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Unidad en el AMOR

¿Qué es lo que hace que un árbol sea productivo? Entre los múltiples factores se encuentran el tipo de semilla, la tierra donde se siembra, el cuidado que se le proporciona durante la etapa de crecimiento, la limpieza de la poda, el tipo de abono que recibe, el agua utilizada para el riego, el sol que lo alimenta, el cuidado ante las plagas y pulgones, etcétera.

¿Has considerado qué tipo de cuidado estás dando a tu familia para que el Señor produzca el fruto deseado? ¿De qué estamos alimentando nuestra vida y nuestros hogares para que el Espíritu Santo pueda alcanzar el corazón por medio de las avenidas del alma, a través de nuestros cinco sentidos? Es imprescindible que seamos conscientes de lo importante que es cuidar lo que vemos, oímos, gustamos y tocamos, ya que todo influye en el resultado final: un fruto saludable o uno pernicioso. ¿Has pensado alguna vez que todo lo que vives en el ámbito espiritual personal afecta también a las relaciones con los demás y, por lo tanto, a la vida del hogar?

El primer fruto del Espíritu

«El fruto del Espíritu es amor…» (Gálatas 5: 22). El amor es, tal vez, una de las palabras más usadas por el ser humano, lo que la ha llevado a perder su verdadero significado para muchos. Sin embargo, el mundo entero se sigue moviendo gracias al poder inmenso y desinteresado que se esconde tras esta palabra de tan solo cuatro letras. Millones de personas dedican cada día de sus vidas al servicio al prójimo. Otros tantos ayudan a enfermos que convalecen en los hospitales y a vagabundos que deambulan por las calles sin ánimo ni esperanza. El amor es lo que impulsa a la gente a arriesgar sus vidas por personas desconocidas que se encuentran en situaciones de peligro, al darse cuenta de que están desesperadas y necesitan ayuda urgente.

No sin razón el amor es el primer fruto del Espíritu mencionado en la Biblia, ya que el Creador es presentado con el título más grandioso que existe: «Dios es amor» (1 Juan 4: 8). Se trata de un elemento fundamental de su naturaleza, por lo que el mayor privilegio para el ser humano es recibirlo y reflejarlo en el propio ser, en el trabajo, en la iglesia, con los amigos, con los vecinos y, por encima de todo, en la familia.

¿Podríamos concebir un hogar en el que no existieran vínculos de amor entre sus miembros? ¿Cuánto crees que podría durar una relación entre esposos sin este componente? Hoy en día no son pocas las parejas que, antes de casarse, firman ante notario un documento en el que establecen de mutuo acuerdo el régimen de separación de bienes, es decir, las condiciones económicas que tendrán los cónyuges en caso de separación o divorcio. Sin embargo, cualquier documento de este tipo resulta innecesario cuando el primer elemento del fruto del Espíritu se halla presente en el hogar, ya que, guiados de la mano de Dios, los miembros de la familia lo manifestarán a través de miradas de ternura, palabras de afecto, manos entrelazadas que aseguran el compromiso en lo bueno y en lo mano, transmitiendo confianza; lo harán con abrazos y muestras de cariño, con palabras de consuelo ante el sufrimiento, con actitudes de comprensión ante los errores, así como aliento y estímulo ante las adversidades, pues siempre hay que levantarse e intentarlo de nuevo.

Elena White escribió: «El amor no puede durar mucho si no se le da expresión. No permitáis que el corazón de quienes os acompañen se agoste por falta de bondad y simpatía de vuestra parte. […] Son las cosas pequeñas las que revelan lo más recóndito del corazón. Son las pequeñas atenciones, […] las sencillas cortesías, las que constituyen la suma de la felicidad en la vida».1 Por ello, no es fruto de la casualidad, sino el resultado de un acto voluntario y controlado, guiado por el Espíritu, el que permite que haya hogares en los que se respire un ambiente de amor y respeto entre sus miembros.

El misterioso e inseparable poder del amor

¿Qué tiene el amor que es capaz de romper las barreras de odio que los seres humanos levantan en el tiempo? ¿Cómo se genera esa fuerza extraordinaria ante una situación límite que algún miembro de nuestra familia tiene que afrontar? ¿Qué impulsa a unos padres al sacrificio por sus hijos, cuando estos necesitan atención constante? ¿Qué misterioso mecanismo se pone en marcha para ser capaces de amar sin límites y por igual a todos nuestros hijos? ¿Quién puede entenderlo? ¿Te has parado a pensar en lo asombroso que es el amor?

