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La PAZ verdadera

El mundo que nos rodea es un reflejo del conflicto entre el bien y el mal. En nuestra sociedad, cualquier persona espera y desea lo mejor para sí misma y para su círculo más cercano: salud, prosperidad económica y afecto emocional. Por lo tanto, lucha cada día para asegurarse el bienestar en todos los ámbitos de su vida.

Nuestros anhelos y objetivos son, por un lado, el resultado de la educación que hemos recibido en el seno de la familia, así como de nuestro bagaje cultural. Por otra parte, son el reflejo de las influencias que recibimos cada día a través de los amigos, la televisión, el Internet y otros factores externos. Asimismo, dependen del lugar en el que nos encontremos y de las oportunidades que se nos presentan a cada momento.

¿Quién no ha oído hablar del sueño americano? Son muchas las personas motivadas por el deseo de cumplirlo. Muchos han arriesgado todo lo que tenían en su intento por hacerlo realidad. Algunos lo han conseguido. El sueño de otros, sin embargo, se ha visto truncado por razones de lo más variadas. No obstante, todos han sido impulsados motivados por el mismo factor: mejorar sus condiciones de vida en esta tierra.

Es admirable ver en los medios de comunicación historias de personas que han conseguido cumplir sus sueños. Son un modelo de inspiración para una generación sin parámetros de esta naturaleza. Una generación con ideas y muchas ganas de cambiar el mundo, que necesita instrucción para aprender a establecer prioridades y a trabajar con base en objetivos. Los ejemplos de éxito les animan en su deseo de alcanzar sus metas.

¿Pero qué pasa cuando has alcanzado al éxito? Una vez que has conseguido eso que tanto deseabas, puede que te hayas preguntado: «¿Y ahora qué?». Has apostado todas tus cartas, esperando, por fin, encontrar la felicidad y, de repente, después de haber logrado tu objetivo con esfuerzo, dedicación y sacrificio, te sientes triste y defraudado. ¿Alguna vez has experimentado ese vacío?

Hoy en día, resulta cada vez más difícil disfrutar todo aquello que tenemos. Paradógicamente, las personas anhelan cada vez más tener paz.

¿Qué es la paz?

El Diccionario de la lengua española define el término «paz» como el «estado de quien no está perturbado por ningún conflicto o inquietud».1

Lo anterior introduce otras dos ideas importantes para lo que nos ocupa. En primer lugar, habla de un «estado». En segundo lugar, habla de la ausencia de perturbación. ¿Es posible alcanzar un estado de paz interior? ¿Es factible experimentar esa sensación de manera permanente? La respuesta a estas preguntas es clave para contestar a otras como: ¿Es posible alcanzar la paz en el mundo?, pues es muy difícil lograr la paz global sin el sosiego interior de cada individuo.

¿Qué la condiciona?

Los acontecimientos de los que las noticias se hacen eco a diario no son precisamente un reflejo de la idea que tenemos de paz, a nivel global. Parece ser un ideal imposible de alcanzar, a pesar de los pactos y tratados que se han firmado a lo largo de la historia.

Resulta, por lo tanto, imprescindible, buscar el concepto de «paz» en la Biblia. El Libro lo ejemplifica a través de numerosos personajes que han conseguido experimentarla y han aprendido a vivir con ella, después de pelear duras batallas interiores.

«“¡No hay paz para los malos!”, ha dicho Jehová» (Isaías 48: 22). En este versículo, Dios relaciona el concepto de paz con la característica más contraproducente para el ser humano: la maldad. ¿Quiénes son esos malos? Hay una tendencia en auge a definir y etiquetar a todos los demás como seres que actúan con más maldad que uno mismo. De esta manera, el que lee el versículo, como si de la interpretación de un sueño se tratara, tiene la explicación a los problemas del vecino, la solución para los conflictos entre los hermanos de la iglesia o el tratamiento idóneo para la enfermedad de su compañero.

