curva en el sentido físico y moral de la palabra. Optaba por el coqueteo y la disonancia antes que por la fidelidad y la coherencia. Y, tarde o temprano, de lo curvilíneo pasó a la cosificación y de la cosificación al error.

En palabras de la Biblia (propongo una versión para jóvenes cheliparlantes):

Al año siguiente, en el tiempo en que los empresarios van a las ferias de muestras, David mandó a Joab y a sus comerciales, y a todos los empleados de Israel Co., a hundir a los amonitas, a los que sacaron de la Bolsa tras hacer una OPA hostil en Rabá Street. David, mientras tanto, se apalancó en Jerusalem Valley, y un día por la tarde, después de sobarse, le echaba un ojo a Instagram, cuando vio una chorba tope fashion, que le comenzó a hacer sexting. Al buscarla en Tinder, vio que se llamaba Betsabé Eliánez y que era churri de un tal Urías, el guiri. Entonces, David le entró, y ella le siguió el juego, y se acostó con ella… (2 Sam 11: 1-4)

Betsabé se había posicionado detrás del trono, en bambalinas, en la línea que no conduce a ningún lugar. Su vida, como los rizos que configuraban su cabello, se había convertido en un bucle. La irregularidad le llevó al embarazo, y el embarazo a la mentira, y la mentira al asesinato, y el asesinato a la culpa, y la culpa al desequilibrio, y el desequilibrio a la irregularidad. Son cosas del pecado, nos impiden avanzar y crecer como personas. Se entra pero cuesta mucho de salir.

Si la historia de Betsabé concluyera aquí sería muy triste, el relato de una bella muñeca rota. Pero Betsabé supo afrontar sus puntos suspensivos, su vida a ningún lugar, y retomar su existencia. ¿Cómo? Muy fácil (recuerda que la Biblia insiste mucho en esto): a) arrepintiéndose del error, b) pidiendo perdón y c) cambiando a mejor. Dejó su clandestinidad moral y abrazó la coherencia. Y ahí la tienes, una mujer de verdad. Afirmo rotundamente que el texto más feminista de la antigüedad fue escrito por ella (si Lemuel es Salomón, su madre es Betsabé). Afirmo que Proverbios 31 llega más lejos que Betty Friedman y aporta verdadero empoderamiento a las mujeres. Afirmo que Betsabé terminó siendo una mujer de valor y generadora de sororidad.

Muchos y, tristemente, muchas siguen viendo a la mujer-curva como una propuesta de vida pero no se vive bien “detrás del trono” porque no es un espacio habitable. Si estás en esa posición, por activa o pasiva, toma tus puntos suspensivos y conviértelos en una oportunidad para mejorar.

Por encima del trono

No está, usualmente, en el ranquin de los personajes del trivia bíblico de edición básica. Pocas veces se predica de él pero, en su período histórico, fue de suma relevancia. Hablo de Ahitofel, un consejero de David. Bueno, decir un consejero es quedarse corto porque, en un momento de su vida, era el prescriptor por excelencia. La Biblia dice de él: «En aquellos días, los consejos de Ajitofel valían tanto como el consultar al Señor, y eran buenos tanto para David como para Absalón.» (2 Sam 16:23). Vaya, eso sí que es ser una persona de influencia, sus consejos estaban al nivel Dios. Podemos afirmar de forma respetuosa que estaba “por encima del trono”. Sus palabras eran escuchadas porque surgían de la bondad, y la bondad permite ser benigno, y la benignidad nos lleva a lo correcto, y lo correcto produce equilibrio, y así es más fácil acertar.

Pero, Ahitofel cambió.

Dejó de ser consejero de David para ser consejero de Absalón. Un mal consejero para ambos. Y suscitó una guerra civil y animó a realizar atrocidades. Podemos preguntarnos qué le aconteció a Ahitofel para hacer este giro en su comportamiento. Quizá, si unimos dos textos de la Biblia, podamos intuir la respuesta: «Elifelet hijo de Ajasbay, nieto de Macá; Elián hijo de Ahitofel, el gilonita;… » (2 Sam 23,34) y «Al preguntar quién era ella, le dijeron que se llamaba Betsabé, y que era hija de Elián y esposa de Urías el hitita.» (2 Sam 11:3)

Ahitofel era el abuelo de Betsabé.

