Skip to main content

Cuando mi marido Alfredo me comentó que había pensado ofrecerse para ir a Guinea Ecuatorial, me sentí un poco aturdida. No sabía si hablaba en serio, al principio no lo creí. Pero fue pasando el tiempo y Dios iba dirigiendo las cosas, porque al fin llegó nuestro llamado para ir a Guinea Ecuatorial como Misioneros. Dios me renovó poco a poco las ganas de ir a misiones que tuve durante muchos años y utilizó a Alfredo para concederme mis anhelos. Así que ya estábamos los dos enfrascados en esta bonita historia.

Los permisos para ir a misiones son arduos, pero un día se confirmó que la División de África Central nos aceptaba como misioneros en Guinea Ecuatorial. Nuestra división en Europa lo aceptó, lo aceptaron en la Asociación General y a partir de ahí, empezamos a rellenar una serie de documentos en inglés, cada cual más complicado. Con ayuda, rellenamos toda la documentación y poco a poco, se fueron desarrollando las cosas. Tuvimos que esperar a que nuestro visado de entrada se arreglara. En cuanto nos llegó la autorización del visado, escribimos a la División y enseguida se pusieron en contacto con nosotros. Nos dieron un mes para preparar nuestro viaje; pero era el mes de diciembre con Navidades de por medio. Así que el mes se nos hizo corto: despedida de la familia, buscar casa para nuestra hija que se quedaba en Madrid, traslado de casa… Todo fue muy rápido.

Llevábamos más de un año esperando y ahora todo se tenía que hacer en un mes. El agobio y los nervios se instalaron en nuestra casa y en nuestras personas. Además nos dijeron que teníamos que viajar a Brasil (Manaus), en pleno Amazonas para ir al Instituto de Misión que ofrecía un curso de tres semanas para los misioneros. La fecha programada para estar en Manaus era el 8 de enero, así que el mes se redujo a la mínima expresión de tiempo.

Sin embargo, la experiencia en Manaus fue estupenda. ¡Qué bien sienta que valoren tu vocación y tu trabajo para el Señor!, y en el Instituto de Misión te hacen sentir útil y apreciado/a para la obra de nuestro Dios. Llevamos trabajando para el Señor 33 años pero fue en el Instituto donde nos sentimos realmente valorados y solo por querer ir a las misiones. ¡Todo un regalo de Dios!

Parece mentira pero Dios dirige cada uno de nuestros pasos. Ahora reconocemos cada milagro que vivimos; pues Dios nos ofrecía soluciones determinadas en cada cosa que emprendíamos. Día a día los problemas y situaciones se iban solucionando: conseguimos casa para mi hija al precio que podíamos pagar, conseguimos despedirnos de la familia y tuvimos el regalo de nuestros amigos que nos dejaron tener las cosas en su casa hasta que aprobaran la mudanza. Todo es un regalo de Dios que pone a las personas ahí para ser sus intermediarios.

Ahora ya llevo 6 meses en Guinea y parece que llevo años. Me siento en casa y acompañada. Es verdad que el cambio es grande y que cuesta encajar en una nueva cultura. Pero la iglesia es una gran familia que une lazos de amistad y de hermandad. Los hermanos de aquí nos ayudan mucho para que nos sintamos en casa y seguros. ¡Gracias Dios por estar ahí y por protegernos!

Revista Adventista de España