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Al fin de los mil años, Cristo regresa otra vez a la Tierra. Lo acompaña la hueste de los redimidos, y lo sigue una comitiva de ángeles. Al descender en majestad aterradora, manda a los muertos impíos que resucite, para recibir su condenación. Se levanta su gran ejército, innumerable como la arena del mar. […]

Cristo baja sobre el Monte de los Olivos […]. La nueva Jerusalén, descendiendo del cielo en su deslumbrante esplendor, se asienta en el lugar purificado y preparado para recibirla, y Cristo, su pueblo y los ángeles entran en la santa ciudad.

Entonces, Satanás se prepara para la última tremenda lucha por la supremacía. Mientras estaba despojado de su poder e imposibilitado para hacer su obra de engaño, el príncipe del mal se sentía abatido y desgraciado; pero cuando resucitan los impíos y ve las grandes multitudes que tiene a su lado, sus esperanzas reviven y resuelve no rendirse en el gran conflicto. Alistará bajo su bandera a todos los ejércitos de los perdidos, y por medio de ellos tratará de ejecutar sus planes […].

Entre aquella inmensa muchedumbre se cuentan numerosos representantes de la raza longeva que existía antes del Diluvio; hombres de estatura elevada y de capacidad intelectual gigantesca […]. Allí hay reyes y generales que conquistaron naciones, hombres valientes que nunca perdieron una batalla, guerreros soberbios y ambiciosos cuya venida hacía temblar reinos […].

Satanás consulta con sus ángeles, y luego con esos reyes, conquistadores y hombres poderosos […]. Al fin se da la orden de marcha, y las huestes innumerables se ponen en movimiento […]. Con precisión militar, las columnas cerradas avanzan sobre la superficie desgarrada y escabrosa de la Tierra hacia la ciudad de Dios. Por orden de Jesús, se cierran las puertas de la nueva Jerusalén, y los ejércitos de Satanás circundan la ciudad y se preparan para el asalto.

CRISTO CORONADO JUZGA

Entonces Cristo reaparece a la vista de sus enemigos. Muy por encima de la ciudad, sobre un fundamento de oro bruñido, hay un trono alto y encumbrado. En el trono está sentado el Hijo de Dios, y en torno a él están los súbditos de su reino […]. En presencia de los habitantes de la Tierra y del cielo reunidos, se efectúa la coronación final del Hijo de Dios. Y entonces, revestido de suprema majestad y poder, el Rey de reyes falla el juicio de aquellos que se rebelaron contra su gobierno, y ejecuta justicia contra los que transgredieron su Ley y oprimieron a su pueblo. El profeta de Dios dice: “Vi un gran trono blanco, y al que estaba sentado sobre él, de cuya presencia huyó la tierra y el cielo; y no fue hallado lugar para ellos. Y vi a los muertos, pequeños y grandes, estar en pie delante del trono; y abriéronse los libros; abrióse también otro libro, que es el libro de la vida: y los muertos fueron juzgados de acuerdo con las cosas escritas en los libros, según sus obras” (Apoc. 20:11, 12).*

Apenas se abren los registros, y la mirada de Jesús se dirige hacia los impíos, estos se vuelven conscientes de todos los pecados que cometieron. Reconocen exactamente el lugar donde sus pies se apartaron del sendero de la pureza y de la santidad, y cuán lejos el orgullo y la rebelión los han llevado en el camino de la transgresión de la Ley de Dios […].

Todos los impíos del mundo están de pie ante el tribunal de Dios, acusados de alta traición contra el gobierno del Cielo. No hay quien sostenga ni defienda su causa; no tienen disculpa; y se pronuncia contra ellos la sentencia de la muerte eterna […].

Satanás ve que su rebelión voluntaria lo incapacitó para el cielo. Ejercitó su poder guerreando contra Dios; la pureza, la paz y la armonía del cielo serían para él suprema tortura. Sus acusaciones contra la misericordia y la justicia de Dios están ya acalladas. Los vituperios que procuró lanzar contra Jehová recaen enteramente sobre él. Y ahora Satanás se inclina y reconoce la justicia de su sentencia.

