Skip to main content

Para responder a esta pregunta debemos considerar, al menos, a diez argumentos: 

1. Detalles e informaciones históricas y geográficas.

En primer lugar, los evangelios contienen numerosas informaciones históricas y geográficas que prueban su autenticidad. El Sanedrín, el templo, el sacerdocio, los saduceos y toda la estructura de la sociedad descrita por los evangelios desaparece con la destrucción de Jerusalén por los romanos en el año 70. Nadie que no hubiese vivido ese mundo en ese momento podría inventárselo. Si hubiesen estado escritos, como los apócrifos, por gente que no había vivido en Palestina en la época de Jesús, estarían llenos de errores. Sin embargo los evangelios describen cómo era la ciudad, dónde estaban los diversos lugares, arrasados y desaparecidos, descubiertos solamente mucho tiempo después por arqueólogos e historiadores. David Flusser, un judío especialista en el siglo I, explica con detalle por qué nadie podía inventarse una sociedad tan precisa si no la había conocido personalmente: los detalles sobre el lugar de las ofrendas, el impuesto del templo, etcétera, son detalles indirectos de enorme veracidad, que no tienen que ver con la esencia del texto. Entonces, ¿por qué habían de inventarlos?

2. Objetividad en la descripción de personas y situaciones.

En segundo lugar, la objetividad de los evangelios nos sorprende en numerosos detalles que no contribuían para nada a construir la imagen de Jesús que luego la iglesia querría exaltar deshumanizándolo en favor de su divinidad: hablan de un Jesús que se cansa, que tiene hambre, que llora, que grita su abandono en la cruz….

Todavía peor parados resultan sus apóstoles, siendo que con el tiempo la iglesia iba a exaltarlos hasta los altares, como a Pedro, por ejemplo, que es el que sale peor parado por pasarse de listo. Los evangelios revelan que Pedro se equivoca, Jesús lo reprende, blasfema, traiciona a su maestro, etc. Los evangelios no se callan que los discípulos son muy lentos para comprender al maestro, que les cuesta creer, que tienen miedo ante el prendimiento de su maestro, que se esconden y que no lo defienden… ¡Todo eso es demasiado real! Los evangelios presentan todas las características de los textos históricos más fiables.

Cuando comparamos los cuatro evangelios canónicos con los evangelios apócrifos que quieren hacer hasta del niño Jesús un “Superman”, nos damos cuenta de que los evangelios de nuestras Biblia rezuman verdad, aun a costa de plantear problemas teológicos a la iglesia que saldría de la predicación de Jesús con el tiempo. Por ejemplo, el ideal del maestro sabio de la antigüedad era Sócrates, que murió tomando cicuta mientras se despide de sus discípulos, sereno y “sin dolor”. Este ideal choca con la realidad de un Cristo que sufre, sangra, clama a Dios su abandono…

3. ¿Por qué morir por una mentira?

Además, defender la veracidad de los evangelios comportó desde el principio un riesgo muy alto: los primeros cristianos fueron perseguidos por su fe. ¿Qué ventaja obtendrían por mentir? ¿el odio de judíos, la persecución de los romanos, la mofa de los griegos? Si hubieran sabido que lo que contaban sobre Jesús era mentira, ¿por qué iban a morir por ello? Nadie inventa un testimonio con el que se juega la vida porque sí… y además que concuerda perfectamente con otros. Contra la historicidad de los evangelios no tenemos documentos prácticamente hasta el siglo XIX. ¡Ni el Talmud dice que lo que contaba sobre Jesús fuese mentira!

4. Conversiones rápidas y numerosas que no se comprenden si lo que cuentan los evangelios no fuera cierto.

Además, ¿qué hacemos con los miles de conversos de la primera generación, que habían sido testigos de lo que cuentan los evangelios? Nadie se convierte, y menos aun tratándose de judíos tan fieles a sus creencias, muchos de ellos fariseos, con un mensaje que se basa en datos que saben que son falsos. Las conversiones tan rápidas y numerosas, tan impresionantes como las que ocurren en Jerusalén cuarenta días después de la muerte y resurrección de Jesús no se comprenden si lo que cuentan los evangelios no fuera cierto. El movimiento cristiano se arraigó en Jerusalén. Si hubiese surgido en otro lugar lejano, sería sospechoso, pero se arraigó en el mismo lugar donde el relato mencionaba curaciones, milagros y resurrecciones, citando a los protagonistas de la mayoría de sus relatos con fechas, lugares, y nombre y apellidos. Si hubiese sido falso, allí mismo hubiese muerto el movimiento. Sin embargo, las conversiones se contaban por miles, incluso entre fariseos y sacerdotes y gobernantes, los grandes enemigos del maestro de Nazaret (Juan 12:42; Hechos 2:41; 15:5).

5. Tanto las convergencias como las divergencias dan prueba de fiabilidad, anulando la hipótesis de la conspiración.

Cuando comparamos los evangelios canónicos entre sí nos llama la atención cómo convergen en lo esencial. El que sean cuatro y que se hayan escrito probablemente casi a la vez, independientemente unos de otros, y que tengan divergencias, anulan la manida hipótesis de la conspiración, esto es, ponerse de acuerdo para construir un relato prefabricado. Lo sospechoso sería que los cuatro testimonios fueran idénticos, pero no lo son. Así, tanto las convergencias como las divergencias dan prueba de fiabilidad.