Ironías aparte, lo curioso de este tipo de actitudes de responsabilidad gratuita sobre la vida del prójimo es que no se detienen a mirar hacia su propia persona, en el fondo de su corazón, para alcanzar la paz en su interior, sino que siguen considerando como malo al cónyuge, a los hijos, al amigo, al hermano de la iglesia, etcétera. Sin embargo, para poder alcanzar la paz interior, la persona tiene que detenerse por un momento y reconocer que la maldad se halla en el propio ser.

A pesar de que algunas teorías niegan la existencia de Dios, él es real para todos los creyentes. Quizá su existencia no se manifieste como nosotros esperamos o como tratamos de describirlo, pues nuestra caracterización depende de nuestra percepción y experiencia personal. Sin embargo, su realidad y perfección se expresaron de manera tangible en la humanidad de Cristo en la tierra. Es difícil hallar una teoría que justifique la maldad que el ser humano ha mostrado a lo largo de la historia en las guerras y conflictos políticos que, aún hoy, siguen siendo una realidad diaria en muchos países como Siria, Irak y otros.

¿Es posible entender estas manifestaciones terroríficas de un ser humano que dice ser racional, pero responde y justifica sus atrocidades en nombre de los más dignos ideales humanos? Resulta difícil comprenderlas, a no ser que se haga aceptando que el ser humano es malo desde la entrada del pecado, momento en que ha perdido la paz. Y sin paz es complicado vivir.

¿Quién la da?

En nombre de la paz se cometen injusticias, conquistas a cualquier precio, separación y toda clase de males que nos podamos imaginar, porque, como decía Nicolae Iorga, la historia se burla de los que no la conocen, porque se repite. Siglo tras siglo, con ligeros cambios, las sociedades reproducen la historia. Van persiguiendo la paz, sin darse cuenta de que la tienen a un paso. «¿Dónde?», te preguntarás. Más cerca de lo que te imaginas.

El único que tuvo paz plena durante toda su vida en la tierra fue Jesús. Nunca la añoró, pues la vivió desde el inicio de su vida en la tierra hasta que fue resucitado. La dio a los que la pedían y necesitaban. Incluso en los momentos más difíciles de su vida, la tranquilidad y el sosiego interior llenaron su ser. ¿Quién otro podría enseñarnos y ayudarnos a encontrar la paz?

Analizando atentamente la vida de Jesús, hallamos la respuesta a una pregunta: «¿Por qué?». La razón es sencilla: porque no queremos. Porque la pedimos y exigimos a cambio un producto personalizado que se adapte a nuestras necesidades. Queremos una forma de paz, pero no aceptamos la verdadera, la que no se puede pagar con dinero; la que no se puede conseguir a través de pactos; la que es imposible recibir sin reconocimiento y arrepentimiento. Vivimos arrastrando, día tras día, la falta de sosiego en nuestra vida, lo cual se refleja a nivel individual, familiar, social, local, regional, mundial. En Juan 14: 27, Jesús nos ofrece aquella paz sin la cual no podemos vivir una vida plena en él: «La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo».

La paz de Jesús

¿Cómo es la paz que el Salvador nos ofrece? ¿Es inactiva? ¿Es un estado de tranquilidad y una vida de riqueza? Desde la perspectiva interior, sí. No obstante, en cuanto a lo que recibiré del exterior, puede que las cosas se compliquen. Jesús es el mejor ejemplo para ello. Disfrutaba de plena paz y tranquilidad, de una relación envidiable con el Padre. Sin embargo, muchos de los que le rodeaban vivían para hacerle la vida más difícil. Antes estas circunstancias, ¿cómo es posible tener paz cuando las injusticias no hacen más que multiplicarse?