Podemos llegar a ser capaces de entenderlo de manera parcial, al asomarnos a un mundo en el que Dios ha dado el primer paso de amor en Jesús. Sin embargo, necesitaremos la eternidad para descubrirlo en dimensiones que hoy nos resultan inabarcables.

Es necesario que el componente principal de nuestras familias sea esta clase de amor, que no será posible a menos que nos acerquemos a Dios. El apóstol Pablo expresó con una profunda convicción: «¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, angustia, persecución, hambre, desnudez, peligro o espada?» (Romanos 8: 35); y concluyó su pensamiento afirmando que «ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús, Señor nuestro» (Romanos 8: 39).

A través del amor, el vínculo de Dios con el ser humano puede ser tan fuerte o tan frágil como la decisión que nosotros tomemos en un determinado momento de aceptarlo o rechazarlo. Dios nos ofrece su atención incondicional, un amor inconmensurable, que se encuentra por encima del amor de la pareja, de la familia o de los amigos. Se trata de un amor que trasciende las emociones y el entendimiento. Es el amor que va más allá de las circunstancias, que Jesús señaló en Mateo 5: 44: «Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os odian y orad por los que os ultrajan y os persiguen».

Al leer estas palabras de Jesús, no podemos sino pensar: «¡Esto no lo dirá en serio!

Yo no puedo perdonar a mi esposa por las palabras hirientes que me dijo ayer»; o «Yo no puedo volver a ver a mi marido después del desplante que me hizo»; o «¿Cómo voy a confiar en mis padres después de haberme fallado en lo que les pedí?».

El amor al que Dios se refiere aquí es el que está por encima de los errores que podamos cometer o de los que seamos víctimas. No es el amor filial, afectivo, resultado del conocimiento y la convivencia entre los miembros de la familia, sino que se trata del amor ágape, el AMOR con mayúsculas, el que espera cada día que el hijo que abandonó el hogar regrese; el amor que restaura a quien vuelve al hogar arrepentido de sus graves errores; el amor de quien es capaz de hacer una fiesta por aquel que malgastó la herencia recibida en los placeres más bajos de este mundo, pero que ahora vuelve a la vida y al hogar que nunca debió haber abandonado.

Este tipo de amor incomprensible para muchos es el que nuestro Dios evidenció cuando sanó a los enfermos; cuando resucitó al hijo único de una viuda en Naín; cuando murió en la cruz del Calvario por una humanidad que no quería saber nada de él. Es el amor manifestado cuando resucitaba de entre los muertos como vencedor del pecado y de sus consecuencias, para que nosotros pudiéramos tener vida eterna a su lado. Este amor incomprensible es el que sigue moviendo los corazones de muchas familias para permanecer unidas, a pesar de los problemas y ataques del enemigo.

El componente vital

Desde que creó el mundo y nos trajo a la vida, Dios ha querido mostrarnos que existen dos mandamientos cuyo cumplimiento puede llenar el vacío de nuestras vidas: el primero, el amor a Dios, «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente»; y el segundo, el amor ala gente que nos rodea, «Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Mateo 22: 37, 39).

¡Qué importante es que hagamos de esta fuente de amor de Dios el centro de nuestras vidas! En nuestros hogares, en la relación de respeto entre los esposos, en nuestra relación con los hijos y otros miembros de nuestra familia, en nuestras iglesias, como evidencia ante el mundo de la presencia de Dios en nosotros.

Al cabo de los años, más allá de los momentos de felicidad y de las dificultades que hayamos vivido, el amor de Dios en el corazón de nuestros hogares será lo que mantendrá viva la esperanza de la eternidad. Por muy importantes que puedan parecer otras cosas en esta vida, jamás olvidemos que, si «no tengo amor, de nada me sirve. […] Ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor» (1 Corintios 13: 3, 13).

¡Que este principio divino gobierne nuestras vidas!

1 Elena White, El hogar cristiano, págs. 92, 93.

Para compartir

  1. ¿Cómo puedes recuperar el valor del amor en el seno de tu familia de manera práctica?
  2. ¿De qué manera influye en tu vida el amor de Dios?
  3. ¿Es tu iglesia el reflejo de este primer elemento del fruto del Espíritu? ¿Cómo puedes contribuir para que mejore?
Revista Adventista de España