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Vosotros sois la sal de la tierra: pero si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada? No sirve más para nada, sino para ser echada fuera y hollada por los hombres” (Mateo 5: 13).

El pasaje que vamos a considerar me hace pensar en mi como creyente. Para ser más exacto, mi pensamiento se enfoca en la siguiente pregunta: ¿Cómo debería ser un hijo de Dios? Sin duda que todos tenemos una idea bastante acertada de aquello que un hijo de Dios debería tener para ser considerado como tal. Sin embargo, ¿cuántos hemos alcanzado ese mínimo que nos hace ser lo que decimos ser? Analicemos este tema porque al hacerlo, siempre se puede descubrir algo que sea de utilidad.

Me gustaría considerar esa parte del ser humano que conocemos como estado de ánimo. Todos sabemos que lo que cada persona lleva dentro, no es ni evidente ni fácil de descubrir. El estado de ánimo, por el contrario, sí. Basta con observar a alguien para saber si está ¿alegre o triste? ¿agradecido o quejoso? ¿feliz o infeliz?… Así que la pregunta del inicio quedaría mucho mejor si dijese: Un hijo de Dios ¿qué ánimo debería tener? ¿Debe ser algo concreto o puede ser una mezcla de todo? Como puedes ver este es un planteamiento que en alguna ocasión debemos hacernos, ya que estamos hablando de algo que nos atañe de forma particular.

Consideremos el pasaje recogido por Mateo: “Vosotros sois la sal de la tierra.” Dos cosas llaman mi atención: 1) Jesús al hablar del creyente hace una afirmación interesante: “Vosotros sois”. Ser algo, consiste en dejar claro lo que eres y lo que no eres. Por oposición tendríamos el término “parecer”. Cuando alguien “parece…” lo que estamos indicando es que los límites no están claros. Cuando uno mezcla los opuestos, lo que hace es desdibujar lo que es, para llegar a parecer. 2) El Señor usa una imagen muy curiosa, la sal. Ésta llama la atención por dos motivos: su sencillez y su especificidad. La sal es sal, no es otra cosa, dejando bien claro: cómo es, qué hace y para qué sirve.

¿Qué mensaje intenta darnos Jesús? La sal nos representaría a nosotros, la comida al mundo. Y lo que pretende decirnos es que de la misma manera que la sal da sabor a la comida, nosotros los creyentes, deberíamos dar sabor al mundo que nos rodea. Una mirada a nuestro alrededor pareciera indicarnos que nuestro mundo tiene de todo y no le falta de nada. Pero esto no es más que una impresión, porque analizándolo bien, descubriremos en él una carencia muy significativa: la falta de sal.

INGREDIENTES QUE TRANSFORMAN

Cuando Dios creó nuestro hábitat, permitidme que lo diga así, “lo llenó de sal”. Esto le permitió decir al final de su obra: “Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera” (Génesis 1: 31) ¡Qué bonita declaración! Con ella Dios estaba diciendo: “¡Chicos, el mundo que pongo en vuestras manos está lleno de chispa, de sabor y de alicientes que os harán inmensamente felices y os permitirán disfrutar en gran manera!” ¿Qué ocurrió con la llegada del pecado? Aparentemente no ocurrió nada, todo parecía seguir igual, no hubo ningún cambio espectacular, sin embargo algo cambió sin que el ojo humano lo notara: nuestro mundo perdió “la sal”. Esta pérdida, poco a poco, se hizo muy evidente. Nuestro mundo sufrió una curiosa transformación: de perfecto pasó a ser un mundo soso, aburrido y sin alicientes, propiciando el tedio, la rutina y el desánimo.

¿Qué puso Dios en este mundo que hacía que todo fuese tan bueno? Me gustaría mencionar dos cosas. Una de ellas fue la alegría, la otra fue el espíritu de agradecimiento. Ambas cosas eran capaces de hacer un mundo perfecto. Permíteme clarificar qué particularidad tienen cada una de las cualidades que acabamos de mencionar:

¿Qué es la alegría? Es el estado que un ser vivo puede alcanzar y que le permitirá ver el mundo de manera positiva.

¿Qué es el agradecimiento? Es la actitud, a través de la cual, uno deja de mirarse así mismo para mirar al otro, descubriendo cuánto bien recibe de los demás. Esta actitud permite cambiar el enfoque de las cosas, pudiendo ir construyendo un mundo, ideal, deseable, mejor…

VOSOTROS SOIS “SAL”

Es verdad que el pecado quitó la chispa de este mundo. Es verdad que el pecado convirtió nuestro mundo en un lugar inseguro e impredecible causante de angustia y sufrimiento. Mas el texto de hoy, “Vosotros sois la sal”, pretende dar un giro a todo esto. Nosotros los creyentes podemos transformar este mundo, haciendo lo que hace la sal: llevemos sabor, alegría, ilusión y ganas de vivir allí donde nos encontremos. No dependas de cómo es el otro o la otra. No pienses si se lo merece o no se lo merece. La sal da sabor a toda la comida sin hacer diferencia. Esta forma de ser y de actuar producirá transformaciones increíbles y conversiones admirables. Piensa un poco y verás que, si cada creyente se convirtiese en sal, este mundo volvería a ser lo que fue. Es verdad que seguiría habiendo pecado, pero la sal iluminaría de tal manera el mundo que se convertiría, cuanto menos, en un mundo casi perfecto.

CONCLUSIÓN

Comenzamos preguntándonos cómo debe ser un hijo de Dios y llegamos a la conclusión de que debemos ser como la sal: llenos de sabor.

Es bueno recordar dos cosas:

1. La misión que el Señor nos encomienda es hermosa pero implica grandes desafíos que no son fáciles de alcanzar. Voy a mencionarte cuatro: la confianza, la paciencia, el tesón y la constancia.

2. El problema que tenemos es que somos muy variables, hoy estoy contento pero mañana estoy triste. Hoy me siento agradecido, pero mañana me siento quejoso. Hoy me siento feliz pero mañana infeliz.

Desear ser sal es una cosa, serlo de verdad es otra. ¿Qué hacer? Sólo hay un camino para conseguirlo. Cada creyente debe aferrarse al Señor en busca de todo aquello que nos haga ser sal de verdad. Jesús lo dijo muy claro: “Sin mí nada podéis hacer”, y en otro lugar volvió a decir: “Lo que es imposible para los hombres es posible para Dios”. Él es el único que puede hacer realidad que tú seas un verdadero hijo de Dios, con todo lo que esto implica.

Por esta razón, cada creyente debería doblar sus rodillas y con espíritu humilde decir: “Señor, yo quiero ser sal. Señor, yo quiero ser un hijo tuyo. Señor, llena pues mi vida de alegría y dame el espíritu de agradecimiento para poder transformar este mundo malo en bueno”. A Dios le encanta oír este tipo de peticiones. Sin duda que Él te oirá y hará realidad tu petición.

Termino con ese pensamiento que dice: “La labor de cada hijo de Dios es quitar corazones de piedra y en su lugar poner corazones de verdad”.

Que Dios te bendiga.

Revista Adventista de España