Skip to main content

Hace unos días atrás leía un texto que decía: No permitas Señor que la tristeza pase a través de esta puerta, no permitas Señor que las dificultades permanezcan en este lugar o que el miedo pase por esta puerta, antes te ruego que permitas que la paz y la alegría llenen mi hogar. (www.facebook.com/proverbiostora )¿Cuántas veces hemos deseado o pedido a Dios que aleje de nosotros tristezas, dificultades, o problemas? Pero por más que pedimos pasar por alto circunstancias difíciles, muchas veces llegan y en algunas ocasiones permanecen en el tiempo. Y no es que duren eternamente, sino que cuando pasamos dificultades el tiempo parece perpetuarse en el dolor.

Vivimos en una época muy complicada. El dolor, la enfermedad y la muerte están presentes en todo momento y lugar. Soy consciente de que nacemos para morir, y que nuestra vida tiene fecha de caducidad. Pero el lugar y el momento no depende de nosotros. No obstante, la Biblia dice: “Porque los que viven saben que han de morir…” (Eclesiastés 9:5). Y aunque sé que todos hemos de morir en algún momento, creo que algunas muertes nos parecen tan injustas y dolorosas que trastocan toda nuestra existencia y producen dolor por fuera y nos rompen por dentro, al punto que preferimos callar y sonreír, porque si hablamos terminaríamos llorando.

Vicente Durán

El viernes de la nieve, como yo llamo al 8 de enero de 2021, fui al hospital por la noche para visitar a Vicente, un miembro de una de las congregaciones que pastoreo aquí en Madrid. Le conocí hace más de tres años. En su casa tenía un grupo pequeño y fue la primera casa que visité nada más llegar a Móstoles. Llevaba 80 días hospitalizado por covid, y aunque había dado negativo unas semanas atrás, el virus había causado daños irreversibles en su cuerpo. Entré en la habitación y vi a su esposa e hijos. Él estaba inconsciente, y conectado a una máquina para poder respirar.

Esa imagen me causó emociones encontradas. Por un lado paz al ver a una persona rodeada de sus seres queridos en el lecho de su muerte, y tristeza de verla conectada a una máquina. Vicente había sido una persona activa y llena de entusiasmo para transmitir la esperanza en el Señor. Me dolió muchísimo esa escena, oré por sanidad y no permanecí mucho tiempo en la habitación, me marché porque afuera no paraba de nevar, y tenía que ir a casa antes de que fuera imposible conducir.

A la mañana siguiente vi una llamada perdida realizada a las 06:00h, me imaginé lo inevitable y, efectivamente, cuando devolví la llamada, su esposa entre llantos y con la voz entrecortada, me informó del fallecimiento de su esposo Vicente. Había orado durante 80 días por su sanidad, pero el Señor prefirió llevarle al descanso. Me invadió el dolor y los recuerdos de tantos momentos que compartimos juntos, como decía antes: hay muertes que duelen y algunas duelen muchísimo.

Me he preguntado estos días si no fuera creyente, ¿cómo podría encontrar consuelo y esperanza en estos momentos? Y digo creyente, por que la Biblia me habla de una promesa que en estos momentos toma vital importancia, la esperanza de la resurrección: Le dijo Jesús: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá”. (Juan 11:25)

Fernando Mañe

El domingo 31 de enero este virus, que ha venido a perturbar todo, se llevaba a otro amigo y compañero de misión. En esta ocasión se marchaba al descanso Fernando, un hermano en la fe y creyente de convicciones firmes, de esos cristianos como dice el lema del club de exploradores “siempre dispuestos”.
Cuando era su pastor, siempre estaba dispuesto a colaborar y a predicar en cualquier momento, un hombre de carácter amable, sensible. Fue la primera persona que visité cuando llegué a Zaragoza y la última de la que me despedí.

Fernando era de esas personas que te alegran la vida, te ofrecen cariño y respeto. Por medio de él, hice amistad con su hijo Mario, que se convirtió en un amigo personal, una amistad que seguirá por la eternidad y sus nietos Isma y Samu, como les llamo, a quienes bauticé hace unos años atrás. Se marchó, pero tengo la esperanza de que un futuro muy cercano se levantará, solo se ha adelantado al descanso y tengo la plena confianza en ese anhelado reencuentro cuando Jesús regrese por su pueblo.

Confianza y esperanza 

Ahora más que nunca soy consciente de que hay cosas que no está en mis manos cambiar, situaciones que me producen dolor, pero siempre podré pedirle al Señor la actitud idónea para afrontar ese sufrimiento. La Biblia tiene su propia perspectiva y visión sobre el sufrimiento. No esconde absolutamente nada, y lo presenta como una tragedia. En la Biblia vemos lágrimas por el sufrimiento, dolor y sobre todo consuelo para los momentos difíciles: Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación. (Mateo 5:4).

En medio del dolor y la tristeza me aferro a la esperanza del reencuentro. Pero no a una esperanza como un sentimiento, o como un deseo de que pueda ocurrir con cierta probabilidad, sino como una espera activa que implica la expectativa de obtener lo que más anhela mi corazón. Creo y confío en la promesa: Si fuimos plantados juntamente con Él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección. (Romanos 6:5).

La palabra esperanza en hebreo hace referencia a un “cordón” o una “cuerda”, y viene de la raíz hebrea kavah, que significa unir, recolectar, es decir: esperar algo unido a una cuerda. Esto nos da la idea de un objeto concreto: una cuerda tejida. Una cuerda no es solamente algo que vemos con nuestros ojos, sino que es algo que podemos agarrar con nuestras manos. En otras palabras, la esperanza es algo real, es algo a lo que podemos agarrarnos, que está a nuestro alcance y nos ofrece la confianza de continuar el camino hacia el reencuentro con la Promesa que es Cristo.

Vicente Durán y Fernando Mañe ya no estarán más con nosotros, hasta que Cristo vuelva. Es algo que no puedo cambiar y, aunque me duele muchísimo, solo le pido al Señor el poder mantener viva y activa mi esperanza en que un día despertarán, junto a familiares y amigos. Un poco de tiempo, y el esperado reencuentro con ellos y con JESÚS, será una realidad.

Autor: Fernando Bacuilima, pastor de las iglesias adventistas de Móstoles, Ventas y Pinto (Madrid).

Revista Adventista de España