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En los sistemas jerárquicos es muy fácil hacer carrera. Solamente debes invitar a tu “jefe” y mostrarle que estás haciendo lo que espera de ti en el lugar que se te ha asignado una responsabilidad. Si lo que hiciste fue grande y favorece la agenda que él ha establecido, se sentirá emocionado y luego te recompensará. Para tu jefe no será tan importante por qué haces lo que haces, sino que lo importante será que lo hagas y punto. Lo que haces será mucho más importante que lo que piensas porque el principio que más se valora en estos sistemas es la conveniencia ya que el pensamiento individual es sometido compulsivamente al pensamiento jerárquico.

Con el paso del tiempo, estos sistemas se van transformando en empresas muy superficiales, donde todos saben que nadie puede confiar demasiado en la otra persona, ya que a pesar que hay uniformidad en las formas, las motivaciones y los propósitos llegan a ser muy diferentes. Al ser imposible definir a la la unidad por propósito común, entonces se la define por conformidad a reglamentos compulsivos que no dan espacio para la diversidad ni la creatividad personal. Es así que la principal fuerza llega a ser la inercia y cada propuesta de cambio que debiera ser considerada como una oportunidad se la ve como una real amenaza.

En estos sistemas las cúpulas desearán perpetuar las cosas como son, a costa del hartazgo y el cansancio de aquellos que se encuentran manteniendo el sistema desde las trincheras. Los esfuerzos que se piden a las bases serán totalmente desproporcionados a los esfuerzos que realizarán aquellos que los piden. El sacrificio abnegado es reemplazado por actividad protocolar y los que en un tiempo contribuyeron al sistema desde las bases creen que, al ser promocionados, tienen el derecho a vivir de él.

En los sistemas jerárquicos la mayor lealtad es aquella que las personas se rinden a sí mismas aunque esta actitud se disimula con lealtad a la institución. Los discursos que se presentan son simplemente una exposición de lo que se espera que alguien diga pero no necesariamente son una expresión de la convicción personal. Inconscientemente se ha consensuado que pensar individualmente es malo y se reemplaza la conciencia individual por la conciencia institucional.

Dios nos libre de ser promotores de jerarquías porque si ese fuera el caso, habremos perdido contacto con los principios del Reino de los Cielos y estaremos intentando traer al siglo XXI la cosmovisión de la edad media.

Revista Adventista de España