“¿Quién no te temerá, oh Señor, y glorificará tu nombre? Porque tú solo eres santo: porque todas las naciones vendrán y adorarán delante de ti; porque tus actos de justicia han sido manifestados” (vers. 4). Toda cuestión de verdad y error en la controversia que tanto ha durado ha quedado aclarada […]. Satanás ha sido condenado por sus propias obras. La sabiduría de Dios, su justicia y su bondad quedan por completo reivindicadas. […]

PECADO ERRADICADO

Dios hace descender fuego del cielo. La Tierra está quebrantada […]. Hasta las rocas están ardiendo […]. Los impíos reciben su recompensa en la Tierra (Prov. 11:31). “Serán estopa; y aquel día que vendrá, los abrasará, ha dicho Jehová de los ejércitos” (Mal. 4:1). La obra de destrucción de Satanás ha terminado para siempre. Durante seis mil años obró a su gusto, llenando la Tierra de dolor y causando penas por todo el universo […]. Ahora las criaturas de Dios han sido libradas para siempre de su presencia y de sus tentaciones […].

Mientras la Tierra estaba envuelta en el fuego de la destrucción, los justos vivían seguros en la Ciudad Santa. La segunda muerte no tiene poder sobre los que tuvieron parte en la primera resurrección. Mientras que Dios es para los impíos un fuego devorador, es para su pueblo un sol y un escudo (Apoc. 20:6; Sal. 84:11).

“Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra han pasado” (Apoc. 21:1, VM). El fuego que consume a los impíos purifica la Tierra. Desaparece todo rastro de la maldición. Ningún infierno que arda eternamente recordará a los redimidos las terribles consecuencias del pecado.

SOLO UN RECORDATORIO

Solo queda un recuerdo: nuestro Redentor llevará siempre las señales de su crucifixión. En su cabeza herida, en su costado, en sus manos y en sus pies se ven las únicas huellas de la obra cruel efectuada por el pecado […]. Y las marcas de su humillación son su mayor honor; a través de las edades eternas, las llagas del Calvario proclamarán su alabanza y declararán su poder.

“¡Oh, torre del rebaño, colina de la hija de Sión, a ti te llegará; sí, a ti vendrá el dominio anterior!” (Miq. 4:8, VM). Llegó el momento por el cual suspiraron los santos desde que la espada de fuego expulsó a la primera pareja del Paraíso, el tiempo de “la redención de la posesión adquirida” (Efe. 1:14). La Tierra dada al principio al hombre para que fuera su reino, entregada alevosamente por él a manos de Satanás, y conservada durante tanto tiempo por el poderoso enemigo, ha sido recuperada mediante el gran plan de la redención. Todo lo que se había perdido por el pecado, ha sido restaurado. […]

“Mi pueblo habitará en mansión de paz, en moradas seguras, en descansaderos tranquilos”. “No se oirá más la violencia en tu tierra, la desolación ni la destrucción dentro de tus términos; sino que llamarás a tus muros Salvación, y a tus puertas Alabanza”. “Edificarán casas también, y habitarán en ellas; plantarán viñas, y comerán su fruto. No edificarán más para que otro habite, ni plantarán para que otro coma […] mis escogidos agotarán el usufructo de la obra de sus manos” (Isa. 32:18; 60:18; 65:21, 22).

El dolor no puede existir en el ambiente del cielo. Allí no habrá más lágrimas, ni cortejos fúnebres, ni manifestaciones de duelo. “Y la muerte no será más; ni habrá más gemido ni clamor, ni dolor; porque las cosas de antes han pasado ya” (Apoc. 21:4, VM).

GLORIAS DE ETERNIDAD

Allí está la nueva Jerusalén, la metrópoli de la nueva Tierra glorificada […]. En la ciudad de Dios, “no habrá ya más noche”. Nadie necesitará ni deseará descanso. No habrá quien se canse haciendo la voluntad de Dios ni ofreciendo alabanzas a su nombre. Sentiremos siempre la frescura de la mañana, que nunca se agostará. “No necesitan luz de lámpara, ni luz del sol; porque el Señor Dios los alumbrará” (Apoc. 22:5, VM). La luz del sol será sobrepujada por un brillo que sin deslumbrar la vista excederá sin medida la claridad de nuestro mediodía. La gloria de Dios y del Cordero inunda la Ciudad Santa con una luz que nunca se desvanece. Los redimidos andan en la luz gloriosa de un día eterno que no necesita sol.