Me imagino el dolor de Ahitofel con el tema de su nieta y el rey David, y el rencor, y el odio, y la maldad derivada de esos sentimientos. A muchas personas les pasa, pierden la razón cuando le tocan a la familia. He conocido a excelentes personas, cristianos auténticos que no supieron superar las heridas de lo personal, de lo familiar. Y perdieron la fe por sus cercanos, por su sangre. Ahitofel dejó de ser un prescriptor para ser un mercenario de la influencia. La maldad lo llevó a lo incorrecto, lo incorrecto al desequilibrio, el desequilibrio al desacierto. Nada peor para un consejero que equivocarse. Por tanto, concluyeron sus días con un suicidio. El que había sido punto de apoyo de reyes se convirtió en punto y aparte. Y así finalizó el párrafo de su vida.

Años después, su biznieto Salomón, compilaría un proverbio que nos hace comprender la gravedad de colocarse “por encima del trono divino” y hacer daño:

Seis cosas aborrece el Señor,
y aun siete abomina su alma:
Los ojos altivos,
la lengua mentirosa,
las manos que derraman sangre inocente,
el corazón que maquina pensamientos inicuos,
los pies que se apresuran a correr al mal,
el testigo falso que respira calumnias
y el que provoca discordia entre los hermanos. (Pr 6:16-19)

Ahitofel, en su juego de tronos y poderes, en su rabia y rencor, había incurrido en el delito incontrolable de promover las luchas intestinas que destrozan como pocas. Una estrategia que nunca aporta beneficios.

Hoy, si me permites aconsejarte desde la bondad, sé un punto de apoyo, evita ser un punto y aparte. Llegan los días de las comisiones y los nombramientos, no te pongas por encima del trono, sé consejero fiel y dispuesto a afectos. Evita los dimes y diretes, las etiquetas y estereotipos. Lucha por ser tú mismo aunque te duela muchísimo lo que le hicieron a tu hijo o hija. Vuelve a mirar a la cruz y a un crucificado que perdona a los que le rodean, sepan o no lo que hacen. Expulsa el rencor que enferma y desequilibra. Vive en la bondad y practica la benignidad.

Ante el trono

Natán era un profeta. Eso no quiere decir que fuese un tipo agrio y apocalipticista sino que hablaba de parte de Dios. Una persona normal con un mensaje especial. Ni más ni menos que uno como nosotros. Pero se vio metido en un lío considerable, tenía que enderezar el entuerto que había montado David. Vamos, que le había tocado poner el cascabel al felino con más poder del lugar y conocía la ferocidad de ese poder. Mira cómo lo cuenta la Biblia (de nuevo, mi versión para los cheliparlantes):

Un día, el Señor mandó a Natán a hablar con David, y Natán le contó:

«En cierta ciudad vivían dos tipos. Uno de ellos era rico, y el otro era pobre. El rico tenía muchos gadgets y un Ulysse Nardin Chairman Diamond Edition de móvil.  Sin embargo,  el pobre sólo tenía un Nokia 5 que había comprado con dificultad y que cuidaba mucho porque le tenía mucho aprecio. Le puso un skin, un protector de pantalla y mantenía siempre la batería a tope. Era un móvil muy útil porque era el único que poseían en su casa.  Un día, el nota forrao recibió al CEO de su empresa y, como pasaba de regalarle ninguno de sus gadgets, fue y le sirló el Nokia 5 al pringao, y se lo regaló al CEO.»

David se rayó mazo contra aquel enterao, y le dijo a Natán:

«Juro por el Señor que ese ansias tiene que ser baneado, que lo crackeen inmediatamente.  Y por haber actuado así, siendo tan hater, tiene que comprarle, por lo menos, un Iphone Xs Max.»

Entonces, Natán le zascó:

«¡Tú eres ese mangui!» (2 Sam 12: 1-7)

¡Qué difícil es ponerse ante el trono! O ante la pizarra, ante la mesa del jefe, ante el grupo de WhatsApp, ante los amigos. ¡Qué duro es exponerse! No creo que Natán lo pasara bien y hubiese preferido evitar ese trago amargo pero lo hizo. No lo hizo por llamar la atención sobre sí mismo (hay muchos adictos a esta práctica) sino por mostrar la verdadera realidad de su rey. ¿Cómo se llega a esa situación con tanta valentía? Fácil, estando cada día ante el trono de Dios. Cuando tienes que decidir entre ellos y Él, no hay color: la opción siempre es Dios.