«Habitan en la propia patria como extranjeros. Cumplen con lealtad sus deberes ciudadanos, pero son tratados como forasteros. Cualquier tierra extranjera es para ellos su patria y toda patria es tierra extranjera. Se casan como todos, tienen hijos, pero no abandonan a sus recién nacidos. Tienen en común la mesa, pero no la cama. Están en la carne, pero no viven según la carne. Habitan en la tierra, pero son ciudadanos del cielo. Obedecen a las leyes del Estado, pero, con su vida, van más allá de la ley. Aman a todos y son perseguidos por todos. No son conocidos, pero todos los condenan. Son matados, pero siguen viviendo. Son pobres, pero hacen ricos a muchos. No tienen nada, pero abundan en todo. Son despreciados, pero en el desprecio encuentran gloria ante Dios. Se ultraja su honor, pero se da testimonio de su justicia. Están cubiertos de injurias y ellos bendicen. Son maltratados y ellos tratan a todos con amor. Hacen el bien y son castigados como malhechores. Aunque se les castigue, están serenos, como si, en vez de la muerte, recibieran la vida. Son atacados por los judíos como una raza extranjera. Los persiguen los paganos, pero ninguno de los que los odian sabe decir el por qué».2
Así se describía a los primeros cristianos.

Ellos tenían la paz que Jesús dio a cada ser que quiere tenerla. Es esta paz la que garantiza la alegría en cada momento de nuestras vidas a pesar de las dificultades. No obstante, hoy por hoy son pocas las personas que de verdad quieran la paz que Cristo da. No como el mundo lo da, sino como el cielo lo ofrece.

«Los que no se han humillado de corazón delante de Dios reconociendo su culpa, no han cumplido todavía la primera condición de la aceptación. Si no hemos experimentado ese arrepentimiento, del cual nadie se arrepiente, y no hemos confesado nuestros pecados con verdadera humillación de alma y quebrantamiento de espíritu, aborreciendo nuestra iniquidad, no hemos buscado verdaderamente el perdón de nuestros pecados; y si nunca lo hemos buscado, nunca hemos encontrado la paz de Dios».3

La paz que vence al miedo

Uno de los mayores problemas de la sociedad actual es el miedo. Tememos a perder el control de las situaciones en las que estamos involucrados; tememos por nuestra existencia en muchos contextos y la incertidumbre nos genera miedo. Paulo Coelho decía que nos perdemos muchas cosas por miedo a perder. Y es que muchas veces nos privamos de la paz por miedo a perder poder, influencia, dinero, estatus y otras comodidades más.

Nos encontramos hoy en una encrucijada de caminos. ¿Qué escoger? ¿La paz que Dios propone o la paz que el mundo nos da? La sociedad nos propone un tipo de paz e incluso nos ofrece garantías de por vida, eliminando cualquier otra necesidad, fuera de los márgenes que marcan las condiciones de su «contrato». Con esta oferta eliminan incluso a Dios. Sin embargo, el Padre nos da mejores garantías, con vistas a la vida eterna: «Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo» (Juan 16: 33).

La necesidad de paz individual y colectiva es una realidad en el mundo actual. La buena noticia es que todos podemos hacer algo para disfrutar de la paz: «La confesión no es aceptable para Dios si no va acompañada por un arrepentimiento sincero y una reforma. Debe haber cambios decididos en la vida; todo lo que ofenda a Dios debe dejarse. Tal será el resultado de una verdadera tristeza por el pecado».4

Es posible alcanzar algo muy superior al «estado de quien no está perturbado por ningún conflicto o inquietud».5 Podemos experimentar la paz verdadera a través de Cristo. Solo necesitamos poner el miedo y la desconfianza en manos del Dios real en el que creemos, el único en el que podemos confiar. Esa es la clave para vivir en paz.

«¡Paz a vosotros!» (Lucas 20: 19).

 

1 Diccionario de la lengua española, consultado: 17 de noviembre de 2016.                                                   2 Autor Desconocido, Siglo II-III, Carta a Diogneto.
3 Elena White, El camino a Cristo, pág. 38.
4 Ibíd, pág. 39.
5 Diccionario de la lengua española, consultado: 17 de noviembre de 2016.

 

Para compartir

  1. Cuando te sientes desbordado por los problemas, ¿cómo puedes encontrar la paz? Piensa en ejemplos prácticos.
  2. ¿Cuál crees que es tu parte de responsabilidad en el ambiente de paz que debería haber en tu hogar?
  3. ¿Eres una persona pacífica? ¿Buscas la armonía con las personas que te rodean?
Revista Adventista de España