“No vi templo en ella; porque el Señor Dios Todopoderoso, y el Cordero son el templo de ella” (Apoc. 21:22, VM). El pueblo de Dios tiene el privilegio de tener comunión directa con el Padre y el Hijo […]. Estaremos en su presencia y contemplaremos la gloria de su rostro.

Allí los redimidos conocerán como son conocidos. Los sentimientos de amor y simpatía que el mismo Dios implantó en el alma se desahogarán del modo más completo y más dulce […].

Allí, intelectos inmortales contemplarán con eterno deleite las maravillas del poder creador, los misterios del amor redentor […]. La adquisición de conocimientos no cansará la inteligencia ni agotará las energías. Las mayores empresas podrán llevarse a cabo, satisfacerse las aspiraciones más sublimes, realizarse las más encumbradas ambiciones; y sin embargo surgirán nuevas alturas que superar, nuevas maravillas que admirar, nuevas verdades que comprender, nuevos objetos que agucen las facultades del espíritu, del alma y del cuerpo.

Todos los tesoros del universo se ofrecerán al estudio de los redimidos de Dios. Libres de las cadenas de la mortalidad, se lanzan en incansable vuelo hacia los lejanos mundos; mundos a los cuales el espectáculo de las miserias humanas causaba estremecimientos de dolor, y que entonaban cantos de alegría al tener noticia de un alma redimida. Con indescriptible dicha los hijos de la Tierra participan del gozo y de la sabiduría de los seres que no cayeron […].

Y a medida que los años de la eternidad transcurran, traerán consigo revelaciones más ricas y aún más gloriosas respecto de Dios y de Cristo. Así como el conocimiento es progresivo, así también el amor, la reverencia y la dicha irán en aumento. Cuanto más sepan los hombres acerca de Dios, tanto más admirarán su carácter. A medida que Jesús les descubra la riqueza de la redención y los hechos asombrosos del gran conflicto con Satanás, los corazones de los redimidos se estremecerán con gratitud siempre más ferviente, y con arrebatadora alegría tocarán sus arpas de oro; y miríadas de miríadas y millares de millares de voces se unirán para engrosar el potente coro de alabanza.

“Y a toda cosa creada que está en el cielo, y sobre la tierra, y debajo de la tierra, y sobre el mar, y a todas las cosas que hay en ellos, las oí decir: ¡Bendición, y honra y gloria y dominio al que está sentado sobre el trono, y al Cordero, por los siglos de los siglos!” (Apoc. 5:13).

El gran conflicto ha terminado. Ya no hay más pecado ni pecadores. Todo el universo está purificado. La misma pulsación de armonía y de gozo late en toda la creación. De aquel que todo lo creó manan vida, luz y contentamiento por toda la extensión del espacio infinito. Desde el átomo más imperceptible hasta el mundo más vasto, todas las cosas animadas e inanimadas declaran, en su belleza sin mácula y en júbilo perfecto, que Dios es amor.

* Los textos bíblicos corresponden a la versión Reina-Valera de 1960 y a la Versión Moderna.

ESTE ARTÍCULO FUE EXTRAIDO DE EL CONFLICTO DE LOS SIGLOS, PÁGINAS 643 A 657. LOS ADVENTISTAS DEL SÉPTIMO DÍA CREEN QUE ELENA DE WHITE (1827-1915) EJERCIÓ EL DON DE PROFECÍA BÍBLICO DURANTE MÁS DE SETENTA AÑOS DE MINISTERIO PÚBLICO.

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PREGUNTAS PARA PENSAR:

1. Cuando miras al futuro y ves el final del pecado, ¿hay algo que te de temor? ¿Qué es?

2. ¿Cuál es la importancia de que Jesús lleve las marcas de la crucifixión por toda la eternidad?

3. Para ti, ¿cuál será la mejor parte de vivir en la presencia de Dios?

Revista Adventista de España