No puedo evitar la asociación de este relato con el conocido texto de Ellen G. White:

La mayor necesidad del mundo es la de personas que no se vendan ni se compren; personas que sean sinceras y honradas en lo más íntimo de sus almas; personas que no teman dar al pecado el nombre que le corresponde; personas cuya conciencia sea tan leal al deber como la brújula al polo; personas que se mantengan de parte de la justicia aunque se desplomen los cielos. (Ellen G. White, La Educación, 54)

Natán fue un punto y seguido para la vida de David. Y David se arrepintió y, aún hoy, leemos el Salmo 51 con emoción y coparticipando de sus palabras. Nosotros, como Natán, estamos llamados a vivir “ante el trono de los tronos” y a no permitir ninguna transacción comercial de nuestra alma; a ser auténticos y transparentes; a tener el valor de mantener la verdad aunque sea impopular; a manifestar una fidelidad inquebrantable aunque el mundo se nos venga encima. ¿Por qué? Porque estamos llamados a ser “profetas”; porque, si no lo hacemos nosotros, ¿quién lo hará?; porque no podemos ser de otra manera.

¿El trono en juego?

Cuando observo los juegos de poder de nuestro mundo, y se nos aproximan jornadas de discursos mil, me sonrío. Cuando percibo los juegos de dominio en nuestras iglesias, y se nos aproximan jornadas de comisiones mil, me entristezco. No hemos terminado de comprender, quizá por el despiste de tanta procesión y huevos de pascua, que el trono no está en juego, que todo se decidió hace mucho tiempo en el Calvario. Cristo, con su muerte y resurrección, recuperó la potestad sobre este mundo (Ap 15:11). Por tanto, ¿a qué tanta ansia de mando y control? Quizá debiéramos pensar menos en cómo y dónde colocaré a los demás y más en cómo me coloco ante el Señor. Ya nos lo proponía el autor de la epístola a los Hebreos: «Acerquémonos, pues, con confianza al trono de la gracia para que alcancemos misericordia y hallemos gracia para el oportuno socorro.» Hebreos 4:16.

El trono de Cristo es un trono de gracia. Eso quiere decir que si te has equivocado no tienes que quedarse en suspenso, que tienes la oportunidad de arrepentirte, pedir perdón y mejorar; que Jesús te considera siempre de valor. También quiere decir que, mirando el ejemplo de Cristo, puedes incubar la bondad y ser más benigno, una buena influencia allá por donde vayas. Y, cómo no, ser mensajero, portavoz e, incluso, embajador del rey de Reyes, del Señor de Señores. Ante su trono volvemos a crecer como personas y bien merece la pena (en caso de que la hubiera).

Spoiler y esperanza

Estos días se confunde lo ficticio con lo real, la fábula con la historia, lo imaginado con la vida. Es la última temporada, la más esperada, de la serie más relevante: el Conflicto de los Siglos. Los comentarios, salvo en un pequeño grupo que mantiene el fideicomiso de esta verdad, se nutren de calentamientos globales, de amenazas biológicas, de tsunamis naturales y sociales; y los spoilers son rehuidos con espectáculos y escapismo. Lo común no es comentar acerca del Dragón (Ap 20:2), ni del Jinete en el caballo blanco (Ap 19:11), ni de los cristos y el Cristo (Ap 11:15), ni de la solución a toda persona y emoción (Ap 21:4). Y, sin embargo, así lo indican las señales de los tiempos, vivimos momentos de Esperanza.

El verdadero león de la tribu de Judá (Ap 5:5), Jesús, ha vencido al Dragón. Eso quiere decir que todo adquiere sentido, que hay lógica en la espera, que hay certezas asidas a la fe y que Dios nos ama intensamente. Somos pocos con estas convicciones pero deseamos ser multitud porque este mensaje da calor al alma, compañía en la soledad y realidad a la vida. No te lo calles estos días, ni ninguno, y grita al mundo: “The winner is coming”.

Autor: Dr. Víctor Armenteros Cruz. Depto. de Educación/Gestión de la Vida Cristiana de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en España.

Foto: Photo by William Krause on Unsplash

 

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