6. Intención de testimonio, no de literatura.

El estilo de los evangelios no delata esfuerzos por hacer literatura, se nota una intención de testimonio por encima de cualquier otra cosa, dejando que los hechos hablen por sí mismos. Los hechos son contados sin explicar por qué dicen lo que dicen. Una cosa son los hechos que ellos cuentan y otra muy distinta las interpretaciones que se les puedan dar. Hemos de tener cuenta, sobre todo, que los evangelios tienen una misión evangelizadora, no histórica tal y como hoy la entendemos nosotros. Pero son documentos que relatan una historia que ha ocurrido.

7. Lo que cuentan era de domino público, cualquier fraude hubiese perjudicado la propagación de la fe.

Cualquier fraude hubiese perjudicado la propagación de la fe pues ellos marcaban con nombres y lugares todo lo que había ocurrido. ¿Cómo puede explicarse históricamente el éxito del mensaje del evangelio si sus datos son fácilmente detectables como mentira? Todo lo que cuentan era de domino público, en una vertebración de hechos que tuvieron lugar públicamente, con numerosos testigos y detractores. Muchos de los detalles geográficos, históricos, culturales, etc., son todavía verificables.

8. Las fuentes judías y romanas más fiables confirman los datos históricos.

Las fuentes judías y romanas más fiables, es decir, los escritos de Flavio Josefo (contemporáneos de los apóstoles), Tácito, Suetonio, Plinio el joven, Luciano de Samosata y la Mishná  (escrita entre los siglos I y II para desmarcarse del cristianismo), confirman los datos históricos que sabemos sobre Jesús, y ni siquiera niegan que hiciese milagros (aunque digan que los hacía por influencia satánica). El problema no está en los datos (muchos presuntamente verificables históricamente) sino en su interpretación.

9. Los evangelios fueron redactados demasiado temprano.

El tiempo en que los evangelios fueron redactados es demasiado temprano como para poder pensar en los Evangelios se fueron forjando poco a poco como como leyenda. Los evangelios fueron escritos pocos años después de los eventos que relatan, lo que los hace mucho más fiables que los evangelios apócrifos, de los que se habla tanto, pero que fueron escritos mucho más tarde. Pablo escribe unos 15-25 años después de la muerte de Jesús; y los evangelios entre 30-y 50 años después. Todos fueron escritos en la primea generación, cuando todavía vivían los principales testigos y detractores de los hechos. Mateo y Juan, autores de dos de los evangelios más influyentes, formaban parte de los doce apóstoles, y fueron testigos presenciales de los acontecimientos que narran. Los otros dos, Marcos y Lucas no son testigos directos, pero están asociados a los dos apóstoles más prominentes de la iglesia primitiva: Lucas trabajó con Pablo y Marcos con Pedro.

10. La historicidad de los evangelios se impone, pero la fe es fruto de una relación.

La historicidad de los evangelios se impone a través de numerosos argumentos, pero aunque pudiésemos demostrar la veracidad histórica de todos, aun así, entre el Jesús de la historia y el Cristo de la fe habría una distancia. Porque el estudio de la historia no trae la fe. La fe en Cristo solo viene de nuestra relación con Dios. Para el que cree, cualquier indicio será un refuerzo para su fe; para el que no quiere creer, cualquier dato veraz se prestará a dudas.

Hoy la consistencia de los manuscritos disponibles y la fiabilidad de los evangelios está demasiado atestiguada para poder poner en tela de juicio la historia que narran. Quienes se esfuerzan por negarla tienen que ser los que aporten prueban que contradigan lo que cuentan los testigos de aquel gran evento.

Autores:
Roberto Badenas es licenciado en Filología Moderna y en Teología. Tiene un máster en Filología Clásica y un doctorado en Teología por la Universidad de Andrews. Ha servido como pastor, profesor de Teología, decano de la Universidad Adventista del Salève, miembro del Biblical Research Committe y director del departamento de Educación y Familia de la División Euroafricana de la Iglesia Adventista del Séptimo Día.
Samuel Gil Soldevilla es licenciado en Teología y en Publicidad y Relaciones Públicas. Tiene un máster en Nuevas Tendencias en Comunicación y un doctorado en Ciencias de la Comunicación por la Universitat Jaume I. Sirve como profesor universitario y director del departamento de Comunicaciones y de HopeMedia de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en España.

Descubre más:
STROBEL, Lee. El caso de Cristo: una investigación exhaustiva, Miami: Vida, 2000.
EDERSHEIM, Alfred, La vida y los tiempos de Jesús el Mesías, Terrassa: CLIE, 1989.
GERHARDSSON, Birger, Prehistoria de los evangelios, Sal Terrae, Santander, 1977.
McDOWEL, Josh y Sean, Más que un carpintero. Miami: Unilit, 2005.
MESSORI, Vittorio, Hipótesis sobre Jesús. Bilbao: Mensajero, 1978.
GARCÍA CORDERO, Maximiliano, Jesucristo como problema. Guadalajara: Editorial OPE, 1970.

Revista Adventista de España